martes, 3 de enero de 2023

Mitomanía... Jayne Mansfield

 


Aunque su reinado fue efímero, llegó a poseer la imagen pública de una gran estrella, como los refleja su palaciega mansión rosada y el fabuloso vestuario del que hizo gala en sus multitudinarias apariciones. Pero todo lo que fue queda resumido en el breve y brutal sobrenombre con que se la conoció: El Busto.

 

Jayne Mansfield nació el 19 de abril de 1933 en Pensilvania. Su nombre real era ya de por sí de lo más cinematográfico: Vera Jayne Palmer. Espléndida estudiante, ni siquiera un temprano embarazo (a los 17 años, de Paul Mansfield, su primer marido con quien estaría casada de 1950 a 1958) le hizo interrumpir su formación. Después de cursar estudios en psicología, química, interpretación, aprender cinco idiomas (o eso al menos aseguraba ella) y de dedicarse a fondo al piano y al violín, Jayne decidió que había llegado el momento de ser una estrella. Tenía un físico despampanante y aquí, en algo tan estricto como los números, empiezan las inexactitudes: mientras su poderoso busto oscilaba entre los 101 y los 116 centímetros, su cinturita en algunos casos medía 45 y en otros 60 centímetros. La actriz tenía claro que su triunfo en Hollywood era una simple cuestión de contacto visual. Su objetivo era mimetizarse en el papel de la rubia tonta primero y acabar haciendo Hamlet después. ¿Qué podía salir mal? En la privilegiada cabeza de la actriz (163 de cociente intelectual, según ella), nada. La historia demostraría que absolutamente todo.

 

La víspera de Nochebuena de 1954 la futura leyenda se puso en contacto con uno de los mejores y más feroces publicistas de la época, Jim Byron. Su presentación no dejó lugar a malentendidos: “Tengo los pechos más grandes de Hollywood, quiero que me conviertas en estrella de cine”. El taimado Byron urdió una estrategia de lo más chusca que, sin embargo, dio inmejorables resultados. Durante la presentación de la película Underwater! (1955), protagonizada por Jane Russell –la única morena que osó cuestionar el reinado de las rubias– y que se desarrollaba, acorde con el título del filme, en una piscina, apareció Jayne. Ella, por cierto, no salía en el filme ni de refilón.

 

Pero ahí se plantó con un traje de baño alguna talla más pequeña de lo recomendable. El resultado fue que, al tirarse a la piscina, la parte de arriba del bikini no aguantó la presión y ella salió del agua en topless delante de un encantado enjambre de periodistas, prensa gráfica y plana mayor de la industria. De Russell y Debbie Reynolds, que también andaba por allí, nadie se acordó. Había nacido una estrella. Que, además, presumía de ideario. “Me gusta ser una pin-up", solía repetir. "No hay nada de malo en ello”.

 

A partir de ahí comenzó una breve pero meteórica carrera en la que la sex symbol acumularía éxitos como La chica no puede remediarlo (1956) o Una mujer de cuidado (1957) y premios como un Globo de Oro, un Theatre World o un Golden Laurel. Atrás quedaban otros galardones menores como Hot Dog Ambassador (Embajadora de perritos calientes), Miss Negligee, Miss Nylon Sweater (Miss jersey de nailon), Miss Freeway (Miss Autovía), Miss Electric Switch, Miss Geiger Counter, Miss 100% Pure Maple Syrup (Miss Jarabe de Arce Puro), Miss 4th of July, Miss Fire Prevention (Miss prevención de incendios) o Miss Tomato (Miss tomate). El único que rechazó fue el de Miss Roquefort Cheese (Miss queso roquefort). Le sonaba mal.

 


Durante años fue, simplemente, una de las actrices más conocidas de Estados Unidos. Salía en El show de Ed Sullivan y presentaba galas de prestigiosos premios. En la ceremonia de los Globos de Oro de 1960, un poco sutil Mickey Rooney no pudo evitar hacer el chiste fácil. Clavando su mirada en la delantera de Mansfield dijo: “¿Quién quiere ser alto?”. El generoso escote le llegaba justo a la altura de los ojos. La actriz llegó a grabar algún sencillo junto a Jimi Hendrix (aquí se puede escuchar la sugerente Suey) y, lo más sorprendente y delirante de todo: en su haber tiene un disco titulado Shakespeare, Tchaikovsky & Me, una rareza que ahora mismo ronda los 100 dólares en el que Mansfield se dedica a declamar a Shakespeare sobre los acordes del compositor ruso.

 

Jayne era como la Coca-Cola, las camisas de cuadros o los vaqueros: la esencia de lo americano. Era la versión directa y sin rodeos de Marilyn. Mientras esta sugería o jugaba al despiste, Mansfield exigía; mientras Marilyn se contoneaba con perfección sinuosa, Jayne lo hacía descoyuntándose a cada golpe de cadera; mientras Marilyn susurraba, Jayne emitía esos grititos suyos tan característicos e inimitables. Todo lo que Marilyn tenía de intensa, Jayne lo tenía de autoparódica, de extravagante y de decadente. Si Marilyn explotó esa imagen de inocente bomba sexual, Jayne se rio del prototipo llevándolo a la caricatura. En definitiva, mientras Marilyn simbolizaba una fantasía, Jayne encarnaba un dibujo animado.

