5 películas se estrenan
el 8 de septiembre 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos
películas tienen producción francesa, una estadounidense, una británica y una
mexicana. Advertir una vez más la carencia de estrenos españoles y agradecer el
reestreno en salas de la interesante película argentina “El otro lado del
corazón” (Eliseo Subiela, 1992), basada en un poema de Mario Benedetti. Seguimos
recomendando poco, no queremos mojarnos para luego recibir rapapolvos.
It.
(USA, 2017). Dir. Andrés Muschietti.
Lo
que hace de 'It' una de las novelas esenciales de Stephen King no es tanto que
hable de un payaso asesino llamado Pennywise, que también, como que explora a
conciencia las ansiedades universales consustanciales a la pubertad. Es lógico,
pues, que aquí el director Andy Muschietti no se centre solo en el villano de
la cara pintada sino en el tormento que para los niños protagonistas encarnan
otros niños, padres abusivos, hormonas desatadas y hermanos fallecidos. Son
esos traumas lo que allana el terreno para la llegada de Pennywise, aunque por
otra parte Muschietti rechace considerarla una mera representación física de
aquellos.
'It'
es destacable por varias razones: es una aventura juvenil excitante y
conmovedora, que se toma su tiempo dotando a sus personajes de carne y de hueso
y que no solo da miedo sino que resulta genuinamente perturbadora, al tiempo
que va amplificando la tensión hasta su espectacular final (cuya aparatosidad,
es cierto, no casa con la modestia del resto de la película). Muschietti en
todo caso mantiene el tono sorprendentemente ligero y travieso, filtrando la
depravación alojada en los rincones más oscuros de la película a través de la
mentalidad de los chavales que la experimentan, cuyas dinámicas de grupo evocan
las de los Goonies o de los héroes de 'Stranger Things'.
Cierto
que 'It' carece de la complejidad temática necesaria para unirse a títulos como
'Carrie' y 'El resplandor' en el panteón de las pocas adaptaciones mayúsculas
de la obra de King. No es el tipo de película capaz de provocar incontables
noches sin dormir (excepto, quizás, para quienes realmente tengan miedo de los
payasos). Pero captura con asombrosa precisión la combinación de arrogancia,
ternura e inocencia propia de la adolescencia, y conmueve como retrato de un
grupo de muchachos dispuestos a hacer cuanto sea necesario para tomar el
control de su propio destino. Recomendada
(con reservas).
El amante doble. (Francia, 2017). Dir. François Ozon.
Segunda película que se estrena en Sevilla
(la primera fue la de Sofia Coppola) perteneciente a la sección oficial del
Festival de Cannes 2017.
"Se le erizó el cabello y se desplomó
exánime del horror que sentía. ¿Y cómo no? El señor Goliadkin había reconocido
enteramente a su amigo nocturno. Su amigo nocturno no era otro que él
mismo...". Es el terror ante uno mismo, o quizá el terror de uno mismo. El
ruso F. M. Dostoyevski, en su novela de 1846 El doble, fue uno de los primeros
autores en acercarse desde una perspectiva plenamente psicológica a la figura
de lo que los alemanes llaman doppelgänger, nuestro gemelo fantasmagórico,
ahora de moda, siempre presente desde la mitología griega a la literatura de
muy diferentes épocas. Y esas dos preposiciones escritas en cursiva, ante y de,
son de nuevo la clave en el pen(último) acercamiento a la figura del gemelo
malvado: "El amante doble", intriga de François Ozon basada en un relato de Joyce
Carol Oates, que abarca no solo un juego de espejos interior sino también una
duplicación exterior de múltiples referencias literarias y cinematográficas.
Seguramente demasiadas.
