Un artículo de José Melero Bellido.
En este breve artículo se pretende subrayar algunas de las características
que, a juicio de sus estudiosos, conforman lo más personal, original y valioso
de la producción de Rafael Azcona.
A su juicio el realismo azconiano constituye una de las claves de sus
novelas y guiones. Ahora bien, su realismo, el de un escéptico esencial, se
sustenta únicamente en lo que percibe por sus sentidos, siempre muy atentos; se
quiere significar así que el realismo de Azcona no parte de un fondo o un
sistema conceptual de referencia sino, según él, de asociaciones.
Aunque siempre se habla de su individualismo, Azcona no es un ser aislado
en lo absoluto, sino que su realismo entronca con una tradición cultural
poderosa, la de un lector empedernido y autodidacta que ama la tradición de la
picaresca y otras corrientes contrarias al discurso franquista, oficialista
triunfante.
Su realismo no nace de una inquietud política sino vital, no se apoya como
otros escritores de su generación en una conceptualización social donde habita
un conjunto de gente humilde adornada con luces de bondad, de amor, de
autenticidad. No, sus pobres no son referentes morales o éticos, pertenecen,
como todos sus personajes, a ambientes concretos, sin artificio, pues Azcona
jamás habla por referencias. La visión del mundo que tiene Azcona no es
maniquea ni moralista. Nadie es mejor ni peor que nadie, todos somos egoístas
por turnos.
Una última apostilla: el realismo, en la concepción de Rafael Azcona, se
queda en nada sin una cierta exageración, cuestión esta que, como se verá, es
clave en nuestro autor.
Si se ha hablado de la ausencia del sentido moral de los personajes, hay
que añadir que tampoco están presentes en ellos los sentimientos, salvo para
relativizarlos o desvalorizarlos. Y ello es así porque esos personajes son
incapaces de experimentar pasiones, son pobres diablos atrapados por la vida,
otra de las claves de su producción.
La ausencia de cualquier noción religiosa, incluso en la hora de la muerte,
es algo notable en Azcona teniendo en cuenta el nacionalcatolicismo reinante.
Para sus personajes, la muerte es, sin mayor trascendencia, el final; para
ellos el verdadero problema es resolver el día a día y para lograrlo confían más
en su astucia que en la providencia. Este rasgo de su obra se acentúa con su
colaboración con directores agnósticos como Ferreri o Berlanga.
Una de las virtudes más acusada de Rafael Azcona es la capacidad para
reflejar en sus ficciones el caos de la realidad, una visión coral y simultánea
de la misma sin caer en la dispersión. Comparte esta característica con
Berlanga, la clave está en los detalles y la habilidad que, a través de ellos,
maneja para relativizar la acción supuestamente principal y mostrarnos la otra
cara de la realidad. Ni que decir tiene que la traducción cinematográfica de
este procedimiento es el famoso plano secuencia de Berlanga, que procede de los
diálogos fabricados por Azcona.
Aunque luego se vuelva sobre el tema, adelantemos que los personajes de
Azcona persiguen un objetivo concreto e inmediato que unas veces le definen y
otras le obsesionan, como D. Anselmo Olmedillo que solo piensa en el cochecito
para superar la soledad, o Plácido en pagar la letra del motocarro sin que nadie
parezca escucharle.
Una de las mayores virtudes de Azcona es que, al igual que sus personajes,
sus ficciones no pueden ser encajadas en compartimentos estancos, no son
tragedias ni comedias. Su habilidad consiste en hacer trasparentes ambas de
manera que a través de una se vea la otra: donde hay una comedia sucede siempre
un drama y donde una tragedia puede explotar una comedia.
Quizá lo más peculiar de Azcona sea la manera en que va a utilizar el humor
y las tradiciones literarias, mezclándolas en las dosis adecuadas, en la
construcción de sus ficciones. Mediante el humor deforma la realidad, tanto los
temas tratados como las situaciones y ambientes, por ejemplo todo lo
relacionado con la muerte. Este humor y el costumbrismo al que recurre le
permite salvar la censura, es decir, el sainete se convierte en el punto de
partida desde el cual salta hacia lo grotesco y trágico a partir de El pisito. Recompone así la tragedia
grotesca utilizando la otra gran tradición, el esperpento y manejando en
consecuencia ambas tradiciones con gran maestría. En El pisito no hay espacio para el ternurismo ni redención de unos
personajes cuya mentalidad les lleva a lo grotesco, lo patético y hasta lo
esperpéntico. Plácido y El verdugo ahondan en el camino
emprendido, sus personajes son todavía más negativos y mezquinos, por mucho que
comprendamos sus motivaciones, lo esperpéntico está más presente que lo
sainetesco picaresco.
