En la pasada 53ª Edición de Festival de Cine Fantástico de Sitges, se entregó, de forma virtual, el Gran Premio Honorífico a David Lynch (en 2019 había recibido el Óscar Honorífico). La localidad barcelonesa no deja de profesar su admiración por el director desde que premiara en 1986 su película Terciopelo Azul. En 2006 lo homenajeó con una exposición y el estreno del que sigue siendo su último largometraje, Inland Empire. Como no puede ser de otro modo, Sitges tiene que sucumbir ante el creador de Cabeza borradora, Dune, Carretera perdida, Mulholland Drive o Twin Peaks.
Pero el especialista en lo onírico, lo surrealista, lo turbio que anida en lo más íntimo de las personas, también es el que firma la película Una historia verdadera (1999), nominada a la Palma de Oro en Cannes. Este título, fruto de la traducción española, pareciera tener la intención de dejar patente el cambio de registro del director, aunque verdaderamente el título original es The Straight story, la historia de Straight, ya que se basa en la historia real del viaje que realizó Alvin Straight, de 73 años, en una cortadora de césped para ver a su hermano enfermo del que se había distanciado. Una road-movie en un vehículo muy original.
En numerosas ocasiones el punto de vista de la cámara es elevado |
Dicha está la sinopsis y, a mí que no me gusta desvelar demasiado de las películas, no me queda otra que reconocer que no queda mucho más para revelar, que no hay ningún giro inesperado ni nada para que lo fantástico aparezca y nos sorprenda.
Ni falta que hace, dirán muchos. Y lo cierto es que emociona en su sencillez, sin necesidad de subrayados dulzones (el que fuera distribuida por la Disney nos podría causar algo de prevención al respecto).
Si buscáis por la red, encontraréis artículos que justifican que en la película reside el mismo espíritu que en el resto de las películas de David Lynch. Mejor o peor encaminadas, dichas justificaciones creo que no dejan de ser un ejercicio dialéctico con que enmarañar la realidad: el resultado en pantalla se distancia mucho de todos sus largometrajes.
De estructura clásica y un tratamiento de la narración convencional, constatamos desde las primeras secuencias que la mirada que dirige la cámara no es de ninguna manera la de alguien convencional, sino la de un cineasta que hasta lo sencillo convierte en deleite. Cultivando diversas artes, entre ellas la fotografía, la pintura, la publicidad y el diseño, no es de extrañar el cuidado estético de sus obras, si bien tiene un estilo contenido para que no resulte una obra preciosista vacía.
Descubrimos su maestría en movimientos elegantes de cámara (elevada en numerosas ocasiones para dejar patente, ante la pequeñez del individuo, la grandeza de la hazaña), encuadres perfectos, planos conmovedores, como el rostro de Alvin demudándose ante las noticias que le llegan del hermano.
La lluvia en los cristales se refleja en el rostro de Alvin |
Abunda la alternancia de planos generales de paisajes, el viaje exterior, con primeros planos de Alvin, que nos remiten al viaje interior, preparatorio, como si de un acto de contrición se tratara.
Pericia también en saber desarrollar los distintos encuentros a lo largo del camino, a menudo con un tono de humor leve, tierno, que nos dibuja una sonrisa. A veces nos regala símbolos explícitos y otras nos dibuja metáforas más oscuras sobre las que tenemos que discurrir.
Símbolo explícito de las ramas unidas |
Y habilidad en la forma de asomarse a los dramas de los personajes, como el interpretado por Sissy Spacek, el de la hija de Alvin. Nos la ha mostrado observando por la ventana: aparece un niño con un balón. Seguramente sea un vecino, pero la secuencia tiene algo de ensueño, algo que conecta con los sentimientos de ella y nos advierte de que, aunque lo que veamos sea banal, no lo es lo que el personaje está sintiendo.
Sissy Spacek como Rose Straight |
Si buena es la interpretación de Sissy Spacek, mención aparte merece la de Richard Farnsworth en el papel de Alvin Straight, llevando todo el peso de la película. Su excelente actuación a lo 79 años le valió la nominación a mejor actor principal en los Óscar, aunque no lo ganó como ya le ocurriera anteriormente cuando fue nominado a mejor actor secundario por Llega un jinete libre y salvaje (Alan J. Pakula, 1978) y a mejor actor dramático en los Globos de Oro.
Alabamos su interpretación en términos absolutos, pero la admiración crece al conocer que Richard Farnsworth estaba enfermo de cáncer de huesos terminal durante el rodaje (treinta días de grabación en orden cronológico por las localizaciones reales), por lo que el esfuerzo realizado le hace merecedor del apelativo de héroe, al mismo nivel que el Alvin Straight real. Sin embargo, el actor debió pensar que ya la proeza había sido suficiente y que ya no tenía ganas de sufrir más, por lo que decidió poner fin a su vida un año después del estreno.
Richard Farnsworth como Alvin Straight |
Como es habitual es la obra de David Lynch, la música tiene mucho protagonismo. En Una historia verdadera, confió una vez más en Angelo Badalamenti, con el que ha contado en otras once producciones, obteniendo la banda sonora la nominación en los Globos de Oro. El estilo del compositor estadounidense de origen italiano, que tiene su mejor carta de presentación en Twin Peaks, es fácilmente reconocible, melancólico y sereno, sin llegar a desplegar melodías más enigmáticas como hiciera para la serie.
También eligió a algunos de sus colaboradores habituales. A Mary Sweeney, junto a la que trabajó durante veinte años y fue un tiempo su pareja, le debemos el guión y el montaje. Y el director de fotografía fue Freddie Francis, al que ya había recurrido para El hombre elefante y Dune. Realizó una excelente labor al recrearse en la contemplación de los paisajes, de los cielos cambiantes, de la intimidad de la noche a la intemperie, siempre con un ritmo pausado que invita a la introspección.
El viaje interior de Alvin Straight se hace patente |
Si se ensalzan los méritos de la película, justo es hacer lo propio con la historia de Alvin. Nos conmueve porque reconocemos al héroe a lomos de su montura. Qué más da que sea una segadora o que sea un caballo, que corte los vientos o que apenas avance. Lo que da heroicidad al personaje es su determinación (“tengo que hacerlo”, “todavía no estoy muerto”), el comprender que el logro de su objetivo es necesario, el descubrir con humildad qué es lo esencial, el identificar en este caso lo valiente con tragarse el orgullo. Sobre todo, en estos días inciertos, nos emociona el valor que otorgamos a una despedida, aunque no haya palabras pero sí el calor de la compañía.
Una historia verdadera, la historia de Alvin, sin intenciones didácticas, nos recuerda el viaje interior que debemos hacer, el único viaje sin restricciones.
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