sábado, 2 de junio de 2018

Los estrenos en Sevilla de 01-06-2018




9 películas se estrenan el 1 de junio de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Tres producciones son francesas, una estadounidense, una británica, una italiana, una mexicana y dos españolas. Además, esta semana se reestrena en su 50º aniversario, con una versión restaurada en 4K, una obra maestra de Stanley Kubrick. Sin embargo, se queda sin editar en la cartelera sevillana el drama georgiano anclado en la vida rural de las montañas del Cáucaso “Dede” (Mariam Khatchvani, 2017) y la película uruguaya “Mi mundial” (Carlos Andrés Morelli, 2017). Algunas ausencias que lamentamos y vayamos con el repaso semanal de lo estrenado en Sevilla.       


2001: Una odisea del espacio. (Gran Bretaña, 1968). Dir. Stanley Kubrick.   
50º Aniversario de esta obra maestra de Stanley Kubrick que recomendamos encarecidamente revisar una vez más, en esta ocasión en pantalla grande y completamente restaurada con la calidad del 4K.
Adaptación de una novela de Arthur C. Clarke, interpretada por Keir Dullea, Gary Lockwood, William Sylvester, Daniel Richter y Leonard Rossiter.
Estuvo nominada a 4 Oscars en 1968 y ganó el de Mejores Efectos Especiales.
La música de Richard Strauss, Johann Strauss, György Ligeti y Aram Khachaturyan se funde con las imágenes en una combinación perfecta.
La película de ciencia-ficción por excelencia de la Historia del Cine narra los diversos periodos de la historia de la humanidad, no sólo del pasado, sino también del futuro. Hace millones de años, antes de la aparición del "homo sapiens", unos primates descubren un monolito que los conduce a un estadio de inteligencia superior. Millones de años después, otro monolito, enterrado en una luna, despierta el interés de los científicos. Por último, durante una misión de la NASA, HAL 9000, una máquina dotada de inteligencia artificial, se encarga de controlar todos los sistemas de una nave espacial tripulada. Una experiencia visual majestuosa, como nada de lo que habíamos visto antes. Recomendada.



El malvado zorro feroz. (Francia, 2017). Dir. Benjamin Renner y Patrick Imbert.
Película de animación, por episodios, que obtuvo el Premios César 2017 al  Mejor Film de Animación.
En “La queue de la souris” (2008), cortometraje que reveló el gran talento para la animación del francés Benjamin Renner, un ratón se sublevaba frente a su tradicional condición de víctima y empleaba las armas de la argumentación para frustrarle el banquete al imponente león que pretendía devorarlo. En “El malvado zorro feroz”, largometraje de dirección compartida entre Renner y Patrick Imbert, un depredador intenta convencer de su feroz condición a sus potenciales víctimas –unos pollitos que le quieren, literalmente, como a una madre-, a un lobo sin problemas de autoestima, a un perro guardián que ejerce su trabajo sin excesivo celo y a unas gallinas dispuestas a sofisticar sus métodos de autodefensa. Adaptación de la historieta homónima publicada por Renner en 2015 –a la que se suman la de su anterior “Un bébé à livrer”, aparecida en 2011, y la aventura inédita “Le Noël parfait”, todas ellas ambientadas en el mismo universo imaginario de esa granja rica en cuestionamiento de roles-, “El malvado zorro feroz” es una delicia de principio a fin, en la que el cineasta parece afirmar con rotundidad una voz propia, tras la lección magistral de delicadeza que impartió junto a los belgas Stéphane Aubier y Vincent Patar al dotar de vida a las ilustraciones a la acuarela de Gabrielle Vincent en la sobresaliente “Ernest & Celestine” (2012).
Dispuesta a ser mucho más que la suma de tres brillantes cortometraje, “El malvado zorro feroz” adopta el pretexto de la representación teatral para proporcionar un mismo marco narrativo a sus historias. Vincular la idea de un montaje teatral amateur a la estética de la película sirve para reforzar la militancia artesanal de un trabajo, donde el dinamismo del trazo –entre Sempé y un Reiser para niños- y los preciosos fondos de acuarela crean la poderosa ilusión de asistir a un número de magia hecho a mano en el que, entre la ejecución y el resultado final, ha habido solo los mínimos pasos intermedios posibles. Renner recoge aquí la esencia del cartoon clásico, pero, sin caer en sensiblerías, privilegia la caracterización de personajes por encima del slapstick sádico. Recomendada.



