6 películas se estrenan
el 22 de junio de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro
películas estadounidenses, una suiza y una española. Esta semana se quedan sin
editar en Sevilla “La guardianas” (Xavier Beauvois, 2017) estupenda película
francesa que tuvimos ocasión de ver en la pasada edición de Festival de Cine Europeo
de Sevilla (SEFF 2017); tampoco se estrena en nuestra ciudad la película
argentina “Nadie nos mira” (Julia Solomonoff, 2017), película sobre temática
homosexual que pasó por el Festival de Tribeca 2017 y el Festival de Gijón
2017; otras ausencias en la cartelera es el documental holandés sobre la
enseñanza “Miss Kiet's Children” (Petra Lataster-Czisch y Peter Lataster, 2016)
y la película sueca de animación para adultos “Granny's Dancing on the Table” (Hanna
Sköld, 2015). De nuevo, muchas ausencias en Sevilla entre los estrenos de esta
semana. ¡Lástima! Y pasemos a nuestras recomendaciones para esta semana.
Con amor, Simón. (USA, 2018). Dir. Greg
Berlanti.
Adolescencia y homosexualidad se dan cita en esta comedia
dramática interpretada por Nick Robinson, Jennifer Garner, Josh Duhamel y
Katherine Langford.
En un lúcido momento de “Con amor, Simon”, el
protagonista se interroga sobre la arbitrariedad que, durante tanto tiempo, ha
obligado a la identidad homosexual a pasar por el fatigoso trámite de la salida
del armario. ¿Qué ocurriría si fuesen los heterosexuales los que tuviesen que
pasar por eso? Una serie de breves escenas muestra a los miembros del círculo
de amigos del narrador confesando su heteronormatividad a sus respectivas
familias, como si fuese un secreto vergonzante. Es un afortunado juego de
inversiones que, de una manera puramente intuitiva y sin que se delate eco
cinéfilo alguno, recuerda a las estrategias paradójicas que Luis Buñuel y
Jean-Claude Carrière orquestaron en su insuperable “El fantasma de la libertad”
(1974): una brillante manera de ilustrar el absurdo de imponer sobre algo tan
libre como el deseo el yugo de la convención social. Y, por extensión, una
extraordinaria estrategia para evidenciar la anómala –o casi monstruosa-
situación que, durante décadas, ha condenado al personaje homosexual a ser,
salvo excepciones, el contrapunto o secundario cómico en un género tan popular
como la comedia de instituto.
Tercer largometraje de Greg Berlanti, “Con amor, Simon”,
basada en una novela de Becky Albertalli, es uno de esos raros trabajos cuya
naturaleza convencional juega definitivamente a favor, porque su gran virtud no
es otra que la de normalizar el protagonismo homosexual dentro de un género que
ha construido su imaginario sin detectar otro margen de diferencia que el que
separa al nerd del integrado. La película incluso otorga dignidad a un
secundario de desaforada pluma. El modo en que los manuales de guion tiranizan
la ficción mainstream matiza los
logros al imponer un cierre de todas sus líneas narrativas, que convierte el
tercer acto en algo excesivamente aparatoso. Hasta llegar ahí todo funciona. Y
no se omiten claroscuros. Recomendada.
Hereditary. (USA, 2018). Dir. Ari
Aster.
Terror, elementos sobrenaturales y casas encantadas se
entremezclan en esta película americana interpretada por Toni Collette, Gabriel
Byrne, Alex Wolff, Milly Shapiro y Ann Dowd.
Con lentitud ceremonial, la cámara se desplaza de una
cabaña en un árbol a una imponente mansión, cuya arquitectura racionalista
parece camuflar un alma de mausoleo o caserón gótico. En el interior de la
casa, una maqueta en miniatura propone una diabólica “mise en abyme”, que se
corona cuando el objetivo se acerca a una de las habitaciones a escala para
mostrar al padre de familia entrando para despertar a su hijo. El deslumbrante
arranque de “Hereditary”, ópera prima de Ari Aster, parece obsesivamente
diseñado para que el espectador no confunda este trabajo con una película de
terror al uso. De hecho, ese prólogo podría sugerir tanto una reescritura de “El
hundimiento de la casa Usher” dibujada por Chris Ware como la adaptación de un
hipotético manuscrito perdido en el que David Foster Wallace intentase infectar
de trampantojo posmoderno los espacios de “El resplandor” de Stephen King. Al
mismo tiempo, la secuencia establece las claves estilísticas de una película
donde encuadres y juegos de escala se pondrán sabiamente al servicio de la
desorientación del espectador. Y, por supuesto, no hay buen juego formal que no
sirva al fondo: las empequeñecidas figuras humanas en el espacio se desvelarán,
a medida que avance el relato, como perfecta obertura y síntesis poética para
una historia sobre una familia que vive atrapada en algo que la sobrepasa, la
precede y la contiene, como una herencia ancestral.
