Título original: The Hateful Eight. Dirección:
Quentin Tarantino. País: EE.UU. Año: 2015. Duración: 167 min. Género: Western, Intriga. Guión: Quentin Tarantino. Producción: Yohei Taneda (diseño). Fotografía: Robert Richardson. Montaje: Fred Raskin. Música: Ennio Morricone. Dirección Artística: Richard L. Johnson. Estreno en España: 15 enero 2016.
Intérpretes: Samuel L. Jackson (Mayor Marquis Warren), Kurt
Russell (John Ruth), Jennifer Jason
Leigh (Daisy Domergue), Bruce Dern (General Sanford Smithers), Tim Roth (Oswaldo
Mobray), Demian Bichir (Bob), Walton Goggins (Sheriff Chris Mannix), Michael Madsen (Joe Gage), Dana Gourrier, James
Parks, Channing Tatum, Zoë Bell, Lee Horsley, Gene Jones, Keith Jefferson,
Craig Stark y Belinda Owino.
Sinopsis:
Pocos años después de la Guerra de Secesión, una diligencia avanza a toda
velocidad por el invernal paisaje de Wyoming. Los pasajeros, el
cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell) y su fugitiva Daisy Domergue
(Jennifer Jason Leigh), intentan llegar rápidamente al pueblo de Red Rock,
donde Ruth entregará a Domergue a la justicia. Por el camino, se encuentran con
dos desconocidos: el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), un antiguo
soldado de la Unión convertido en cazarrecompensas de mala reputación, y Chris
Mannix (Walton Goggins), un renegado sureño que afirma ser el nuevo sheriff del
pueblo. Como se aproxima una ventisca, los cuatro se refugian en la Mercería de
Minnie, una parada para diligencias de un puerto de montaña. Cuando llegan al
local se topan con cuatro rostros desconocidos. Bob (Demian Bichir), que se
encuentra allí refugiado junto con Oswaldo Mobray (Tim Roth), verdugo de Red
Rock, el vaquero Joe Gage (Michael Madsen) y el general confederado Sanford
Smithers (Bruce Dern). Mientras la tormenta cae sobre la parada de montaña, los
ocho viajeros descubren que tal vez no lleguen hasta Red Rock después de
todo...
Kurt Russell y Samuel L. Jackson en "Los odiosos oho" |
Comentarios:
Con tres nominaciones a los Óscar 2016 se nos presenta esta nueva
producción de Tarantino. En esta ocasión con un wester, cuya música elabora el
gran Morricone con gran maestría y merecida es su nominación al Óscar a Mejor
Banda Sonora Original. La nueva propuesta de Tarantino es un microscopio
extraordinario de la condición humana, de las formas que tenemos con
identificarnos y de movernos por la vida, de lo que las circunstancias extremas
pueden hacer a la gente, y de la naturaleza cambiante de la lealtad y la
traición. Todo con un envoltorio de western invernal muy gracioso y divertido
que resulta muy auténtico y revelador de la naturaleza humana.
"La ausencia de pasión es la esencia de la justica. La justicia que
no se sirve desapasionadamente corre el peligro de no ser justicia", se
escucha a uno de los personajes de la cacofónica Los odiosos ocho y el crítico Luis Martínez se pregunta si lo que
vale para tan noble causa no sirve también para el propio cine. Quizá no tan
noble, pero causa al fin y al cabo. Y no, pocas artes tan injustas, cabría
concluir, como el cine. Más allá de la pasión, por resumirlo mucho, nada.
La octava película de Tarantino es si se quiere la más irrelevante y, a
la vez, la más entregada de toda su filmografía a explicar a su autor. La más
'pasionalmente' él. Para bien y para mal. Minimalista y, sin solución de
continuidad, ampulosa hasta la enfermedad. Folclóricamente violenta y, quién lo
iba a pensar, grave, conceptualmente ardua por comprometida. La más
minuciosamente pensada y, quizá por ello, la menos espectacular. Toda ella vive
en una calculada contradicción capaz de repeler con la misma fuerza que
cautiva.
De entrada, el propio formato de la cinta invita a la sospecha. O al
desconcierto. Rodada, tal y como pomposamente anuncian los créditos, en 65
milímetros con las lentes en peligro de extinción Ultra Panavision 70, el
primer plano es una imagen estática sobre la que discurre la música, más sabia
y profunda que nunca, de Ennio Morricone. Acto seguido, la mirada del
espectador es enfrentada a la amplitud virgen de un paisaje irredento y eterno.
El resto, una película encerrada. Siempre encerrada: primero en una diligencia
y después en una cabaña acosada por la tempestad. Y así durante tres horas.
