Título original: Tiempo de silencio. Dirección: Vicente Aranda. País: España. Año: 1986. Duración: 111 min. Género: Drama.
Guión: Vicente Aranda, Antonio Rabinad (basado en una novela de Luis Martín Santos). Fotografía: Juan Amorós. Música: Francisco Alonso. Montaje: Teresa Font. Maquillaje: Fernando García del Río. Vestuario: Gumersindo Andrés. Producción: Francisco Lara Polop.
Nominada a un Goya 1986 a la Mejor Actriz (Victoria Abril).
Fecha del estreno: 13 Marzo 1986 (España)
Reparto: Imanol Arias (Dr. Pedro Martín), Victoria Abril (Dorita), Charo López (Charo, madre de Matías), Francisco Rabal (Muecas), Juan Echanove (Matías). Francisco Algora (Amador), Joaquín Hinojosa (Cartucho), Diana Peñalver (Florita), Margarita Calahorra (Ricarda), Queta Claver (doña Luisa), María Isbert (madre de Cartucho), Sergio Mendizábal (El director general), Juan José Otegui (El comisario), Santiago Pons (Steinberg, pintor), Rosario García Ortega (dueña de la pensión).
Sinopsis:
Madrid, años 40. Pedro es un médico joven que trabaja en un centro oficial de investigación sobre el cáncer utilizando cobayas procedentes de Norteamérica. Cuando se queda sin los conejillos de Indias, el conserje del centro le aconseja que recurra a "El Muecas", un amigo suyo que ha criado una pareja de cobayas con el fin de venderla.
Comentarios:
Un científico se queda sin ratones para seguir investigando un tipo específico de cáncer. Se han muerto rápidamente después de haberlos traído de Estados Unidos, y han costado un buen dinero al Estado. Quizá el frío del mal equipado laboratorio haya sido la causa, porque el Muecas, que vive en una chabola, ha conseguido que un par de esos mismos ratones, robados por un asistente del científico, procreen masivamente gracias al calor humano en el que han sido criados, el calor humano que suministra una familia —el Muecas, su mujer y dos hijas— que duerme hacinada en el mismo colchón junto a las jaulas de los ratones. Pedro, el científico, y Amador, su asistente, tendrán que acudir a él para continuar sus experimentos, adentrándose en un mundo que exterioriza la parte más oscura de una sociedad que a finales de los años cuarenta todavía está en quiebra material y moral.
Luis Martín-Santos (1924-1964) debió conocer de cerca la precariedad científica que vive su protagonista, pues trabajó en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en aquellos mismos años, antes de dedicarse profesionalmente a la psiquiatría. Pero su denuncia no se limita a ese ámbito académico que tanto evidenciaba lo lejos que España estaba de Europa, sino a toda una sociedad que se había dejado envilecer por guardar silencio ante un panorama presentado en esta su única novela —publicada en 1962— como esperpéntico. Desde el chabolismo a los prostíbulos, pasando por los cafés y las verbenas, todo huele a hipocresía y a miedo; pero el novelista, además, supo exponer sin parecer exagerado todo lo alucinado que podía ser aquel panorama.
La importancia de Tiempo de silencio como testimonio de una época es evidente, pero también ha pasado a la historia de la literatura por ser un arriesgado ejercicio formal, por romper los moldes del realismo de cariz objetivo que, como hemos visto en esta serie de artículos, predominó durante toda la posguerra. En su texto se entremezclan diversos puntos de vista y cambios de tono narrativo, pero destaca por un penetrante subjetivismo psicológico que consigue transmitir el estado de semilocura en la que viven los personajes, sacando provecho a los conocimientos psiquiátricos de su autor.
La adaptación cinematográfica difícilmente podía aspirar a plasmar su atrevimiento formal si quería ser un producto comercial, por lo que, acertadamente, Vicente Aranda optó por una realización clásica sustentada en el entramado narrativo y los diálogos de la novela, es decir, prescindiendo de la complejidad de su estructura enunciativa. Era preferible centrarse en el aspecto testimonial, en la descripción de los esperpénticos personajes que había ideado Martín-Santos, y aun así conseguir ofrecer en imágenes un retrato verosímil del Madrid de finales de los años cuarenta. Por tanto, apenas hay cambios en una trama perfectamente condensada en un guion muy ágil, que solo se permite cierto atrevimiento cuando Aranda decide que varios personajes secundarios sean interpretados por la misma actriz, lo que incide en el extrañamiento psicológico del protagonista.
El Pedro de Vicente Aranda, interpretado por Imanol Arias, seguramente sea más atractivo de lo que se desprende de la lectura de la novela, pero en cualquier caso consigue vehicular todos los temores de una sociedad silenciada, capada, según dice el propio personaje, al mismo tiempo que conformista con la situación que le toca vivir, seguramente por la comprensible necesidad de sobrevivir aunque sea a costa de perder la salud moral y mental. (Rafael Nieto)
Recomendada.
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