7 películas se estrenan el 9 de marzo de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos producciones españolas, una estadounidense, una británica, una australiana, una francesa y una argentina. Nos libramos en Sevilla del estreno del insípido producto de animación chino “El reino de las ranas. Misión en el Ártico” (Guang Xi Chang, 2016) que debe ser un horror. ¡Qué bien! Vamos con nuestro repaso semanal a los estrenos en Sevilla.
La muerte de Stalin. (Reino Unido, 2017). Dir. Armando Iannucci.
Nominada a Mejor Film Británico y Mejor Guión en los Premios BAFTA 2017.
Comedia con un guión de Armando Iannucci, David Schneider, Ian Martin y Peter Fellows, basado en el comic de Fabien Nury. Interpretada por Steve Buscemi, Olga Kurylenko, Andrea Riseborough y Jason Isaacs.
El score está compuesto por Christopher Willis.
Los personajes, los hechos, los detalles, las fechas…, todo es escrupulosamente real, pero el ojo y el sarcasmo del director (y también guionista) Armando Ianucci lo convierte todo en una grandiosa sátira que permite la diversión y una jocosa reflexión sobre uno de los fulanos más salvajes y sanguinarios que han soportado los siglos. En efecto, el 2 de marzo de 1953, el cuerpo de Stalin yace moribundo y «meado» sobre la alfombra de la habitación de su «dacha» sin que nadie de los que componían el Politburó soviético se atreviera, allí plantado a su alrededor, a mover un músculo por si acaso…, ni siquiera había médicos competentes (los había mandado asesinar a todos) para hallar una solución, o una «solución final», al grotesco espectáculo.
Ianucci, creador con un talento especial para disolver entre ácidos la realidad social y política, y convertirlas en risa colmillera, teatraliza los interiores del alma soviética y nos muestra el debate entre el miedo, la ambición y las conjuras para hacerse con el poder (o morir) entre sus hombres de confianza, como Beria, Kruschev, Malenkov, Molotov o el siniestro Zhukov, encarnados de modo entre lo irónico y lo sombrío por Simon Russell Beale, Steve Buscemi, Jeffrey Tambor, Michael Palin, Jason Isaacs y otros actores británicos pertenecientes al estilo de «me río de Janeiro»… Los diálogos, la electricidad entre personajes y momentos, la sencillez sin pretensiones de la puesta en escena y la juerga tragicómica sobre el personaje y sus aledaños son devastadores. Y merecedores al menos de otra oda de Neruda al camarada Stalin. Recomendada.
Camino a la paz. (Argentina, 2015). Dir. Francisco Varone.
Con tres años de retraso llega a España esta road movie argentina protagonizada por Rodrigo De la Serna, Ernesto Suarez, Elisa Carricajo, Marta Lubos y Maria Canale.
Sebastián (Rodrigo de la Serna) tiene problemas con el trabajo. La relación con su pareja (Elisa Carricajo) también tiene sus vaivenes. El futuro es pura incógnita. Tiene un auto de un modelo viejo, pero muy bien conservado, y lo usa para hacer viajes cortos, los típicos de un remisero. Pero aparece inesperadamente la propuesta de uno mucho más largo y poco convencional: uno de sus clientes eventuales (Ernesto Suárez) le ofrece una cantidad de dinero que no le vendría nada mal para que lo lleve hasta La Paz, Bolivia. Primero, Sebastián duda. Pero finalmente acepta y ahí empieza la aventura de esta dupla que primero se trata con distancia y recelo, pero muy pronto irá estableciendo un vínculo más estrecho. Planteada como dinámica road movie, la película trabaja un tópico conocido, el de la evolución de la relación entre dos personajes a primera vista incompatibles (Las acacias, exitosa película independiente de Pablo Georgelli, tenía una premisa similar). Sebastián es mucho más joven que su cliente, tiene más energía, mejor salud y otro temperamento. Las diferencias también son culturales: el viaje de su pasajero, Jalil, tiene que ver con sus convicciones religiosas, que tendrán un papel relevante en la trama.
