viernes, 28 de septiembre de 2018

Los estrenos en Sevilla de 28-09-2018


9 películas se estrenan el 28 de septiembre de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cinco son producciones estadounidenses, dos españolas, una belga y una suiza. Vayamos a nuestro repaso semanal de los estrenos de la semana.  


El reino. (España, 2018). Dir. Rodrigo Sorogoyen.
Sección Oficial del Festival de San Sebastián 28.
Thriller político interpretado por Antonio de la Torre, Josep Maria Pou, Nacho Fresneda, Ana Wagener, Mónica López, Bárbara Lennie, Luis Zahera, Francisco Reyes y María de Nati.
Si hay una palabra que los españoles han oído una y otra vez a lo largo de los últimos meses es corrupción. Ha habido, y hay todavía, tanta corrupción que por momentos se puede tener la impresión de que no hay escapatoria a la pestilencia y el hedor del fraude, el robo y el abuso de poder. Es lógico y es sensato que el cine español refleje lo que está pasando, que nos permita traspasar los titulares de los periódicos y la lógica indignación para meternos de lleno en la intrahistoria de esa delincuencia que va en coche oficial y que, mientras no los pillan, copan telediarios y se mueven como si fueran los amos del universo. Todo esto lo cuenta, con trazas de muy buen cine, el director Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981) en “El reino”, una película en la que vuelve a demostrar su talento para el tumulto y el exceso.
Ambientada en una localidad costera de provincias, que podría ser la marcada Valencia pero también Murcia o incluso Santander, la película arranca con una secuencia alrededor de una mesa en la que se reúnen los políticos locales en la que Sorogoyen y su coguionista Isabel Peña demuestran su buen oído para el habla coloquial y las escenas corales. El protagonista es uno de estos políticos (al que interpreta Antonio de la Torre) que ve cómo su brillante carrera se desploma cuando es señalado como responsable de una trama de corrupción mientras sus compañeros de fechorías, algunos mucho peores que él, se libran del escarnio público y la persecución judicial.
Después de una película como “Que Dios nos perdone” (2016), en la que veíamos un Madrid alocado y enloquecido, Sorogoyen vuelve a dar a su filme un aire de turbulencia nerviosa porque es un director que se mueve mejor en los límites. El filme está lleno de momentos memorables como esa secuencia en la que su esposa escucha en un juzgado la cantidad de dinero que su marido se gastó en un prostíbulo a costa del contribuyente o ese momento brutal en el que aparece en casa de uno de sus antiguos compinches y se monta una escena con la hija adolescente y sus amigos drogadictos. Al final uno acaba un tanto saturado después del carrusel y aunque Sorogoyen no acaba de hilar la salsa porque le falta atención al arco dramático del personaje, uno tiene la impresión de que “El reino” captura con rabia, talento y lo que los catalanes llaman “rauxa” el momento político en el que seguimos inmersos. Recomendada.


Girl. (Bélgica, 2018). Dir. Lukas Dhont.
Cámara de Oro a la Mejor Ópera Prima en la Sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes 2018. Premio del Público a la Mejor Película Europea en el Festival de San Sebastián 2018.
Drama sobre transexualidad interpretado por Victor Polster, Arieh Worthalter, Valentijn Dhaenens, Oliver Bodart y Tijmen Govaerts.
Una película sobre la identidad transgénero no puede ser sino física. Y esa fisicidad debe ser inoculada mediante el puro lenguaje cinematográfico. No tanto desde la palabra y las acciones, el texto y el relato, sino desde la cámara en sí misma, desde el montaje, el sonido y la luz; desde la cinemática, la velocidad, la aceleración y la armonía. Y, en este sentido, la formidable “Girl”, ópera prima del belga Lukas Dhont, es pura fisicidad. Una obra sobre el cuerpo, desde el cuerpo.
Una chica de 16 años, en la cárcel de un cuerpo de chico, que aspira a ser bailarina de élite. Y mujer. Dhont y su coguionista, Angelo Tijssens, despliegan su odisea física y mental a través de dos certezas: primera, la monumental seguridad de la protagonista, y la de un círculo familiar apenas reducido a su padre; y segunda, la inseguridad de una sociedad presuntamente avanzada que siempre cojea por alguna esquina recóndita, donde los brotes de maldad se escapan por el lado más insospechado. El amor y el dolor se unen así en una historia que tiene mucho de social, pero que es fundamentalmente visual, y que además tiene otra extraordinaria virtud: el tratamiento de lo omitido, en un magnífico juego elíptico que elude el pasado, la niñez de la chica, sus primeros pensamientos, hallazgos y certidumbres, seguramente aún más terribles.
Dhont utiliza la danza como elemento, al mismo tiempo, estabilizador y desestabilizador. Equilibra y perturba: con sus movimientos, con el tono de la música, con el modo de rodaje y de sonorización, con la distancia a la que se coloca su cámara de la criatura, con su cadencia en el movimiento. Así, dependiendo de cada momento de la historia y del estado interior de los personajes, las secuencias de ballet son el sosiego o la angustia. Y resulta muy llamativo como algo tan bello, y que invita de forma natural a la calma, puede ser filmado como un thriller de acción que lleva hasta el desconcierto, como un baile de la desesperación.
Es posible que algunos valoren como excesivo y gratuito su desenlace. Sin embargo, no es más que una mera consecuencia de todo lo narrado: lógico con sus personajes y con lo experimentado. Tan congruente como los dos finales de sendas películas que llegaban a semejante frontera, y que nos guardaremos en explicitar para no dar pistas, sobre todo a los más cinéfilos. Y capítulo aparte merece el actor Victor Polster, también bailarín, sonrojo itinerante, una fuerza de la naturaleza, sonrisa verdaderamente falsa (o falsamente verdadera, que en este caso es lo mismo), que sobrecoge con una actuación inolvidable. Recomendada.


