9 películas se estrenan
el 21 de julio 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Tres producciones
son estadounidenses, dos británicas, una alemana, una rumana, una israelí y una
argentina. Ningún estreno “made in Spain” y se queda sin editar en Sevilla el
documental turco sobre animales “Kedi (Gatos de Estambul)” (Ceyda Torun, 2016).
En esta semana nos arrojamos y recomendamos dos estrenos.
Dunkerque. (USA, 2017). Dir. Christopher Nolan.
Hay tanto que contar de esta película que es
preferible ir a sentirla directamente, no vaya a sobrevenir el fin del mundo.
Christopher Nolan sumerge al espectador en la experiencia desoladora de la muerte.
Se ha calculado que un corazón medio pierde un tercio de su volumen cuando echa
el telón «Dunkerque», una historia simple contada con un alarde técnico
asombroso, sobre todo por su invisibilidad. Es el truco final coronado por un
mensaje positivo, de esperanza en nuestra especie. La historia avanza a
diferentes velocidades, que sin embargo no despistan. Al cineasta británico le
encanta fabricar cajas chinas, matrioshkas narrativas. Baraja las semanas, los
días y las horas como un prestidigitador, pero sin la complejidad de los
universos paralelos de «Interstellar», los sueños enroscados de «Origen» o la
historia al revés de «Memento». El ardid le ayuda a cambiar el cuadro general
de la guerra, de la que apenas deja esbozos, por el primer plano de quien aún
no sabe si será un héroe o un cobarde. El personaje capital es un señor modesto
(Mark Rylance), encarnación del valor anónimo, anhelante de salvar vidas pero
indiferente a las medallas. Otro hallazgo es lo que no se muestra. No hay
miembros despedazados, esvásticas ni banderas. La película es «antinazi», pero
por estética inversa, extirpados la grandilocuencia y los discursos. Y si hay
movimientos de masas, aparecen acobardadas; incluso recuerdan a los refugiados
en sus pateras. Se hace apología del esfuerzo individual, del triunfo de otro
tipo de voluntad. Nolan debe más al Spielberg de «El diablo sobre ruedas», con
un enemigo sin rostro, que al soldado Ryan. La estética de la violencia es
sustituida por la del miedo, más profunda. No menos importante es la textura
que proporciona el pincel de otro maestro, Hoyte Van Hoytema, un genio de la
cámara. Hans Zimmer compone una banda sonora soberbia, abrumadora con sus
sonidos de muerte, aunque algo obvia en sus pasajes épicos. Puede que el mayor
milagro haya sido rodar, a estas alturas, una película bélica distinta a todas
las anteriores y a la filmografía propia, sin perder el sello de una caligrafía
magistral. El estilo está al servicio de una idea, no de una ideología, sin
odio ni altanería, con piedad por los que sufren. Hay respeto por el oficio de
soldado, por la carne de cañón. Hay también sangre, sudor y lágrimas, pero no
se banalizan derramándolos por la pantalla, donde sí rezuman los medios, la
ambición y el talento de un director que evoluciona y supera su reto:
proporcionar una experiencia única, algo que el espectador no puede (ni debe,
por su bien) vivir fuera de una sala de cine. Recomendada.
Sieranevada. (Rumanía, 2016). Dir. Cristi Puiu.
