jueves, 20 de mayo de 2021

Gritos y susurros (Ingmar Bergman, 1972)

 

Título original: Viskningar och rop. Dirección: Ingmar Bergman. País: Suecia. Año: 1972. Duración: 91 min. Género: Drama.  

Guión: Ingmar Bergman. Fotografía: Sven Nykvist. Música: Johann Sebastian Bach, Georg Friedrich Händel. Producción: Lars-Owe Carlberg (Svenska Filminstitutet, Cinematograph AB).

Oscar a la Mejor Fotografía 1973. Gran Premio técnico en el Festival de Cannes 1973. Nominada al Globo de Oro 1972 a la Mejor Película Extranjera.

Fecha del estreno: 18 Enero 1974 (España)

 

Reparto: Harriet Andersson (Agnes), Kari Sylwan (Anna), Ingrid Thulin (Karin), Liv Ullmann (María (y su madre)), Anders Ek (Isak, el cura), Inga Gill (la cuentacuentos), Erland Josephson (David, el doctor), Henning Moritzen (Joakim, marido de María), Georg Årlin (Fredrik, marido de Karin), Linn Ullmann (hija de María), Lena Bergman (María joven).

 

Sinopsis:

Ante la proximidad de la muerte de una de ellas, tres hermanas se reúnen en la vieja mansión familiar. Una vez en la casa, comienzan a recordar el pasado, y cuando la enferma entra en la agonía desvela la parte más oscura y tortuosa de su vida.

 

Comentarios:

Gritos y susurros (Viskningar och rop, 1972) es una de las películas más complejas, ambiguas y provocadoras del cineasta sueco Ingmar Bergman. Bañada en color rojo hasta la extenuación, el film supone la quintaesencia del discurso bergmaniano y la apoteosis visual y narrativa de una maestría en el oficio forjada por el cineasta sueco durante casi tres décadas, en más de treinta películas.

 

La idea germinal de Gritos y susurros le llegó a Bergman a partir de un sueño recurrente con la imagen de una habitación roja en la que cuatro mujeres vestidas de blanco se movían y se hablaban al oído; mujeres extremadamente misteriosas. Según relata Bergman en Imágenes (1990), su libro de apuntes de trabajo y diarios, dicha imagen lo persiguió durante un año entero. En el prólogo del guion publicado de Gritos y susurros, Bergman escribió:

 

«Al principio, naturalmente, no sabía cómo se llamaban las mujeres ni por qué se movían bajo una luz matinal gris en una habitación empapelada de rojo. Había rechazado esta imagen una y otra vez y me había negado a colocarla como base de una película, pero la imagen se ha obstinado y, de mala gana, la he identificado: tres mujeres que esperan a que muera la cuarta. Se turnan para velarla

 

A principios de los 70, Ingmar Bergman se encontraba todavía inmerso en un periodo creativo de expresión crítica caracterizado por una dosis de existencialismo agnóstico cada vez más pronunciado. La conocida como "trilogía del silencio de Dios", compuesta por Como en un espejo (Såsom i en spegel, 1961), Los comulgantes (Nattvardsgästerna, 1963) y El silencio (Tystnaden, 1963), inició la etapa más pesimista del cineasta sueco con el retrato del ser humano desolado ante la ausencia de Dios. En sus siguientes obras, como Persona (1966), La hora del lobo (Vargtimmen, 1968), La vergüenza (Skammen, 1968) o Pasión (En Passion, 1969), Bergman subrayaría los efectos del aislamiento y la incomunicación derivados de la angustia existencial. Sin embargo, en todas ellas hay una oportunidad para el contacto humano, para la comunicación; siempre es una breve secuencia y, sin embargo, resulta crucial, pues para Bergman la comunicación y el contacto entre personas parece el único motivo redentor y de salvación frente a la muerte y al vacío existencial. Gritos y susurros parte de esta premisa para retratar bajo un halo de realismo poético, pero también crudo y desgarrador, las limitaciones de tres hermanas para comunicarse entre sí ante la inminente presencia de la Muerte en el núcleo familiar.

 

Gritos y susurros comienza con una marca registrada de Bergman: los relojes; relojes dorados de estilo rococó. La cámara de Sven Nykvist se recrea al detalle en los relojes mientras susurran su “tic tac” suavemente, como si el tiempo marcado por los mismos, tan inexorable como sempiterno y martirizante, significara una declaración de intenciones sobre lo que se va a relatar a continuación.

 

En una opulenta mansión decimonónica, amueblada, tapizada y empapelada de tonos rojizos, a finales del siglo XIX o principios del siglo XX, Agnes, una mujer de unos cuarenta años, vive sus últimos días agonizando por un cáncer terminal de útero, asistida por Anna, una sirvienta tranquila y fiel. Sus dos hermanas, Maria y Karin se reencuentran en la hacienda familiar para atenderla y estar presentes ante su inminente deceso.

 

Como era habitual en Bergman, el reparto fue consolidándose al tiempo que se gestaba el guion de la película. Liv Ullmann interpreta a María, una mujer tan bella como superficial, indiferente y caprichosa. Ingrid Thulin interpreta a Karin, una mujer fría, reprimida y llena de odio. Ambas hermanas están casadas y son madres. Y ambas desprecian a sus respectivos maridos. Harriet Andersson interpreta a Agnes, la moribunda, una mujer soltera que aparentemente no ha conocido hombre alguno y que reside sola junto a la criada en la mansión familiar desde la muerte de los padres. Para el papel de Anna, la sirvienta, Ingmar Bergman pensó inicialmente en la actriz norteamericana Mia Farrow; sin embargo, finalmente, sería la también sueca Kari Sylwan quien debutaría en la filmografía de Bergman interpretando a Anna, una devota sirvienta que manifiesta constantemente su fe cristiana a pesar de que la vida le arrebató a su hija prematuramente. El amor que Anna manifiesta por Agnes significará el único elemento redentor de la película ante tanta crueldad, falsedad, muerte en vida o vida en muerte, en esa inmensa mansión, esa cárcel de tonos rojos que parece prohibir cualquier atisbo de compasión. La fe y el amor de Anna catalizaran el milagro de la comunicación y, sobre todo, del contacto físico, sincero y humano. Ingmar Bergman reservó el plano más hermoso de la película para retratar dicho milagro; un plano cuya composición evoca a La Piedad de Miguel Ángel.

 

 

Gritos y susurros se adentra única e íntimamente en la psicología femenina, donde los roles masculinos se muestran como meros consumidores carnales, en el caso de Joakim y Fredik, los maridos de Maria y Karin respectivamente, así como en el caso de David, el doctor, quien sucumbió en el pasado a los encantos y provocaciones de María, a pesar de mostrar un absoluto desprecio por ella; dicho desprecio es patente en otra de las secuencias más celebradas de la película, en la que David describe al detalle el rostro de Maria frente a un espejo, en un primer plano sostenido y magistral del rostro Liv Ullmann. El cuarto rol masculino, Isak, el cura, merece una mención aparte; Isak representa la pérdida de la fe, el miedo a la muerte, la angustia vital y la desesperanza; en otra notable secuencia que representa el velatorio de la ya difunta Agnes, Bergman ofrece un largo primer plano frontal de Isak durante su lacónico discurso, falto de fe y plagado de plegarias y ruegos a la difunta por respuestas desde el más allá ante la ausencia de las mismas por parte de Dios.

 

Pero, sin duda, el protagonista absoluto, clave, en la película es el color rojo. “Todas mis películas se pueden pensar en blanco y negro excepto Gritos y susurros. En el guion consta que he imaginado lo rojo como el interior del alma”; afirmó Ingmar Bergman en su libro Imágenes. A partir de estas palabras se abre un abanico posibles interpretaciones sobre la intencionalidad de Bergman en su uso extremo del color rojo; una de ellas es la de la propia mansión en su conjunto como metáfora de un gran útero familiar, y matriarcal, enfermo y agonizante; cabe destacar, en este sentido que el papel de la madre de las tres hermanas, mostrada a partir de los recuerdos de Agnes en su infancia, también está interpretado por Liv Ullmann, en una suerte de analogía directa con el personaje de María, quien es probable que haya heredado de su madre, no solo su belleza sino también su indiferencia y superficialidad. Por otra parte, Sven Nykvist, el fiel director de fotografía del cineasta sueco, afirmó en una ocasión que cada habitación de la mansión se había diseñado con un tono diferente de color rojo; “los espectadores puede que no fueran conscientes de ello durante el visionado, pero lo sentirían”, señaló. El color rojo se mezcla continuamente en la película con el color negro que representa la muerte y con el color blanco que representa la pureza o la paz.

 

 

La estructura narrativa no lineal, de contrapunto, con la que Ingmar Bergman presenta el relato de la película la dota de un halo onírico que la evade de cualquier representación o interpretación racional. Bergman hace uso de la focalización múltiple del punto de vista narrativo, que incluye un narrador omnisciente en varias ocasiones así como el de cada una de las cuatro protagonistas. Este delicado tratamiento narrativo se combina con la estética y la puesta en escena conformando una gramática audiovisual única que fragmenta y articula los tiempos del relato con una precisión sublime. Los flashbacks que introducen los recuerdos y la psique las cuatro protagonistas vienen determinados por unos originales fundidos a rojo, acompañados de sonidos de lamentos y susurros. El compás casi musical con el que Bergman marca los tiempos se apoya en el sonido de los relojes durante toda la película.

 

El guion de Gritos y susurros podría funcionar perfectamente como una pieza de cámara teatral. Sin embargo, Bergman se soporta en el uso continuado de los primeros planos para conceder a la película una factura puramente cinematográfica. Gracias a los primeros planos, Bergman explora cada detalle de los rostros de los personajes; la verdadera naturaleza de estos y su psicología está más determinada por el retrato de sus rostros que por sus diálogos, en un exigente ejercicio interpretativo por parte del elenco artístico de la película que bajo la dirección del cineasta sueco resulta más que sobresaliente.

 

Desde finales de los 60, las películas de Bergman eran difíciles de comercializar y por lo tanto el capital extranjero no estaba disponible para financiar Gritos y susurros. Bergman decidió rodar la película en sueco y no en inglés, debido al fracaso de su anterior película La carcoma (The Touch, 1971), única inmersión del cineasta sueco en la industria norteamericana y su primera película rodada en inglés; un drama romántico que significó un rotundo fracaso tanto comercial como por parte de la crítica. De este modo, decidió financiar Gritos y Susurros a través de su propia productora, Cinematograph, de reciente creación. A pesar de que utilizó ahorros personales de 750.000 coronas suecas y préstamos de 200.000 coronas suecas, también tuvo que pedir al Instituto de Cine Sueco apoyo con el presupuesto de 1,5 millones de coronas suecas; un apoyo que no estuvo exento de críticas por parte de muchos cineastas suecos que lo consideraron como un trato de favor hacia Bergman. Para ahorrar costes, las actrices principales, Liv Ullmann, Ingrid Thulin y Harriet Andersson, así como el director de fotografía Sven Nykvist, ofrecieron su sueldo como préstamo y se convirtieron nominalmente en coproductores de la película.

 

 

Rodada en el otoño de 1971, en el castillo de Taxinge-Näsby, situado a las afueras de Mariefred, y estrenada a finales de 1972, Gritos y susurros significó un rotundo éxito internacional tanto comercial como por parte de la crítica. En los Estados Unidos la película se comercializó a través de la productora de Roger Corman, especializada en la distribución de películas de serie B, tras ser rechazada por las grandes compañías. Corman compró los derechos de la película en los Estados Unidos por tan solo 150.000 dólares, llegando a multiplicar casi por 10 los beneficios en taquilla.

 

Gritos y susurros fue nominada nada más y nada menos que a cinco Óscars en 1974: mejor película, mejor director, mejor guion original, mejor vestuario y mejor fotografía. Finalmente, solo Sven Nykvist se alzó con la estatuilla a la mejor fotografía por su extraordinario trabajo. La película consiguió otros muchos galardones en varios festivales internacionales, incluyendo el Gran Premio técnico en el Festival de Cannes de 1973.

 

 

La influencia de Gritos y susurros en la obra de otros cineastas es innegable. Woody Allen es, quizá, el cineasta que más se ha pronunciado públicamente como gran admirador de la filmografía de Bergman; la influencia concreta de Gritos y susurros en la filmografía de Allen se hace evidente en películas como Interiores (Interiors, 1978) o Hannah y sus hermanas (Hannah and Her Sisters, 1986). Por su parte, el cineasta austríaco Michael Haneke tampoco ha omitido su deuda con la película, más que evidente en La pianista (La pianiste, 2001). Stanley Kubrick quedó “fascinado y a la vez atormentado”, en palabras de su mujer, tras ver Gritos y susurros; la influencia de la película es bastante notable en la filmografía de Kubrick, especialmente en su relación con el uso del color rojo en películas como El resplandor (The Shining, 1980) o Eyes Wide Shut (1999).

 

Aquí en la soledad tengo la extraña sensación de que llevo demasiado ser humano dentro de mí”, escribió Bergman en sus diarios mientras trabajaba en el guion de la película. Sin duda, ese exceso de humanidad quedó plasmado en Gritos y susurros, una película que retrata la dualidad de la condición humana destacando sus virtudes y sus defectos. Gritos y susurros es una película compleja, dura y a la vez delicada; una película que mira a la Muerte de frente revelando su voz, al tiempo que revela el poder de la ternura, de la compasión y del amor para, al menos, descansar en paz. (Javier Ballesteros)

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