El reverendo. (USA, 2017). Dir. Paul Schrader.
Sección Oficial del Festival de Venecia 2017.
Drama sobre religión, interpretado por Ethan Hawke, Amanda Seyfried, Michael Gaston, Cedric the Entertainer, Victoria Hill, Philip Ettinger, Bill Hoag, Michael Metta y Frank Rodriguez.
“Yo no sabía que los personajes que habíamos creado eran héroes existenciales. Nunca estudié filosofía”, escribió Martin Scorsese, haciéndose aún más grande confesándose pequeño, en referencia a sus películas con Paul Schrader, que, dicho sea de paso, tampoco estudió filosofía.
Y, sin embargo, el corpus narrativo de Schrader, en solitario o con el director de “Taxi driver”, “La última tentación de Cristo” y “Al límite”, está copado por la angustia existencial, por la culpa y por la necesidad de redención, seguramente como su propia vida. Y tras, entre otras, “Hardcore: un mundo oculto”, “Mishima” y “Aflicción”, llega “El reverendo”, en un regreso a sus orígenes tras una etapa entre desenfrenada y esquizofrénica pero siempre interesante, con el que el guionista y director entronca, tanto en el tratamiento temático como en la puesta en escena, con dos de sus autores favoritos: el Ingmar Bergman de “Los comulgantes”, y el Robert Bresson de “Diario de un cura rural”.
Película felizmente a contracorriente, “El reverendo” es un tratado sobre el remordimiento, expuesto a través de planos fijos, con constantes reencuadres gracias a puertas y sombras, en los que predomina la frontalidad. Una sistemática de una gran coherencia interna, pero que a algún despistado le puede parecer casi feísta por la utilización del gran angular y del antiguo formato en 1.37:1.
Protagonizada por dos figuras en contraste que están mucho más cerca de lo que creen, un activista social y un pastor calvinista (la fe en la que fue educado Schrader), más un tercer vértice del triángulo representado por una mujer embarazada que viene a configurarse como La Piedad cristiana que los abraza en su seno. La película es de una altura dramática desacostumbrada, acercándose a temas contemporáneos como el terrorismo y los intereses económicos de las religiones desde una óptica de continua encrucijada sobre la fe y la incertidumbre.
Y Schrader, que sabe tanto por viejo como por diablo, acaba llegando a una certidumbre que no es sino constatada incertidumbre: que la sabiduría proviene de la clara percepción de que la esperanza y la desesperación están ahí para golpearnos y acariciarnos, y que habitualmente llegan juntas, de la mano, como una tortura que solo puede ser calmada con la conciencia de nuestra propia fragilidad y de nuestro tormento. Recomendada.