Camarón: Flamenco y revolución. (España, 2018). Dir. Alexis Morante.
Documental sobre una de las figuras más apasionantes que ha dado la música en el siglo XX, un homenaje en el 25 aniversario de la muerte de Camarón y una retrospectiva sobre su vida y su arte.
La trayectoria con mucho de aclamada y mucho de trágica de Camarón de la Isla ha sido trazada por varios documentales y dramatizaciones que logran reconocer una influencia trascendental, aunque sin lograrla explicarla de todo a la audiencia ajena al cante. El nuevo documental sobre el legendario cantaor tiene en este sentido el subtítulo más expresivo, Flamenco y revolución, y comienza su relato, cuando mejor lineal y a ratos inexplicablemente interrumpido por divagaciones e imágenes paisajísticas, remontándose a su adolescencia y juventud, en el oficio de cantar en farras flamencas para diversión de señoritos noctámbulos.
Ese ambiente flamenco en el que él y su compadre Paco de Lucía revolucionaron su arte está ilustrado por las breves lecciones de purismo de Antonio Mairena aunque en qué consistió se limita a la exposición de la introducción de instrumentos propios del rock y el pop en unos palos inmemoriales que al parecer se consideraban intocables. No Recomendada.



Los extraños: Cacería nocturna. (EE.UU., 2018). Dir. Johannes Roberts.
Película de terror made in USA, secuela del film “Los extraños”, basada en hechos reales e interpretada por Christina Hendricks, Bailee Madison, Martin Henderson y Lewis Pullman.
“¿Por qué?”, pregunta una víctima a su verdugo, una adolescente que, tras su inquietante máscara de muñeca de porcelana, oculta un rostro en el que podrían leerse tanto los rasgos de una monstruosidad vaciada de empatía como los de una perpleja inocencia. “¿Por qué no?”, responde esta última. En ese conciso intercambio verbal, “Los extraños. Cacería nocturna”, secuela tardía de la eficaz y perturbadora “Los extraños” (2008) de Bryan Bertino, se hace eco de uno de los sutiles matices que permitieron a esa película trascender su condición de aplicado ejercicio de estilo en torno a la memoria del slasher de los setenta. Porque “Los extraños”, amén de recuperar para el género un concienzudo sentido de la puesta en escena que las retóricas efectistas del cine de terror estadounidense de los ochenta habían casi pulverizado, encontraba su toque de distinción al definir a su trío de asesinos adolescentes, y enmascarados, en una indolencia bastante más escalofriante que la sobreactuada vehemencia criminal de anteriores iconos de la especialidad. Los depredadores de “Los extraños” mataban, por así decirlo, apuñalando con la mano muerta, como si el asesinato fuera una inercia. Incluso una inercia fastidiosa.
El británico Johannes Roberts, que no estuvo especialmente afortunado en su expedición india de “El otro lado de la puerta” (2016), asume ahora a conciencia la responsabilidad de no traicionar el legado de la pesadilla minimalista de Bertino, pese a ampliar el terreno de juego con decisiones no exentas de riesgo. El escenario –un parque de caravanas a orillas de un lago suple aquí a la modesta cabaña del original- trae de serie toda una cartuchera de guiños a una memoria sentimental presidida por el recuerdo de “Viernes 13” (1980). Y la victimizada pareja del original es sustituida aquí por una familia con hija adolescente problemática, que propicia un cierto efecto espejo con unos asesinos que podrían ser la modulación patológica de su malestar. En la piel de la sufrida madre, Christina Hendricks explota una fragilidad derrotada que recuerda a la de su notable papel en “Lost River” (2014).
La consigna en marcha parece ser la de dar al espectador más por su dinero, lo que podría devaluar la sintética fuerza del original, pero Roberts gradúa bien el camino hacia las hipérboles climáticas –el coche incendiado-, borda secuencias memorables –el asesinato del padre- y fija imágenes en el límite de lo poético –la aparición en el tubo de cemento-. No obstante, poco es esto para recomendarla. No Recomendada.



