5 películas se estrenan el 5 de enero de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Tres producciones estadounidenses, una canadiense y una española. Quedan sin editar en nuestra ciudad la comedia de cine independiente “Qué fue de Brad” (Mike White, 2017), protagonizada por Ben Stiller y la comedia belga “Entre ellas” (Solange Cicurel, 2017). Comencemos el año pidiéndoles a los Reyes Magos que se queden menos películas sin estrenar en Sevilla. Echemos un repaso a los 5 filmes estrenados.
Wonderstruck: El museo de las maravillas. (USA, 2017). Dir. Todd Haynes.
Drama de época (años 20 y años 70) protagonizado por Oakes Fegley, Julianne Moore, Michelle Williams y Amy Hargreaves.
El score lo compone Carter Burwell.
9ª película que se estrena en nuestra ciudad de la Sección Oficial del Festival de Cannes 2017.
Preciosísima doble historia en «Wonderstruck», la de una niña sordomuda en la década de los años veinte y la de un niño accidentalmente sordo en la de los setenta, que el guion irá puntuando de modo paralelo y dejando rastros y sentimientos entre uno y otro, ambos huidos a Nueva York en busca de referencias paternales.
Esa capacidad inigualable de Haynes para empapar de época y buen gusto su cine («Carol», «Lejos del cielo»…) produce aquí un magnifico pulso visual entre los dos tiempos de ese Nueva York, en blanco y negro, en color y musical. Y aunque el atado de hilos narrativos en el guion, ese enternecedor lazo entre las dos historias y sus protagonistas, deja ver el nudo con antelación, se construye el puzzle sentimental con gran eficacia y emoción.
Todd Haynes es un cineasta muy admirado por Almodóvar, y aunque «Wonderstruck» no participe del universo melodramático del gusto del director manchego, hay que dejarlo en salazón para que aguante sin caducar hasta el final, por si acaso. Recomendada.
Molly´s Game. (USA, 2017). Dir. Aaron Sorkin.
Drama basado en hechos reales protagonizado por Jessica Chastain, Idris Elba, Kevin Costner y Michael Cera.
Nominada a Mejor Guión y Mejor Actriz de Drama (Jessica Chastain) en los Globos de Oro 2017.
Moly es el nombre de la planta mágica que Hermes entregó a Odiseo para poder derrotar a la maga Circe, que había animalizado a los miembros de su tripulación tras seducirles con los placeres de su palacio. Circe podría ser la santa patrona de todos los casinos y burdeles del planeta: la portadora de un inquietante secreto, consistente en haber contemplado el porcino mínimo común denominador de todo sujeto necesitado de sus servicios y su discreción. Una sola letra separa a la planta mágica del nombre de la protagonista de la ópera prima como director de Aaron Sorkin, guionista que, en ningún momento de su trayectoria, había levantado el más mínimo atisbo de duda sobre su poderosa autoría, pese a no haberse sentado hasta ahora en la silla de mando del cineasta. Si Molly Bloom fuese objeto de su invención, uno podría acusarle de sobrecargarlo todo de significado, pero el personaje interpretado por Jessica Chastain en “Molly’s Game”, deportista malograda que se reinventó como emprendedora del póker ilegal, es tan real como el libro de memorias del que ha partido Sorkin para este debut de brillantez tan avasalladora como previsible. Quizá la biografía de Bloom demuestra que la vida es más poderosa que la ficción, pero el trabajo del director guionista sobre esa vida también demuestra que uno de los usos de la ficción puede ser el de extraer y amplificar todas las potencialidades simbólicas de una vida. Así, en un momento de la película, Molly piensa en sí misma como Circe y el espectador puede pensar que sí, Molly es, a la vez, Circe y su moly; la maga y su integridad para proteger el secreto, aun a su pesar.