Searching. (USA, 2018). Dir. Aneesh Chaganty. 
Thriller sobre secuestros y desapariciones interpretado por John Cho, Debra Messing, Joseph Lee, Michelle La y Sara Sohn.
El mundo contemporáneo y la institución familiar viven en una continua paradoja: ahora que la mayoría de nuestros hijos cuenta cada segundo de su existencia a través de la sociedad 2.0, abre la ventana de su existencia a móviles, tabletas y portátiles para quien quiera saber, ver y escuchar, tanto sus deseos como sus miedos, los padres siguen sin enterarse de nada. Seguramente como debe ser, no vayamos a convertirnos en detectives virtuales de una libertad que se necesita ir conquistando, sin intromisiones en la privacidad, y con el derecho a equivocarse, como quizá fue la nuestra.
Así piensa el padre protagonista de la fabulosa “Searching”. Y de este modo nos lo cuenta su magnífico debutante en la dirección, Aneesh Chaganty: a través del punto de vista único de la pantalla de un portátil, que reproduce vídeos privados y públicos, chats, llamadas por Skype, mails, cuentas de banco, páginas web, publicidades, registros, imágenes de cámaras de seguridad y programas de televisión en directo; reproduciendo así la historia de algo desgraciadamente a la orden del día, la vida y la desaparición de una adolescente.
Una compleja sistemática ya utilizada por Levan Gabriadze en la estupenda “Eliminado” (2014), aún antes por su pionero en el largometraje, Nacho Vigalondo, en “Open Windows” (2014), y, desde luego, por los fundadores del procedimiento narrativo, Patrick Cederberg y Walter Woodman, en el corto “Noah” (2013).
Efervescente entretenimiento de ritmo salvaje, al tiempo que drama social, en el que se van volcando temas tan trascendentes como, entre otros, la soledad adolescente, el matonismo colegial, los abusos sexuales, la sobreprotección de los padres, la excesiva exposición pública, la soledad, y el peligro de las relaciones cibernéticas. “Searching” mantiene (casi) en todo momento una estructura de clásico thriller de investigación. Y ello a pesar de que el primer cuarto de hora de relato es un melodrama en sí mismo, de fabuloso trabajo elíptico, con el que, casi a la manera de los minutos iniciales de “Up”, de Pixar, se viene a contar la historia de una familia, en su felicidad y en su drama, por medio de fotos, mensajes, vídeos y recordatorios digitales de un tiempo que abre uno de los grandes subtextos de la película: la memoria de las imágenes.
Aunque quizá lo más prodigioso sea que Chaganty es capaz de conformar una puesta en escena clásica en el limitado espacio de las cuatro esquinas de la pantalla de un ordenador: abriendo y cerrando ventanas, conformando con sus encuadres diferentes planos y profundidades, remarcando con primeros planos de imágenes, de textos y hasta de palabras, en un hitchcockiano ejercicio de interoperabilidad y de dirección cinematográfica virtual.
Entretenidísima y emocionante hasta su desenlace, con sorpresa incluida, y con absoluta coherencia con sus subtextos, Searching es parte de lo mejor que le ha pasado al cine comercial americano en los últimos años. Recomendada (con reservas).


Un pequeño favor. (USA, 2018). Dir. Paul Feig.
Película de intriga sobre desapariciones y secuestros, interpretada por Blake Lively, Anna Kendrick, Henry Golding, Glenda Braganza y Dyanne Ramsay.
De nacer en los años 30, Paul Feig habría sido un entregado director de screwball comedies, variedad genérica donde el ingenio femenino funcionaba como sofisticado –e hiper-acelerado- motor del relato. De modo parecido, no cuesta demasiado imaginar a Darcey Bell, la novelista debutante en cuya obra homónima se basa “Un pequeño favor”, escribiendo con un ejemplar abierto de la “Perdida” de Gillian Flynn colocado en un atril sobre su escritorio, empeñada en subir la apuesta de ese llamativo trabajo que cristalizó en película sobresaliente. Y, bueno, quizá ni la novela de Bell, ni la adaptación de Feig puedan mirar a sus referentes a la altura de los ojos, pero “Un pequeño favor” es un perfecto ejemplo de un tipo de propuesta cada vez más inusual en el contexto del cine de consumo norteamericano: la película comercial con personalidad, recorrida de principio a fin por una chispeante energía, dotada de una vivacidad y un tono que conspiran para suministrar un placer constante al espectador, sin subestimarlo.
Desde esos títulos de crédito que remiten a la tradición de la comedia sofisticada con inflexión criminal de los 60, Feig parece estar celebrando la oportunidad de este cambio de género que no sólo no compromete sus señas de identidad, sino que le permite depurarlas. Y amplificarlas. La improbable amistad entre dos madres antitéticas que son, al mismo tiempo, las encarnaciones de dos polos opuestos de la sexualidad femenina –la reprimida y la desbordada- activa una trama cuyos giros podrán ser anticipados por el espectador resabiado, pero que acoraza su eficacia y su poder de seducción mediante la entrega de sus actrices: esa Anna Kendrick que se mueve con la gestualidad nerviosa de un gorrión –sensacional su diálogo con el policía enfundada en vestido ajeno- y una Blake Lively que hace malabares con el embrujo y la caída.
Con algo de comedia posultralounge donde canciones de Gainsbourg, Dutronc y Brigitte Bardot delimitan el territorio del deseo y la voz de la Mala Rodríguez marca un punto de ruptura, “Un pequeño favor” explota las posibilidades de una apropiación hetero de la mirada camp sobre lo femenino. Recomendada (con reservas).


