viernes, 26 de enero de 2018

Los estrenos en Sevilla de 26-01-2018



5 películas se estrenan y una se reestrena el 26 de enero de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Los cinco estrenos son: dos producciones estadounidenses, una italiana, una francesa y una rusa. El reestreno es la película de animación “El señor de los anillos” (Ralph Bakshi, 1978). Aunque celebramos los reestrenos en nuestra ciudad, podrían haber elegido cualquier otro mejor de mejor calidad, pero… Y ningún estreno de producción propia. Este es nuestro repaso semanal a los estrenos en Sevilla.      

 

Sin amor (Loveless). (Rusia, 2017). Dir. Andrey Zvyagintsev.

Drama ruso sobre una pareja que atraviesa un divorcio y debe aunar fuerzas para encontrar a su hijo, desaparecido tras una de sus peleas. El filme está protagonizado por Maryana Spivak, Aleksey Rozin, Matvey Novikov y Marina Vasilyeva.

11ª película que se estrena en nuestra ciudad de la Sección Oficial del Festival de Cannes 2017. Gana el Premio del Jurado en Cannes 2017 y nominada al Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa.

El score está compuesto por Evgueni Galperine.

El ruso Andréi Zvyagintsev lleva ya 15 años con su estudio y representación de los padres terribles. Y, sobre todo, con su reflexión alrededor de la herencia del mal, de la inoculación de la conducta entre generaciones sucesivas. Así, a las magníficas “El regreso” (2003), “Izgnanie” (2007) y “Elena” (2011), se une ahora la no menos formidable “Sin amor”. Con su habitual poder simbólico y su mayúscula capacidad para la conmoción visual y sonora. Sin piedad con sus criaturas.

Año 2012. La irrisoria creencia de que, por influencia del calendario maya, en el mes de diciembre llegará el fin del mundo, quizá acompañado de una transformación espiritual que dé comienzo a una nueva era, alimenta las primeras ensoñaciones simbólicas del director. El apocalipsis físico está cerca, pero el moral hace tiempo que yace entre nosotros, en forma de paternidades y maternidades tan egoístas como carentes de afecto con sus hijos. Y el virus se hereda. De la abuela se dice que es “una Stalin con faldas”. Los padres, de clase media alta, buenos hogares, nivel económico, se desprecian mutuamente mientras se debate quién se queda con su hijo tras el divorcio. Ninguno de los dos lo quiere a su lado. Y el niño desaparece.

Zvyagintsev presenta un universo adulto en el que solo funciona el sexo. Y aunque parezca centrarse en la búsqueda del crío, lo esencial es el panorama ético que presenta en la sociedad. Bestial en todos los ámbitos. El de la gélida burocracia policial, el de la voracidad sentimental de las mujeres, el de la incompetencia infantil de los hombres, el de la desorientada adolescencia. Utilizando una banda sonora muy vehemente, entre la gravedad orquestal y la terrible nota constante, repetida, molesta, perturbadora y fascinante, el creador de “Leviatán” nos hace experimentar un viaje al fin de la noche sin respuestas explícitas pero con evidentes desafíos morales.

Hasta un epílogo, casi tres años después, en el que no por casualidad estalla la guerra en el Donbáss entre Ucrania y las milicias separatistas prorrusas. Macroconflictos, microconflictos: Putin, el padre más terrible de todos. “Sin amor”, película sobre el resentimiento y la condena, culmina así con otra imagen metafórica, la de una mujer que corre y corre sin avanzar un milímetro, que huye de su pasado para construir un presente y un futuro que no es sino su propio pretérito. Generación tras generación. Recomendada.

 

 

Call me by your name. (Italia, 2017). Dir. Luca Guadagnino.

Drama romántico ubicado en los años 80 con trasfondo homosexual interpretado por Timothée Chalamet, Armie Hammer, Michael Stuhlbarg,  y Amira Casar.

Nominada a 4 Oscars (incluida mejor Película).

El score lo compone Sufjan Stevens.

Aunque narra con enorme acierto visual y grandes dosis de buen gusto una historia de enamoramiento veraniego entre un joven de 17 años y otro algo mayor, de lo que realmente habla la sensual y detallista película de Guadagnino es del voluptuoso torrente de la juventud y de algo realmente profundo y complejo que se traduce en la mejor escena de la película (la que le quita y le pone sentido a la historia) entre padre e hijo, Timothée Chalamet, que es candidato al Oscar por su carnal y pujante Elio, y Michael Stuhlbarg, demoledor en esos instantes de encuentro con su hijo en los que habla con una rotundidad y precisión sobre la vida y tú como no se había visto ni escuchado nunca… Stuhlbarg (quien, por cierto está en tres de las películas candidatas al Oscar, en «Los archivos del Pentágono» y en «La forma del agua» además de en ésta) pasa directamente al pódium de los mejores padres de la historia del cine y disputándole el cajón de arriba a Atticus Finch. Esa magistral secuencia, junto al primer y sostenido plano final de Elio-Chalamet en el que su rostro te cuenta las tres siguientes películas que nadie rodará, hacen de esta historia esa maravilla que te oxigena de arriba abajo.