Presentada en la
sección oficial del Festival de Cannes 2016. Ganadora del Premio a Mejor
Película en el Festival Internacional de Chicago. Proyectada en el Festival de
Cine Europeo de Sevilla (SEFF´2016). Quizá el
angosto recibidor de un piso de clase media en Bucarest sea el mirador más
privilegiado para contemplar el mundo entero. Y diagnosticarlo. O a esa
conclusión ha llegado el rumano Cristi Puiu -que se reveló con “La muerte del
señor Lazarescu” (2005)- en su monumental último trabajo, “Sieranevada”, una
comedia dramática coral que dedica buena parte de sus casi tres horas de
metraje a abandonar al espectador en medio de esa claustrofóbica zona de paso:
una ubicación abierta a una serie de habitaciones que parecen bullir de
actividad durante la celebración del memorial por la muerte reciente del cuestionado
patriarca de la familia, pero, al mismo tiempo, precario palco desde el que
asistir a un agresivo recital de música concreta -contundentes portazos,
crispaciones sociales, seísmos emocionales, ocultaciones-, y, a partir de ahí,
construir sentido, como el ser humano en un universo cada vez más
indescifrable. Aunque el demiurgo -Cristi Puiu- no haya facilitado manual de
instrucciones. Transmitir la esquiva naturaleza de una película tan ambiciosa y
radical como esta no es tarea fácil. Con todo, mucho más difícil tiene que
haber sido construir una maravilla como esta: ¿cómo puede escribirse un guion
para una película así, en la que todo parece estar sucediendo sin estar
pautado, sin haber sido construido? ¿Cómo se rueda algo semejante, con esa
coreografía invisible de cuerpos tensos buscando un hueco en una domesticidad
que parece hacerse más opresiva a cada minuto, con cada nueva presencia? “Sieranevada”
es un trabajo que enfrenta el espectador con la más estimulante y descarnada
especificidad del cine como lenguaje: con la aparente aleatoriedad
¿posaltmaniana? de sus largos planos desplazándose de un centro de atención a
otro, con su lograda ilusión de tiempo real pese a la puntual inelegancia de
algunos de sus cortes de plano, la película de Puiu es muy difícil de imaginar
bajo otra forma, como, por ejemplo, novela o montaje teatral. Una enervante
discusión conyugal sobre disfraces de princesas Disney abre la espita del
recital de incomodidades de este trabajo virtuoso que, sí, indaga en el estado
de la cuestión rumana –con los ecos de Ceaucescu, la fobia a los gitanos, la
religión- para elevarse a diagnóstico universal de un presente de
individualidades sin referentes, abandonadas al consuelo de las versiones
oficiales de los hechos o al estímulo de la paranoia y a las que quizá sólo les
quede la risa patética como única respuesta. Recomendada.
Conquistar la universalidad desde el
localismo es uno de los triunfos del cine del humanismo. Como el de Maha Haj,
sugestiva debutante en la dirección, hasta ahora directora artística de
películas de Elia Suleiman (The time that remains) y Ziad Doueiri (El
atentado), que con “Asuntos de familia” logra extenderse hacia afuera y hacerse
entender desde dentro, con un drama de apuntes cómicos que, con apariencia de
leve, se hace fuerte en la sutileza y la caricia, pero también en la
incomprensión y el egoísmo. Los de una familia palestina de Israel que ha
crecido en Nazaret, pero que en diversas generaciones se extiende hasta Suecia
y que, a pesar de la lejanía, (casi) podría ser la nuestra. De lo remoto a lo
global, o el ser humano como repetidor de semejantes formas dramáticas de
fastidio mutuo, aquí comandadas por el desencuentro de un matrimonio de
jubilados al borde de la ancianidad, que ya apenas se dirige la palabra ni la
mirada, hundido en una incomprensión mutua descorazonadora y desgraciadamente
clásica, capaz de montar una batalla a cada paso de cotidianidad, con la mujer
aguantando siempre un par de puñaladas por la espalda más que el hombre. A
través de planos fijos y sin banda sonora, Haj despliega un envidiable gusto
para el encuadre, componiendo secuencias de incomunicación generacional e
intergeneracional de gran finura, en las que, de un modo siempre inesperado,
saltan chispas de notable humor negro. Con la señera “Cuentos de Tokio”
(Yasujiro Ozu, 1953) como referente ineludible, “Asuntos de familia” parece, en
su primera mitad, dejar de lado el sempiterno conflicto político de la zona, al
menos en los textos, en favor de un simbolismo carcelario de todos modos muy
palpable. Sin embargo, en su último tercio, esa prisión en forma de
representación alegórica se hace carne física, cuando sus protagonistas
pretenden moverse en libertad por una zona llena de fronteras: políticas,
sociales, culturales, familiares. "El tiempo pasa rápido cuando no estás
solo", dice una de sus jóvenes protagonistas en un momento del relato,
como un lema solidario que, en cambio, no acaba de confirmarse en el devenir de
los que la rodean. Quizá porque Haj, guionista además de directora, sabe que
los consejos universales tampoco existen. Y que la familia puede ser muchas
veces una magnífica tabla de salvación, pero también un infalible método de
ahogamiento. Recomendada (con reservas).
