8 películas se estrenan el 2 de marzo de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro producciones made in USA, dos españolas, una israelí y una cinta de animación belga. Muchos estrenos pero no muy interesantes en esta semana. Se queda sin editar en Sevilla el documental español “Kilian Jornet, Camino al Everest” (Jaume Martí y Josep Serra, 2017) y la película dramática “La vida lliure” (Marc Recha, 2017), presentada en el pasado Festival de Gijón. Tampoco se estrena el interesante documental “Pero que todos sepan que no he muerto” (Andrea Weiss, 2017), donde se explora el tema de la memoria histórica en España, centrándose en la represión de las lesbianas y los gays bajo el franquismo. Tampoco se estrena en Sevilla el thriller distópico británico “Siete hermanas” (Tommy Wirkola, 2017). Como podemos apreciar, se queda mucho sin estrenar en nuestra querida Sevilla. ¡Qué mal! Vamos con nuestro repaso semanal a los estrenos en Sevilla.
Foxtrot. (Israel, 2017). Dir. Samuel Maoz.
Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia 2017.
Sección Oficial de la Seminci 2017.
Seleccionada por Israel para los Oscars.
Se trata de un drama interpretado por Lior Ashkenazi y Sarah Adler.
Planteada como un alegato antibelicista en el belicista entorno del ejército israelí, “Foxtrot” cambia de punto de vista en cada uno de los fragmentos que la componen, como si de películas independientes se tratasen. El primero está marcado por el impacto de la noticia de la muerte de un hijo soldado en una familia poco convencional, ahogada entre los estrictos rituales religiosos y castrenses. El segundo se ambienta en algún punto indefinido en el que una patrulla de jóvenes soldados controla con arbitraria lógica kafkiana el ir y venir de palestinos representados como poco más que siluetas.
En los siguientes, el relato vuelve al punto de partida, siguiendo escrupulosamente los pasos del baile de salón que utiliza como título. La película de Samuel Maoz es un ejercicio de virtuosismo narrativo que observa con mirada acerada las situaciones extremas que viven unos personajes marcados por el contraste entre sus convicciones personales y su escasa empatía con las estrictas normas y obligaciones que les impone su nacionalidad. Recomendada.
Gorrión rojo. (USA, 2018). Dir. Francis Lawrence.
Thriller de espionaje, basado en una novela de Jason Matthews, interpretado por Jennifer Lawrence, Joel Edgerton, Jeremy Irons, Charlotte Rampling, Mary-Louise Parker, Matthias Schoenaerts y Joely Richardson.
El score está compuesto por James Newton Howard.
Otro tipo de cine de espías es posible. Alejado de la mandanga de la espectacular secuencia de acción cada cuarto de hora, del montaje espasmódico, de la sobrecarga de retruécanos narrativos. Un cine de espionaje helado como un témpano en su superficie y, sin embargo, ardiente en el interior de sus personajes, sufrientes bajo la máscara, en lo mental, en lo físico, en lo emocional. “Gorrión rojo” no es “El espía que surgió del frío”, no puede serlo, aquello eran palabras mayores, pero está más cerca de la película de Martin Ritt, y en algunos aspectos también de “El topo”, que de cualquier castillo de fuegos artificiales sin concreción en la trama ni fundamentación en sus roles, de los que tantas veces nos tragamos, y olvidamos en medio minuto.
Francis Lawrence es un director decididamente extraño. En orden cronológico descendente: acogotado en la saga “Los juegos del hambre”, académicamente ñoño en “Agua para elefantes”, y felizmente clásico en dos películas minusvaloradas que parecían fuera de su tiempo, “Soy leyenda” y “Constantine”. Con “Gorrión rojo”, basada en una novela de Jason Matthews, adaptada por Justin Haythe, con crédito importante tras su traslación de “Revolutionary Road”, Lawrence ofrece un curso de contención. Su puesta en escena se fundamente en el valor del encuadre y, sin que apenas ninguna secuencia sea recordada por su espectacularidad (¿no era eso la dirección invisible?), todo el engranaje de dirección y montaje de su película se despliega con exactitud. Y, si se escuchan con atención las notas de la banda sonora de James Newton Howard y el empaque que otorga a la película, la referencia principal de Lawrence parece clara: el Alfred Hitchcock de “Topaz”.
