6 películas se estrenan
el 1 de septiembre 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Una producción
es estadounidense, dos españolas, una francesa, una argentina y una georgiana. Todas
son de ficción excepto una que es documental. Poco que recomendar de momento,
tendremos que esperar a que el otoño deje caer por aquí las primeras películas
interesantes.
Rehenes. (Georgia, 2017). Dir. Rezo Gigineishvili.
Los
periódicos occidentales daban cuenta el 23 de noviembre de 1983 de un
"extraño" suceso. Cinco chicos y tres chicas, que viajaban de
vacaciones tras la boda de dos de ellos, habían secuestrado un avión georgiano
con dramáticas consecuencias: siete muertos, entre ellos uno de los raptores,
apenas veinteañeros, y la detención del resto de jóvenes, todos ellos hijos de
la élite intelectual del país, cuya supuesta intención era huir a Turquía. Acallado
durante días por las autoridades georgianas, y también por los medios de
comunicación de la URSS, el ataque tiene una historia fascinante detrás, en lo
individual y en lo colectivo. Un relato que ahora rescata otro joven, el
director Rezo Gigineishvili, de 35 años (es decir, un año de edad cuando
acaeció la masacre), con la intención de analizar tanto la situación social y
política de esos insólitos criminales en su viaje de bodas, recluidos por el
comunismo y su ausencia de libertad, como la lamentable gestión del suceso por
parte de las autoridades de Tiflis. Gigineishvili
divide claramente en tres partes su relato. En la primera, jugando de forma muy
efectiva con la fotografía (tonos marrón, sepia y verde oscuro para las
secuencias protagonizadas por los personajes mayores o las autoridades;
modulaciones azules y blancas para los instantes de fugaz libertad de los
protagonistas, entre los discos prohibidos de los Beatles y las puntuales
evasiones de amor y sexo), narra su día a día y los preparativos del secuestro.
La segunda, la del avión, es seca y brutal, de una desmañada violencia,
representada por el director sin exhibicionismo alguno. Y la tercera, quizá la
más débil, con el juicio y las consecuencias. "No
me hables como si no tuvieses la oportunidad de ser feliz aquí", le viene
a decir uno de los padres a su hijo, sin siquiera sospechar lo que preparaban
para unos días después. Ser feliz aquí. En Georgia. En 1983. ¿Una cárcel o un
paraíso? Gigineishvili no juzga, pero muestra la desesperación. También los
efectos de esa angustia, los errores, la muerte de inocentes. Cine político
para tiempos políticos. Recomendada (con reservas).
Barry Seal: El traficante. (USA, 2017). Dir. Doug Liman.
Basada en la vida real de Barry Seal, un
expiloto que se convirtió en un importante narcotraficante en el cartel de
Medellín y que acabó siendo reclutado por la CIA y el departamento de
inteligencia de la DEA.Con Tom Cruise como formidable protagonista,
Liman utiliza un montaje eléctrico, con cambios de texturas fotográficas y de formatos
audiovisuales, insertos, recursos del documental (en algún pasaje, repleto de
humor y de documentación de apoyo, parece una película de Michael Moore), y
continuos vaivenes narrativos en el espacio y en el tiempo, que llevan a su
relato hasta un espíritu disfrazado de superficialidad que, en cambio, esconde
algo tan esencial como las maquinaciones de la política para enturbiar la
división de poderes del país más poderoso del mundo.Estilosa hasta el brillante último plano,
Barry Seal es la historia de un hombre improbable. Una figura que se desvanece
porque, pese a todo, a pocos parece interesar. Salvo al cine estadounidense,
demostrando una vez más su libertad de actuación con una superproducción
política tan divertida como activista. Recomendada (con reservas).
La muerte y la doncella. (España, 2017). Dir. Andrés M.
Koppel.
Presentada en la sección oficial del Festival
de Málaga 2017.Andrés M. Koppel, guionista de “Intacto”
(2001) y “Zona hostil” (2017), debuta en la dirección adaptando la tercera
novela de Lorenzo Silva protagonizada por la pareja de la Guardia Civil formada
por la cabo Virginia Chamorro y el brigada Rubén Bevilacqua, personajes con
previas encarnaciones cinematográficas –“El alquimista impaciente” (2002)- y
televisivas –“Un asunto conyugal” y “La reina sin espejo” (ambas de 2009)-. Los
dos llegan a la isla de la Gomera para esclarecer el asesinato de un joven;
caso que, en su día, fue objeto de una investigación insuficiente que no pudo
demostrar la implicación de un político local.Koppel afronta el material como quien
resuelve un expediente rutinario, delegando toda la carne en su sólido reparto.
Y la sensación que prevalece es que esto no es más que cine negro entendido
como ejercicio aplicado, sin nada que decir realmente sobre una realidad tan
problemática como la de nuestro presente, donde tanta falta haría un buen
estilete noir que desvelara la verdadera podredumbre que nos atraviesa. Recomendada
(con reservas).