Una noche fuera de control. (USA, 2017). Dir. Lucia
Aniello.
Comedia
de aspecto sinvergüenza que, sin embargo, lo único que hace es retomar el
lenguaje, la actitud y el tono donde lo dejaron Berg (Very Bad Things) y los
Farrelly (Algo pasa con Mary), para plantarlo en una comedia protagonizada por
mujeres. Chicas comportándose en una despedida de soltera como siempre se
exhibió que lo hacían los chicos. El que espere de “Una noche fuera de control”
una nueva “La boda de mi mejor amiga”, ésta sí, novedosa, descacharrante y
brillante en su comicidad y en su asalto social, está muy equivocado. De hecho,
Lucia Aniello, coguionista y directora de “Una noche fuera de control”, bien
haría en pagar a Berg una cantidad de dinero en concepto de derechos de autor,
pues roba a “Very Bad Things” tanto su esencia argumental ―un mortal accidente
relacionado con una de las actividades sexuales de la celebración―, como
incluso la forma en el que este se desarrolla. Poca imaginación. No Recomendada.
A 47 metros (Reino Unido, 2017). Dir. Johannes Roberts.
El
título alude a la profundidad en la que quedan atrapadas las dos jovencitas de
la película, pero los metros es lo de menos si se mira la cantidad de tiburones
que caben en ese espacio. No hay novedades con las leyes del subgénero, y el
guion se limita a procurar que usted pase tanta angustia como ellas: la bombona
del aire se acaba, los escualos crecen, la torpeza inevitable en estos casos
(todo se les cae, todo les sale mal…). La historia procura una novedad con
respecto a otros films de tiburones, y es que aquí no son listos como Hannibal
Lecter, ni vengativos, ni estrategas como aquel de Spielberg o de Collet Serra
en «Infierno Azul», que parecían salidos de un máster en Harvard. Son
simplemente tiburones con hambre, lo cual tampoco tranquiliza. El director,
Johannes Roberts, no se plantea más conflicto que el de la supervivencia, y no
saca la acción del fondo del mar y del miedo a la dentellada: la película no da
para más reflexiones que la de lo tonto que es el ser humano en su relajo
vacacional (que igual se tira por la terraza del hotel que se bebe el «cóctel
de la casa»). Y en eso está lo oportuno de esta película de género y estación:
conviene verle la dentadura a un tiburón antes de irse al mar a hacer el
merluzo. No Recomendada.
Siete deseos. (USA, 2017). Dir. John R. Leonetti.
Clare Shannon es la típica adolescente de 17 años: sobrevive al instituto
como puede, intenta ser popular y se preocupa mucho por lo que los demás
piensan de ella. Todo normal hasta que un buen día su padre le regala una caja
de música con una inscripción muy peculiar, dado que pone que está creada para
conceder los deseos de su dueño. Clare no tiene nada que perder, así que
comienza a pedir deseos que mágicamente se van cumpliendo uno a uno. Comienza a
tener dinero, fama y amor, pero empezará a darse cuenta de que todo esto tiene
un precio. Todas las personas de su alrededor empiezan a morir de forma
espantosa por lo que tendrá que deshacerse de la caja lo más rápidamente para
salvar la vida de sus seres queridos. Está cinta de terror fantástico está
protagonizada por Joey King y dirigida por John R. Leonetti. La cinta tiene
chispazos de alegre desparpajo en el devenir de su trama, pero no sortea
demasiado bien los vericuetos de un tipo de cine más bien olvidadizo: los
esquejes de comedia de instituto, la insipidez de su protagonista, las constantes
sumas de dos y dos… Rescatemos si acaso el final, que no por anunciado deja de
tener su gracia, rehúye la complacencia y se carcajea a gusto de sus propias
memeces –combinadas con fogonazos de mala leche– esbozadas a trompicones
durante el metraje. Quien no se conforma… No Recomendada.
