Miguel Picazo falleció el 23 de abril de 2016 y un día después escribía el crítico cinematográfico Javier Ocaña lo siguiente:
España estuvo de luto 40 años y él hizo la gran película sobre el luto. El luto físico, pero, sobre todo, el luto mental. El de un país oscurantista, provinciano, machista, retrógrado, autoritario, claustrofóbico, apagado en unas costumbres en las que el pensamiento colectivo, el del vecino, podía destrozar vidas; un país obsesionado por el qué dirán. Aquella película era la insigne La tía Tula, una de las mejores de las historia de nuestro cine, y su autor era Miguel Picazo (Cazorla, 1927), el hombre apasionado y culto, espontáneo y tranquilo, que ayer, sábado, murió a los 89 años en su tierra, Jaén.
Hay películas que trascienden el cine para alcanzar el retrato de una época, la condición de una mujer, el estado de una comunidad social. Y una de esas es La tía Tula, adaptación de la novela de Miguel de Unamuno, llena de dolor y de belleza, de emoción y de clarividencia, premio al mejor director en San Sebastián, otorgado por un jurado presidido por Nicholas Ray, con una gran virtud: el cambio de su ambientación desde los primeros años del siglo XX originales, hasta el presente de los años sesenta. Porque, en muchos aspectos, andábamos igual. Un trabajo, el primero de su filmografía, realizado a los 36 años, que ya nunca pudo igualar. Cineasta de poca obra, apenas cinco largometrajes, Picazo había estudiado en la Escuela Oficial de Cine, entonces llamada Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, donde, junto a compañeros como Carlos Saura, José Luis Borau, Mario Camus, Basilio Martín Patino o Angelino Fons, fue conformando en su asalto a la profesión lo que se más tarde se dio en llamar Nuevo Cine Español, acaso la mejor generación de cineastas españoles de siempre.
En sus siguientes películas, Oscuros sueños de agosto (1967) y Los claros motivos del deseo (1977), volvió a hablar de la represión sexual, aunque desde una perspectiva más explícita, lo que le llevó a diversos problemas con la censura. Solo dos películas más jalonan su obra en cine, una de encargo, El hombre que supo amar (1978), y la mucho más importante Extramuros (1985), basada en la novela de Jesús Fernández-Santos. Mientras, fue punteando su carrera como director con una labor como actor esporádico en películas de amigos y de gente que lo acababa convenciendo para su presencia. Una vertiente en la que legó el famoso papel de Tesis, de Alejandro Amenábar, en la que casi se interpretaba a sí mismo, pues también fue profesor de cine, como aquel anciano gordo de dificultosa respiración, que daba lecciones en la Facultad de Imagen de Madrid y que moría en una sala de cine viendo imágenes prohibidas.
"La verdad es que he hecho poco cine... Tendría que haber rodado más... Pero no me he vendido bien, no he conectado con los productores", confesó Picazo, Goya de Honor en 1996, en una entrevista a Diego Galán hace solo unos meses en El País. No hizo falta. El director jiennense deja una película imperecedera que seguirá conmoviendo a sucesivas generaciones, que verán en ella las vidas de sus padres, de sus abuelos. La vida de una España reprimida y represora, reflejada en una mujer, en una tía, Tula, que también pudo ser la nuestra.
Tan solo unos meses antes de su fallecimiento, en 2015, el crítico cinematográfico Diego Galán escribió sobre Picazo lo siguiente:
Miguel Picazo comprendió que la vida en Madrid se le estaba haciendo muy dura. “Cuando en 1996 me dieron el Goya de Honor cerré el quiosco. Soy un anciano y a la hora de elegir una residencia opté por Cazorla, el pueblo donde nací y en el que transcurrió mi infancia. Recuerdo que cuando mi familia me llevó a Guadalajara y abandonamos este paraíso sentí algo parecido a lo de Adán al salir del Edén. Ahora lo he recuperado”. A sus 88 años padece una sordera muy notable y conversar con él no es sencillo. Sigue recibiendo visitas o llamadas de amigos y familiares. Con muchos de ellos se comunica por intermediación de una amable enfermera que discretamente me comenta preocupada el aumento de peso del anciano. Pero eso parece no tener arreglo porque el entusiasmo de Picazo por el buen comer es bien conocido desde sus años mozos. Cuentan que mientras rodaba películas llevaba oculto un bocadillo al que le daba mordiscos cuando creía que nadie le miraba. Picazo rodó mucho, con o sin bocadillos, especialmente para televisión donde trabajó de forma regular hasta mediada la década de los ochenta, y se siente muy satisfecho de todos sus trabajos. “Por ejemplo, en una convención de especialistas de Valle Inclán se reconoció que lo único que se había rodado respetando de verdad el espíritu de Valle había sido la Sonata de Primavera que yo hice para TVE”.
Para el cine sólo ha dirigido cinco largometrajes. El primero de ellos, una versión de la novela de Unamuno La tía Tula, ha pasado con letras de molde a la historia del cine español, aplaudida, premiada, es un clásico por el que no pasa el tiempo, como él mismo reconoce: “La veo y parece que está hecha hoy mismo. La verdad es que de vez en cuando veo mis películas y me gustan”. Y le gusta también hablar de ellas y recrearse en sus recuerdos. Mantiene vivos los que se refieren a La tía Tula y es entrañable oírle contar el enorme éxito que tuvo en el Festival de San Sebastián de 1964. “Me llamaron para comunicarme que el jurado que presidía Nicholas Ray me había considerado el mejor director. En ese mismo momento La tía Tula se estaba proyectando para el público y pude oír una ovación como no te puedes imaginar. Salí a saludar, yo no sabía hacia dónde mirar; quise escaparme del escenario pero alguien me empujó para que volviera a salir: ‘Nunca interrumpas un aplauso’, me dijo, y me quedé hasta el final. El estruendo me dejó anonadado, el público en pie gritaba bravos. Algo apoteósico”. No obstante, fue América, América, de Elia Kazan, la que se alzó con la Concha de Oro. “Me alegré mucho. Nunca me ha dado rabia el bien ajeno, me conformo con el mío. Buñuel consideraba que La tía Tula era la mejor película española que había visto nunca”.
Aquel festival no se le puede olvidar. Ni otro en el que estuvo anteriormente con unos compañeros de la Escuela de Cine, cuando “todos queríamos cambiar el cine, la vida, el mundo… y lugares adyacentes. Pero con el tiempo la realidad nos fue bajando los humos…”. De aquella primera visita habla con singular regusto de “unas cazuelitas de arroz riquísimas que daban en un bar cercano al teatro”.
El éxito de La tía Tula no le permitió, sin embargo, resucitar los proyectos previos que la censura le había echado abajo, Jimena, Homenaje a Adriana, o Los hijos de Alvargonzález, que había partido de un encargo de TVE pero cuyo guion, que se ha publicado recientemente, alarmó a los censores: el padre se equiparaba a Franco, y por si fuera poco Picazo pretendía que Joan Manuel Serrat interpretara a un emigrante en Alemania, sin olvidar las osadas escenas de sexo o referencias a la homosexualidad que eran inviables en aquellos años.
En su lugar pudo dirigir para el cine Oscuros sueños de agosto tres años después de La tía Tula, y Los claros motivos del deseo diez años después de la anterior. Ambas, que hablaban de la represión sexual, tuvieron muchos problemas con la censura, “pero yo amenacé con retirar mi nombre si las cortaban”. Picazo ha enfrentado con valentía las imposiciones de censores y funcionarios. Cuando en TVE obligaron a los empleados a llevar en lugar visible una pegatina identificativa, él se la colocó en el pantalón a la altura de los genitales. Cuando le llamaron al orden, replicó con desparpajo: “¿Es que no está bien a la vista?”.
Después de realizar por encargo El hombre que supo amar, sobre la vida de san Juan de Dios, Picazo culminó su carrera como director con Extramuros, según la novela de Jesús Fernández Santos, —”una película que asombra hoy por su modernidad”, comenta— que fue premiada, de nuevo en San Sebastián en su actriz Mercedes Sampietro. En la película aparecía Aurora Bautista, la ya legendaria tía Tula, aunque en esa ocasión en un pequeño papel. “Me quedé con las ganas de hacer con Aurora una segunda parte de La tía Tula. Cuando murió su compañero de reparto, Carlos Estrada, el cuñado con quien Tula no quiso casarse, pensé que sería bueno que ella acudiera a fisgonear, a mangonear, con la disculpa de ver a sus sobrinos y a la mujer que la sustituyó. Y quise rodar la película aquí, en Cazorla. Pero el proyecto no prosperó… La verdad es que he hecho muy poco cine… Tendría que haber rodado más… pero no me he vendido bien, no he conectado con los productores”. Y se retira para seguir leyendo y para informarse de lo que está ocurriendo fuera de las paredes de la residencia en que vive. El recuerdo de La tía Tula está siempre con él. Y nuestro aplauso por ella.
Por último, sólo reseñamos que el día 1 de diciembre de 2016, el mismo año en el que murió Picazo, tuvo lugar en el Palacio de la Prensa de Madrid el estreno oficial del documental Miguel Picazo, un Cineasta Extramuros, dirigido por Enrique Iznaola. Este documental, en el que aparecen rostros como los de Carlos Saura, Víctor Erice, Mercedes Sampietro, Carmen Maura, Josefina Molina o Fernando Trueba, es un homenaje al director cazorleño en el año de su fallecimiento y en él han trabajado Carlos Aceituno como ayudante de dirección, y Olivia Aranda como ayudante de cámara.
Este documental pudo verse el 23 de octubre en la sección DOC España de la Seminci de Valladolid, y el 17 y 18 de noviembre en la sección Talento Andaluz del 42º Festival Iberoamericano de Huelva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario