viernes, 19 de enero de 2018

Los estrenos en Sevilla de 19-01-2018



8 películas se estrenan el 19 de enero de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos producciones estadounidenses, dos francesas, una argentina, una mexicana, una rusa y una japonesa. Y ningún estreno de producción propia. Se queda sin editar en nuestra ciudad tres producciones españolas, el drama “Las heridas del viento” (Juan Carlos Rubio, 2017) de temática homosexual; el documental “Universal y faraona” (Venturas Pons, 2018), donde el director muestra una vez más su amor por la ciudad de Barcelona; y el documental en clave experimental “El mar nos mira de lejos” (Manuel Muñoz Rivas, 2017). Por otro lado, resaltar que esta semana haya entrado en cartelera “Most beautiful Island” (Ana Asensio, 2017) que quedó la semana pasada sin editar en nuestra ciudad. Así nos gusta, que los cines sevillanos apuesten por todo tipo de estrenos, no sólo lo puramente comercial. Este es nuestro repaso semanal a los estrenos en Sevilla.      

 

120  pulsaciones por minuto. (Francia, 2017). Dir. Robin Campillo.

Drama sobre el SIDA y de temática homosexual protagonizado por Nahuel Pérez Biscayart, Adèle Haenel, Yves Heck y Arnaud Valois.    

10ª película que se estrena en nuestra ciudad de la Sección Oficial del Festival de Cannes 2017. Gana el Gran Premio del Jurado en Cannes 2017 y es seleccionada por Francia como su representante en los Oscars 2018.

“Todo el mundo sabe que la plaga se acerca, todo el mundo sabe que se mueve rápido”. Con unos pocos versos de su “Everybody Knows” (la canción ideal para vacunarse contra la nostalgia de los 80), Leonard Cohen atestiguaba una época en la que la pasividad institucional, cuando no la hostilidad, se combinaba con la desinformación a pie de calle para crear la sensación de que todo el mundo, especialmente los varones gays y bisexuales, tenía una señal de peligro al pie de la cama. Y, aunque en “120 pulsaciones por minuto” no suene la voz del canadiense (la de Jimmy Somerville viene más al caso), uno piensa que este filme sobre los años trágicos del sida tiene algo de su espíritu: el del cínico que busca motivos para no rendirse al Apocalipsis, bien se hallen estos en la espiritualidad o (en el caso del director Robin Campillo, que vivió todo aquello desde dentro) en el activismo popular y en un procedimiento asambleario descrito de forma muy metódica y muy francesa. El autor de esta cinta ha trabajado con Laurent Cantet en varias películas, entre ellas “La clase”, y eso se nota mucho.

Así, “120 pulsaciones por minuto” rechaza de lleno el melodrama asociado a las narrativas sobre el síndrome: una de las primeras escenas de la película es todo un esputo en la cara de “Philadelphia”. Y rechaza también la ingenuidad de trabajos más optimistas acerca de la causa LGBT, como la británica “Pride”. Aquí los activistas tienen a veces ideas de bombero, y en sus reuniones campan a lo grande los egos y los intereses opuestos. Pero cuando el trabajo de Campillo impacta de verdad es en su último tramo: la bestia se desata, los cuerpos se desmoronan y un polvo pringoso y exultante en una cama de hospital es la última línea de defensa frente a aquello que podría haberse evitado. Luego, como epílogo, los amigos preguntándose cuál de los culpables se llevará un puñado de cenizas en la cara. Recomendada.

 

 

Los archivos del Pentágono. (USA, 2017). Dir. Steven Spielberg.

Drama basado en hechos reales y centrado en el mundo del periodismo, interpretado por Tom Hanks, Meryl Streep, Sarah Paulson, Jesse Plemons y  Bob Odenkirk.

Nominada a 6 Globos de Oro (incluido mejor Película de Drama).

El score lo compone John Williams.

El cine de Spielberg suele honrar el terreno que pisa, la historia, la aventura, la ciencia ficción, el holocausto, el bélico…, y hasta nos contó aquello de «érase una vez un tiburón…», y el mar del veraneo nunca volvió a ser el mismo. Ahora, con esta película, honra el terreno del periodismo, que no le viene mal, dicho sea de paso, que alguien lo honre. «Los archivos del Pentágono» fija su mirada en dos asuntos esenciales: en la decisión de publicar o no unas informaciones clasificadas sobre la actuación de varias Administraciones en la Guerra de Vietnam, y en la relación profesional y respetuosa entre la propiedad y la dirección de un periódico; es decir, Spielberg entra de lleno en la prístina deontología de un oficio que queda magníficamente retratado en el ambiente y la temperatura de redacción, teclear, reuniones, idas, venidas, ritmo de cierre…, una redacción con la humareda de 1971, que es cuando ocurren los hechos.

Pero hay aún algo más interesante que la redacción del «The Washington Post», y es la circunstancia de que su propietaria y editora, Katharine Graham, es una mujer y Spielberg enmarca con talento esa «anomalía» en sus entradas a la gallera de los Consejos y en su necesidad de poner huevos (liderazgo) como gallo y no como gallina. Magnífico retrato con tres o cuatro trazos de la dignidad y fuerza de una mujer y una editora de periódico, y envidiable estampa en sus contactos en clave respetuosa e íntegra con su director, Ben Bradlee, al que también se le dibuja con el valor y la decencia de quien sabe para quién trabaja, los gobernados y no los que gobiernan (principios).

Como es lógico, Meryl Streep y Tom Hanks están a la altura de sus magníficos personajes, y no necesitan de subrayados ni atenciones simplonas por parte de Spielberg para sublimarlos; la puesta en escena es insuperable, el ritmo, el tic-tac, los espacios, la infinidad de detalles que la cámara de Spielberg nos proporciona para que el espectador sienta lo intenso y vibrante de ese oficio que tiene tan mala prensa. Recomendada.



Most beautiful Island. (USA, 2017). Dir. Ana Asensio.

Drama y thriller de corte independiente, protagonizado por Ana Asensio, Natasha Romanova, David Little y Nicholas Tucci.

Tanto en “La línea del cielo” (1983) de Fernando Colomo como en “La vida inesperada” (2013) de Jorge Torregrossa, el espejismo del sueño americano, en su modulación neoyorquina, era desarticulado por la mirada de unos protagonistas, españoles atraídos por el brillo de la metrópolis, que acababan topándose con el desencanto de la precariedad y la supervivencia en los intersticios de ese supuesto Edén. Las claves, en ambos casos, eran las de una eficaz comedia costumbrista, sostenida en el carisma de sus actores y en la lúcida observación de las pequeñas diferencias entre el forastero y el integrado (o supuestamente integrado). En “Most Beautiful Island”, la actriz Ana Asensio debuta en la dirección contando algo parecido –una destilación de sus propias experiencias como inmigrante a la deriva en un Manhattan que no es el que idealizó Allen-, pero renunciando por completo a esas claves genéricas para tantear otras, con considerable fortuna.

Su película pasa del preciso y nada discursivo retrato de personaje -construido a través de conversaciones, encuentros y erráticos trayectos por las calles de la ciudad impasible- a un descenso literal al subsuelo, que se modula en forma de película de terror. Un espacio desnudo, una tensa espera y unos cuerpos en tensión le bastan a Asensio, también entregada en cuerpo y alma como actriz, para convocar una pesadilla que no necesita recurrir a ningún golpe bajo para ramificar su considerable poder de perturbación. Recomendada.



El joven Karl Marx. (Francia, 2017). Dir. Raoul Peck.

Biopic ubicado en el siglo XIX, interpretado por August Diehl, Stefan Konarske, Vicky Krieps, Olivier Gourmet y Hannah Steele.

Cuando, en “I’m Not Your Negro”, Raoul Peck rescataba las palabras de James Baldwin para darles nueva vida, su intención no era tanto la de preservar la memoria de la lucha por los derechos civiles (que también), sino comprobar cómo resonaban las palabras del escritor sobre las imágenes de un presente que sigue siendo el escenario de una encarnizada lucha. Allí eran las armas del documental las que le permitían levantar un discurso propio a partir de la resurrección de un discurso ajeno. En “El joven Karl Marx”, el marco se adapta a las exigencias convencionales y eminentemente didácticas del biopic, pero el cineasta demuestra que, incluso en un género derivado de una tradición literaria nacida al servicio de la construcción de una identidad burguesa en el siglo XVIII, es posible hacer la revolución… aunque sea dentro de un orden.

El “Like a Rolling Stone” de Bob Dylan acompaña, en los créditos finales de “El joven Karl Marx”, un montaje de imágenes que levanta acta de la perenne vigencia del pensamiento del filósofo alemán. La lucha de clases era y es una realidad, aunque el recuerdo de las derivas que pervirtieron la pureza de la utopía comunista a lo largo del siglo XX –siempre en la agenda de esa doctrina del miedo que el orden neoliberal suministra con metódica regularidad- tenga atenazado a un proletariado al que la revolución le empieza a parecer casi un extravío malsonante. Peck no es marxista –el compromiso político de quien fue ministro de cultura en Haití durante dos años se inscribe en el ámbito del nacionalismo anti-imperialista-, pero tiene claro que de Karl Marx no le interesan ni la estatua conmemorativa, ni la figura de cera, sino la energía de ese momento vital en el que, con la complicidad de Engels, entraron en combustión unas ideas capaces de transformar el mundo.

“El joven Karl Marx” es, así, una película de ideas en movimiento, con combates dialécticos en el lugar de las escenas de acción y un especial cuidado en reivindicar lo privado como zona de experimentación de nuevas maneras de amar, vivir e imaginar futuros colectivos. Guionista de Jacques Rivette y veterano de la etapa maoísta de Cahiers du Cinéma, el co-guionista Pascal Bonitzer ayuda a Peck a sintetizar y condensar largos procesos ideológicos en un trabajo que muchos han subestimado por su vocación clásica, sin apreciar la sostenida inteligencia de sus decisiones narrativas. Recomendada.



Zama. (Argentina, 2017). Dir. Lucrecia Martel.

Drama ubicado en el siglo XVIII protagonizado por Daniel Giménez Cacho, Matheus Nachtergaele, Juan Minujín y Lola Dueñas.

Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF 2017) y nominada al Goya a Mejor Película Hispanoamericana.

'Zama' deja claro que los nueve años que Lucrecia Martel ha pasado sin estrenar películas no ha hecho sino multiplicar su intrepidez artística y su vocación iconoclasta. Ambientada al final del siglo XVIII en la Sudamérica colonial, acompaña a un funcionario del imperio español que pierde la cabeza mientras espera un traslado para atacar la bruteza masculina y la mentalidad ignorante y racista que sustenta los imperialismos. En el proceso, la película no maneja estructuras narrativas al uso sino sobre todo texturas y densas atmósferas visuales y sonoras que deliberadamente tratan de confundir al espectador e invitarlo a que se rinda a su contundente poder sugestivo. Es una obra absolutamente única, que ofrece difícil acceso pero a cambio proporciona generosas recompensas sensoriales. Recomendada (con reservas).



Me estás matando, Susana. (México, 2016). Dir. Roberto Sneider.

Comedia romántica interpretada por Gael García Bernal, Verónica Echegui, Ashley Hinshaw y Daniel Giménez Cacho.

Presente en la Sección Oficial del Festival de Cine de Málaga 2017.  

Un pequeño sinvergüenza, tan bajito y tan canalla como puede resultar Gael García Bernal, que es mucho, se pasa la película persiguiendo a su mujer, quien trata de demostrarle que el adjetivo posesivo (ese «su») no es ni debe ser literal. Verónica Echegui, cada vez más versátil, está a la altura del carisma del actor mexicano y ambos –apenas hay un plano en el que no aparezca al menos uno– hacen más apetecible una película cuyo título podría espantar a un gladiador. Aunque peor era el de «Jo, que noche» (en castellano) y a Scorsese le salió una pequeña maravilla.

La película de Roberto Sneider, que dirige un título por década, destaca por su frescura y por tocar varios géneros sin agarrarse a ninguno. Es como la vida misma. No llega a ser una comedia, casi nunca es decididamente romántica –en todo caso no es nada ñoña– y le faltan kilómetros para ser «de carretera», aunque los protagonista viajan hasta Estados Unidos.

Ese mismo mestizaje se aplica a su mirada, más cínica que moral, más pragmática que idealista. Su crítica del machismo es tan suave como su forma de saltar el muro y probablemente no satisfará a los que esperaban una denuncia ni resultará cómoda a quienes deberían sentirse aludidos.

La adaptación de la novela de José Agustín «Ciudades desiertas» termina por ser «normal», casi sosa, y a la vez nada convencional. Justo ahí radica gran parte de su encanto. Las ajustadas interpretaciones completan la sensación de que, bajo su aspecto sencillo, en esta película hay más verdad y complejidad de las que aparenta. No Recomendada.



Mazinger Z Infinity. (Japón, 2017). Dir. Junji Shimizu.

Película de animación japonesa. Manga.

Toda cultura popular surgida entre las cenizas de una derrota bélica reclama a gritos una urgente sesión de psicoanálisis. En el Japón de 1956, la aparición del manga Tetsujin 28-go de Mitsutero Yokoyama poseía todos los rasgos de una fantasía compensatoria: punto de partida del fértil subgénero de los mecha –historias protagonizadas por robots gigantes-, Tetsujin 28-go confiaba al hijo de un científico el control (remoto) de un ingenio creado originalmente con fines bélicos. El armamento por estrenar tras la rendición se reciclaba como prótesis para mejorar la auto-estima de una nación derrotada (encarnada en la figura de un niño de diez años con dotes detectivescas). Tendrían que pasar casi dos décadas para que un autor tan transgresor como escasamente sutil, Gô Nagai, acabara dándole al subgénero su identidad definitiva, disociando ese elemento psicoanalítico de su referente directo para vincularlo a algo que no conoce fecha de caducidad: lo libidinal. Su “Mazinger Z” seguía siendo una prótesis para su propietario Koji Kabuto, pero destinada no a aliviar sus carencias espirituales, sino a reforzar algo tan tangible como la virilidad adolescente.

Con su universo de brutos mecánicos, villanos de dos sexos, cabezas voladoras y pechos misil, “Mazinger Z”, personaje manga sublimado como icono del anime televisivo, está forjado con la materia volcánica del sueño húmedo púber. Por fortuna, “Mazinger Z Infinity”, la aplicada película que le ha dedicado Junji Shimizu en ocasión del cuadragésimo quinto aniversario del personaje, no ha caído en la tentación de adaptar este imaginario a la preservativa moderación de los tiempos. Todos los ingredientes tradicionales están aquí, puestos al servicio de una historia que juega a la hipérbole, reivindica que los hallazgos de Nagai precedieron a los Transformers e introduce nuevos focos de tensión sentimental, sin esconder que, en el fondo, todo esto va de sexo sublimado. Los aficionados al manga no deben perdérsela, los restantes pueden dejarla pasar. No Recomendada.



Salvando al reino de Oz. (Rusia, 2017). Dir. Vladimir Toropchin.

Película de animación rusa en clave de aventuras. Cine familiar.

Matemático y escritor de novelas para niños, el ruso Alexánder Volkov creó la que según los especialistas es su mejor obra partiendo del mítico relato “El maravilloso mago de Oz”, publicado por L. Frank Baum en el año 1900. Recogiendo sus personajes principales, Dorothy y sus tres compañeros de viaje, Volkov escribió en 1939 “El mago de Oz”, y posteriormente una serie de secuelas, haciendo algo bien interesante: dotar al villano de la historia de una orientación y unas características militares que acababan llevando al cuento del camino de baldosas amarillas hasta el territorio de la alegoría infantil sobre los totalitarismos.

Y esa es precisamente la única virtud, la única particularidad, de “Salvando al reino de Oz”, adaptación cinematográfica de los textos de Volkov, creada por el animador ruso Vladímir Toropchin. Una película con una historia que fluye relativamente bien en su narrativa, pero con una técnica cerca de lo pedestre en su proceso animado digital, por mucho que en ciertos instantes se intente imitar, en los volúmenes y en los movimientos, la artesanal técnica del stop motion.

De modo que a pesar de que el quijotesco diseño del hombre de hojalata resulta muy atractivo, y de que la notable banda sonora otorga cierto empaque a su ritmo y a su tono, la película es una más de esas discretas producciones animadas que vienen llegando a nuestro país casi cada semana, procedentes de medio mundo, en busca del público de multisalas seguramente más fiel: el infantil. No Recomendada.

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