La obertura es ya toda ella una declaración de principios, un homenaje a
la simple contradicción. Rodar lo más íntimo, tal vez insignificante, con la
más exuberante de las herramientas. Y en ese juego entre lo inmenso y lo
ridículamente enano se moverá el resto de una propuesta de estructura tan
compleja como argumentalmente simple.
Kurt Russell y Jennifer Jason Lihg en "Los odiosos ocho" |
Un cazarrecompesas (Kurt Russell en una caracterización cerca de Snake
Plissken) lleva a su víctima (Jennifer Jason Leihg como nunca antes) a la horca
en una diligencia. Por el camino se encontrarán al colega de sangre y de armas
interpretado por Samuel L. Jackson en su mayor exhibición 'taratiniana' desde
Pulp fiction. Si el primero deja que sea la horca la que termine con sus
'presas', el segundo mata siempre al primer contacto. Digamos que cada uno se
sitúa a un lado de lo que el cartel de "Wanted" (Se busca) anuncia en
su segunda línea: Vivo o muerto. Tras recoger a otro perdido más por el camino
(el sheriff al que da vida Walton Goggins), el grupo acabará detenido por la
borrasca en una especie de apeadero donde les aguardan todos los demás. Por
allí, un mexicano (Demian Bichir), un presunto y fino inglés (Tim Roth), un
viejo general confederado (Bruce Dern)... Y alguna sorpresa más. Muchas, de
hecho.
Y en ese microcosmos, a puerta cerrada, el director elabora a la vez, y
por orden: a) una delirante teoría racial sobre el nacimiento del Estado
americano; b) un 'western' de cámara que hace coincidir el universo barroco de
'Django desencadenado' con la verborrea violenta de 'Reservoir dogs'; c) una
novela inocente de misterio al estilo de Agatha Christie con la imaginación
desgarrada de Stephen King; d) un pastiche de referencias cruzadas en el que se
citan desde el género 'exploitation' a la reflexión existencial sin olvidar el
más simple espectáculo de 'varietés gore', y e) un laberinto narrativo en el
que nada acaba donde debería. Y así.
Si se quiere, y por ahorrar largas definiciones, Tarantino se somete él
mismo al pulso de soportarse tal y como es. O, mejor, tal y como ha sido todo
este tiempo. Cada plano está ahí para recordarnos quién es el autor en una
exhibición de sí mismo tan florida como irrenunciable; tan cargante como
hipnótica. Toda la película vive sometida al esfuerzo, tal vez impúdico, del
más brutal exhibicionismo.
Y todo lo anterior, que sobre el papel puede causar cierta aprensión, en
la pantalla adquiere el tacto magnético de lo único. Nadie que no sea él puede
explicar de forma tan simple el conflicto racial de su país sin, acto seguido,
ser apedreado. Pero él resiste en pie tanto a los que arremeten contra su
'cinerrea' como a los que le acusan de involucionismo, cansancio o repetición.
Y lo hace porque, en esencia, Tarantino hace tiempo que ha dejado ser un simple
director para alcanzar el grado de religión pagana.
De hecho, Los odiosos ocho es
la película de toda su carrera (quizá junto a la obra maestra Death proof) que
menos ideas narrativas posee y la más entretenida en su sentido más rústico.
Cada uno de los largos, quizá eternos, monólogos cumple a su manera un
propósito en la trama. Pocas veces antes había ocurrido algo así. En general,
cuando uno de sus personajes habla para que se luzca el escritor el mundo se
detiene. Ahora lo mismo, pero siempre con la intención de soportar en su justo
sentido el desenlace que vendrá después.
Da la impresión, y así se respira en el final apocalíptico, que Tarantino
ha llegado, por fin, a un punto de no retorno. Hace no mucho amagó con
desaparecer, con dejar de hacer más cine. Y, de algún modo, esta película
funciona como cierre y testamento de una manera extremada y extenuantemente
peculiar de mirar al mundo, al cine y a sí mismo.
Sospechábamos que, pese a todo lo declarado y a pesar de tanto furor
cinéfilo, el auténtico argumento de Tarantino era el propio Tarantino. Siempre
ha sido así. La única pasión de Tarantino es él mismo convertido en cine. He
aquí la prueba. Pasión por pasión, nada tan injustamente apasionado como el
cine. Tarantino más 'tarantinizado' que nunca. Que ya es.
Por cierto, la película sólo se podrá ver tal y como ha sido pensada por
el autor (es decir, íntegra) en un cine en Barcelona. Ya no hay cines capaces
de respetar el cine de 70 milímetros en España. Tan triste. A lo mejor no todos
los males vienen de la piratería.
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