También parece llovido del cielo el eco nominal joyceano en un trabajo dominado por la autoconciencia lingüística, donde los alcohólicos abren sus monólogos con hipotéticos títulos de novela negra o los jueces dictan sentencia como si pidieran un plato al camarero. El lenguaje, sinuoso como el recorrido de una esquiadora en una pista con baches, es el motor de este excepcional trabajo que, en su sentido cocainómano del montaje, sabe apropiarse de la vulgaridad de “El lobo de Wall Street” (2013) o “La gran apuesta” (2015) para subrayar que no es el glamour, sino la sordidez lo que está más cerca del dinero. Una brizna de integridad –el Santo Grial sorkiniano- aguarda en el último rincón del infierno materialista. Recomendada.
Que baje Dios y lo vea. (España, 2018). Dir. Curro Velázquez.
Comedia donde se mezcla la religión y el futbol, protagonizada por Karra Elejalde, Alain Hernández, J. M. Montilla "El Langui", Macarena García y Tito Valverde.
El score lo compone Fernando Velázquez.
El costumbrismo suele tener siempre un as en la manga para proveerse indefinidamente de llamativos toques de atención: la realidad es un yacimiento inagotable para lo paradójico y lo aparentemente insensato. Así pues, la existencia de una Champions Clerum, competición deportiva que enfrenta a equipos de futbol sala europeos integrados por sacerdotes podría parecer la afortunada ocurrencia de un guionista con ganas de jugar a hacer una comedia de la Ealing, pero resulta que es material estrictamente proporcionado por la realidad: nacida en 2005, la competición ha obtenido sus puntuales y dispersos ecos informativos, ricos en la explotación de lo anecdótico –la querencia de los hombres de fe por el juego limpio y su resistencia a blasfemar en la cancha-, que atrajeron la atención del hasta ahora guionista Curro Velázquez a la hora de encontrar una premisa para su opera prima como director.
“Que baje Dios y lo vea” –proyecto que nació bajo el título de “Uno, equis, Dios”- se inscribe dentro de esa tradición de comedia deportiva que centra su atención en la superación de un reto colectivo desproporcionado en aras de una simbólica derrota del Bien contra el Mal: en este caso, los novicios de un monasterio amenazado por la especulación aspirarán a ese triunfo en la Champions Clerum que les garantizará la protección del territorio. Un buen material de partida para una comedia blanca que, no obstante, se malogra en un resultado que parece delatar un denso entramado de decisiones de productor caracterizadas por el automatismo y la mímesis irreflexiva de éxitos de taquilla precedentes.
Resulta desalentador que a un actor como Karra Elejalde no se le pida (o no se le deje) construir un personaje, porque lo que se busca no es a un actor que interprete a un monje, sino la inmediata comicidad derivada de un Karra –a poder ser, el mismo Karra de sus últimos trabajos- con hábito. Que la película conciba a los novicios como una suerte de tiernos inmaduros afectivos y que el camino a la victoria pase por la celebración de ese tan fastidioso factor identitario –los cojones- corona el desaliento. No Recomendada.
Insidious: La última llave. (USA, 2018). Dir. Adam Robitel.
Secuela de terror sobre elementos sobrenaturales, protagonizada por Lin Shaye, Angus Sampson, Leigh Whannell, Josh Stewart y Caitlin Gerard.
La cuarta entrega de 'Insidious' parece que deja a la franquicia sin ninguna parte a la que ir. Es extremadamente irregular y confusa y está mal desarrollada. Al ser la secuela de la precuela 'Insidious: Capítulo 3' (2015) –su relato, pues, habla de eventos justo anteriores a los narrados en 'Insidious' (2010)-, esta película intenta estrujar un poco más una saga ya gastada. El director Adam Robitel demuestra saber cómo construir tensión y despistar la atención del espectador, pero eso no evita que buena parte de los sustos sean predecibles en buena medida porque son los de siempre. Y la preocupación por conectar con la mitología preexistente resta foco a la historia y genera cierta sensación de rutina. Como resultado, 'La última llave' solo satisfará a completistas de la ficción seriada y a los más ávidos aficionados al género. No Recomendada.
Sola en casa. (Canadá, 2017). Dir. Peter Lepeniotis.
Película de animación.
Que hay un universo creativo alejado de las grandes productoras de cine de animación infantil se demuestra con la ingente cantidad de películas del formato que se vienen estrenando cada año, sobre todo en época vacacional. Sin embargo, que en esos territorios y casas, ajenos a la enorme maquinaria inventiva y publicitaria de tótems como Pixar, Disney, DreamWorks o Sony, se circule completamente por libre, con ideas propias, sin referentes provenientes precisamente de esos emblemas del éxito, tanto en el dibujo como en la narrativa, es bastante más dudoso. Por suerte los hay, pero no tantos como sería de celebrar.
Y entre los que, desde su época de cortometrajista, han visto domesticadas sus ínfulas creadoras está el canadiense Peter Lepeniotis, director debutante con la digna pero convencional “Operación Cacahuete”, demasiado alejada en materia innovadora de su pieza inspiradora, que decidió mantenerse al margen en la reciente secuela, y que de nuevo aparece por los cines españoles con su nueva obra: “Sola en casa”, película de cierta apariencia en algunos aspectos, pero usual en otros, que deambula entre lo peculiar y lo mil veces visto, en torno al sempiterno trauma de los críos por las constantes mudanzas de sus padres —en este caso madre, en solitario— de ciudad en ciudad, y por tanto de amigos en amigos, de vida en vida.
Mezcla de cotidianidad y de fantasía, con una nueva casa atestada de bárbaros trolls y de bondadosos gnomos, la película de Lepeniotis, a pesar del aspecto un tanto mecánico de su animación digital, destaca por la eficacia de la expresión corporal y facial de su chica protagonista. Esas caídas de ojos hacia sus mayores, esos arqueos de ceja, entre la chulería, el pasotismo y el falso beneplácito, tan típicos de la pre-adolescencia, están clavados en un dibujo de personaje muy simpático, que se completa incluso en los gestos de piernas, brazos y cuello, realistas a pesar de no serlo, en esa estampa tan habitual con la mirada fija en el móvil o tableta y los auriculares en las orejas.
Y aunque la historia no muestre nada nuevo, se nota que hay alguien con gusto para la puesta en escena animada y su montaje, sencillos y elegantes, desde luego mucho más trabajados, cinematográficos y sugestivos que sus insípidos y olvidables villanos de turno. No Recomendada.
Dando la nota 3. (USA, 2017). Dir. Trish Sie.
“La La Land” fue apenas un espejismo. Un año después de su triunfo, cualquier rendija abierta para la resurrección del musical clásico parece haberse cerrado mientras una saga tan escuchimizada como “Dando la nota” anda ya por su tercera entrega. Si en la primera película de la serie, independientemente de sus virtudes musicales, que no eran demasiadas, al menos había rebeldía, refrescantes mensajes sobre la alienación juvenil, chistes escatológicos descacharrantes, incorrección política y procacidad juvenil y feminista, “Dando la nota 3” languidece ahora entre convencionalismo, falta de atrevimiento y mecánica musical de andar por casa.
Como en las dos primeras películas de la franquicia, Kay Cannon, artífice de aquellas gotas de cianuro en la lengua de la estrellitas de American Idol, sigue al frente del guion, pero nada recuerda ya a aquella bomba de relojería. Porque al brío en la puesta en escena de Jason Moore, director de musicales de Broadway y candidato al premio Tony, le sucedió sin fuste alguno la actriz y productora Elizabeth Banks en la segunda parte de la saga, y ahora la todavía más pedestre Trish Sie en la tercera. Que en cuatro años “Dando la nota” haya pasado de estar dirigida por un prestigioso director teatral a ser comandada por la artífice de “Step up: all in” solo es síntoma de los derroteros que a veces toman las vidas adultas en pos de la horterada y el encefalograma plano.
Con números musicales cada vez más anodinos, la película tiene además un hilo conductor que tampoco parece demasiado revolucionario: las chicas del grupo a capella cruzan el charco para cantar en las bases militares del ejército estadounidense en tierras europeas, entre ellas la de Rota. De modo que parte del metraje se ha ido resquebrajando entre pensamientos malsanos de una posible competición en carnavales con las chirigotas gaditanas. No Recomendada.
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