 

Con Sofia Loren protagonizó una celebérrima foto que, a fecha de hoy y según ha reconocido la propia Loren, le siguen pidiendo que autografíe (ante la negativa de la italiana, a la que le parece una falta de respeto). La foto tiene su historia: en 1957, Loren acaba de firmar un contrato con la Paramount. Para celebrar su debut americano, la compañía organizó una fastuosa fiesta de presentación. Y, claro, apareció Jayne con ese vestido, ese escote y esos pechos. De la famosa instantánea, Loren ha explicado que lo que sintió básicamente fue pavor, terror de que aquel vestido explotara y “sus pezones cayeran sobre mi plato”. Según Hollywood Reporter, a pesar de que Mansfield negara cualquier tipo de premeditación y alevosía, Robert Wagner la recuerda en su coche, antes de entrar a la velada, poniéndose colorete en los pezones.

 


A Mansfield la fama le duró poco. Tras sus éxitos iniciales y su divorcio de Paul Mansfield, vendría su matrimonio con Miklós Hargitay (con quien tendría tres hijos, uno de ellos es Mariska Hargitay, conocida por la serie Ley y orden). Hargitay (Mister Universo en 1955) y Mansfield constituían, una vez más, la parodia de la pareja perfecta. Tan musculados, tan neumáticos, tan exagerados. Baste decir que para la película The Jayne Mansfield Story (1980), la pareja fue encarnada por Loni Anderson y Arnold Schwarzenegger. Aunque Mansfield expresó su deseo de una boda tranquila, lo cierto es que el noventa por ciento de los invitados eran periodistas. El resultado fue una locura en la que se dieron cita unos ocho mil curiosos. Tras el enlace, en 1958, Jayne decidió retirarse temporalmente y dedicarse a tener hijos (siempre decía que quería tener 500 niños). Fox la despidió.

 

En realidad, los estudios nunca llegarían a perdonarle del todo la afrenta. Ahí empieza la decadencia del mito. Si a eso le unimos la revolución del feminismo que vio encarnado en Jayne todos los clichés de una feminidad anticuada y tóxica y el evidente cansancio del público por la triada de las rubias sexis (Monroe, Mansfield y Mamie Van Doren) que propició la llegada de un nuevo patrón de bellezas lánguidas, sofisticadas y bastante menos explícitas como Sharon Tate o Faye Dunaway, el ocaso de nuestra protagonista estaba cantado.

 

El golpe de gracia le llegaría con Sam Brody, su última pareja, al que casi todos consideran el verdadero responsable de la caída en desgracia de Mansfield. Brody la empujó al alcohol y al LSD. Al caos. Para muchos, la destruyó. Fue la estocada final en la imagen de la actriz.

 

Con una vida totalmente descontrolada, no es de extrañar que Jayne acabara literalmente en las garras del mal. Entró en contacto con Anton LaVey y su círculo de satanismo. LaVey, antiguo músico y fotógrafo para el Departamento de Policía de San Francisco, la convenció de que una malévola maldición se cernía sobre ella.

 

El 29 de junio de 1967, Mansfield, Brody y su chófer fallecieron en un accidente de coche. Su automóvil se empotró contra un camión tráiler. LaVey calculó mal, pero no tanto: los tres hijos (de los cinco que tenía) que viajaban en el coche resultaron ilesos. Inmediatamente se dijo que Mansfield había quedado decapitada. Era mentira. Lo que sucedió en realidad fue que su peluca salió volando. Pero para no restarle truculencia a la historia, LaVey contaría luego que cuando recibió la llamada notificándole la muerte de la estrella, estaba recortando una revista en la que aparecía él depositando unas flores en la tumba de Marilyn. Cuando dio la vuelta al recorte, comprobó con horror que acababa de cortarle la cabeza a una foto de su querida Jayne.

 

Su trágica muerte, cuando con solo 34 años era ya una mujer acabada, no fue sino su última y más patética representación pública.

 



Filmografía esencial.

 

·        1968 / Single Room Furnished. Dir. Matteo Ottaviano

·        1967 / Guía para el hombre casado. Dir. Gene Kelly

·        1966 / Las Vegas Hillbillies. Dir. Arthur C. Pierce

·        1966 / The Fat Spy. Dir. Joseph Cates

·        1964 / La Morte Vestita di Dollar. Dir. Ray Nazzaro

·        1964 / L'Amore Primitivo. Dir. Luigi Scattini

·        1963 / Promises! Promises! Dir. King Donovan

·        1963 / Heimweh Nach St. Pauli. Dir. Werner Jacobs

·        1962 / Sucedió en Atenas. Dir. Andrew Marton

·        1962 / Operación Fisco. Dir. George Sherman, Giuliano Carmineo

·        1961 / The George Raft Story. Dir. Joseph L. Newman

·        1961 / Too Hot to Handle. Dir. Terence Young

·        1960 / Gli Amori di Ercole. Dir. Carlo Ludovico Bragaglia

·        1960 / El reto. Dir. John Gilling

·        1958 / La rubia y el sheriff. Dir. Raoul Walsh

·        1957 / Bésalas por mí. Dir. Stanley Donen

·        1957 / The Burglar. Dir. Paul Wendkos

·        1957 / The Wayward Bus. Dir. Victor Vicas

·        1957 / Una mujer de cuidado. Dir. Frank Tashlin

·        1956 / The Girl Can't Help It. Dir. Frank Tashlin

·        1956 / The Female Jungle. Dir. Bruno Vesota

·        1955 / Pete Kelly's Blues. Dir. Jack Webb

·        1955 / Hell on Frisco Bay. Dir. Frank Tashlin

·        1955 / Illegal. Dir. Lwis Allen

 

Vamos a ver de nuevo la explosiva imagen de Jayne Mansfield en el cine gracias a esta secuencia de la película “The Girl Can't Help It” (1956), dirigida por Frank Tashlin. Su compañero de reparto fue el actor Tom Ewell, que había interpretado un año antes junto a Marilyn Monroe “La tentación vive arriba”. ¡Casualidades de la vida!




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