Es una película larga, contemplativa, que se recrea en los maravillosos paisajes, personajes y localizaciones, que le extrae al guion de James Ivory toda esa temperatura y voluptuosidad que recoge con encanto de cámara Guadagnino. El absoluto centro de observación es el joven Elio, buen lector, magnífico músico y joven al que le cuesta ser él mismo entre el caos hormonal, la confusión emocional y la ensalada de feromonas masculinas y femeninas que tiene alrededor y que forman parte de ese frondoso, aromático, gastronómico y soleado verano italiano. La película habla de atracción, de amor, sí, y de pulsiones eróticas, de ese bucear ya sin apenas aire al final de la adolescencia, de ese estar tan a gusto con nuestras dudas como incómodo con nuestras certezas… Una película que se ha de ver como algo saludable, como si se fuera uno a beber uno de esos «smoothys» de fruta y verdura. Recomendada.



C´est la vie. (Francia, 2017). Dir. Olivier Nakache y Eric Toledano.

Comedia sobre bodas protagonizada por Jean-Pierre Bacri, Vincent Macaigne, Kévin Azaïs y Suzanne Clément.

Nominada al Goya 2018 a Mejor Película Europea.

Olivier Nakache y Eric Toledano siguen a la suyo: a la caza de la comedia dramática para todos los gustos, comercial, agradable y popular. E indolente. Porque de lo que se trata es de no herir a nadie, a pesar de que algunos de los conflictos sugeridos puedan derivar hacia lo complejo. Y tras “Intocable” (2011), oda al público medio de estruendoso éxito, y “Samba” (2014), epifanía del ridículo de forzada simpatía, llega la (un punto) más agradable pero igual de desidiosa “C’est la vie”, presentada en el pasado Festival de San Sebastián. Una película que podría ser mucho mejor si se supiera de qué va.

Y no nos referimos al argumento, sino a lo que realmente quieren decir Nakache y Toledano con su retrato de una boda de lujo en un castillo francés, protagonizada tanto por los contrayentes y comensales como por el dueño y los trabajadores de la firma que organiza la celebración. ¿Estamos ante una apología del esfuerzo del pequeño empresario? ¿De una defensa del humanismo en las relaciones laborales? ¿De la Francia de la preconizada igualdad, de razas, de clases sociales? ¿De la necesidad del amor como motor vital? ¿De una crítica de la apariencia? ¿De todo esto junto? ¿O en realidad de nada en particular salvo la voluntad de entretener con las relaciones entre los personajes y las situaciones cómicas? Que resulte imposible contestar a la pregunta principal de una película —cuál es la intención de sus creadores— debería dar una idea de la poca trascendencia del producto, con independencia de que sus chistes deambulen entre lo inocente y lo directamente ridículo.

Película de considerable carácter coral, con una quincena de personajes con cierto desarrollo, “C’est la vie” resulta mejor cuanto más se acude en la puesta en escena a la movilidad de la cámara, a esa especie de walking and talking (conversaciones en continuo movimiento) tan típico de las series de Aaron Sorkin. Pero en cuanto la secuencia se para, la pareja de directores se refugia en la planicie del plano-contraplano sin la menor imaginación ni dominio del espacio. Y aunque las reminiscencias de “La noche americana” sean evidentes —en las relaciones cruzadas, en la concepción del tiempo, en los designios tonales—, comparar el inclemente dibujo sobre el oficio de hacer cine de François Truffaut con esta apoteosis de la simpleza de lo presuntamente ameno resulta casi una temeridad. No Recomendada.



El pasajero. (USA, 2018). Dir. Jaume Collet-Serra.

Thriller interpretado por Liam Neeson, Patrick Wilson, Vera Farmiga y Sam Neill.

El score está compuesto por el músico español Roque Baños.

Es tan inhabitual que un blockbuster de acción sorprenda con una imaginativa solución estilística que el arranque de “El pasajero”, nuevo thriller de Jaume Collet Serra con Liam Neeson, casi impulsa al espectador a levantarse de la butaca para aplaudir con entusiasmo. En el prólogo, el montaje rompe sus códigos de transparencia para unir en continuidad diversos tiempos al servicio de una acción lineal. El recurso sirve, pues, para presentar a un personaje y su cotidianidad: sabremos que Liam Neeson, empleado en una agencia de seguros, lleva tiempo levantándose todas las mañanas a la misma hora, reiterando día tras día sus rituales domésticos a la hora del desayuno con su esposa y su hijo antes de subir a un tren de cercanías que le llevará a su oficina en la ciudad. También sabremos otras cosas que van a resultar esenciales para disfrutar del juego de suspense algo mecánico que propone la película: que los estudios universitarios de su hijo van a conllevar considerables gastos y que el protagonista se suele encontrar con los mismos pasajeros en su trayecto, algunos de los cuales se han convertido en presencias lo suficientemente familiares como para merecer pequeñas interacciones sociales. El trayecto que describe Liam Neeson en esos primeros minutos es así, llueve, truene, nieve, hiele o haga sol. El prólogo de “El pasajero” nos habla, pues, de un hombre y su rutina, pero la película va a abordar, precisamente, el día en que se rompe esta rutina, empezando por el abrupto despido laboral que hunde los horizontes de futuro de un trabajador en la sesentena.