Basada en hechos reales.  (Francia, 2017). Dir. Roman Polanski.
Presentada en la Sección Oficial (fuera de concurso) del Festival de Cannes 2017.
Thriller psicológico con guión de Olivier Assayas y Roman Polanski, basado en una novela de Delphine de Vigan.
Interpretada por Emmanuelle Seigner, Eva Green, Vincent Pérez y Damien Bonnard.
El score está compuesto por Alexandre Desplat.
Con una sola frase mecanografiada sobre un folio en blanco, Stanley Kubrick sintetizó en “El resplandor” (1980) uno de lo más obsesivos temas en la obra de Stephen King: el del bloqueo del escritor. En “Basada en hechos reales”, adaptación de la novela homónima de Delphine de Vigan, Roman Polanski y su coguionista Olivier Assayas proponen una gélida variante a esa imagen: el imponente, casi devorador, blanco absoluto de un documento de Word abierto en la pantalla de un ordenador portátil. De Vigan rinde explícito tributo a King al dividir su relato en tres partes diferenciadas, dos de las cuales se abren con sendas citas de “Misery” –la gran pesadilla del escritor enfrentado a una idea monstruosa del lector- y la otra con una cita de “La mitad oscura” –o el tema del doble (escritor) según la mirada paranoica kingniana-. Como bien señaló Nelly Kaprièlian en su crítica del libro publicada en “Les Inrockcuptibles”, lo que proponía la escritora no era tanto un ejercicio de literatura de género como una temeraria hibridación: el matrimonio contra natura entre la tradición francesa de la autoficción con el imaginario del autor de “La historia de Liley”, Ventana secreta, secreto jardín” y tantos otros relatos sobre el infierno de crear. Aunque quizá el matiz sea irrelevante: ¿no es, de hecho, también una forma de autoficción lo que hace King?
Llevar al cine esta novela de una autora de dolorosas autoficciones que decide jugar, por una vez, a la metaficción paranoica podía parecer una elección natural para un cineasta como Polanski, artista no sólo versado en explorar los fantasmas de la subjetividad, sino sujeto de una larga persecución judicial y de un reforzado cuestionamiento social y mediático. En la película, una escritora de éxito es progresivamente vampirizada por una admiradora, mientras recibe amenazadores anónimos que la reprenden, a su vez, por vampirizar en su escritura la vida de sus seres queridos. El potencial para trazar aquí la línea que uniera “Repulsión” (1965) y “El quimérico inquilino” (1976) con el cuestionado Polanski de carne y hueso era tan inmenso como decepcionante resulta el resultado final. Hay aplicada elegancia donde debería manifestarse, de manera progresiva y sutil, una perturbación en esta propuesta que no osa ser autoficción, ni tampoco película de terror, desembocando en un desenlace ambiguo que, a estas alturas, ya parece tan cliché como el susto final en una película de terror de los 70. No Recomendada.