Milla 22. (USA, 2018). Dir. Peter Berg.
Película de acción con elementos del thriller, interpretada por Mark Wahlberg, John Malkovich, Ronda Rousey, Iko Uwais y Lauren Cohan.
Cada tanto llega una película que se compromete a afrontar la labor didáctica de ilustrar al espectador de multisalas que las guerras ya no se libran como se libraban antes para acabar demostrando que, en realidad, se siguen librando como siempre. O, por lo menos, se siguen contando igual (si bien con variable destreza estilística). “Milla 22”, nueva entrega del catálogo de hipérboles marciales de la marca Berg & Whalberg, quiere ser una película a la medida de los tiempos de las tramas de espionaje ruso y de las operaciones especiales teledirigidas, pero, en el fondo, no deja de ser un western encubierto en el que los cowboys de guardia deben custodiar a un valioso forajido recorriendo un hostil –y urbano- Salvaje Este. El esquema narrativo no está lejos, pues, de ese “16 calles” (2006) de Richard Donner que sí supo aprovechar sus evidentes vínculos con la tradición del género del que bebía.
El movimiento a cualquier precio, aunque tenga que llevarse por delante toda idea de estilo o el más leve intento de construcción de personajes, es el único imperativo de este trabajo en el que Berg parece haber olvidado que, en su día, hubo quien le consideró un cineasta prometedor. Una escena de coreográfico combate cuerpo a cuerpo en un quirófano —momento en el que el indonesio Iko Uwais puede desplegar su excelencia en las artes marciales— brilla como un pequeño islote en una película, cuyos planos se manejan, en casi todo momento, como simples trozos de metralla. No Recomendada.


Hell Fest. (USA, 2018). Dir. Gregory Plotkin. 
Película de terror, de asesinos en serie, interpretada por Amy Forsyth, Reign Edwards, Bex Taylor-Klaus, Christian James, Roby Attal, Matt Mercurio y Tony Todd.
Fue a la altura de su poderosa “La casa de los horrores” (1981) cuando a Tobe Hooper se le ocurrió que el tren de la bruja de una feria itinerante podía ser el mejor equivalente de una pista de baile para los más raros del instituto. Con su posterior “Poltergeist” (1982) desarrolló la idea convirtiendo el hogar de los Freeling en una verdadera arquitectura para la sensación abracadabrante y el sobresalto sobre parqué, una casa donde sonaban más subsónicos y brillaban más focos que en una noche de gala en Studio 54. Hooper, que había fundado un nuevo imaginario para el gótico americano con la pionera “La matanza de Texas” (1974), pasó a convertirse en el padre de lo que bien podría llamarse el Terror de Discoteca, especialidad que alcanzaría su paroxismo en su etapa en el seno de esa fábrica de excesos que fue la Cannon Films.
Dando alas al tópico de que todo nuevo director de cine de terror es, en el fondo, un nostálgico irredento obsesionado en reconstruir esa supuesta edad de oro del género más mitificada que vivida, Gregory Plotkin, montador de “Déjame salir” y “Feliz día de tu muerte” (ambas de 2017), rescata el espíritu de “La casa de los horrores” de Hooper con este “Hell Fest” que propone la última palabra en sustos de barracón: la fusión espectacular del parque temático, el mega concierto de rock, un circuito inabarcable de pasajes del terror y la feria macabra decorada al cartón-piedra.
El director de fotografía José David Montero, que fue mano derecha de Gonzalo López-Gallego, desarrolla, como Hooper, una suerte de expresionismo pop de colores agresivos, pero Plotkin no sabe corresponder a ese regalo estilístico con una película que podría haber jugado mucho más imaginativamente con el contraste entre artificio acartonado y verdadero terror. No Recomendada.