En su ópera prima, Francisco Varone dosifica muy bien el humor con las peripecias dramáticas, usa la música de una manera original y filma el paisaje sin caer en tentaciones esteticistas a lo largo de ese viaje rutero en el que habrá pasajes hilarantes, situaciones dramáticas, exóticas ceremonias religiosas y, sobre todo, algunos sucesos y revelaciones que modificarán el presente y probablemente el destino de dos protagonistas entrañables. El trasfondo del accidentado recorrido es uno muy conocido, pero siempre abierto a la reflexión: el tema de la paternidad. De la Serna y Suárez dotan a sus interpretaciones de distintos matices y consiguen generar la química necesaria para que la narración avance con menos tropiezos que su irregular derrotero. Recomendada.
Bajo la piel del lobo. (España, 2017). Dir. Samu Fuentes.
Drama rural interpretado por Mario Casas, Irene Escolar, Ruth Díaz, Quimet Pla, Josean Bengoetxea y Kandido Uranga.
Vaya por delante el respeto que desprenden las películas con vocación suicida, seguramente destinadas a que no las vea (casi) nadie, pergeñadas en una mente fuera de los convencionalismos del cine español, y producidas en condiciones de enorme complicación —física, climática, presupuestaria—. Y, sin embargo, qué difícil resulta valorarlas en su justa medida cuando, culminada la apuesta y exhibidas en una sala de cine, donde el espectador quizá no atienda a obstáculos ni a compromisos y sí a eficacia y provecho, la apuesta no es del todo ganadora.
“Bajo la piel de lobo”, primera película de ficción de Samu Fuentes, atiende seguramente a todas estas variables con su relato del último habitante de un pueblo perdido de las montañas del Norte de España. Diálogos mínimos, desafío de producción en lo más crudo del crudo invierno, e hiperrealismo en su animalidad. Una obra con referentes tan claros como inalcanzables (“Dersu Uzala”, “Las aventuras de Jeremiah Johnson”, incluso la reciente “El renacido”), centrados en la lucha entre el hombre y la naturaleza, y en la dicotomía entre civilización y salvajismo, a los que nunca acierta a rozar a pesar de sus innegables virtudes.
Entre sus valores destaca la excelente fotografía de Aitor Mantxola, tanto en interiores como en exteriores, tanto en escenarios diurnos como nocturnos, que junto a la notable partitura de la casi novel en cine Paloma Peñarrubia acaban otorgando a la película, muy pasada de metraje pero con elegancia en la puesta en escena, de un envoltorio muy aparente. Es, sin embargo, en su fondo donde “Bajo la piel de lobo” se queda en tierra de nadie. Ambientada en un tiempo indeterminado que podría valer para variadas épocas del siglo XX, la historia no acaba de concretar sus subtextos, más allá de la rotunda denuncia de la mujer como mercancía, ni de adentrarse en el interior de ese personaje sin asideros suficientes para su comprensión, que interpreta Mario Casas con contundente carga física y algún vaivén vocal. No Recomendada.
Loving Pablo. (España, 2017). Dir. Fernando Léon de Aranoa.
Nominada a Mejor Actor (Javier Bardem) y Mejor actriz (Penélope Cruz) en los Premios Goya 2017.
Drama sobre el narcotraficante colombiano Pablo Escobar, basado en el libro 'Amando a Pablo, odiando a Escobar', escrito por la periodista colombiana Virginia Vallejo, donde cuenta la relación amorosa que mantuvo con el narcotraficante en la década de los 80.
La cinta está interpretada por Javier Bardem, Penélope Cruz, Peter Sarsgaard, Julieth Restrepo y Óscar Jaenada.
El score lo compone Federico Jusid.
Es de suponer que Javier Bardem llevaba años soñando con encarnar a Pablo Escobar; después de todo ya estuvo a punto de hacerlo en “Killing Pablo”, adaptación del libro homónimo que nunca llegó a hacerse realidad. Y se entiende: es un personaje lleno de chicha en todos los sentidos y, en teoría, capaz de generar atracción y repulsa a partes iguales. Sin embargo, lo único fascinante de la versión de Escobar que ofrece “Loving Pablo” es la gigantesca barriga que el actor exhibe, casi siempre desnuda, y que obviamente es un tosco postizo. Y el problema es que las prótesis -también hay una papada- están lejos de ser lo único que luce falso en esta película.