El hombre que mató a Don Quijote. (Reino Unido, 2017). Dir. Terry Gilliam.
Presentada en la Sección Oficial (fuera de concurso) del Festival de Cannes 2018.
Aventuras y viajes en el tiempo en esta producción británica con guion de Terry Gilliam y Toni Grisoni, basado en la novela de Miguel de Cervantes.
Interpretada por Jonathan Pryce, Adam Driver, Olga Kurylenko, Stellan Skarsgard, Joana Ribeiro, Óscar Jaenada, Jordi Mollà, Rossy de Palma, Jason Watkins, Paloma Bloyd y Sergi López.
El score está compuesto por el músico español Roque Baños.
En el largo y tortuoso proceso de creación de “Ocho y ½”, Federico Fellini llegó a pensar: “Soy un director que quería hacer una película que ya no recuerda”. Sin embargo, atascado en la mente en blanco, en el folio en blanco, en la pantalla en blanco, acabó saliendo del pozo con una idea célebre: “Haré una película sobre la historia de un director que ya no sabe cuál era la película que quería hacer”.
Un pensamiento que también ha debido barruntar Terry Gilliam en un viaje en el tiempo aún más dilatado y retorcido, el de “El hombre que mató a Don Quijote”. Hasta conformar, 18 años después de lo previsto, su propio “Ocho y ½”, el delirante retrato de un director de cine que ya no es el que era años atrás, y que quizá no recuerda la película exacta que pretendía hacer. Una obra donde lo interno del relato se confunde con lo externo de la producción en sí misma, con diversos guiños al empedrado camino recorrido, en una amalgama metalingüística que, lejos de resultar caprichosa, es absolutamente coherente con el mito que la inspira y la mueve, el de Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, sobre todo en su segunda parte, cuando el Quijote de Avellaneda, apócrifo, provoca en el verdadero una serie de ficciones dentro de la ficción, con diversas concomitancias en la película de Gilliam, en una suerte de juego de muñecas rusas que convierte en autoconscientes a sus personajes.
Y es ahí, en ese proceso de identificación entre el propio Gilliam y Alonso Quijano, agravado por las demenciales circunstancias de producción del imaginativo sueño de la razón de ambos, donde reside lo más interesante de una creación desequilibrada, con instantes de brillante impacto visual y narrativo, en los que se intuye lo que pudo ser y no es, junto a pasajes cerca del desastre, no ya impostados sino directamente pedestres, en lo cómico y en lo cinematográfico.
Gilliam juega con toda clase de mensajes implícitos. Guiños a la fallida aventura de hace 18 años, retratada en el documental “Lost in La Mancha”, cuando apenas pudo filmar unos planos, entre el caos organizativo y las inclemencias del tiempo: el ruido de los helicópteros de la policía, evocador de los aviones del ejército que interrumpían constantemente aquel rodaje. Incluso frases concretas: “Es el único mes del año en que no llueve…”. Guiños al también fracasado proyecto de “Quijote” de Orson Welles, con planos exactos en su estilo, característicos encuadres en picado y contrapicado, y en blanco y negro. Y guiños a la extrañeza del idioma inglés en una película española sobre míticos personajes españoles, con un desternillante detalle de libertad narrativa que los espectadores comprenderán o repudiarán.
Las libérrimas actitud y creatividad de Gilliam son, de este modo, su cielo y su infierno, su cuna y su tumba. Y a pasajes impresionantes, como el de los cueros de vino o el de los “no son gigantes, mi señor”, pueden suceder gracias infumables de un director que, sin dejar de ser el soñador que siempre fue, tras muchos años luchando contra molinos de viento en forma de productores y tormentas, se ha terminado convirtiendo en un caballero andante del cine, en el director quijote de una película sobre El Quijote. No Recomendada.



El intercambio. (España, 2017). Dir. Ignacio Nacho.
Presentada en el Festival de Cine Español de Málaga (fuera de concurso).
Con un guión propio, el director Ignacio Nacho cuenta para esta comedia con un reparto encabezado por Pepón Nieto, Hugo Silva, Rossy de Palma, Natalia Roig, Salva Reina, Mara Guil y Paco Tous.
El score está compuesto por Antonio Meliveo y Pablo Cervantes.
El caso del malagueño Ignacio Nacho, como el de tantos directores españoles que comenzaron en los márgenes de cualquier convencionalismo y acabaron acudiendo al redil del cine más comercial, es digno de estudio. Brillantísimo cortometrajista en los primeros años del siglo XXI con piezas como “Casa Paco” (2000) y “Libertad provisional (2001), caracterizados por la indagación visual y sonora, la ausencia de texto y un vanguardista sentido del humor, Nacho se pasó los años siguientes alimentando a otros como él con su radical espíritu artístico, impartiendo clases en el Centre d’Estudis Cinematogràfics de Catalunya (CECC), probablemente la escuela de cine española con mayor gusto por la experimentación.
Su extremada autenticidad se confirmó en 2004 con su largometraje “Poliedro”, filmado más allá de la frontera con cualquier ortodoxia narrativa y de producción, en blanco y negro y mucho más cerca del surrealismo de los años 20 que de cualquier película contemporánea. Una obra suicida que no llegó a las salas comerciales y que quizá le hizo refugiarse en el teatro, donde ya había apuntado con piezas de humor negro e insólito sentido de la crítica social.
Un formato, el teatral, en el que, paradójicamente, Nacho vivió el primer éxito de público de su vida: el de “El intercambio”, obra estrenada el pasado año en Madrid con Gabino Diego y Teté Delgado como protagonistas, y en dos centros de espíritu popular como el Gran Vía y el Marquina. Si se trata de una (comprensible) claudicación al sistema o de un (verdadero y sentido) giro creativo lo sabrá el propio Nacho, pero lo cierto es que poco o nada funciona en esta versión cinematográfica de su pieza teatral, a medio camino entre la huida de las leyes fundamentales de la comedia actual y la gruesa rectitud del monólogo más comercial, identificativo e insustancial.
Y aunque es probable que el pensamiento de Nacho estuviera en la Otra Generación del 27, en Mihura y Jardiel Poncela, en su tradicional inverosimilitud y espléndida locura, incluso en el surrealismo de los hermanos Marx, su película solo despega en la secuencia inicial, previa a los créditos, y en algún golpe de ingenua espontaneidad de su actriz Natalia Roig. El resto, ambientado en un único escenario, y alrededor de un sexual canje de parejas, pese a su huida del naturalismo, algo que le honra, no pasa del vulgar estrambote y del grueso subrayado visual, sin llegar al espíritu de extrañeza que se supone que anda buscando su autor. No Recomendada.



