6 películas se estrenan
el 23 de febrero de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cinco interesantes
películas que no deben perderse y una nuevo bodrio de animación que deben
olvidar. Tres son producciones estadounidenses, dos alemanas y una española. Vamos
con nuestro repaso semanal a los estrenos en Sevilla.
En la sombra. (Alemania, 2017). Dir.
Fatih Akin.
12ª película que se estrena en nuestra ciudad de la
Sección Oficial del Festival de Cannes 2017. Gana el Premio a la Mejor Actriz (Diane
Kruger) en Cannes y consigue el Globo de Oro a Mejor Película de habla no
inglesa.
Drama en clave de venganza interpretado por Diane Kruger,
Numan Acar, lrich Tukur, Johannes
Krisch, Siir Eloglu.
El score está compuesto por Josh Homme.
Es difícil imaginar algo más doloroso que perder a tus
seres queridos inesperadamente, como le ocurre a la protagonista del nuevo
trabajo de Fatih Akin, cuya vida queda destrozada cuando su marido y su hijo
mueren en un atentado con bomba en la oficina del negocio familiar. Diane
Kruger constata su grandeza como actriz asumiendo el peso de un durísimo relato
estructurado en tres partes claramente diferenciadas: una primera en la que se
expone el trágico detonante y los antecedentes personales de la protagonista;
una segunda que desarrolla meticulosamente el juicio contra una pareja de más
que presuntos asesinos y una tercera en la que esta mujer emocionalmente inconsolable
parece aferrarse al Antiguo Testamento para reparar lo que la justicia ha sido
incapaz de resolver.
El cineasta transita por esa sucesión de géneros con la
ambición de escapar a las convenciones en la medida de lo posible e imprimir a
su discurso un aliento humanista, incluso se diría que por momentos populista,
para analizar desde la perspectiva de la víctima el fenómeno del terrorismo
indiscriminado y en concreto del resurgir de los movimientos intolerantes cercanos
al nazismo que se prodigan sobre todo en Alemania, pero presentes también en
otros países europeos. En la sombra tiene visos de melodrama y por tanto su
mirada está más cerca de los sentimientos individuales que de un análisis más
panorámico o sociológico, pero ilustra convincentemente la impotencia y la
perplejidad de una sociedad que no sabe cómo afrontar asuntos tan espinosos. Recomendada.
Yo, Tonya. (USA, 2017). Dir. Craig
Gillespie.
3 nominaciones a los Oscars 2017.
Drama biográfico ambientado en el mundo del deporte, interpretado
por Margot Robbie, Sebastian Stan, Allison Janney, Caitlin Carver y Julianne
Nicholson.
El score está compuesto por Peter Nashel.
Tonya Harding fue la primera patinadora estadounidense en
completar, en 1991, un triple salto axel en competición. La que fuera
patinadora olímpica Tonya Harding es sobre todo recordada por el escándalo que
acabó con su carrera: la agresión que en 1994 sufrió su rival Nancy Kerrigan,
oficialmente orquestada por el exmarido de Harding, y de la que nadie llegará
nunca a tener claro qué grado de implicación tuvo ella misma.
“Yo, Tonya” no pretende exonerar a su protagonista, pero
sí matizar la imagen que el público tiene de ella recordando la miserable vida
que tuvo: los abusos físicos y psicológicos que sufrió de su madre y su pareja;
el desprecio que recibió del mundo del patinaje artístico, que la consideraba
demasiado pobre y vulgar; la explotación a la que fue sometida por un público
hambriento de carnaza sensacionalista.
En el proceso, eso sí, neutraliza los intentos de Harding
de erigirse en heroína trágica, de dos maneras. En primer lugar, no trata de
imponernos su versión sino que pone en duda todo cuanto ella y el resto de
personajes de su historia tienen que decir, y mientras lo hace nos invita a cuestionar
cómo se fabrican las narrativas oficiales de los acontecimientos. En segundo
lugar, echa mano de un humor corrosivo como el flúor que, es cierto, por
momentos está peligrosamente cerca de considerar a su protagonista como un gran
chiste. Habrá quienes digan que el director Craig Gillespie llega a caer en el
mismo sensacionalismo que los periodistas carroñeros que en su día esperaban a
la patinadora en la puerta de su casa, y no les faltará razón. Por otro lado,
eso solo significa que “Yo, Tonya” es tan marrullera y tan poco de fiar como su
heroína. ¿Existe mejor forma de hacerle justicia? Recomendada.
Lady Bird. (USA, 2017). Dir. Greta
Gerwig.
5
nominaciones a los Oscars 2017 (incluida Mejor Película).
Mejor
Película Comedia/Musical en los Globos de Oro 2017.
Comedia
dramática interpretada por Saoirse Ronan, Laurie Metcalf, Lucas Hedges, John
Karna y Beanie Feldstein.
El
score está compuesto por Jon Brion.
