5 películas se estrenan
el 15 de septiembre 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Una
película es estadounidense, dos británicas y dos francesas. Ningún estreno español
en la cartelera sevillana y se queda sin editar en nuestra ciudad la película
mexicana “La región salvaje” (Amat Escalante, 2016), ganadora del premio a
Mejor Director en el Festival de Venecia 2016. Veamos que podemos recomendar.
Detroit. (USA, 2017). Dir. Kathryn Bigelow.
Es
el mes de julio de 1967 en Detroit, Michigan. Pero bien podrían ser los meses
de julio y agosto de 1919 en Chicago, Illinois. O mayo de 1980 en Miami,
Florida. O el salto entre abril y mayo de 1992 en Los Ángeles, California. O
Fergusson, Virginia, casi en cualquier época. O Charlottesville, Virginia, en
agosto de 2017. Es decir, no ayer o anteayer, sino ahora, hoy mismo. He ahí el
problema social: su contemporaneidad. Y he ahí la mejor virtud de la película:
su vigencia, su pertinencia, pese a ser una reconstrucción histórica de unos
sucesos de hace 50 años y del juicio posterior. Es “Detroit”, la nueva obra de
Kathryn Bigelow, con su habitual intensidad dramática, con la capacidad para
inocularte la sangre, el sudor y las lágrimas de una raza a la intemperie.
Vivir y morir en EE UU siendo negro. Disturbios raciales, esa compleja
categorización.
En
las películas de Bigelow siempre te da la sensación de estar allí. Su manejo de
la puesta en escena y del montaje, entre el brío y un concertado desconcierto,
te coloca en medio de la tragedia. Sus películas se huelen. “Detroit”, como ya
lo eran “En tierra hostil” (2008) y “La zona más oscura” (2012), bélicos
políticos con la trascendencia de haberse convertido en retratos de la historia
americana de los primeros años del siglo XXI, es una película fundamentalmente
física que acaba trasladándose al orden mental. Y Mark Boal, habitual guionista
de Bigelow, vuelve a demostrar que le bastan unos trazos, apenas unas
pinceladas de carácter, para describir el interior de un grupo de seres humanos
a la deriva. Y no tanto como retrato de un colectivo, que también, sino con el
talento para componer individualidades donde, en principio, solo hay marco
temporal y espacial.
“Detroit”
tiene tal credibilidad que, a pesar de que la directora, en una extraordinaria
labor de montaje, va introduciendo pasajes audiovisuales reales de la época,
sus imágenes recreadas nunca contrastan con las de los airados momentos
televisivos y documentales. El engranaje es perfecto, ayudado por una serie de
magníficas interpretaciones, en las que el subtexto principal del relato queda
meridianamente claro sin necesidad de subrayarlo con el texto: el temblor de un
grupo humano, el negro, indefenso ante el poder blanco.
Los
primeros minutos de metraje, como una suerte de fábula animada tintada de
ensayo histórico, político y antropológico, quizá lo más discutible de la
película, sobre todo por antiestético, intenta ofrecer luz a las tinieblas.
Pero el infierno sigue allí, sin explicación posible. Repitiéndose, pese a las
conquistas individuales. Chispas de odio. Explosiones de rabia. Tibieza en las soluciones.
Y hasta la próxima. Recomendada.
Jacques. (Francia, 2016). Dir. Jérôme Salle.
En un viejo libro de Jacques Yves Cousteau,
el protagonista de “Rushmore” (1998) se encontraba una nota manuscrita en los
márgenes: “Cuando un hombre, por cualquier motivo, tiene la oportunidad de
llevar una vida extraordinaria, no tiene derecho a guardársela para sí mismo”.
Era una frase del célebre oceanógrafo, personaje que tuvo que desempeñar un
importante papel en la educación sentimental de Wes Anderson, toda vez que el
cineasta volvió a él dedicándole una película entera –The Life Aquatic (2004)-,
donde le imaginaba como su padre simbólico: una inmadurez melancólica bajo
icónico gorro rojo que había dejado afectos filiales desatendidos en cada
puerto.