Algo celosa. (Francia, 2017). Dir. David y Stéphane Foenkinos.
Comedia francesa interpretada por Karin Viard (nominada al Cesar 2017 a la Mejor Actriz), Marie-Julie Baup, Thibault de Montalembert y Anaïs Demoustier.
Entre el teatro de Molière y algunas comedias francesas de última generación, el arte de explotar las potencialidades de un arquetipo, de aislar un rasgo caracterológico para sumar una nueva pieza a la comedia humana que permita entender algo sobre nuestra naturaleza ridícula, se ha devaluado considerablemente, salvando las honrosas excepciones que encarnan modelos tan distintos como las comedias de Antonin Peretjako, Sébastien Betbeder o del tándem Agnés Jaoui y Jean-Pierre Bacri. En “Algo celosa”, David y Stéphane Foenkinos han llegado a la conclusión de que la mejor manera de abordar una crisis femenina de mediana edad consiste en colocarle a una actriz tan versátil como Karin Viard un yugo expresivo –el de la borde sistemática, rebotada inmisericorde a tiempo completo- y ponerla a andar.
Pese a la falsa pista del título, no es esta una comedia sobre los celos patológicos, sino un retrato inconfundiblemente masculino de la cincuentona media percibida como vector avinagrado sin matices. Los hermanos Foenkinos creen en la fuerza transformadora de los manuales de guion como si fueran los nuevos grimorios para una alquimia de lo emocional: hace falta una fe realmente ciega para creer que la colocación estratégica de un giro dramático y la mecánica resolución de todos los conflictos abiertos en la última media hora de metraje bastan para obtener una verdad. Y no bastan. No podemos dejar de acordarnos de “50 primaveras” (2017), de Blandine Lenoir, una película que, usando materiales cercanos, se parecía a esta como el día a la noche. No Recomendada.