El fallecimiento de una matriarca con trastienda activa
la pesadilla en este trabajo que limpia al género de todo lugar común para
explotar situaciones de alto potencial angustioso: ¿acaso no supera cualquier
rutinario susto de posproducción la sostenida angustia de un joven que, tras
consumir marihuana en una fiesta, tiene que conducir por una carretera oscura
mientras su hermana menor sufre un ataque de asma en el asiento trasero? La
heterodoxa narrativa con la que se resuelve una secuencia clave, culminada con
el desgarrado llanto de una Toni Collette en la que a ratos parece rugir el
fuego del infierno, representa la inventiva constante con la que se va
desgranando este relato sostenido sobre los cimientos de la verdadera
perturbación.
Si el cine de terror está viviendo una nueva edad de oro,
la primera película de Ari Aster parecía predestinada a ser su catedral. Solo
el modo en que, al final, se recurre a la palabra para cerrar el relato
compromete la cualidad enigmática de su imponente construcción. Recomendada.
Tully. (USA, 2018). Dir. Jason
Reitman.
Comedia norteamericana interpretada por Charlize Theron,
Mackenzie Davis, Mark Duplass, Emily Haine y Ron Livingston.
Sería poco serio acusar a estas alturas a Charlize Theron
de haber descubierto la doctrina Monroe (Marilyn, en «Bus Stop») de la carrera
en la media: realismo y falta de glamour para que te tomen por una actriz
seria. Sobre todo porque ya lo hizo en «Monster», que mira por donde le valió
un Oscar, «Pactar con el diablo» o, en cierto modo, en «Mad Max 4». Cierto que
si quiere puede darle una patada (literal) en el trasero a cualquier James Bond
que se le cruce si se pone «Atómica».
Centrar el comentario en Theron no es capricho, es de
lejos lo mejor de la función. Incluso aunque no vaya de estupenda acapara el
foco de nuestra atención en «Tully», donde lo primero que vemos de ella es su
barriga, un enorme vientre de embarazada que no acaba de perder en todo el
metraje. De hecho, el tema de la película –escrita por una mujer y madre de
tres hijos, Diablo Cody– no es que ser madre afee tu figura sino que si bordeas
la crisis de la mediana edad, tienes ya dos hijos, uno rozando el autismo, y un
tercero por venir, y un marido que es el proverbial cero a la izquierda, puedes
empezar a darte pena a ti misma y ver tele basura comiendo comida basura… El
principio de realidad, de aceptar con una sonrisa que la vida puede ser una
decepción según la excelsa doctrina Hara (Setsuko, en «Tokyo Story»), le llega
a esta madre terminal por medio de una fuga de lo real que no podemos destripar
aquí. Pero es algo así como una variante pospunki, o indie por lo menos, de
Mary Poppins, una niñera para todo con un turno un tanto extraño, y con la que
Mackenzie Davis se muestra capaz de pelear el plano con la gran Charlize. Recomendada.
El orden divino. (Suiza, 2017). Dir.
Petra Biondina Volpe.
Premio del Público en el Festival de Tribeca 2017, estuvo
presente también en la Sección Oficial del Festival de Gijón 2017
Comedia suiza con dosis de feminismo interpretada por Marie
Leuenberger, Maximilian Simonischek, Rachel Braunschweig y Sibylle Brunner.
Hay datos que simplemente trascienden el debate sobre el
feminismo para hacernos recapacitar como seres humanos: en Suiza las mujeres no
pudieron votar en las elecciones hasta el año 1971. Será mejor repetir: en
Suiza, país del (supuesto) primer mundo, territorio de amplio desarrollo económico
en el que, según rezaba textualmente un discurso de la época, “la participación
de las mujeres en la política” era contraria “al orden divino”. Y hasta allí,
es decir, hasta anteayer mismo, se ha retrotraído la directora y guionista
Petra Biondina Volpe, nacida un año antes de que su madre pudiera empezar a
votar. Una película que, casi como no podía ser de otro modo, se adentra en el
drama de la situación con el tono de la comedia con apuntes amargos. Más vale
reírse.
Volpe se acerca al hecho a través del retrato coral de
una serie de mujeres sencillas de un pequeño pueblo, que aprenden a liberarse
en la cuadriculada Suiza, acogotadas por unas leyes que aún no les permitían,
entre otras cosas, trabajar fuera de casa sin el permiso del marido. La toma de
conciencia de unas pioneras de todas las edades, en la línea de la aún reciente
“Sufragistas” (Sarah Gavron, 2015) —aunque esta, en Reino Unido, en vísperas de
la I Guerra Mundial—, que pasan de la rebeldía callada a la rebeldía gritada,
encajonadas en el centro de un mundo que, además, vivía tiempos de revolución y
contracultura. Era la mentira de la dulce placidez suiza, impuesta por una
sociedad patriarcal, que la directora relata con amplio didactismo, pero con
narrativa cerca de lo convencional.
Más interesante en lo social que en lo cinematográfico,
donde en nada destaca a pesar de su pulcritud, “El orden divino” aplica
estereotipos formales, como la fotografía de tonos y textura añejos, como un “Cuéntame”
suizo, y clichés en demasiadas conversaciones, como la del descubrimiento del
cuerpo, mientras pocas veces sabe buscar la complejidad en una historia que,
eso sí, en lo real, está tan claramente inclinada hacia un lado que resulta
difícil encontrar defensas en el extremo masculino.
Quizá por ello prefiere ese tono costumbrista, casi
dulce, donde las situaciones, por patéticas, responden a singularidades
cómicas. ¿O no es cómico de por sí que, debido a la democracia directa suiza,
únicamente los hombres de un país decidan en referéndum si dejan votar a las mujeres? Recomendada (con
reservas).
El mundo es suyo. (España, 2018).
Dir. Alfonso Sánchez.
Sección Oficial del Festival de Cine Español de Málaga
2017.
Comedia y sátira en esta nueva película de Alfonso
Sánchez, interpretada por él mismo y por Alberto López, Carlos Olalla y Carlos
Urban.
En un diálogo de “El mundo es suyo”, segundo largometraje
de Alfonso Sánchez, secuela indirecta y perpendicular de “El mundo es nuestro”
(2012), de semejante espíritu cafre, aunque con distintos personajes, los dos
protagonistas se ven empequeñecidos ante la embestida vocal de un taxista que
reflexiona sobre la diferencia entre tener gracia y ser un gracioso. Fina línea
quizá indistinguible para buena parte de la humanidad, pero no para los de
Cádiz y los de Sevilla, que por ahí van los tiros, y para la mayoría de sus
alrededores andaluces.
Frente al cliché foráneo “¡qué graciosos son los
andaluces!”, mentira podrida a la que también juega la película, ya sean de
Cádiz, de Sevilla o un esaborío de Jaén, siempre se podrá deslindar la fina
ironía del chiste grueso, y, sobre todo, la comicidad sutil que sale de dentro
como el que no quiere la cosa de las ansias desmesuradas de que el público, ya
sean tres en la barra del bar o la platea llena de un cine, ría las ocurrencias
de un bufón. Y el problema es que frente a las variadas virtudes de “El mundo
es suyo”, que no son pocas, también se impone, en particular en su primera
mitad, un exagerado sentido de la comedia como jarana egocéntrica y subrayada,
frente a la gracia natural, que también la tienen, de Sánchez y Alberto López,
su habitual compadre.
La pareja de cómicos ha pasado del posibilismo de
Internet y de la modestia económica de “El mundo es nuestro” a una producción
con presupuesto más holgado, de mayor empaque formal, que, una vez más, destaca
por la fantástica visión de los ambientes sevillanos, de abajo arriba, de las
3.000 viviendas a la comunión del niño con capea y coro rociero, y por el
estupendo retrato de unos personajes muy reconocibles, del yonqui con la
camiseta del Betis al pijo de la gomina, la bandera de España en el cinto y los
zapatos castellanos, con palos para todos. Historia de corto recorrido
temporal, apenas 24 horas, con ecos de “¡Jo, qué noche!”, pero con espíritu de
relato picaresco, de la Sevilla del Siglo de Oro a la del nuevo milenio, sin
apenas cambios en su golfería, “El mundo es suyo” es también una película plena
de valentía en tiempos de corrección política, capaz de reírse con (y no de)
buena parte de las minorías desfavorecidas de la sociedad española
contemporánea.
Sin embargo, frente a sus aptitudes, hay en ella una
rémora excesiva de otras películas —la estructura, y hasta la secuencia narrada
a base de fotografías de la juerga, está calcada de “Resacón en las Vegas”—, y,
sobre todo, esa falta de control sobre el chiste, más gritado que soltado, más
enfatizado que lanzado con sutileza y el que lo pille para él. Instantes en los
que la película está más cerca de ser graciosa que de tener gracia. No Recomendada.
Cine familiar en clave de aventuras y comedia,
interpretado por Will Arnett, Ludacris, Natasha Lyonne, Bern Collaco, Andy
Beckwith y Clem So.
Después de su fallido intento para rescatar a un bebé de
panda robado, el oficial canino Max (un solitario y fuerte Rottweiler) deberá
trabajar junto a Frank (un agente humano del FBI) e infiltrarse en el siguiente
objetivo de los ladrones: un certamen canino en Las Vegas. Los dos agentes se
encontrarán inmersos en un mundo perruno con pedicuras, botox, depilaciones
brasileñas y bocas antincendios chapadas en oro. Si quieren rescatar al panda
deberán dejar a un lado su machismo y aprender a trabajar como compañeros. Cine
familiar poco inspirado, seguramente cause frustración a cualquiera que tenga
más de siete años. Torpe, poco divertida, los perros acaban dándote pena. No Recomendada.
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