5 películas se estrenan
el 14 de julio 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos producciones
son estadounidenses, una británica, una alemana y una serbia. Lamentamos que no
se haya estrenado en Sevilla la película búlgara “Un mundo de gloria (Glory)” (Kristina
Grozeva y Petar Valchanov, 2016), que se llevó el Premio a Mejor Película en el
Festival de Gijón 2016 y el Premio a Mejor Film Internacional en el Festival de
Edimburgo 2017. Pero ya sabemos que los estrenos en Sevilla no dependen de la
calidad de los filmes sino del potencial comercial de los mismos, ya que al fin
y al cabo, éste es el negocio de los exhibidores. Solo una recomendación esta
semana. Y mucho es….
La Guerra del planeta de los simios. (USA, 2017). Dir. Matt
Reeves.
A pesar del triunfo, este mismo año, de “Kong:
La isla calavera”, superproducción ligera, aguerrida y efervescente, de
soberbia orientación del ritmo y refrescante sentido del humor autoparódico, la
última década del cine mundial ha quedado marcada por los blockbusters sombríos
con enormes, seguramente demasiadas, ansias de trascendencia, donde la
grandilocuencia no sólo asomaba la pezuña sino que además acababa, en sobrados
casos, por resquebrajar el producto con su zarpa metida a destiempo. El control
entre lo que se está contando y cómo se está contando no pocas veces resulta
clave en tiempos de impostura dramática y angustia juvenil, y justo por eso es
tan admirable lo que ha conseguido Matt Reeves con “La guerra del planeta de
los simios”, tercera entrega del excelente renacimiento de la saga original de
los años sesenta y setenta, intensa película bélica (no de acción, aún menos de
aventuras, aunque tenga ciertos elementos de ambos géneros), que se impone
desde la gravedad sin caer en la pomposidad. Hay énfasis, y mucho, pero, salvo
algunos destellos en los que la constante música de Michael Giacchino goza de
desmesurada presencia, guiando al espectador de la mano hacia una emoción un
tanto cargante, la película de Reeves es un prodigio de la técnica y una
notable narración de guerra. Novedoso en el tono (ni es John McTiernan ni
George Lucas, por un extremo; y aún menos Christopher Nolan, por el otro), el
relato sería impensable sin el espectacular avance tecnológico de la “motion
capture”, las imágenes generadas digitalmente a partir del movimiento y la
extraordinaria expresividad de sus intérpretes. Porque aquí, al ya
experimentado Andy Serkis se une la memorable actuación de Steve Zahn, con un
personaje que es un cañón: un maravilloso náufrago clásico, heredero del Ben
Gunn de “La isla del tesoro” y del Viernes de “Robinson Crusoe”. Y el hecho de
que uno de los grandes subtextos de la película, escondido tras la salvaje
actitud de los seres humanos, sea la construcción de un gran muro, acaba por
modular una película de impecable factura, arriesgada gama dramática, teniendo
en cuenta sus ambiciones comerciales, e incuestionable mensaje político. Recomendada.
Su mejor historia. (Reino Unido, 2016). Dir. Lone
Scherfig.
“Su mejor historia
(Their Finest)”, última obra de la realizadora danesa Lone Scherfig, toma en su
título original parte de la célebre frase «This was their finest hour»,
pronunciada por Winston Churchill dentro del discurso a la Cámara de los
Comunes del Parlamento británico el 18 de junio de 1940. El carácter
propagandístico de aquellas palabras buscaba ensalzar la moral del país en
tiempos de guerra. La película que nos ocupa retoma el contexto de un Londres
asediado por los bombardeos constantes de la Segunda guerra mundial para
simbolizar, a través del cine, un excelente retrato de la sociedad de la época,
y, sobre todo, curiosear en los mecanismos de ficción otorgándoles una voluntad
transformadora. Un ejercicio de sofisticación a medio camino entre las comedias
de la Ealing y la elegante poética visual de Michael Powell y Emeric
Pressburger... Además el sentido quimérico, de escapismo, se plasma en la mente
de Catrin, soñando con fotogramas imaginarios, dejando campar a riendas sueltas
la fantasía medular de proyectar todo aquello que queramos. La imagen ilusoria
es absorbida por una fuerza ilusionante. Recomendada (con reservas).
Cars 3. (USA, 2017). Dir. Brian Fee.