En
“Merrily We Roll Along”, ambicioso musical de Stephen Sondheim recibido con
frialdad en su estreno de 1981 y elevado a obra de culto en sus posteriores
montajes, se narra, en cronología inversa, la distancia entre un éxito
apoteósico –el del productor de Hollywood Franklin Shepard- y unos
incontenibles sueños de juventud –los que compartía con sus amigos Charley y
Mary -. Es un musical amargo, en el que cada salto en el tiempo da la medida de
una renuncia personal, un sueño roto o una traición a los principios. No es
casual que “Merrily We Roll Along” sea la obra de fin de curso que ensayan los
estudiantes de la escuela superior religiosa que centra buena parte de la
acción de “Lady Bird”: es la escuela donde la protagonista, la hija de
diecisiete años de una familia de clase media de Sacramento, aguarda para dar
el salto a una universidad que le permita abandonar la vida de suburbio y caer
en un entorno donde la cultura sea tan vital como el oxígeno. “Lady Bird” está,
pues, en un punto estratégico de su vida: la atalaya desde la que proyectar
sueños, pero, también, el punto de referencia que servirá para medir renuncias
y autoengaños futuros. “Merrily We Roll Along” no sólo proporciona muy buenas
canciones a la heterogénea y nada obvia banda sonora de esta película
sobresaliente: también le aporta un correlato simbólico.
Primera
película que escribe y dirige en solitario Greta Gerwig. “Lady Bird” es,
fundamentalmente, una película de Greta Gerwig: es decir, la aportación más
afinada, equilibrada y precisa a esa suerte de autoficción por entregas que la
autora ha ido construyendo -¿también en cronología inversa?- en algunos de sus
trabajos en calidad de actriz-guionista, como “Frances Ha” (2012) o “Mistress
America” (2015). Siguiendo una estrategia parecida a la del Woody Allen
crepuscular, Gerwig confía el papel de su yo más joven a otra actriz, una
Saoirse Ronan cuya aparente fragilidad no neutraliza la ferocidad, ni las
periódicas ingratitudes de una identidad en proceso de afirmación. En su
apariencia, esta es una película muy fácil de codificar: una comedia de
instituto con todas sus convenciones. En su especificidad, este un triunfo muy
difícil de lograr: pura verdad sublimando líneas pre-trazadas, con atención al
detalle (la precariedad económica captada sin dramatismos), amor a los
personajes (de la madre al cura emotivo) y la honestidad de no negar los
claroscuros. Recomendada.
Todo el dinero del mundo. (USA, 2017).
Dir. Ridley Scott.
Nominada a Mejor actor de reparto (Christopher Plummer)
en los Oscars 2017.
Drama basado en hechos reales sobre el secuestro en
Italia en 1973 de John Paul Getty III, interpretado por Michelle Williams, Mark
Wahlberg, Christopher Plummer y Timothy Hutton.
El score está compuesto por Daniel Pemberton.
Aunque no pasará a la historia como la mejor película de
Ridley Scott (lo cual no es significativo, pues ha hecho media docena larga de
obras maestras), sí lo hará, tal vez, como la más ilustrativa de su enorme
talento, pues ha convertido lo invisible en intrascendente: habiéndola rodado
con Kevin Spacey en el papel, crucial, del multimillonario Paul Getty, lo
«borró» y lo «reconstruyó» con prisas y con Christopher Plummer, y es tan
perfecto el cosido que no se podría entender lo sustancial de este drama sin el
relleno completo del gran actor canadiense, candidato al Oscar por su acuarela
terrible y sin una gota de agua del cómo, el porqué y el para qué se apuntala
un imperio en la jungla del dinero y el poder. Y hay tanta crítica como
«admiración» en el modo en que Ridley Scott le alisa el lienzo al notable actor
para que lo componga.
La historia es, en sí misma, historia, y la imagen de la
oreja cortada por sus raptores al joven John Paul Getty III es una de las
imágenes del siglo XX. Scott le abre una puerta a la ficción para convertirla
en una película de intriga, acción y sentimientos que rechinan, con personajes
tan retocados como el ex agente de la CIA que interpreta Wahlberg o el
secuestrador compasivo de Romain Duris, y hay que suponer que también está muy
afilada la cuchillería entre el clan Getty (es decir, solo el viejo, despiadado
y avaro magnate) y la nuera del poderoso y madre del secuestrado, una Michelle
Williams que consigue con fuerza y con los sentimientos más comprensibles de la
función colocarse como punto principal de esa línea borrosa que separa el poder
del mal.
En una película de titulares (Kevin Spacey, John Paul
Getty…) lo importante está en la letra pequeña, en los pormenores, en lo que
susurra, en lo que no teníamos por qué saber. Otro tipo de lágrimas que se
pierden en la lluvia. Recomendada.
La enfermedad del domingo. (España,
2017). Dir. Ramón Salazar.
Drama familiar interpretado por Bárbara Lennie, Susi
Sánchez, Miguel Ángel Solá y Greta Fernández.