Historia de la vida y
el amor de los famosos bailarines de tango argentinos, María Nieves Rego y Juan
Carlos Copes, que se conocieron en la adolescencia y bailaron juntos durante
casi cincuenta años, hasta que una situación dolorosa los separó.Es decir, una montaña
rusa de atracción, desencuentro y cuentas pendientes acumuladas que, en muchos
momentos difíciles, pudo ser trascendida y sublimada sobre el escenario, hasta
que el arte no alcanzó para corregir la vida. La película de Germán
Kral tiene su mayor fuerza en la voz de esta tanguera nata (Maria Nieves Rego) y
en el estupendo material de archivo –explosivo el baile de la pareja sobre una
mesa-, pero las reconstrucciones danzadas de la vida de los amantes caen en una
cursilería de anuncio y nunca hacen justicia, en su puesta en escena, a la
labor de los bailarines. No Recomendada.
Víctor
Matellano, interesante escritor cinematográfico (El Hollywood español, Spanish
horror, ¡Clint, dispara!, sobre la Trilogía del dólar, de Sergio Leone...), con
obras excelentes en torno al cine de género y popular, a sus entresijos de
producción y a sus secretos de estilo, ha venido practicando también, en su
salto a la dirección, una suerte de modestísima serie B del nuevo milenio, con
obras nacidas al amparo de su mitomanía. Posibilistas ejercicios de terror que
emulaban un espíritu difícilmente reproducible, el de Jesús Franco, Paul Naschy
y compañía, como un epígono imposible quizá más asentado en las lecturas que en
las interioridades de la personalidad. Ahí se situaban “Wax” (2014) y “Vampyres”
(2015), y en esa línea, aunque en un género distinto, el wéstern, hay que
encuadrar “Parada en el infierno”, violentísima producción rodada en inglés
donde solo se salva el paisaje.Marcada
por los diálogos presuntuosos pero vacuos, la grandilocuencia de la banda
sonora, las cámaras lentas como impacto de lo obvio, y un cierto regodeo en la
violencia, marca del subgénero (amputaciones, crucifixiones, violaciones...), “Parada
en el infierno” se rodea una vez más de la presencia referencial (el
protagonista es Enzo G. Castellari, mito del spaguetti western y de la serie
B), pero paradójicamente le sobra pulcritud en la imagen, mientras el guion se
arrastra en la monotonía y la falta de ideas.Componer
una película tan salvaje como “Los odiosos ocho”, en (casi) un escenario único
y con un puñado de personajes, no depende tanto de la ferocidad como del
perfecto manejo del tiempo. Y a Matellano, al que se le nota el peso del
wéstern de Tarantino, le ha salido una del Oeste de bajo presupuesto que casi
parece un amoral torture porn. No Recomendada.
Los casos de Victoria. (Francia, 2016). Dir. Justine
Triet.
Cuesta reconocer en “Los casos de Victoria” a la misma Justine Triet que,
tan solo tres años antes, había debutado en la frenética, fresca e inesperada “La
bataille de Solférino” (2013). En su ópera prima, la directora sacó sus cámaras
a la calle el 6 de mayo de 2012, día de la victoria electoral de François
Hollande, para convertir a todos los parisienses que atestaban la calle
Solférino, frente a la sede del partido socialista, en extras involuntarios de
una comedia donde chocaban lo público y lo privado. Las tensiones entre una
reportera televisiva, destinada a cubrir la jornada electoral, y un insistente
exmarido empeñado en visitar a sus hijas centraba esta película que tenía mucho
de arriesgado tour de force y que no revelaba parentescos evidentes en el
panorama de la comedia francesa contemporánea: si acaso, una cierta afinidad
con los trabajos coetáneos de Sébastien Bedbeder y Antonin Peretjatko por su
común impulso de recoger, lejos de la reverencia mitómana, algunos tonos y
estrategias de la herencia de la Nouvelle Vague. Si algo vincula a “La bataille de Solférino” con “Los casos de Victoria” es
su foco sobre una protagonista desbordada por sus obligaciones profesionales y
entregada a la caótica gestión de maternidad, vida privada y adicción al
trabajo. La referencia lejana parece ser aquí esa screwball comedy que encontró
su vector de ingenio y velocidad en hiperactivas figuras femeninas, comúnmente
rodeadas de hombres inmaduros. El problema es que el segundo largometraje de la
Triet recuerda más a una comedia (del montón) protagonizada por Katherine Heigl
–o sea, más “La cruda realidad” (2009) o “Como la vida misma” (2010) que “Lío
embarazoso” (2007)-, vínculo reforzado asimismo por el cierto parecido físico
entre Virginie Efira y la actriz estadounidense. Ojalá en su siguiente trabajo
Justine Triet recuerde cómo empezó. No Recomendada.
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