“Jacques”, el biopic que Jérôme Salle ha
consagrado a Cousteau, es como el complemento de no ficción al fantaseo
generacional de Anderson: aquí también hay un padre remoto y no uno, sino dos
niños perdidos, castigados por el fulgor narcisista del patriarca. Uno de
ellos, Philippe, será el predilecto y, al mismo tiempo, el mayor problema de
ese descendiente del capitán Nemo al que nunca le gustará demasiado que se las
canten claras en cuestiones de afecto familiar y coherencia medioambiental. El
otro, Jean-Michel, autor de uno de los dos libros –Mon père le commandant- que
sirven de base documental para la película -el otro es Capitaine de La Calypso,
de Albert Falco e Yves Paccalet, miembros de la tripulación-, condenado a ser
el eterno segundón, el no elegido para prolongar el proyecto paterno. En la
superficie de Jacques, una idea disfuncional de la familia mece su crispación
sobre el silencio y la belleza inabarcables de ese mundo submarino que Cousteau
convirtió en refugio y territorio de su propia automitificación.
La relación entre Jacques y su hijo Philippe
proporciona a esta película su conflicto central, mientras no deja de sonar el
rumor de la ruina económica sobre el pulso entre utopía y pragmatismo que
define la trayectoria de su icono colocado en el cadalso del biopic insidioso.
Esa relación paternofilial se revela más llena de matices y contradicciones que
la interpretación de un Lambert Wilson que ahoga todo trazo amable o positivo
que podría aportar al personaje. La película resume la vida del comandante como
el viaje épico desde su propio ombligo a la toma de conciencia (ecológica),
mientras una puesta en escena, obcecada con el sentido del espectáculo, le da
idéntico énfasis a un correteo infantil por el campo y al encuentro con una
imponente ballena. No Recomendada.
Camina conmigo. (Reino Unido, 2017). Dir. Marc Francis y
Max Pugh.
El maestro zen de origen vietnamita Thich Nhat
Hanh contempla divertido a un gato de peluche que se revuelca de risa en el
suelo de un Duty Free en una de las imágenes más desconcertantes de este
documental rico en hallazgos aparentemente paradójicos. En otro plano de la
película, uno de los fieles del monje, situado a sus espaldas en un ritual de
meditación, no puede evitar encadenar un par de llamativos bostezos, antes de
rascarse nerviosamente su testa, rasurada en su día como promesa de entrega a
las virtudes reflexivas del Mindfulness, disciplina de filiación budista
orientada a obtener una plena conciencia del momento presente.
Cualquiera podría pensar que esas dos
imágenes delatan una aproximación irreverente a ese microcosmos de privaciones
contrapunteado con frases como “el sufrimiento es la iluminación”, casi siempre
acompañadas de su reverso –“La iluminación es el sufrimiento”-, pero nada más
lejos de la realidad. “Camina conmigo”, de Marc J. Francis y Max Pugh, tiene
algún que otro rasgo disuasorio –una locución demasiado pomposa de Benedict
Cumberbatch, unas imágenes que a ratos se dejan tentar por un esteticismo casi
publicitario-, pero lo cierto es que la película proporciona una sintética y
esclarecedora vía de acceso a una tradición de pensamiento capaz de entender la
existencia como flujo, proceso y cambio frente a todo espejismo de
inmutabilidad. El viaje a Estados Unidos de los seguidores del maestro, con sus
reencuentros con familiares y viejos conocidos, proporciona al desenlace unos
cuantas catarsis emotivas anteponiendo serenidad humanista a sentimentalismo. No Recomendada.
Ali & Nino. (Reino Unido, 2016). Dir. Asif Kapadia.