En la nueva película del francés, de
filmografía tan interesante como desigual, el combate entre el sueño y la
razón, entre lo que se muestra y lo que existe, entre lo que vemos y lo que
creemos ver, presente en obras como "Swimming pool" (2003) y "En la casa" (2012),
resurge con potencia en ciertos aspectos. La carga de erotismo de "El amante
doble", el desafío interior de su personaje protagonista, una joven perdida
entre la represión y el deseo, y la inquietante belleza exterior de su
intérprete, Marine Vacth, llevan a la película hasta lo inapelable. Ozon, cada
vez más preocupado por la forma, despliega una imagen visual de tonos pardos,
apesadumbrados, sin llegar a la fascinante grisura ocre de Enemy, de Denis
Villeneuve, el mejor acercamiento al tema del doble de los últimos tiempos,
pero con el estilo de quien arriesga incluso con la duplicación de imágenes en
pantalla.
Sin embargo, por mucho que Ozon acepte como
principal referencia el perverso universo de Luis Buñuel ―del ojo de "Un perro
andaluz" en su primera secuencia, a la sensual duplicidad de "Ese oscuro objeto
del deseo"―, hay mucho más de Brian de Palma ―como siempre en este, vía
Hitchcock―, de Roman Polanski ―la quimérica vecina de tintes taxidermistas― y,
sobre todo, de David Cronenberg, que del maestro aragonés. Hay demasiado de
Inseparables y del director canadiense en "El amante doble": de su cine del
cuerpo, de sus anomalías en la anatomía, de sus mutaciones morfológicas que
desembocan en la mente y el alma. Incluso aspectos de la trama y secuencias
calcadas: la pasión por un par de hermanos gemelos, uno de ellos perverso y
dominante; la fantasía erótica siamesa; la pelea en el restaurante con copa de
vino al rostro del hermano maligno.
Más allá de la validez del giro final, que es
casi lo de menos, hay en "El amante doble" una desquiciante ausencia de autenticidad
que, sin embargo, no evita que uno se vaya tragando cada secuencia con el
regusto de lo inevitable: es nuestro lado perverso, nuestra vil sombra que no
puede dejar de ver el juego prestidigitador de una mujer fascinante. Recomendada
(con reservas).
Churchill.
(USA, 2017). Dir. Jonathan
Teplitzky.
La silueta de Winston Churchill se recorta
imponente sobre el paisaje, como un colosal monumento a la granítica integridad
del alma británica. En diversos momentos de esta película, la lente se ajusta
para fijar en impecable nitidez las imágenes desenfocadas que han abierto la
secuencia. Son dos motivos estilísticos que subrayan que de lo que se trata
aquí es de limpiar (la imagen) y erigir (la estatua): un uso del biopic a la
medida del Gran Hombre en mayúsculas, convenientemente colocado sobre el
pedestal de la posteridad. Un rótulo final remacha que el primer ministro ha
sido el británico más célebre de toda la Historia. Ninguna tentación, pues, de
hurgar en claroscuros. Estamos muy lejos, también, del método Larraín,
consistente en convertir al biografiado en enigma que tiene que ser desvelado
mientras se le aplican capas de ambigüedad y se le cuestiona a cada trazo.
"Churchill" captura la esencia del personaje
fijando su atención en un momento particular: las dudas del líder frente a los
riesgos de la operación militar aliada que culminaría en el desembarco de
Normandía. Una elección que sitúa al personaje en el territorio inestable de la
crisis personal: Brian Cox lo encarna como un león enjaulado, una fuerza de la
naturaleza enfrentada al abismo de su propia caducidad, que, finalmente,
reformulará su aparente derrota en el arte del liderazgo asumiendo su condición
de símbolo –la secuencia de la conversación entre Churchill y el rey Jorge VI,
encarnado por James Purefoy, es el corazón de una película que, de hecho,
parece más movida por las turbinas de un mecanismo infalible (el del biopic
para masajear el orgullo nacional) que por algo realmente vivo y falible-.
Este trabajo de Jonathan Teplitzky engrosa
las filas de ese cine británico de auto-exaltación para la era Brexit que ha
tenido en las recientes Su mejor historia y Dunkerque a sus cabezas de pelotón.