Inseparables. (Argentina, 2016). Dir. Marcos Carnevale.
Versión argentina casi exacta del filme
francés “Intocable” (Olivier Nakache y Eric Toledano, 2011). Antes el cine de
Hollywood volvía a rodar películas poco vistas por allí, para aprovecharse de
su éxito y llevarlas al gran público. Ahora todo el mundo copia a todo el mundo
y cada vez con más rapidez, ya sea legalmente, como aquí, o con adaptaciones
más o menos encubiertas ahorrándose el pago de derechos. Oda al público medio
―simpatía un tanto forzada, drama sin explicitudes, leves apuntes sociales―, “Intocable”
es quizá el más genuino representante del cine popular del nuevo milenio. Y
Carnevale, consciente de su categoría de reloj preciso en ese terreno, ha
decidido tocar muy poco. “Inseparables” se adapta bien a la sociedad argentina,
y a su favor tiene un gran dúo de intérpretes. François Cluzet, la sutileza, y
Omar Sy, el desborde, estaban perfectos. Óscar Martínez y Rodrigo de la Serna
son iguales de buenos (o mejores aún). Sin embargo, también tiene aspectos en
contra: una música funkie espantosa que no encaja ni en tono ni en tempo
cinematográfico, y unos juegos de montaje un tanto chabacanos en las
transiciones. Lo demás es (casi) todo igual. Los fanáticos de “Intocable”, ya
saben. El resto, también. No Recomendada.
El último virrey de la India. (Reino Unido, 2017). Dir. Gurinder
Chadha.
Para Gurinder Chadha, directora de “Quiero
ser como Beckham” (2002), la llegada de Lord Mountbatten a Nueva Delhi para
gestionar el proceso de independencia de la India tras el dominio colonial no
es solo un hecho histórico, sino el contexto de un doloroso episodio de la
memoria familiar que se hace explícito en los créditos finales. “El último
virrey de la India” intenta conciliar ese doble percepción de la Historia –la
objetiva y la personal-, pero lo resuelve con la palmaria torpeza de
machihembrar una recreación didáctica del proceso, atravesada de una
contradictoria nostalgia imperialista, con los modos de un melodrama sobre el
tema de los amantes separados por irreconciliables diferencias de origen: aquí,
un hindú y una musulmana ejercen de declinación funcional de Romeo y Julieta
sobre un paisaje que es el germen de heridas que siguen sangrando en el
presente. Un fetichismo colonial con el membrete de exquisitez de una
megaproducción de la BBC –cada pieza de cubertería parece elegida con la
obsesiva precisión de un comisario de museo- envuelve, pero no camufla, las
ingenuidades de una simplificación del juego de tensiones a través de las voces
de la servidumbre y el desaforado sentimentalismo de un clímax que confunde
intensidad con aspaviento. Levantada sobre una paradoja ideológica esencial, “El
último virrey de la India” ofrece un generoso material para psicoanalizar la
herencia de amor/odio que el Imperio británico dejó en la psique de una
cineasta procedente de una familia golpeada por la cesión de territorio indio a
Pakistán. No Recomendada.
Película que narra la historia de Mara Lorbeer, una
joven de quince años que descubrirá que tiene poderes extraordinarios, pudiendo
incluso viajar en el tiempo. Mara se sentirá desubicada ante tal revelación, pero
un profesor suyo le ayudará a conocer el origen de tales poderes mágicos.
Mientras tanto, ambos tendrán que intentar salvar al mundo del malvado dios
nórdico, Loki, y conseguir derrotar al mal antes de que sea demasiado tarde.
Mitología nórdica, fantasía y acción se juntan en esta película basada en las
novelas juveniles escritas por Tommy Krappweis. El film está dirigido por el
escritor Tommy Krappweis, quien firma el guion junto a Sebastian B. Voss, y
protagonizado por Lilian Prent, Jan Josef Liefers, Esther Schweins, Christoph
Maria Herbst, y Eva Habermann. Cine familiar para estas fechas que llega dos
años después de su producción a la cartelera española. No Recomendada.
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