domingo, 28 de abril de 2013

Luz que agoniza, en el Pequeño Cine-Estudio



Luz que agoniza se estrenó en 1944. George Cukor, su director, había filmado ya películas tan conocidas como Mujercitas (1933), e Historias de Filadelfia (1940), y sería el autor en el futuro de otras no menos célebres, como La costilla de Adán (1949) o My Fair Lady (1964). George Cukor está considerado como uno de los más grandes exploradores del alma femenina que ha dado el cine norteamericano. Procedía del mundo del teatro y sabía arrancar a sus intérpretes, sobre todo a las actrices, sus más delicados registros. Para Luz que agoniza contó con tres actores excepcionales: Charles Boyer, en el papel de un seductor turbio y calculador, que le iba como anillo al dedo; Joseph Cotten, del que supo explotar su lado más cálido y perspicaz, e Ingrid Bergman, que obtendría el Osar por su interpretación de Paula, la joven esposa víctima del engaño de un hombre sin escrúpulos.
 
Luz que agoniza conmovió al mundo entero, sobre todo al público femenino. Eran tiempos de cambio. Las mujeres se empezaban a incorporar masivamente al trabajo, y luchaban por conquistar su definitiva autonomía laboral y personal. Y esa película habla de los temores y las incertidumbres que acarreaba esa lucha, sobre todo en el terreno afectivo. Las mujeres habían conquistado, en gran parte gracias al cine, su sagrado derecho a enamorarse libremente, y ahora tenían que vérselas con los riesgos que asumían al seguir las llamadas imprevisibles de su corazón. En realidad siempre nos enamoramos de un extraño. Es una de las condiciones del amor, que siempre tiene que ver con lo que desconocemos tanto de nosotros mismos como de los demás.


 
Luz que agoniza es, en el fondo, una variante del cuento de Barba Azul, donde una ingenua muchacha se casa con un hombre poderoso dotado de un terrible secreto. Es una historia a la que el cine no ha dejado de volver una y otra vez. Rebeca, Jane Eyre, Sospecha, Secreto tras la puerta y ,más recientemente, Durmiendo con mi enemigo, son películas que reflejan esta fijación del imaginario femenino  por los riesgos imprevisibles que corren al entregar su corazón  a un extraño.  Y, sin embargo, puede que la clave de la superioridad de las mujeres en el amor sea que no lo puedan evitar. Isak Dinesen afirmó que una mujer prefiere tener un diez por ciento de un hombre excepcional, que un cien por cien de un hombre corriente. Y este parece ser el destino de estos desdichados personajes femeninos, a los que el atractivo de la excepcionalidad misteriosa de sus parejas les hace rendirse más allá de toda razón a esa seducción de lo desconocido.

Charles Boyer e Ingrid Bergman

Pero volvamos a nuestra película. Paula, su protagonista, se enamora de Gregory, un músico, y se casa con él sin sospechar que es un asesino obsesionado por unas joyas ocultas en la casa familiar. Es una película sobre lo impredecible del amor, pero también sobre el mal, que no es sino la indiferencia al dolor del otro.  Luz que agoniza es una obra maestra del suspense, y del terror psicológico. El calvario que su joven y vulnerable protagonista tiene que sufrir a causa del amor, tiene un extraño poder de fascinación sobre todos nosotros, que siempre estamos dispuestos  a ver en este sentimiento el último refugio de lo sagrado en el mundo. George Cukor lo sabe y por eso nos ofrece al comienzo de la película las escenas inolvidables del lago Como, en que una Ingrid Bergman en el momento más luminoso de su belleza, se entrega sin reservas a su amante. La luz de su rostro, Ingrid Bergman tenía esa suprema cualidad de desprender luz, gravitará sobre el resto de la película, haciendo más incomprensible la obsesión de aquel por el brillo de las joyas perdidas. En cierta forma, toda la película gira sobre la luz. La luz que tiembla y agoniza, signo de la debilidad de la razón, pero también de la pérdida del amor. Walter Benjamín escribió que la felicidad era poder percibirse a uno mismo y a los demás sin miedo, y esta es una película sobre lo desgraciados que podemos llegar a ser a causa del amor. Sartre dijo que el infierno eran los otros, y sin duda el infierno más temido es el que descubrimos al sorprender la presencia del mal en el corazón de los seres que amamos. 


Pero Luz que agoniza también puede verse como una metáfora del cine, pues al fin y al cabo esa luz que tiembla, que parece a punto de apagarse y que vuelve a encenderse, ¿qué otra luz puede ser sino la que en la pantalla se transforma en imágenes? Esas imágenes están hechas de ese sutil juego entre la luz y la sombra, y acercarse a ellas es percibir el temblor de la vida y de nuestros sueños, pero también la amenaza de la oscuridad. Y puede que sea esta la principal enseñanza que obtenemos al contemplar el calvario de la joven esposa de este cuento, que la muerte no se contrapone a la vida, sino que está implícita en ella desde el primer momento. También que solo el juego del amor y del arte pueden salvarnos, haciendo que esas joyas que simbolizan el fuego helado de la muerte puedan transformarse en un detalle encantador cuando forman parte del vestido de una mujer enamorada.
 
El final de la película, en que se insinúa la posibilidad de un idilio entre Paula y su protector, no hace sino ilustrar la típica solidaridad femenina de la clase media en los Estados Unidos. Las buenas chicas se casan enamoradas, pero cuando dejan de estarlo, deben recuperar la libertad para amar a otro. Y está bien que sea así. 

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