Unas
crudas imágenes en vídeo doméstico muestran el remanso de una celebración de
cumpleaños en un domicilio proletario de South Gate. Los jóvenes empiezan a
entonar suavemente el cumpleaños feliz, hasta que, de pronto, una de las chicas
brilla sobre el conjunto, se separa del grupo y desgrana sus versos con una
intensidad que permite reconocer en ella a la estrella que será (aunque todavía
no su destino trágico). La chica era Amy Winehouse y así arrancaba “Amy”
(2015), el brillante documental elaborado a partir del montaje de imágenes
ajenas con el que Asif Kapadia prolongó las estrategias que ya sostuvieron el
excelente resultado de su previa “Senna” (2010). Ambos trabajos revelaban a
Kapadia como autor consciente de la necesidad de aportar nuevos sentidos
narrativos y dramáticos a documentos testimoniales del ingente archivo
audiovisual a disposición de todo creador con un buen discurso entre manos.
En
una secuencia de “Ali & Nino”, su última película de ficción, la cámara
pasa de deleitarse con el fastuoso plumaje de un pavo real a encontrarse con
una María Valverde leyendo lánguidamente un libro, apoyada en un tronco de
árbol en un jardín oriental. No solo el preciosismo y la afectación de la
imagen ponen en evidencia que, en esta ocasión, Kapadia se sitúa muy lejos del
mundo de Amy: también suponen la constatación de que, si bien el cineasta sabe
muy bien lo que hacer con las imágenes que encuentra, no parece tenerlo tan
claro con las imágenes que rueda. Ni la misma sensibilidad, ni la misma
inteligencia creativa de sus documentales se manifiesta en este melodrama
histórico que también marca las distancias con esa opera prima, “El guerrero”
(2001), que en su día supo ganarse el aplauso crítico.
Esta
epopeya de amor entre príncipe azerbaiyano y princesa georgiana sobre las
turbulencias de la guerra acumula tantos tópicos narrativos –pese a contar con
todo un Christopher Hampton en su guion- y estilísticos –los subrayados
musicales, las enfáticas imágenes ralentizadas- que se diría todo un extraño
caso de estudio: el del cineasta que pareció envejecer cincuenta años de una
película a la siguiente. No Recomendada.
Alibi.com, agencia de engaños. (Francia, 2016). Dir. Philippe
Lacheau.
Al tándem formado por Nicolas Benamou y Philippe Lacheau no les debe de
provocar demasiada simpatía esa blanda tradición de comedia costumbrista
francesa que, en los últimos años, ha encontrado en Danny Boon a su figura
totémica. Lo demostraron en su primer trabajo conjunto –Se nos fue de las manos
(2014)-, así como en su secuela, y han seguido demostrándolo en sus siguientes
trabajos en solitario. Al reciente recuerdo del “A fondo” (2016) de Benamou –un
tour de force cómico a 130 kilómetros por hora- se suma este “Alibi.com” en el
que Lacheau explicita los ingredientes de una fórmula que se mira en el espejo
de la farsa grosera estadounidense de penúltima generación, pero también busca
a sus posibles ancestros en la memoria de la comedia local: no parece
arbitraria la presencia en el reparto de Didier Bourdon, miembro de la
formación de culto Les Inconnus, cuya última incursión cinematográfica –Tres
hermanos y una herencia (2014)- fue recibida por la crítica francesa como una
extemporánea descarga de grosería.
Comedia de cuernos en torno a una empresa facilitadora de coartadas a
infieles, “Alibi.com” caracteriza a sus personajes a través de sus mitomanías
de derribo –el cine de Jean-Claude Van Damme, el más azucarado pop francés de
los ochenta- y trasplanta a suelo europeo algunas constantes crueles o eméticas
del toque Farrelly –violencia bufa sobre mascotas y planos detalle testiculares
incluidos-, sin darse cuenta de lo anacrónico de su juego. No obstante, algún
gag aislado –esa lámpara mata-mosquitos que aporta épica sonoro/galáctica a un
torpe combate con luces fluorescentes-, el frenesí expositivo del conjunto y
las distancias marcadas con las corrientes dominantes de la comedia comercial
francesa logran que este trabajo, como en su día “Tres hermanos y una herencia”,
sea una razonable alternativa para el espectador saturado de Boon (o Clavier). No Recomendada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario