Título original: Suspiros de España (y Portugal). Dirección: José Luis García Sánchez. País: España. Año: 1994. Duración: 93 min. Género: Comedia.
Guión: Rafael Azcona. Fotografía: Tote Trenas. Música: Rosa León. Montaje: Pablo González del Amo. Diseño de producción: Miguel Chicharro. Maquillaje: Ángel Luis De Diego. Vestuario: John Smith. Producción: José María Calleja (Alma Ata, Canal+ España).
Sección Oficial del Festival de Montreal 1995.
Fecha del estreno: 16 Junio 1995 (España).
Reparto: Juan Echanove, Juan Luis Galiardo, Rosa Maria Sardà, Neus Asensi, Vicente Parra, María Galiana, Antonio Gamero, Juan José Otegui, Luis Cuenca, Luis Pérezagua, Manuel Huete, Paula Soldevila, Carlos Leonardo, Paco Catalá, David Trueba, Tomás Sáez, Doctor José de Portugal, Carlos Lucas, Javier Echanove, David Pérez Merinero, Juan José Bautista, Janfri Topera, María Eugenia Virosta.
Sinopsis:
La muerte del viejo abad de un convento obliga a dos monjes a tomar una decisión con respecto a sus vidas.
Comentarios:
Hay un rasgo imposible de decir -tal, vez se acerca a la paradoja del aroma del color- en qué consiste, qué desprenden las pantallas donde se proyectan algunas raras películas, cuando están hechas con la contagiosa comodidad que lanza hacia fuera un equipo de rodaje que hace lo que tiene que hacer ante la cámara, como si ésta no estuviera allí y no trasladase después al espectador lo que mira, atrapa y fija. Suspiros de España (y Portugal) es una de ellas. Parece rodada, aunque no haya ocurrido así, clandestinamente y a la buena de Dios; da sensación de haberse jugado como un juego sin reglas y con trastienda malvada de jugarreta; nadie da la impresión de querer meterse dentro de ella en fregados y alquimias formales de ningún tipo; y todos cuantos intervienen delante y detrás de la cámara parecen haber convenido que, salga lo que les salga, divertirá a los demás si les divierte a ellos hacerlo. La película discurre sobre una leve trama de estirpe picaresca itinerante y está concebida como un gran chiste con escalones de chistecitos incrustados dentro de él y concordantes con él, salvo el del episodio del cornudo suicida, que parece escapado de otra corral y metido en éste con embudo. Lo que da vigor a esta levedad es que el chiste se va haciendo poco a poco más que eso, hasta convertirse en un gran vuelo, en una metáfora. El itinerario de dos frailes desertores de su convento -uno flaco y otro gordo, uno golfo y otro cándido, uno corrido y otro sin estrenarse: dos supervivientes de un mugriento residuo de aldea medieval- a la aldea travestida de megalópolis futurista que llamamos Madrid; y desde Madrid al reino extremeño de la bellota, se convierte en un penetrante, viaje metafórico a un eje alrededor del que gira la España inmóvil: el signo totémico del cerdo ibérico y sus arrabales históricos todavía vigentes, tozudamente vigentes.
El arranque de este viaje tiene mucha garra y, en algunos instantes de cinismo mágico, arrolladora gracia negra. Y lo que queda de él -sostenido como está por tres rostros expertísimos en la indagación del subsuelo de los comportamientos de la gente de este lado de la tierra: Rosa María Sardá, Juan Luis Galiardo y Juan Echanove; y el de una formidable novata, Neus Asensi, que se encara a ellos y alcanza por las bravas la altura de sus tremendos y tremendistas talentos-, se mantiene a gran altura, aunque entre altibajos. Y se convierte en una deliciosa y libérrima película, cuyo transcurso adolece de algunas arritmias, pero que como conjunto es transparente, divertida, reconfortante y más grave de lo que da a entender a primera vista, pues a su desparpajo -en ocasiones cercano al desaliño, cosa muy propia de su director- se alía en ella un memorable (y más que saludable) zarandeo a las tripas atascadas de esa falsaria España con ínfulas de escaparate neoyorquino, que pretende ocultar la caspa del moño bajo un perfume de Chanel.
La osadía de decir, a estas alturas de la evolución del gusto humano, que la modernidad del secular cerdo ibérico (en cuanto manjar y en cuanto signo) se encuentra en registros del refinamiento infinitamente superiores al cloruro de Maastricht y el calabacín de Dallas es un mérito rotundo de esta tierna y frágil película casi artesanal, hecha con cuatro cuartos y cuatro millones de latidos cordiales, ideada y filmada de espaldas a las demandas de los pesebres de celuloide y proyectada hacia la mirada del espectador como un puñetazo, directo pero sin la menor acritud, entre los ojos de los españoles desmemoriados, que abundan como las coces en una cuadra soliviantada.
Bienvenida sea Suspiros de España (y Portugal). Nos hace -con sus desfallecimientos incluidos- mucha falta cine así de claro e identificable como propio: con las puntas de las imágenes clavadas como raíces en lo que todavía podemos considerar sin rubor tierra nuestra, no, hace falta decir que con Portugal incluida (y no entre paréntesis: único error de este acierto). (Ángel Fernández-Santos)
Recomendada.
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