La historia está contada desde la mirada de la que fue amante del narco, Virginia Vallejo (Penélope Cruz), y eso debería dotarla de un toque de distinción. Y quizá lo habría logrado de haberse usado con cierta pericia. En cambio, la voz en off del personaje se limita a escupir pomposidades sobre asuntos sentimentales -"si vas a llorar por un hombre, mejor hacerlo en un jet privado que en un autobús"- o a explicar escenas que ya se explican por sí solas o que, peor aún, recrean capítulos de la vida de Escobar en los que Vallejo ni siquiera participó. Por lo demás, no se presta más que una atención anecdótica a su relación con el narco y, en realidad, su presencia bascula entre lo repelente y lo insignificante.
De hecho, aquí no importa nadie más que Escobar y, dado que Escobar es un psicópata, eso deja al espectador sin un personaje con el que empatizar. En todo caso, sería más fácil interesarse por las tribulaciones del narco si sus diálogos no fueran un popurrí idiomático y la interpretación de Bardem no cayera en el puro histrionismo -todas en la película lo hacen-, o si las escenas de acción no carecieran de impacto y la tensión dramática no fuera inexistente a pesar de los frecuentes momentos de violencia explícita. O, sobre todo, si “Loving Pablo” contara algo de relieve que no haya sido abordado con más detalle y autenticidad durante las tres temporadas de Narcos. En cambio, en última instancia lo único para lo que acaba sirviendo esta versión del personaje es dañar la imagen glamurosa y mitificada de él que se ha popularizado en los últimos años. Algo bueno tenía que tener. No Recomendada.
Un pliegue en el tiempo. (USA, 2018). Dir. Ava DuVernay.
Cine de ciencia ficción y aventuras protagonizado por Oprah Winfrey, Reese Witherspoon, Mindy Kaling y Storm Reid.
La Disney que de un pequeño estudio independiente ha pasado a ser emblema del actual Hollywood corporativo ilustra aquí sus peores defectos. Es una adaptación, dicen, de un conocido libro infantil y la directora subraya que es una obra para espectadores de 8 a 11 años; o para que conectemos con ese niño que aún llevamos dentro. Pero creo que es una excusa: ningún ejercicio de introspección, ningún proceso freudiano de regreso a la infancia le daría sentido a esta fantasía inane que mezcla conceptos de alta astrofísica con ideas dignas de una secta espiritualista o cienciologista. Pero esa mezcla de arrugas cósmicas y del amor familiar como combustible para el hiperespacio no es lo peor; ha habido premisas peores y hay películas de culto como “Los 5000 dedos del Dr. T” que seducen pese a navegar por similares coordenadas.
El problema es que la sobredosis de efectos visuales y una incesante banda sonora que trata de cubrir los bostezos del propio relato no producen asombro ni sentido de lo maravilloso. Hay fuegos de artificio, pero no hay chispa. Visitamos planetas ignotos, desiertos se trocan en bosques animados (como en el primer corto Disney nominado al Oscar) y aparece un trío de hadas madrinas estupendas (más chez Disney) pero ni por esas. La única virtud apreciable es que el reparto integra mujeres y personas de color (aunque la gran Oprah aquí parece Divine, el travesti de John Waters); pero eso es un consuelo en Norteamérica, donde se fijan mucho en esas cosas. Aquí preferiríamos algo más parecido a “Bitelchús”. No Recomendada.
Winchester. La casa que construyeron los espíritus. (Australia, 2018). Dir. Michael Spierig, Peter Spierig y The Spierig Brothers.
Película australiana de terror de casas encantadas interpretada por Helen Mirren, Jason Clarke, Sarah Snook, Angus Sampson y Emily Wiseman.