En
el seno de una cultura empeñada en dejar de tratar al espectador como tal para
transformarlo en cliente (de una obra, pero también de su red de productos
derivados), resulta inevitable que se vayan abandonado viejas costumbres como
la de entrar en una sala de cine con el ánimo abierto a toda posibilidad de
descubrimiento. El proceso también tiene sus contrapartidas problemáticas para
quienes han establecido las reglas del juego: sí, la figura del cliente suele
ser más rentable que la del mero espectador, pero el cliente es, también, aquel
que, en un momento dado, pide el libro de reclamaciones. Y, también, aquel que
siempre tiene razón, aunque no la tenga. Y buena parte de la clientela habitual
de Pixar pidió simbólicamente el libro de reclamaciones ante las sucesivas
entregas de la saga Cars, porque el hábito consumidor les había hecho asociar
la marca a ambición conceptual y leve claroscuro adulto y resultaba que las
aventuras de Rayo McQueen eran una propuesta infantil sin coartadas (y sin
alicientes para el adulto medio, a no ser que tuviera una sensibilidad
receptiva a los logros animados y una sólida nostalgia como jugador del
Scalextric). El cliente, como tantas otras veces, no tenía exactamente la
razón: Pixar era una marca que no debería haber sido asociada a su target, sino
a la excelencia de su arte de síntesis y, en ese sentido, tanto “Cars” (2007)
como “Cars 2” (2011) no solo cumplían con creces (en la expresividad de los
ojos / parabrisas, en la flexibilidad de las superficies cromadas, en las
afortunadas caracterizaciones de personajes), sino que se tomaban el esfuerzo
de dialogar, de manera harto ingeniosa, con los sucesivos –e insospechados-
referentes genéricos del western sedentario y la aventura bondiana. “Cars 3” no
ofrece exactamente lo que esos clientes que reclamaron exigirían de una
producción Pixar, sino que es, realmente, algo mucho más perverso: la
reproducción exacta de la idea que esos detractores tenían de las dos primeras
entregas. Es decir, la película rutinaria, mecánica y confiada al piloto
automático que no fueron “Cars” y “Cars 2”. Debut en la dirección del diseñador
de storyboards Brian Fee, “Cars 3” satiriza levemente la cultura corporativa y
motivacional, entona su lamento nostálgico ante la subordinación a la
tecnología y echa un capote de agenda a la visibilidad femenina con la misma
convicción de quien conduce su utilitario a unas vacaciones en casa de los
suegros. No Recomendada.
En la Vía láctea. (Serbia, 2016). Dir. Emir Kusturica.
El
estilo propio poco tiene que ver con el regodeo en la sistemática personal. Ese
instante en el que se debilitan de tal modo las virtudes, el universo
individual, lo que tiene el cine de misteriosamente único, para dar paso a un
recorrido huidizo, una salida por la calle de en medio en forma de autocopia.
No son pocos los directores que han caído en la tentación, sobre todo los que
siempre habían poseído una meridiana tendencia hacia el lirismo y una peligrosa
costumbre por lo hiperbólico. Y aún más lo que habían entrado previamente en un
bache creativo del que es complicado salir. El serbio Emir Kusturica, otrora
pope del cine europeo, cumplía las dos vertientes, la grandilocuencia y la
crisis, y así le ha salido “En la Vía láctea”: otra desteñida fotocopia de su
mejor cine, la segunda tras aquella discretísima “Prométeme”, de 2007. Tras una
década sin filmar una película de ficción, el abigarrado y, puntualmente,
genial cineasta serbio regresa a sus bandas de música errantes y a sus
explosiones de animalidad, de violencia lírica y de negro sentido del humor, a
sus cabras y a sus guerras, a sus matrimonios de conveniencia, a su cine. Los
elementos, aunque expuestos en un tono más cálido, son los habituales, pero
Kusturica ya no es el mismo: aquel ganador en Cannes con “Underground” (1995);
aquel rabioso practicante del esperpento mugriento de “Gato negro, gato blanco”
(1998), durante años en sesión golfa de un cine madrileño. En su nueva
historia, quizá más romántica, todo es tan Kusturica que hasta el propio
Kusturica se ha colocado de actor protagonista, sin caer en la cuenta de que no
posee la más mínima expresividad. Todo es tan Kusturica que su hija Dunja
ejerce de coguionista, y su hijo Stribor, de autor de la banda sonora, apenas
un destilado del gran Goran Bregovic de “El tiempo de los gitanos”, “El sueño
de Arizona” y “Underground”. Si, por edad o por despiste cinéfilo, no se ha
visto una sola película del serbio, su libertad narrativa, sus diseños
industriales y hasta su desparrame de sensaciones incluso puede sorprender (o
también cargar), pero difícilmente el experimentado espectador de Kusturica
puede caer en la artimaña que es “En la Vía láctea”. No Recomendada.
Cita a ciegas con la vida. (Alemania, 2017). Dir. Marc
Rothemund.
No tenemos ningún motivo para dudar de la autenticidad de la emocionante
historia de superación personal del alemán de origen cingalés Saliya Kahawatte
que inspira esta película: un tipo que, siendo técnicamente ciego, consiguió
engañar a sus profesores y sus compañeros de un curso de alta hostelería, e
incluso a su propia novia, haciéndoles creer que veía perfectamente y llevaba
una vida normal. El problema es que, tal y como la cuenta Marc Rothemund, no
hay modo de creerse absolutamente nada: por lo que se ve en pantalla, a menos
que todos los que le rodeaban fueran cretinos integrales, es imposible que
nadie se diera cuenta de nada. Y que los pocos que lo hicieron se volcaran en
ayudarle incondicionalmente, sin ponerle una sola traba, entra directamente en el
territorio de la ciencia ficción... aunque según Summers “To er mundo é güeno”,
la vida no es así. Se supone que el filme, planteado en tono de comedia,
debería provocar un buen rollo colectivo pero, siendo como es más falso que un
duro de dos caras, se queda muy lejos. Que al frente de la película esté Marc
Rothemund, director que hace poco más de una década se dio a conocer
internacionalmente con la, esta sí, inspiradora “Sophie Schöll”, el relato del
grupo de la Rosa Blanca, los jóvenes universitarios alemanes que se atrevieron
a enfrentarse al nazismo desde la resistencia no violenta, no hace más que
aumentar la desazón. Desde entonces, Rothemund no es que haya pasado de los
grandes temas a los pequeños, pues esa divergencia, de por sí, no existe, ya
que siempre dependerá del tratamiento. Pero sí ha transitado desde las
aspiraciones de profundidad a un descorazonador gato por liebre tan
contemporáneo como el marketing personal. No Recomendada.
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