Dos árboles en pleno bosque, uno dominante, el otro a la
sombra. Sobre ellos, justo en su tronco, se sobreimpresionan los nombres de las
actrices protagonistas. Tras una imagen que se alarga en el tiempo con calma y
exactitud, con deseos de marcar una pauta rítmica y de ofrecer un estilo, otra
figura emblemática: una pequeña entrada a una cueva que no es sino la de la maternidad,
forma de vagina, inquietante, secreta, enigmática, misteriosa. Detrás de estos
primeros minutos de película hay un director con pulso, también con las ideas
claras de lo que quiere contar y, sobre todo, de cómo lo quiere contar. Ramón
Salazar y “La enfermedad del domingo”: simbolismo, atavismo, color, pausa,
gusto, búsqueda. El arrebato del silencio. El grito del escarmiento y de la
redención.
En su cuarto largometraje, carrera desigual desde “Piedras”
(2002), su notable y ambicioso debut, Salazar, también guionista, muestra una
madurez de fondo y forma otorgada quizá por el tiempo, pero también por el
aprieto y la perseverancia. En su duelo entre madre e hija, obra de cámara,
pocas localizaciones, aún menos personajes, apenas dos y las sombras de los
demás, hay infinidad de valores, empezando por su singularidad. “La enfermedad
del domingo” no se parece a nada en el cine español. Es una película muy
trabajada en la que cada detalle sirve para algo, en la que hay una intención
dramática en cada palabra y una voluntad formal en cada movimiento de cámara,
en cada encuadre, en cada escenario, haz de luz o nota musical.
Sin prisas, sobre todo en su primer tercio, en la que se
acumulan ambientaciones —el palacio, el restaurante— que trasladan su relato,
quizá consciente de su propio artificio, a un tiempo indeterminado, casi improbable,
entre lo remoto y lo futuro. Y con unos diálogos que se alejan de lo obvio,
donde sus dos mujeres pueden escupir cualquier línea inesperada que, de pronto,
provoca el traslado del relato dramático hasta una descacharrante digresión
tonal que la separa de la desdicha con puntuales sarpullidos de humor negro.
Melodrama paradójico plagado de silencios, hasta bien
entrado su metraje apenas posee banda sonora musical. Sin embargo, con la
soledad de las mujeres en la cabaña de la catarsis, las notas desgarradas
punzan la piel e incluso dos canciones suenan desde dentro de la acción para
romper la calma con la vehemencia del descontrol. Es el desorden emocional de
una madre y una hija que hace tanto tiempo que no ejercen de ello, y que se
retan desde su contradictorio estilo: el ropaje insolente del personaje de
Bárbara Lennie y el vestido de soberbia y aparente seguridad del de Susi
Sánchez. Dos interpretaciones formidables que, desde estos días en la sección
Panorama del Festival de Berlín hasta los Goya del año que viene, ocuparán
escritos laudatorios. Recomendada.
Una familia feliz. (Alemania, 2017).
Dir. Holger Tappe.
Película de animación sobre “monstruos”, basada en un
libro de David Safier.
El alemán David Safier es uno de esos escritores que parecen
haber llegado a la pragmática conclusión de que, a día de hoy, resulta más
rentable pensar en términos de marca y posicionamiento en el mercado que
entregarse a la consistencia y perdurabilidad de una voz literaria. Desde su
debut en 2007 con “Maldito Karma”, ha proporcionado a sus lectores, con
metódica regularidad, una serie de novelas de humor sujetas a una misma
fórmula: una premisa chocante capaz de activar un relato que, entre
chascarrillos de observación costumbrista y abundantes referencias a iconos de
actualidad, avanza en dirección a un desenlace aliviador no ajeno a los
discursos dominantes en la cultura del crecimiento personal. Es irrelevante que
el protagonismo recaiga sobre una presentadora de televisión reencarnada en
hormiga, o una consciencia escondida entre una mujer contemporánea y William
Shakespeare, o una vaca con ganas de alcanzar lo sagrado viajando a la India…
porque el patrón siempre se impone sobre la singularidad de cada punto de
partida.
En “Una familia feliz”, sus antihéroes eran una familia disfuncional e
instalada en la rutina, cuyos miembros mutaban, por intercesión de arbitrario
hechizo, en los monstruos del panteón clásico de la Universal. En su adaptación
animada, Holger Tappe, con la colaboración en el guion del propio Safier,
elimina algunos de esos rasgos que emparentaban la novela a la obra de un
monologuista ingenioso –aquí no se menta a Stephenie Meyer-, lo acerca todo más
a una aventura con villano (Drácula) que a una sátira a través de una lente
deformante y no necesita tocar el convencional canto a la unidad familiar que
ya estaba ahí. La animación confía más en la espectacularidad de los espacios
que en la expresividad de los personajes, e intenta suplir con empaque de producción
la mediocridad de las formas. No Recomendada.
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