“Una obra maestra de la construcción levantada sobre una obra maestra de la destrucción”, observaba el Dr. Vitus Werdegast a propósito de la mansión que el arquitecto Hjalmar Poelzig edificó sobre el terreno de una masacre en “Satanás” (1934), de Edgar Ulmer, película de terror que, con singular fortuna, abordó la relación entre arquitectura y perversidad. La Academia de Danza, entre avernal y modernista, que centraba la acción de “Suspiria” (1977), de Dario Argento, o la fría imponencia colonial del Hotel Overlook de “El resplandor” (1980), de Stanley Kubrick, encarnan otros jalones significativos en la evolución conceptual de una corriente temática decisiva en la tradición del cine de terror: la encarnación espacial del Mal. Desde su mismo título, Winchester: la casa que construyeron los espíritus reclama su lugar en el sol como afluente de ese noble río, pero, tras revitalizar con cierto gusto la franquicia de “Saw”, los hermanos Spierig malogran las posibilidades de un espacio perturbador que ni siquiera les exigía tomarse la molestia de imaginarlo.
Construida en 1884 por la viuda del magnate de las armas William Wirt Winchester, la mansión de estilo victoriano no dejó de crecer y multiplicar las estancias, bajo la dirección de su propietaria, en forma de laberíntica incongruencia, como si la casa se empeñase en construir un camino de no retorno para sí misma. O para los fantasmas que, según la rumorología, la habitaban. La mansión Winchester, hoy convertida en macabra atracción turística, ofrecía un alto potencial de posibilidades para todo cineasta capaz de entender que el cine de terror es, también, antes que una cuestión argumental, un juego de los cuerpos (de los actores) en el espacio (aterrador).
La secuencia en la que Helen Mirren, en la piel de Sarah Winchester, se enfrenta a una aparición sobrenatural en una escalonada zona con barandillas sintetiza muy bien el pobre sentido del espacio que recorre esta película que, además, intenta ofrecer una lectura crítica del pasado histórico, sin llegar más allá del hilvanado de sustos baratos. Los Spierig tenían entre manos una arquitectura privilegiada, pero han optado por reducirla a precario Pasaje del Terror. No Recomendada.
Historias de una indecisa. (Francia, 2017). Dir. Eric Lavaine.
Comedia francesa de romance protagonizada por Alexandra Lamy, Jamie Bamber, Arnaud Ducret, Anne Marivin y Sabrina Ouazani.
La cámara adopta la visión subjetiva de una abeja que vuela de flor en flor en los sospechosos aspavientos formales que abren esta película. Sospechosos, porque es inevitable plantearse qué es lo que pretenden esconder esas enfáticas tomas aéreas sobre jardines palaciegos: probablemente estén ahí para, como diría el Charles Kaznyk de “Súper 8” (2011), añadir valor de producción a un producto que, realmente, ya se estaría pasando de vanidoso si aspirara a ocupar la franja de sobremesa sabatina en una parrilla televisiva. Eric Lavaine logra que ese prólogo se convierta en algo parecido a una autocrítica: el recorrido de la abeja termina en el interior de una lata de refresco, del mismo modo en que las promesas de “Historias de una indecisa” se estrellan cuando el espectador comprende que la elemental caracterización de la protagonista solo está ahí para sostener un conflicto central de laboratorio de guion especializado en fórmulas de usar y tirar.
Historias de una indecisa es una convencional comedia romántica, cuya protagonista femenina se debate entre dos pretendientes igualmente ideales. Lavaine y sus coguionistas Laure Hennequart y Laurent Turner necesitan apoyar el dilema sobre una debilidad de carácter de la heroína –su incapacidad para decidir, que se extiende de lo más importante a lo más trivial- para sumar a su mecanismo el no menos socorrido componente de la lucha de la protagonista contra su propia naturaleza.
Alexandra Lamy repite con Lavaine después de “Vuelta a casa de mi madre” (2016), aportando el parco consuelo de que, en esta ocasión, su personaje, por lo menos, no intenta funcionar como reducción frívola de un problema social –el de los cuarentones violentamente excluidos del paisaje laboral por la crisis económica- reciclado como mera excusa narrativa para una comedia frívola y rutinaria. Muy poco a lo que agarrarse, de todas formas. No Recomendada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario