sábado, 23 de junio de 2018

Los estrenos en Sevilla de 22-06-2018


6 películas se estrenan el 22 de junio de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro películas estadounidenses, una suiza y una española. Esta semana se quedan sin editar en Sevilla “La guardianas” (Xavier Beauvois, 2017) estupenda película francesa que tuvimos ocasión de ver en la pasada edición de Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF 2017); tampoco se estrena en nuestra ciudad la película argentina “Nadie nos mira” (Julia Solomonoff, 2017), película sobre temática homosexual que pasó por el Festival de Tribeca 2017 y el Festival de Gijón 2017; otras ausencias en la cartelera es el documental holandés sobre la enseñanza “Miss Kiet's Children” (Petra Lataster-Czisch y Peter Lataster, 2016) y la película sueca de animación para adultos “Granny's Dancing on the Table” (Hanna Sköld, 2015). De nuevo, muchas ausencias en Sevilla entre los estrenos de esta semana. ¡Lástima! Y pasemos a nuestras recomendaciones para esta semana.


Con amor, Simón. (USA, 2018). Dir. Greg Berlanti. 
Adolescencia y homosexualidad se dan cita en esta comedia dramática interpretada por Nick Robinson, Jennifer Garner, Josh Duhamel y Katherine Langford.
En un lúcido momento de “Con amor, Simon”, el protagonista se interroga sobre la arbitrariedad que, durante tanto tiempo, ha obligado a la identidad homosexual a pasar por el fatigoso trámite de la salida del armario. ¿Qué ocurriría si fuesen los heterosexuales los que tuviesen que pasar por eso? Una serie de breves escenas muestra a los miembros del círculo de amigos del narrador confesando su heteronormatividad a sus respectivas familias, como si fuese un secreto vergonzante. Es un afortunado juego de inversiones que, de una manera puramente intuitiva y sin que se delate eco cinéfilo alguno, recuerda a las estrategias paradójicas que Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière orquestaron en su insuperable “El fantasma de la libertad” (1974): una brillante manera de ilustrar el absurdo de imponer sobre algo tan libre como el deseo el yugo de la convención social. Y, por extensión, una extraordinaria estrategia para evidenciar la anómala –o casi monstruosa- situación que, durante décadas, ha condenado al personaje homosexual a ser, salvo excepciones, el contrapunto o secundario cómico en un género tan popular como la comedia de instituto.
Tercer largometraje de Greg Berlanti, “Con amor, Simon”, basada en una novela de Becky Albertalli, es uno de esos raros trabajos cuya naturaleza convencional juega definitivamente a favor, porque su gran virtud no es otra que la de normalizar el protagonismo homosexual dentro de un género que ha construido su imaginario sin detectar otro margen de diferencia que el que separa al nerd del integrado. La película incluso otorga dignidad a un secundario de desaforada pluma. El modo en que los manuales de guion tiranizan la ficción mainstream matiza los logros al imponer un cierre de todas sus líneas narrativas, que convierte el tercer acto en algo excesivamente aparatoso. Hasta llegar ahí todo funciona. Y no se omiten claroscuros. Recomendada.



Hereditary. (USA, 2018). Dir. Ari Aster.
Terror, elementos sobrenaturales y casas encantadas se entremezclan en esta película americana interpretada por Toni Collette, Gabriel Byrne, Alex Wolff, Milly Shapiro y Ann Dowd.
Con lentitud ceremonial, la cámara se desplaza de una cabaña en un árbol a una imponente mansión, cuya arquitectura racionalista parece camuflar un alma de mausoleo o caserón gótico. En el interior de la casa, una maqueta en miniatura propone una diabólica “mise en abyme”, que se corona cuando el objetivo se acerca a una de las habitaciones a escala para mostrar al padre de familia entrando para despertar a su hijo. El deslumbrante arranque de “Hereditary”, ópera prima de Ari Aster, parece obsesivamente diseñado para que el espectador no confunda este trabajo con una película de terror al uso. De hecho, ese prólogo podría sugerir tanto una reescritura de “El hundimiento de la casa Usher” dibujada por Chris Ware como la adaptación de un hipotético manuscrito perdido en el que David Foster Wallace intentase infectar de trampantojo posmoderno los espacios de “El resplandor” de Stephen King. Al mismo tiempo, la secuencia establece las claves estilísticas de una película donde encuadres y juegos de escala se pondrán sabiamente al servicio de la desorientación del espectador. Y, por supuesto, no hay buen juego formal que no sirva al fondo: las empequeñecidas figuras humanas en el espacio se desvelarán, a medida que avance el relato, como perfecta obertura y síntesis poética para una historia sobre una familia que vive atrapada en algo que la sobrepasa, la precede y la contiene, como una herencia ancestral.
El fallecimiento de una matriarca con trastienda activa la pesadilla en este trabajo que limpia al género de todo lugar común para explotar situaciones de alto potencial angustioso: ¿acaso no supera cualquier rutinario susto de posproducción la sostenida angustia de un joven que, tras consumir marihuana en una fiesta, tiene que conducir por una carretera oscura mientras su hermana menor sufre un ataque de asma en el asiento trasero? La heterodoxa narrativa con la que se resuelve una secuencia clave, culminada con el desgarrado llanto de una Toni Collette en la que a ratos parece rugir el fuego del infierno, representa la inventiva constante con la que se va desgranando este relato sostenido sobre los cimientos de la verdadera perturbación.
Si el cine de terror está viviendo una nueva edad de oro, la primera película de Ari Aster parecía predestinada a ser su catedral. Solo el modo en que, al final, se recurre a la palabra para cerrar el relato compromete la cualidad enigmática de su imponente construcción. Recomendada.



