viernes, 12 de abril de 2013

Efectos secundarios, de Steven Soderbergh





Título original: Side effects. Dirección: Steven Soderbergh. País: USA. Año: 2013. Duración: 106 min. Género: Dramathriller. Producción: Scott Z. Burns, Lorenzo di Bonaventura y Gregory Jacobs. Música: Thomas Newman. Fotografía: Peter Andrews. Montaje: Mary Ann Bernard. Diseño de producción: Howard Cummings. Vestuario: Susan Lyall. Estreno en USA: 8 Febrero 2013. Estreno en España: 5 Abril 2013.
Intérpretes: Jude Law (Dr. Jonathan Banks), Rooney Mara (Emily Taylor), Catherine Zeta-Jones (Dra. Victoria Siebert), Channing Tatum (Martin Taylor), Vinessa Shaw (Dierdre Banks). Guion: Scott Z. Burns.

Sinopsis:
Emily y Martin son una próspera pareja neoyorkina cuyo mundo se desmorona cuando Emily intenta suicidarse. Incapaz de superar su depresión, Emily acepta seguir una nueva medicación recetada por su psiquiatra, el Dr. Jonathan Banks, pensada para calmar la ansiedad. Pero el fármaco comienza a tener inesperados efectos secundarios que amenazan con destruir las vidas de todos los implicados.

Rooney Mara
  
Habló en su favor: Oti Rodríguez Marchante.
Su mirada es siempre torva y descubre fácilmente esa convivencia entre la anormalidad y el orden: Jude Law es el psiquiatra, Rooney Mara es su paciente y la mujer que hipnotiza la intriga y al espectador, Catherine Zeta-Jones es también psiquiatra y la maestra en efectos secundarios, y Channing Tatum es el marido secundario pero efecto de la trama: un cuarteto de cuerda floja sobre el que la historia hace equilibrio.
La mirada torva de Soderbergh es además doble y se posa en el argumento con dos ojos, o puntos de vista: el protagonismo de los laboratorios, el consumo de antidepresivos y las responsabilidades médicas, que mantienen al espectador con la nariz pegada a la primera parte de la película, y la indagación en forma de «thriller» y la vieja idea de que el cartero llama siempre dos veces que mantiene al espectador con la nariz aplastada al cristal (empañado por lo turbio) de la trama.
En cuanto a este detalle del argumento turbio y lioso, puede decirse que una segunda visión de la película es altamente recomendable para su transparencia, lo que, tratándose de cine de intriga, es el mejor de los halagos para subrayar la competencia y la complejidad de este director de cine, capaz de no agotar su película con el mero y usual «¿quién ha sido?».
La atmósfera cargada, la interpretación vidriosa de Law y quebradiza y misteriosa de una estupenda Mara, junto al mosqueo entre la verdad y el tapujo que recubre la historia dejan a «Efectos secundarios» en ese estante de las películas que te obligan primero a rascarte la cabeza y luego a rascarte el bolsillo para, gustosamente, volverla a ver.

Channing Tatum

Habló en su contra: Javier Ocaña.
Por estructura, por temática, por tono y hasta por género, en Efectos secundarios, nuevo trabajo del siempre prolífico Steven Soderbergh, hay dos películas en una. La primera, la de arranque, es un interesante drama psicológico, con apuntes de crítica social, económica, empresarial y política, con los medicamentos contra la depresión como eje central. Mientras, la segunda se acaba conformando como una truculenta intriga, también psicológica, que deriva en thriller carcelario y judicial. Sin embargo, y a pesar de que estructural y estilísticamente ambas mitades pueden encajar bien, en el fondo son como agua y aceite, o peor, como un antídoto, porque la segunda anula todas las virtudes de la primera, sus acercamientos, sus críticas y sus conclusiones. De modo que más que integrar dos películas distintas, quizá lo que haya en Efectos secundarios sea el puro vacío.
Ver en la televisión o en el metro o en los periódicos un anuncio de un medicamento contra la depresión que incluye seguras promesas de futuro es una invitación al desconcierto, a la mentira. Por aquí la práctica [aún] no se ha extendido, pero en EE. UU. estos reclamos son habituales, no como una rendija a la esperanza sino como una puerta abierta a la felicidad. Como dice el personaje del psiquiatra que interpreta Jude Law (británico): “La diferencia es que de donde yo vengo, se piensa que el que está en tratamiento psiquiátrico es un enfermo; aquí, sin embargo, está en proceso de curación”. O sea, un negocio, la nueva economía, algo en lo que Soderbergh viene incidiendo de soslayo en la última fase de su carrera: Magic Mike, Contagio, The girlfriend experience…
De forma sutil, sin vehemencia, el objetivo de Soderbergh pocas veces está a la altura de los ojos de sus criaturas, casi nunca las mira con emoción: planos picados y contrapicados, otros con mucho aire por arriba, grandes angulares, cámaras en la espalda, en pleno seguimiento. Y, sin embargo, todo queda desvelado. Las connivencias entre las empresas farmacéuticas y los médicos, que cobran importantes cifras por ensayar con sus pacientes; la información privilegiada respecto de futuras normas legales; las astronómicas ganancias en la Bolsa respecto de esa información. Y, como contrapartida, los efectos secundarios en el enfermo. De miedo. Pero llega un momento en el que el relato gira y todo lo anterior se va a pique. Por inverosímil, por prestidigitador y, sobre todo, porque se anula toda la carga de crítica social, política y económica. ¿En pos del entretenimiento? Se equivocan. Lo entretenido estaba en el principio; el resto es un farol.

Trailer de la película: 


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