Bendita ignorancia. (Italia, 2017). Dir. Massimiliano Bruno.
Comedia italiana ambientada en el mundo de la enseñanza, interpretada por Marco Giallini, Alessandro Gassman, Valeria Bilello y Carolina Crescentini.
Las relaciones sociales, amistosas, laborales y sentimentales, en la era de Internet. Hay tema, nadie lo duda. Y más en una comedia, como bien se ha encargado de demostrar uno de los últimos éxitos del cine español: “Perfectos desconocidos”. Y sobre ese diálogo inicial, sobre esa dicotomía entre tradicionalistas y progresistas, entre reaccionarios e impostores, según de quien venga la noción, o el insulto, se sostiene la comedia italiana “Bendita ignorancia”, costumbrismo popular para grandes públicos, con algún hallazgo narrativo y ciertos excesos de meliflua emotividad.
En su quinta película como director, Massimiliano Bruno, también coguionista, establece un buen conflicto inicial entre dos antagónicos profesores de instituto: el adicto al móvil, a las redes sociales y a Internet como apoyo para la educación, y el maestro a la antigua usanza, lector impenitente, alérgico a la fanfarronería de la imagen y a las conexiones virtuales, deberán intercambiar sus vidas para ver quién se desenvuelve mejor en la dinámica del otro. Sin embargo, frente a situaciones de cierta gracia, amparadas en la cotidianidad contemporánea y en la vergüenza ajena que damos los seres humanos cuando nos enfrentamos a nuestras propias taras, Bruno apuesta también por una doble trama de conflicto familiar y amoroso, casi de melodrama folletinesco, que rebaja las expectativas cómicas en beneficio de una supuesta emoción que no es tal.
Como tantas otras películas y series contemporáneas, quizá demasiadas, “Bendita ignorancia” recurre a la cercanía con el espectador mediante la ruptura de la cuarta pared, con continuos apartes de los protagonistas con mirada a cámara, apelando a la opinión del público y a que éste, en su pensamiento, vaya alineándose en uno de los dos bandos. Y además contiene un par de recursos elípticos muy bien conformados visualmente, sobre todo ese en el que una niña se convierte en mujer a través de unos simples paseos por el pasillo de casa.
Pero, consciente de que en la complejidad y la trascendencia puede estar el distanciamiento de su espíritu popular, Bruno prefiere el encontronazo grueso y la diatriba gritona a la finura cómica y al argumento elaborado, que solo aparece en puntuales réplicas de calidad, basadas en una sencillez casi filosófica. Como esa en la que a una alegre afirmación, “ahora puedes hablar con millones de personas en todo el mundo”, simplemente se responde: “¿Y qué quieres que les diga?”. No Recomendada.



1974: La posesión de Altair. (México, 2016). Dir. Victor Dryere.
Película de terror con elementos sobrenaturales laureada en el Festival de Sitges 2016 con el Premio Blood Window a la Mejor Película Latinoamericana.
Interpretada por Diana Bovio, Rolando Breme, Guillermo Callahan y Blanca Alarcón.
En 1974, México era una colorida y saturada polaroid. Parecían haberse olvidado las represiones y matanzas estudiantiles de finales de los 60, el gobierno se desmarcaba de la no menos criminal dictadura chilena de Pinochet y la crisis del petróleo parecía solamente una noticia filmada en un granulado Súper 8 emitida en una televisión a colores, colores lisérgicos. La felicidad encapsulada mientras el terror campaba en forma de leyendas urbanas como la de una esterilización en masa de niños en edad escolar, en los colegios, enmascarada como una simple vacunación contra el sarampión. Ese México, atrapado en una película familiar gastada por el tiempo, castigada por una falsa sensación de bienestar, es la que este film de terror saca a la luz, a una luz de exorcismo, pero más aún de contagio del horror, de infecciosos fantasmas personales. “1974: La posesión de Altair” se adscribe a esa moda a la cual pensábamos que nada le quedaba por aportar, la del found footage. Sin embargo, todavía quedaba algo por decir y es precisamente que el pasado nunca fue mejor, y que los años 70 fueron, de verdad, los años de la llegada de Satanás a la Tierra. La década en la que Lucifer y el Mal se adueñaron de nuestro mundo. Los años de Pinochet, de los más altos índices de violencia en las metrópolis, de hambrunas, de asesinatos, de las drogas… La ¿feliz? pareja desaparecida sin motivo que sonríe desde fotografías y filmaciones caseras son la prueba de esa diabólica otra dimensión, de ese otro México alejado del folclore, pero muy unido a éste. La película manipula, con excelente mano para generar tensión (pese a las obligaciones y servidumbres de su pertenencia al subgénero del “metraje encontrado”), esa caja terrorífica de Pandora, ese portal hacia el pavor primigenio. Una agradable, a pesar de algún puntual defecto (creer que un golpe de efecto sonoro es más eficaz que un silencio y un plano estático), vuelta a aquel México de los exploits fantastique de René Cardona Jr. No Recomendada.

 

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