miércoles, 6 de junio de 2012

«El espíritu de la colmena» en el Pabellón de Uruguay




Esta tarde Linterna Mágica cierra su temporada 2011/12 con la proyección en el Pabellón de Uruguay (18:00 h.) de una de las obras maestras del cine español: El espíritu de la colmena de Víctor Erice.  De este modo cerramos un periplo que, en nuestra colaboración con CICUS, nos ha llevado desde La novia de Frankenstein (1935), de James Whale –con la que comenzamos nuestras proyecciones en el mes de octubre– hasta el reencuentro final con la criatura de Mary Shelley, aunque en esta ocasión sea junto al río imaginario que la niña Ana –Ana Torrent– evoca en las cercanías de Hoyuelos de Segovia en los terribles años de la Posguerra.

El espíritu de la colmena es una obra emblemática tanto por su significado histórico y político, estrenada en la antesala de la Transición, como por ser el primer largometraje de uno de los directores más universalmente valorados de nuestro cine, una pieza magistral y grabada a fuego en la mente de todos los aficionados al cine a pesar de los casi cuarenta años que han pasado desde su estreno en el Festival de San Sebastián del año 1973, en el que ganó –por primera vez una película española– la Concha de Oro. 



Víctor Erice (Carranza –Vizcaya–, 1940) andaba por entonces dedicado a la publicidad, después del estreno en 1969 de su primer trabajo extenso, un segmento de la obra colectiva Los desafíos (1969) que había producido Elías Querejeta.  Tras haberse licenciado en ciencias políticas, Erice se formó como cineasta en la EOC (la Escuela Oficial de Cinematografía) de Madrid y compaginó su actividad como crítico desde las páginas de la revista Nuestro cine (1961-1969) con la dirección de cuatro cortometrajes «de aprendizaje» (En la terraza, Entre vías, Páginas de un diario perdido y Los días perdidos) y, finalmente, con su participación como coguionista y ayudante de dirección en El próximo otoño (1963), de Antonio Eceiza, y como guionista en Oscuros sueños de agosto (1967), de Miguel Picazo.



Hay opiniones diversas sobre la génesis de El espíritu de la colmena: una propuesta de Erice a Querejeta, un encargo inicial de la productora...  Lo cierto es que todo giraba inicialmente sobre una «revisión» del mito de Frankenstein, que Erice acababa de conocer en la clásica versión que James Whale había rodado para la Universal en 1931 con Boris Karloff.  Según el testimonio del propio Erice, la esencia del filme de Whale está encerrada en la secuencia de la «criatura» con la niña a orillas del río, que es capaz de despertar en el espectador toda la fascinación y todo el horror del encuentro con lo monstruoso, con el «absoluto» que desafía los límites convencionales.  En la película de Erice es la mirada de una niña de seis años (Ana Torrent) la que descubre a la «criatura» a través de la pantalla improvisada en un pueblo perdido de la Meseta castellana en plenos años cuarenta.



El propio Erice y Ángel Fernández Santos se pusieron a elaborar conjuntamente un guión en el que todos los acontecimientos narrados se presentaban en «flash-back» con ocasión de la visita de Ana, treinta años después, al pueblo de su infancia por la muerte de su padre.  Sin embargo, aunque por unos derroteros y por unas causas muy diferentes a los de El sur (1982) –el siguiente largometraje de Erice–, la factura final de El espíritu de la colmena modifica los planteamientos originales: simplifica esta estructura narrativa y se centra exclusivamente en la peripecia de Ana en la niñez tras su experiencia cinematográfica.  Pero sobre todo, la renuncia –salvo pinceladas puntuales, aunque muy precisas– a referencias históricas explícitas o a apoyos narrativos demasiado obvios, así como el uso magistral de la elipsis y de la metáfora, confieren a El espíritu de la colmena un misterio y una profundidad que la convierten en una obra universal, en algo más que un testimonio sobre la España de la Posguerra.  

A través de la sugerencia, de una poesía sutil que envuelve toda la película, Erice nos lleva al corazón de aquellas gentes que hicieron del silencio, del exilio interior, su forma de sobrevivir a la herida de la guerra.  A través de los ojos de Ana, que persiguen a su «criatura» más allá de los límites de la «colmena», Erice nos habla de España, de los años cuarenta, del miedo, de la añoranza, de la incomunicación y, como hemos aprendido tras ver sus dos trabajos más recientes después de El sol del membrillo (1992) –el cortometraje Alumbramiento (2002) y el mediometraje La morte rouge (2006)–,  de las vivencias de su propia infancia por aquellos años difíciles en los que descubrió el cinematógrafo en las salas del Kursaal de San Sebastián, fascinado y aterrado también por otro monstruo: el asesino de La garra escarlata (1944) de Roy William Neill.

Disfrutaremos, sin duda, de una gran tarde de cine.

2 comentarios:

  1. De repente, en el depresivo panorama del cine español de la época, apareció por sorpresa esta insólita, inclasificable, enigmática, fascinante y bellísima obra.
    En un mundo de claroscuros, triste y cerrado (la España aletargada de sueños negados) dentro del que sus habitantes viven, se mueven y agitan ignorando voluntariamente el exterior, Ana siente el inquieto despertar de la emoción y el asombro. El descubrimiento, un buen día, del "monstruo" de Frankenstein en la maltrecha pantalla del cine del pueblo, empujará a la niña fuera de la colmena en una transgresora búsqueda que dé respuesta a esa curiosidad suscitada por todo cuanto hay en el exterior oscuro e inexplorado, a ese anhelo por descubrir y llegar hasta el lugar donde habita el espíritu perseguido.
    La atmósfera suspendida, la concepción serena y poética de las imágenes, su cadencia y concatenación, la desasosegante y profunda mirada de Ana Torrent, todo filtrado a través de la luz de tonos dorados creada por el genial Luis Cuadrado a partir de los colores sugeridos por una colmena de abejas, son elementos decisivos que contribuyeron a hacer de esta película una joya "hexagonal" de complejo e irrepetible diseño y belleza incomparable.
    Un saludo.

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  2. Siempre he pensado que tratar de definir lo que es el cine es prácticamente imposible, salvo que nos limitemos a decir que son imágenes que se ven en una pantalla. Existen multitud de tipos de “cines”, tan distintos unos de otros que prácticamente acaban siendo creaciones pertenecientes a distintas “artes”, cuando lo son, o “industrias” en el caso de que no pertenezcan a las primeras. Y, entre todo este universo de realidades absolutamente dispares que nos ofrece la gran pantalla, existe una que está por encima de todas: la poesía.

    Lo poético se puede manifestar en cualquiera de las artes, aunque en principio lo asociemos a la palabra escrita. También la música o la pintura se pueden convertir en un poema. Cuando se trata del cine nos encontramos con la poesía de la imagen enmarcada en una historia e, igual que el poema escrito, nos habla de sentimientos, de paisajes o de fantasías, y siempre tocando determinadas teclas que la convierten en algo mágico e inexplicable, imposible de diseccionar.

    “El espíritu de la colmena” es, tal vez, la obra que más lejos consigue llevar este concepto creativo en la historia del cine, y en ello posiblemente radique su secreto.

    Un saludo, Galo.

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