Conviene precisar: Azcona no crea una galería de tarados o subnormales que
alienten argumentos disparatados, sino que parte de lo más cotidiano para
alcanzar las proximidades de lo absurdo desde la radicalización de unas
necesidades u obsesiones. La cima del método puesto en pie por Azcona-Berlanga
es El verdugo: el costumbrismo de los
personajes y ambientes se conjunta sabiamente con la dimensión trágica del
hombre normal atrapado por la tela de araña de las necesidades vitales que
forzosamente restringe su libertad.
La caracterización de los personajes azconianos ha permitido a los más
allegados de sus comentaristas, como Bernardo Sánchez Salas, abonar el término descojonación,
toda una teoría sobre el sentido final de su obra.
Es el propio Rafael quien lo define con las siguientes palabras
aproximadamente:
El estado ideal del hombre
es estar sentado. En moviéndose comienzan los problemas. El problema de la
humanidad es que vamos a los sitios, hacemos cosas y decimos lo primero que
nos viene. Ahí comienza la descojonación, esa especie de conspiración orbital
sobre el individuo. La descojonación es el fastidio y el caos tal como
pregona por boca de un personaje de El anacoreta -Fernando Tobajas- cuyo
programa vital se basa en la renuncia a la exterioridad (excepción de los
desagües). ¿Por qué vamos a ningún lado, ni siquiera al cine? El cine es una
cosa a prohibir en una sociedad bien organizada porque, aparte de que te deja
idiota, te devuelve a la sociedad hecho una piltrafa. Se sale sólo para líos
y desengaños, para ingresar en la descojonación. Haces el bachillerato, te
casas y adiós. Sales y, como mucho, a trabajar, a luchar, a abrirse camino.
Fuera te espera la familia y el Estado y tienes que decidir cosas a todas
horas.
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El mundo se divide en dos: quienes prefieren encerrarse en el retrete
y otros que prefieren ir por ahí con el
retrete a cuesta (de El Anacoreta):
una imagen explica la literalidad del concepto: en El cochecito una reata de individuos tocados con una taza de wáter
y trozos de tubería a manera de lanza desfilan silbando la marcha del Puente
sobre el rio Kwai. Alonso Quijano, llamado Quijote por lo ridículo, pertenece
también al segundo grupo, al de los retretes.
El Quijote es la más sublime de las descojonaciones imaginadas, es la
historia de una obsesión que, para Azcona, es lo único que nos salva. La
obsesión es un método de resistencia y, en definitiva, de subversión. Frente al
mundo, el héroe de Azcona no dispone más que un blindaje: una obsesión
extravagante: el cochecito de paralítico para D. Anselmo, el límite inflando
globos para el Mario de L'uomo del cinque palloni, una herencia quimérica para
los frailes de Suspiros de España (y Portugal).
La ortopedia, la infancia y la muerte son tres instancias y estancias -la
infancia es más “estancia” que las demás- liberadoras y subversivas para las
criaturas de Rafael Azcona.
También la muerte, que es una forma suprema de estar quieto (por eso a los
muertos no se han de tocar ¡nene!). La
autodestrucción, la muerte, es el acto supremo de subversión cultural y de resistencia a la descojonación / civilización
en algunas historias de Azcona.
Las historias que Azcona ha contribuido a contar están protagonizadas por
resistentes a los que ni siquiera el amor puede sacar de sus casillas. El amor
es un cómplice de la descojonación, un cebo que acaba institucionalizándose.
Por eso Azcona se plantea por qué no conformarse con el sexo inocente,
irresponsable, inconsecuente, sin efectos secundarios.
Los resistentes se refugian en zulos de naturaleza diferente: un retrete,
un sótano, un comedor, una prima, una silla de ruedas o una guerra; y adoptan
formas ortopédicas y de la infancia, alimentadas por una droga: la memoria.
Pongamos ejemplos. Entre los resistentes ortopédicos está Fernando Tobajas,
resistente al cubo, o sea inscrito en la cubicación del cuarto de baño en El anacoreta, D. Anselmo que con su
cochecito para ortopédicos se asegura poder huir, D. Antonio Cano, amnésico en su silla de
ruedas y custodiado mientras permanezca así porque sólo él atesora las claves
de la caja fuerte y de la cuenta suiza (El
jardín de la delicias), o el marqués de Leguineche al que no le queda más
trono que su cochecito y su manta sobre las rodillas.
