La primera
toma promete un idilio: una cadena de colinas suavemente ondulante, iluminada
por los primeros rayos del sol naciente, se refleja en la superficie del agua,
mientras se oye una música apacible. La película termina con una utopía: el
jefe indio Bromden (Will Sampson), un gigantesco paciente de la institución
psiquiátrica en régimen de internado emplazado en medio de este paisaje, rompe
la ventana del baño y huye hacia la libertad como si flotara.
Entre estas
imágenes, el director Milos Forman desarrolla una parábola sobre la impotencia
y la presión de la adaptación del individuo en el contexto de un sistema
represivo en forma de drama tragicómico sobre la vida, la muerte y la
supervivencia puramente vegetativa en el manicomio. La casa de ventanas
enrejadas registra un nuevo ingreso: Randle P. McMurphy (Jack Nicholson), un
criminal condenado por violencia y estupro es internado para su observación;
está bajo sospecha de fingir estar loco sólo para librarse del duro trabajo de
un campamento penitenciario. Pronto queda claro que McMurphy es la única
persona del lugar que todavía tiene suficiente fantasía e iniciativa para
contrarrestar un poco el aburrimiento paralizante que predomina allí. Sin
embargo, por ello entra en conflicto con la primera enfermera, Mildred Ratched
(Louise Fletcher), que se ha propuesto organizar los días de forma tan vacía e
insulsa como sea posible. McMurphy empieza a socavar su autoridad, bien en
pequeñas cosas como el hecho de cuestionar el desarrollo siempre idéntico del
día, bien con verdaderas malas pasadas (una escapada de la clínica que termina
con una divertida excursión de pesca). Mientras que los pacientes experimentan, gracias a las actividades de McMurphy, un aumento de su autoestima, en la
reacción de la enfermera Ratched y su negativa a no tolerar nada que no sea la
rutina, se revela el carácter totalitario de su estricto régimen siempre
atrincherado tras una conducta pseudodemocrática.
Interpretar la película como una crítica de la moderna psiquiatría supondría un malentendido. Es evidente que Milos Forman apunta más alto: se trata de una alegoría del poder y la sociedad. Una de las escenas clave de “Alguien voló sobre el nido del cuco” es el momento en que se hace evidente que la mayoría de los pacientes está en la clínica por propia decisión y que, por tanto, éstos se someten voluntariamente a la tiranía y a las humillaciones cotidianas. Contrasta con ello una escena en la que McMurphy, quien está encarcelado, fracasa en su intento de arrancar una tubería del cuarto de baño, tras lo cual comenta, nada resignado: “Por lo menos lo he intentado”. De hecho, el carterista McMurphy nunca se hace cargo de la seriedad de su situación, y se imagina que está en un juego hasta que ya es demasiado tarde para salir de él. En una ocasión, hacia el final de la historia, tiene la oportunidad de escapar: la ventana ya está abierta. La cámara enfoca largo rato el rostro de McMurphy hasta que se dibuja una sonrisa en sus labios: se queda y el “juego” continúa.
Pero lo
cierto es que la broma no va a seguir por mucho tiempo, ya que el personal de
la clínica responde con una violencia física y psíquica cada vez mayores a la
creciente toma de conciencia de sí mismos y la consecuente rebeldía de los
pacientes. Al final, McMurphy es sometido a una lobotomía y se convierte en un
idiota que sonría apaciblemente. El jefe indio decide asesinar a su amigo y
terminar por su cuenta lo que había comenzado.
Milos Forman
retoma la tradición de exigir la libertad individual: siguiendo una ética que
libera a las personas en lugar de sujetarlas a un sistema mediante exigencias. El
modelo contrario y oculto de la película es un mundo en el que un tipo
estrafalario no ha ingresado en la clínica psiquiátrica, un mundo en el que a
nadie se le imponen roles ni reglas de juego y en el que no se considera
peligroso a quien no se puede contar ni entre los locos ni entre los normales.
El “nido del
cuco” que describe Forman es nuestro nido, es el mundo en el que vivimos,
pobres locos, sometidos a la severa autoridad burocrática de unos, a las presiones
económicas de otros; aquí la promesa de bienestar, allí estelas de libertad,
pero siempre obligados a tragarse las píldoras amargas de miss Ratched.
Sobre Jack Nicholson diré que con su aspecto taimado, astuto y voluptuoso, su mímica y gestualidad agresiva y sus famosas muecas maliciosas, sigue siendo, hoy en día, el actor ideal para personajes cuya existencia no se ve determinada por el intelecto, sino por su instinto animal. En sus papeles más conocidos interpretó a rebeldes -Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), locos -El resplandor (1980)-, asesinos estúpidos -El honor de los Prizzi (1985)-, tenaces detectives privados –Chinatown (1974)- y, como apoteosis de sus creaciones, el malvado y siempre sonriente payaso asesino Joker en Batman (1988) de Tim Burton. El punto de inflexión en su carrera le llegó con su papel de abogado permanentemente alcoholizado en Easy Rider-Buscando mi destino (1969), el drama de Dennis Hopper sobre la pérdida del “sueño americano”, película de culto de toda una generación, que supuso para Nicholson una candidatura a los oscars. Desde entonces ha ganado ya tres oscars y ha dirigido varias películas.
Y ya para terminar os comento que este film cuenta con el privilegio de ser una de las tres películas ganadoras en los premios Oscar de las cinco estatuillas principales de la Academia: Oscar a la mejor película, Oscar al mejor director, Oscar al mejor actor, Oscar a la mejor actriz y Oscar al mejor guión adaptado. Esta hazaña sólo la igualaron las películas Sucedió una noche (1934) y El silencio de los corderos (1991), pero ésta que os reseño es la única de las tres en ganar esos cinco premios en los Globos de Oro de 1975. Os la recomiendo ver.
Sobre Jack Nicholson diré que con su aspecto taimado, astuto y voluptuoso, su mímica y gestualidad agresiva y sus famosas muecas maliciosas, sigue siendo, hoy en día, el actor ideal para personajes cuya existencia no se ve determinada por el intelecto, sino por su instinto animal. En sus papeles más conocidos interpretó a rebeldes -Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), locos -El resplandor (1980)-, asesinos estúpidos -El honor de los Prizzi (1985)-, tenaces detectives privados –Chinatown (1974)- y, como apoteosis de sus creaciones, el malvado y siempre sonriente payaso asesino Joker en Batman (1988) de Tim Burton. El punto de inflexión en su carrera le llegó con su papel de abogado permanentemente alcoholizado en Easy Rider-Buscando mi destino (1969), el drama de Dennis Hopper sobre la pérdida del “sueño americano”, película de culto de toda una generación, que supuso para Nicholson una candidatura a los oscars. Desde entonces ha ganado ya tres oscars y ha dirigido varias películas.
Y ya para terminar os comento que este film cuenta con el privilegio de ser una de las tres películas ganadoras en los premios Oscar de las cinco estatuillas principales de la Academia: Oscar a la mejor película, Oscar al mejor director, Oscar al mejor actor, Oscar a la mejor actriz y Oscar al mejor guión adaptado. Esta hazaña sólo la igualaron las películas Sucedió una noche (1934) y El silencio de los corderos (1991), pero ésta que os reseño es la única de las tres en ganar esos cinco premios en los Globos de Oro de 1975. Os la recomiendo ver.
Virginia Rivas
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