“El pasajero” no es, por supuesto, una película libre de fórmulas y automatismos. De hecho, el argumento con que se le podría vender el proyecto a un productor es extremadamente conciso: “El pasajero” hace por los trenes de cercanías lo que “Non-Stop” (2014), uno de los grandes éxitos de taquilla del director, hizo por los aviones. La mecánica es la misma: el antihéroe que, en realidad, es un héroe dormido impelido a reactivar sus fuerzas, la idea del psicópata omnisciente que espolea la mirada paranoica del protagonista, la acción encerrada en un viaje en (supuesto) tiempo real… No obstante, Collet Serra y sus guionistas saben qué resortes tocar para que lo familiar no resulte redundante. El modo en que Vera Farmiga logra hechizar la película entera apareciendo tan solo escasos minutos es sólo uno de estos toques mágicos. No Recomendada.



El corredor del laberinto: La cura mortal. (USA, 2018). Dir. Wes Ball.

Película de ciencia-ficción secuela de “El corredor del laberinto”, interpretada por Dylan O'Brien, Kaya Scodelario, Katherine McNamara y Thomas Brodie-Sangster.

Por definición, la insistencia en un relato hasta convertirlo en serial no nace de la capacidad creadora sino de sus ínfulas comerciales. El objetivo está en estirar el argumento sin olvidarse del tema y, sobre todo, sin que sus subtextos desaparezcan. Pero pocos lo logran. Y la extenuación llega en el momento justo en el que las esencias del original se han perdido para dar paso a la acción por la acción: los personajes van, vienen, hacen esto, salvan al otro y se establecen entre ellos relaciones tan cambiantes como caprichosas, pero nada tiene importancia.

Es lo que le ha ocurrido a la saga de películas “El corredor del laberinto”, basadas en las novelas publicadas por James Dashner a partir del año 2009, e iniciada en el cine con el título homónimo de 2014, refrescante, enérgico y carismático. Pero fue salir del reducto de la cárcel fortaleza, establecida como microsociedad a la manera de “El señor de las moscas”, y la serie se diluyó. Sus dos posteriores entregas, “El corredor del laberinto: las pruebas” (2015) y esta “El corredor del laberinto: La cura mortal” (2018), nacieron muertas de antemano. Se han olvidado de lo esencial —la educación político social, el dominio del espacio, la dicotomía entre rebelión y acondicionamiento de la voluntad hasta la creación de un hogar imperfecto—, para centrarse en lo particular, en la ficción repetida por antonomasia, en la muerte puntual de algún personaje como clímax. Y así, como en ciertas series de televisión, llega un momento en el que resulta indiferente que estas tengan tres temporadas o siete. Porque todo es lo mismo, porque las variables están ancladas en la superficialidad, en la sucesión de la acción, y en la continuada hipertrofia del tiempo, con duraciones de 113, 131 y 142 minutos, respectivamente, para cada una de las tres películas.

Que con el paso de los años, y de los relatos, sea difícil distinguir una trama de la serie “El corredor del laberinto” de otra de “Los juegos del hambre” o de “Divergente” habla mal tanto de la originalidad de los libros en los que se basan como de sus adaptadores cinematográficos, incapaces de ofrecer autenticidad y nuevas expectativas, y dejando como único legado el monótono acontecer de una historia que, con esta sistemática, podría acabar ahora o dentro de 100 años. No Recomendada.



El señor de los anillos. (USA, 1978). Dir. Ralph Bakshi.

Reestreno de la película de animación que obtuvo una nominación en su día al Globo de Oro por Mejor Banda Sonora Original, compuesta por Leonard Rosenman. 

La primera adaptación de la obra magna de J.R.R. Tolkien se estrenó inicialmente en 1978 tras haber sufrido un proceso de producción lastrado por recortes presupuestarios y una ambición excesiva por parte del director Ralph Bakshi. Los efectos de esas dificultades se evidencian en el producto final. La narración, que apenas cubre la mitad de la trilogía de Tolkien, es una maraña de personajes inertes que participan en confusas escenas que solo los fans más acérrimos de los libros serán capaces de seguir. Más problemático aún resulta el 'look' de la película, que fue filmada con actores y en escenarios reales y cuyos fotogramas fueron luego coloreados de mala manera. No Recomendada.

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