domingo, 10 de junio de 2012

Sueño y silencio, en cartelera



Título original: Sueño y silencio. Dirección: Jaime Rosales. País: España, Francia. Año: 2012. Duración: 110 min. Género: Drama. Guión: Jaime Rosales. Producción: Fresdeval Films, Les Productions Balthazar, Wanda Vision. Fotografía: Óscar Durán, en B/N. Montaje: Nino Martínez Sosa. Estreno en España: 8 Junio 2012.
Intérpretes: Yolanda Galocha, Oriol Roselló, Jaume Terradas, Laura Latorre, Alba Ros Montet, Celia Correas, Carmen Gamboa, Eva Galocha.

Sinopsis: Oriol y Yolanda viven en París con sus dos hijas. Él es arquitecto, ella es profesora. Durante unas vacaciones en el Delta del Ebro, un accidente transforma sus vidas.

Situarte ante una película y valorarla siempre supone subjetividad por el hecho en sí de emitir una opinión. Esto es evidente, así como que esta subjetividad alcanza el grado máximo cuando se analiza un tema que te sensibiliza especialmente y ves en la pantalla ecos de experiencias dolorosas en las que has sido tímido observador. El planteamiento tiene que ser muy burdo para que no te emocione. Pero, en este caso, Jaime Rosales acierta con sus apuestas.

El núcleo familiar

Destaca, en primer lugar, la fotografía en blanco y negro, de grano duro, que imprime carácter de evocación: otorga la distancia que supone algo realmente vivido o sentido, pero no inmediato. Sin embargo, se utiliza el color en dos planos y esto llega a molestar: en caso de que su uso no sea arbitrario (me extrañaría que lo fuera) no quedan suficientemente claras las motivaciones.

Los actores no profesionales muestran un dolor contenido de gran realismo. La falta de diálogos en el guión provoca la naturalidad de las expresiones (“una tilita”, “esa pachorra”). No hay nada impostado, no hay palabras que suenen falsas. Al no existir directrices sobre cómo actuar, los intérpretes se salen del plano, a lo Toulouse-Lautrec: se capta una visión parcial (una sola cámara, un único punto de vista) de un momento determinado. Conmovedora la abuela que cuenta sus duelos pasados y presentes con la vana intención de ofrecer consuelo al interlocutor fuera de campo,  y conmovedora también la secuencia en que Yolanda cuenta en el parque una anécdota a su hija y no se nos ofrece el contraplano.

Eva Galocha, Yolanda Galocha y Carmen Gamboa

Por otro lado, como es frecuente en el cine de Rosales, los planos son muy largos. Podríamos decir excesivamente largos, ya que a veces no aportan nada nuevo. El recoger, por ejemplo, el entierro al completo en una interminable y lejana cámara fija, puede sacarte de la película en vez de favorecer la identificación.

En cambio, la secuencia final es de gran belleza: un travelling avant que recorre el parque, lugar de encuentro de Yolanda con su hija añorada. La cámara recoge el caminar de los transeúntes, los juegos de las niñas, el agradable e intranscendente estar, como si se tratara de una tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte. Sólo que Seurat realizó innumerables bocetos y retoques del original para ofrecernos su visión. Aquí, toma única: una decisión muy arriesgada.

Tanto en el prólogo como el epílogo, aparece Miquel Barceló en plena expresión artística. El paso del tiempo, un habitual en la obra del pintor mallorquín, conlleva la superposición de experiencias: una realidad deja sus huellas sobre las que se imprimen otras distintas. Y encima de todo, las cruces.

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