Oreina (Ciervo). (España, 2018). Dir. Koldo Almandoz. 
Premio del Cine Vasco en el Festival de San Sebastián 2018.
Drama interpretado por Laulad Ahmed Saleh, Patxi Bisquert, Ramón Agirre, Iraia Elias y Erika Olaizola.
Hay algo mágico en mirar a la naturaleza desnuda, sin artificios, a través de la cámara de Koldo Almandoz. Esa que se recrea en las gotas de lluvia que dibujan formas circulares sobre el agua de las marismas de la costa vasca. El director nos adentra en su primer largometraje de ficción en ese lugar cotidiano y a la vez desconocido que es la periferia urbana, entre montañas, caseríos y polígonos industriales. A través de una fotografía naturalista, casi como ensuciando la belleza del lugar, contemplamos paisajes y personajes: desde ese joven de origen saharaui al que acompañamos en moto por carreteras periféricas, hasta los hermanos enemistados en cuyo hogar nos colamos a deshoras. “Oreina” muestra realidades, no formula preguntas ni se recrea en dar respuestas. Opta por plasmar la necesidad de huir de una joven que trabaja en una gasolinera, el arraigo y desarraigo de los vecinos de un pueblo, la homofobia, los prejuicios o las conductas racistas como un simple voyeur.
He ahí el principal acierto de la película: en devenir en una suerte de docuficción magnético que te arrastra por lugares cotidianos, con la sensación de que los ves por primera vez al pararte a apreciar los matices. El mayor escollo al que el filme debe hacer frente, y con el que se da de bruces por momentos, es el de mantener el ritmo para evitar que salgamos de esa nube de ensoñación que es el buen cine. No Recomendada.


El Papa Francisco, un hombre de palabra. (Suiza, 2018). Dir. Wim Wenders. 
Documental biográfico sobre el papa Jorge Mario Bergoglio
La línea que separa la doctrina del discurso siempre es muy fina. Y más en el cine, donde las homilías, ya sean en sentido religioso o en cualquier vertiente relacionada con la moral, suelen poner en posición de defensa al espectador menos abúlico y más crítico. Porque de ahí al discurso puro y duro hay un solo paso.
En “El papa Francisco, un hombre de palabra”, Wim Wenders se ha acercado a la figura del actual pontífice a través del discurso. Apostolado, dirán algunos, y será verdad. Pero en el término apostolado, en su concepción, ya viene integrada la labor de propaganda y, de nuevo, la propaganda en el cine puede producir cierto rechazo. Por mucho que sea el discurso, la homilía, la propaganda, el apostolado, la teoría y el consejo de alguien tan fascinante en su modo de hablar y pensar como Jorge Mario Bergoglio, opiniones sabias y repletas de bondad y de sentido común, incluso de sentido del humor, pero desde un puesto institucional en el que los matices en torno al poder no permiten un juicio completamente uniforme.
Wenders, en una última fase de su carrera más relacionada con los bandazos que con la coherencia, se aplica en la palabra de Francisco ya desde el título, y estructura su documental en base a dos largas entrevistas con su protagonista. Pero, a pesar de lo infinito del verbo del Papa, en demasiados pasajes lo dicho suena a retórico, algo acuciado por la muy discutible decisión del director de filmar la voz del pontífice con este mirando directamente a cámara. Una presunta cercanía con la audiencia que quizá no sea tal, y que acaba subrayando el carácter discursivo de un relato que termina contradiciendo la propia esencia del Papa: “Habla poco, escucha mucho”.
Como también le ocurría a “Francisco, el padre Jorge” (Beda Docampo Feijóo, 2015), discreta ficción argentino-española sobre los tiempos de Bergoglio anteriores al papado, protagonizada por Darío Grandinetti, la película de Wenders presenta a un hombre de infinita tolerancia, que explica lo más profundo desde territorios de sencillez. Y, en lo mejor del documental, dibuja en los momentos sin texto, de meras relaciones gestuales y de miradas con sus fieles, a una persona de una sinceridad y espontaneidad admirables.
Sin embargo, a pesar del orden de Wenders en el tratamiento de los temas, apenas ninguno de ellos admite matices. Ni siquiera el muy polémico de la pederastia en la institución católica, con el que puede que ya sobren las palabras de denuncia y haya que ir cumpliendo con hechos. Las presiones sobre Francisco y su meritoria labor de reforma por parte de los círculos más conservadores del Vaticano son evidentes, pero Wenders sobrevuela los aspectos más contradictorios de la institución católica sin (querer) hincar el diente. Algo imposible en una película que cuenta con el visto bueno y con la colaboración de la propia Santa Sede. No Recomendada.

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