Y qué decir de los de la infancia, la estancia por excelencia, la “casona”:
su imagen, sonidos objetos, los fantasmas asociados constituyen el espacio
compartido por Azcona y Saura en títulos como La madriguera, El jardín de
las delicias, Ana y los lobos o La prima Angélica. La infancia es el
teatro que los personajes reconstruyen mediante la memoria en un escenario que
es la casa donde sitúan su obsesión, huyendo de la descojonación que supone el
tiempo presente. Lo característico de esta experiencia de los dos cineastas es
la densidad inédita con que los personajes se adentran en ese teatro virtual,
en ese bucear en la infancia que se convierte en un juego peligroso pues no se
trata de verla sino interactuar con ella como actores.
Y finalmente está la resistencia organizada, las dos familias de okupas que
se hacen fuertes. Los Leguineche que se atrincheran en el Palacio de Linares
para hacerse un hueco en la descojonación nacional y la pandilla de
sandungueros radicales, capitaneados por Antoñita Colomé que se apropian de una
casa/museo para hacerse una revolución, en Pasodobles.
O sea, aristócratas y villanos van a lo mismo: a por su palacio de invierno al
margen de las fuerzas del orden, sean familiares o policiales.
Rafael Azcona ha sido fiel a su ideario como atestiguan sus amigos e
invoca Fernando Fernán Gómez -“Rafael, Juan (Estelrich), que no salgáis, que
no salgamos, nunca de nuestro retrete”- en el final del prólogo a la edición
de El anacoreta. Rafael va a los
sitios donde cree que debe ir, pero lo que no hace es comparecer, figurar,
estar. Respecto al cine solo se moviliza los sábados por la tarde. No deja de
trabajar que es una forma de espantar el tiempo y un requisito para comer. Y
todo ello porque está convencido de que hay que salir lo menos posible y de
no dejarse ver casi nunca. Porque no trae nada bueno, porque no trae nada.
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Para terminar este acercamiento a nuestro autor, debemos hablar de su
concepción de la mujer, y de la pareja como algo imposible.
La mujer no suele ser protagonista casi nunca en las obras de Azcona y su
visión, en general, es negativa. Se ha subrayado su misoginia sobre todo en las
colaboraciones con Berlanga y son pocas las veces en que la mujer se muestra
como víctima de los hombres (Odette en Los
ilusos o la mujer mono en La dama
Scimmia).
La mayoría de las veces la mujer es un personaje dominador y falso que
emplea todas sus artes en destruir los sueños del hombre. El caso de Petrita (El pisito) es ilustrativo aunque no sea
totalmente negativo: Azcona nos muestra sus razones, por supuesto egoístas,
pero completamente comprensibles: ya no es joven, la vida se le va escapando,
se va haciendo tarde para casi todo y por eso lucha por el piso y por una
relación que en el fondo sabe que ya no tiene sentido. Por eso no le importan
las razones de su novio que es un hombre totalmente incapaz de hacer nada, de
luchar como ella.
Castradoras son todas las mujeres que aparecen en las películas de Berlanga
para las que realiza sus guiones Azcona a partir de la Carmen de El verdugo, un personaje redondo, frágil
y al mismo tiempo autoritario: su arma es la dulzura, pero una dulzura calculada
para atrapar a un hombre, chantajeándolo. Castradoras también las mujeres de
filmes posteriores: crítica indudable a la mujer en ¡Vivan los novios! en que el hombre se nos muestra como un esclavo
desde el principio hasta el fin, primero de su madre y, cuando muere, de su
esposa. Guionista y director llegan al extremo: una mujer de plástico puede
llegar a tener más poder sobre la voluntad del hombre que él mismo, aunque en
este caso tal mujer representa algo más que la denuncia del personaje femenino
(Tamaño natural).
El universo femenino es estudiado más a fondo a partir de Una storia moderna: L´ape Regina, una
historia en que la mujer desea al hombre tan solo como medio para llegar a la
maternidad, olvidándose totalmente de él una vez conseguida; reiteración de una
idea recurrente: el hombre como instrumento en manos de mujeres mucho más
fuertes que él.
El
triunfo definitivo de la mujer como símbolo de destrucción triunfa
definitivamente en Il seme dell´uomo,
una película casi de ciencia ficción en la que una pareja de supervivientes
lucha: Cino para asegurar la descendencia teniendo un hijo y Dora para la
aniquilación definitiva. El inesperado triunfo de esta se produce cuando Cino
hace explotar involuntariamente una mina justo en el momento feliz de conocer
el embarazo de Dora.
Fotograma de "El pisito" |
En estos días de fiesta he leído el dossier sobre Rafael Azcona y hay que darle a Pepe Melero las gracias por un trabajo extenso y detallado sobre la vida y obra de este gran escritor y sobre todo autor de magníficos guiones.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho este trabajo sobre R.Azcona y más la exposición apasionada que hicistes en el Taller , en vivo y en directo !!!
ResponderEliminarEnhorabuena Pepe JOSE LUIS CARRERAS