Tully. (USA, 2018). Dir. Jason Reitman.
Comedia norteamericana interpretada por Charlize Theron, Mackenzie Davis, Mark Duplass, Emily Haine y Ron Livingston.
Sería poco serio acusar a estas alturas a Charlize Theron de haber descubierto la doctrina Monroe (Marilyn, en «Bus Stop») de la carrera en la media: realismo y falta de glamour para que te tomen por una actriz seria. Sobre todo porque ya lo hizo en «Monster», que mira por donde le valió un Oscar, «Pactar con el diablo» o, en cierto modo, en «Mad Max 4». Cierto que si quiere puede darle una patada (literal) en el trasero a cualquier James Bond que se le cruce si se pone «Atómica».
Centrar el comentario en Theron no es capricho, es de lejos lo mejor de la función. Incluso aunque no vaya de estupenda acapara el foco de nuestra atención en «Tully», donde lo primero que vemos de ella es su barriga, un enorme vientre de embarazada que no acaba de perder en todo el metraje. De hecho, el tema de la película –escrita por una mujer y madre de tres hijos, Diablo Cody– no es que ser madre afee tu figura sino que si bordeas la crisis de la mediana edad, tienes ya dos hijos, uno rozando el autismo, y un tercero por venir, y un marido que es el proverbial cero a la izquierda, puedes empezar a darte pena a ti misma y ver tele basura comiendo comida basura… El principio de realidad, de aceptar con una sonrisa que la vida puede ser una decepción según la excelsa doctrina Hara (Setsuko, en «Tokyo Story»), le llega a esta madre terminal por medio de una fuga de lo real que no podemos destripar aquí. Pero es algo así como una variante pospunki, o indie por lo menos, de Mary Poppins, una niñera para todo con un turno un tanto extraño, y con la que Mackenzie Davis se muestra capaz de pelear el plano con la gran Charlize. Recomendada.



El orden divino. (Suiza, 2017). Dir. Petra Biondina Volpe.
Premio del Público en el Festival de Tribeca 2017, estuvo presente también en la Sección Oficial del Festival de Gijón 2017
Comedia suiza con dosis de feminismo interpretada por Marie Leuenberger, Maximilian Simonischek, Rachel Braunschweig y Sibylle Brunner.
Hay datos que simplemente trascienden el debate sobre el feminismo para hacernos recapacitar como seres humanos: en Suiza las mujeres no pudieron votar en las elecciones hasta el año 1971. Será mejor repetir: en Suiza, país del (supuesto) primer mundo, territorio de amplio desarrollo económico en el que, según rezaba textualmente un discurso de la época, “la participación de las mujeres en la política” era contraria “al orden divino”. Y hasta allí, es decir, hasta anteayer mismo, se ha retrotraído la directora y guionista Petra Biondina Volpe, nacida un año antes de que su madre pudiera empezar a votar. Una película que, casi como no podía ser de otro modo, se adentra en el drama de la situación con el tono de la comedia con apuntes amargos. Más vale reírse.
Volpe se acerca al hecho a través del retrato coral de una serie de mujeres sencillas de un pequeño pueblo, que aprenden a liberarse en la cuadriculada Suiza, acogotadas por unas leyes que aún no les permitían, entre otras cosas, trabajar fuera de casa sin el permiso del marido. La toma de conciencia de unas pioneras de todas las edades, en la línea de la aún reciente “Sufragistas” (Sarah Gavron, 2015) —aunque esta, en Reino Unido, en vísperas de la I Guerra Mundial—, que pasan de la rebeldía callada a la rebeldía gritada, encajonadas en el centro de un mundo que, además, vivía tiempos de revolución y contracultura. Era la mentira de la dulce placidez suiza, impuesta por una sociedad patriarcal, que la directora relata con amplio didactismo, pero con narrativa cerca de lo convencional.
Más interesante en lo social que en lo cinematográfico, donde en nada destaca a pesar de su pulcritud, “El orden divino” aplica estereotipos formales, como la fotografía de tonos y textura añejos, como un “Cuéntame” suizo, y clichés en demasiadas conversaciones, como la del descubrimiento del cuerpo, mientras pocas veces sabe buscar la complejidad en una historia que, eso sí, en lo real, está tan claramente inclinada hacia un lado que resulta difícil encontrar defensas en el extremo masculino.
Quizá por ello prefiere ese tono costumbrista, casi dulce, donde las situaciones, por patéticas, responden a singularidades cómicas. ¿O no es cómico de por sí que, debido a la democracia directa suiza, únicamente los hombres de un país decidan en referéndum si dejan votar a las mujeres? Recomendada (con reservas).



El mundo es suyo. (España, 2018). Dir. Alfonso Sánchez.
Sección Oficial del Festival de Cine Español de Málaga 2017.
Comedia y sátira en esta nueva película de Alfonso Sánchez, interpretada por él mismo y por Alberto López, Carlos Olalla y Carlos Urban.
En un diálogo de “El mundo es suyo”, segundo largometraje de Alfonso Sánchez, secuela indirecta y perpendicular de “El mundo es nuestro” (2012), de semejante espíritu cafre, aunque con distintos personajes, los dos protagonistas se ven empequeñecidos ante la embestida vocal de un taxista que reflexiona sobre la diferencia entre tener gracia y ser un gracioso. Fina línea quizá indistinguible para buena parte de la humanidad, pero no para los de Cádiz y los de Sevilla, que por ahí van los tiros, y para la mayoría de sus alrededores andaluces.
Frente al cliché foráneo “¡qué graciosos son los andaluces!”, mentira podrida a la que también juega la película, ya sean de Cádiz, de Sevilla o un esaborío de Jaén, siempre se podrá deslindar la fina ironía del chiste grueso, y, sobre todo, la comicidad sutil que sale de dentro como el que no quiere la cosa de las ansias desmesuradas de que el público, ya sean tres en la barra del bar o la platea llena de un cine, ría las ocurrencias de un bufón. Y el problema es que frente a las variadas virtudes de “El mundo es suyo”, que no son pocas, también se impone, en particular en su primera mitad, un exagerado sentido de la comedia como jarana egocéntrica y subrayada, frente a la gracia natural, que también la tienen, de Sánchez y Alberto López, su habitual compadre.
La pareja de cómicos ha pasado del posibilismo de Internet y de la modestia económica de “El mundo es nuestro” a una producción con presupuesto más holgado, de mayor empaque formal, que, una vez más, destaca por la fantástica visión de los ambientes sevillanos, de abajo arriba, de las 3.000 viviendas a la comunión del niño con capea y coro rociero, y por el estupendo retrato de unos personajes muy reconocibles, del yonqui con la camiseta del Betis al pijo de la gomina, la bandera de España en el cinto y los zapatos castellanos, con palos para todos. Historia de corto recorrido temporal, apenas 24 horas, con ecos de “¡Jo, qué noche!”, pero con espíritu de relato picaresco, de la Sevilla del Siglo de Oro a la del nuevo milenio, sin apenas cambios en su golfería, “El mundo es suyo” es también una película plena de valentía en tiempos de corrección política, capaz de reírse con (y no de) buena parte de las minorías desfavorecidas de la sociedad española contemporánea.
Sin embargo, frente a sus aptitudes, hay en ella una rémora excesiva de otras películas —la estructura, y hasta la secuencia narrada a base de fotografías de la juerga, está calcada de “Resacón en las Vegas”—, y, sobre todo, esa falta de control sobre el chiste, más gritado que soltado, más enfatizado que lanzado con sutileza y el que lo pille para él. Instantes en los que la película está más cerca de ser graciosa que de tener gracia. No Recomendada.



Superagente canino. (USA, 2018). Dir. Raja Gosnell.
Cine familiar en clave de aventuras y comedia, interpretado por Will Arnett, Ludacris, Natasha Lyonne, Bern Collaco, Andy Beckwith y Clem So.
Después de su fallido intento para rescatar a un bebé de panda robado, el oficial canino Max (un solitario y fuerte Rottweiler) deberá trabajar junto a Frank (un agente humano del FBI) e infiltrarse en el siguiente objetivo de los ladrones: un certamen canino en Las Vegas. Los dos agentes se encontrarán inmersos en un mundo perruno con pedicuras, botox, depilaciones brasileñas y bocas antincendios chapadas en oro. Si quieren rescatar al panda deberán dejar a un lado su machismo y aprender a trabajar como compañeros. Cine familiar poco inspirado, seguramente cause frustración a cualquiera que tenga más de siete años. Torpe, poco divertida, los perros acaban dándote pena. No Recomendada.


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