De hecho, el personaje de esa secretaria que, en el clímax final, se rebela
ante Churchill –y, de paso, le inspira- parece salido directamente de la
película de Lone Scherfig y sirve a un claro uso propagandístico: los
británicos pueden estar tranquilos, porque su Madre Patria no dejará a nadie
atrás. Que Miranda Richardson dé vida a Clementine Churchill en clave de madre
de un entrañable e irascible bebé grande demuestra que, donde podría haber algo
susceptible de ser problematizado, la película prefiere la simpática
funcionalidad del arquetipo. Recomendada (con reservas).
La escala (The Stopover). (Francia, 2017). Dir.
Delphine Coulin y Muriel Coulin.
Premiada
al Mejor Guión en Cannes 2017 en la sección “Una cierta mirada”.
“Hemos
pasado de los burkas a los tangas”, exclama un soldado francés, tras su misión
en Afganistán, al entrar en el complejo hotelero chipriota donde él y el resto
de sus compañeros van a sumergirse en unas jornadas de descomprensión, antes de
reingresar en la vida civil. Los soldados contemplan desde un mirador a un
grupo de turistas en una terraza, bailando a ritmo de machacona rave, en una
imagen que sintetiza la abismal distancia entre la banalidad de retaguardia y
quien vuelve del frente con muchos números en el interior de su petate para
engendrar un síndrome post-traumático. La imagen encontrará una equivalencia
hacia el final de la película, cuando una de las protagonistas cruce la mirada
con un puñado de inmigrantes detenidos en un furgón. El grupo de ex
combatientes que centra la atención de las hermanas Delphine y Muriel Collin en
su segundo largometraje, La escala, ocupa un territorio de exclusión que le
impide reconocerse en ninguna de esas dos miradas lanzadas, respectivamente, en
la introducción y en el desenlace de la película: lo que vuelve del frente no
son otra cosa que espectros heridos, tan ajenos al dolor del refugiado como
incapaces de sumirse en el hedonismo idiota del turista del Primer Mundo.
En
"La escala", las hermanas Coulin parten de la novela escrita por una de ellas,
Delphine, para colocar a ese problemático grupo humano entre paréntesis,
sumiéndolo en un acotado limbo vacacional que, en realidad, será el espejismo
que camufle una terapia de gestión del trauma a través de la reconstrucción
virtual. “Esta realidad es patética”, afirma el personaje interpretado por
Soko, mientras contraplanos de clientes de hotel comiendo en el restaurante o
manejando sus teléfonos móviles ilustran el choque entre las magulladuras
morales de la soldado y el vacío alrededor. Soko y la siempre entregadísima
Ariane Labed llevan el peso de una película que esquiva todo aspaviento
dramático para abordar la naturaleza tóxica de la violencia y la imposibilidad
de un regreso a casa –o un regreso al punto de partida- para quienes se han
convertido en peones desechables del nuevo desorden mundial. No Recomendada.
La vida inmoral de la pareja ideal. (Mexico, 2016). Dir. Manolo
Caro.
Esta comedia mexicana nos presenta a dos jóvenes adolescentes: Lucio y
Martina, apasionados e inocentes, que se conocen en los primeros cursos del
colegio. Desde el primer momento hay en ellos una conexión única que no
comparten con nadie más y se prometen mutuamente comerse el mundo y convertirse
en lo que siempre han querido ser. Su ingenuidad no les había advertido de que
la vida es más complicada, por lo que tras unos conflictos se acabarán
separando. Nada los había preparado para que 25 años después, precisamente por
las mismas casualidades del destino se reencuentren de una manera inesperada.
¿Cómo reaccionarán? 'La vida inmoral de la pareja ideal' es una peculiar
película escrita y dirigida por Manolo Caro, también director de 'Elvira, te
daría mi vida pero la estoy usando' o 'No sé si cortarme las venas o dejármelas
largas'. La historia del flashback se vuelve cada vez más tonta y aburrida
según avanza la película. Los Martina y Lucio de ahora tienen más chispa, pero
el film falla a la hora de mantener la emoción del inicio. No Recomendada.
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