Para convertir a su película en algo alejado de los convencionalismos contemporáneos, posee dos virtudes formidables. Un personaje de tomo y lomo, espía a la fuerza, forjada en la brutalidad de los ensayos del ballet del Bolshoi, en sus brillos y en sus envidias. Y una intérprete mayúscula, bellísima voz, con total dominio de su cuerpo y de su rostro: Jennifer Lawrence. Con secuencias de sexo de gran erotismo, presencias interpretativas de incuestionable carisma y una insólita perversidad en el dibujo de ciertos personajes, “Gorrión rojo” se aleja, por la vía formal clásica, y por el camino de fondo de lo malsano, de las habituales superproducciones de Hollywood, mucho más indolentes que este notabilísimo relato de mataharis del nuevo milenio. Recomendada.
La última bandera. (USA, 2017). Dir. Richard Linklater.
Comedia dramática basada en una novela de Darryl Ponicsan. Interpretada por Steve Carell, Bryan Cranston, Laurence Fishburne y J. Quinton Johnson.
En 1973, y tras la impactante comedia negra “Harold y Maude”, el hoy demasiado olvidado Hal Ashby continuó con “El último deber” uno de los más formidables eslabones de películas incontestables de la historia del cine. Aún faltaban por llegar “Shampoo”, “Esta tierra es mi tierra”, “El regreso” y “Bienvenido Mr. Chance”, y aunque luego le asaltaran la debacle e incluso la muerte, Ashby acabó conformando en ese periodo, mágico en el cine americano, una obra de inusual coherencia, aun no siendo guionista, alrededor de dos grandes frentes: el rechazo a cualquier tipo de autoridad, y la enérgica ruptura de las normas legales y morales.
Admirador de la obra de Ashby, Richard Linklater también puede ser considerado como un cronista de la sociedad americana, pero, a diferencia del director hippie, su obra está más relacionada con la nostalgia y con la retrospectiva que con el acontecer en presente, la clarividencia y el navajazo en directo. Y quizá por ello “La última bandera”, película de Linklater que recoge los mismos personajes de “El último deber”, tres décadas después, resulte tan desteñida respecto del original. Porque Ashby hablaba de la sociedad americana de los 70, la de la contracultura y el rechazo a Vietnam, mientras el pueblo desayunaba cada mañana con el regreso de sus jóvenes en ataúdes, y Linklater habla de la Guerra de Irak, en 2003, en parecidas circunstancias, pero desde una película producida 15 años después.
Ambas road movies, ambas basadas en sendas novelas de Darryl Ponicsan con trasfondo bélico desde la distancia, “El último deber” y “La última bandera” no son, sin embargo, dos caras de la misma moneda, ni siquiera en lo formal. Porque Ashby, que antes que director había sido uno de los montadores más reputados del cine, lograba algo verdaderamente brillante con su regreso al clasicismo y a la ortodoxia del encadenamiento en las formas de edición: que una historia que transcurría en un periodo de tiempo muy corto pareciera una película río más grande que una vida.
A pesar de todo, quedan en “La última bandera” los enormes personajes, muy atractivos aun no conociendo la película de Ashby —y, por tanto, su juventud 30 años atrás—, además de congruentes en su evolución vital y moral. Y quedan también tres actores extraordinarios, Steve Carell, Bryan Cranston y Lawrence Fishburne, herederos de, respectivamente, los papeles de Randy Quaid, Jack Nicholson y Otis Young.
En modo alguno es “La última bandera” una película despreciable, pero quizá sí fallida y, sobre todo, menor dentro de la carrera de Linklater. Y con la alargada sombra del modelo de Ashby, tanto en lo formal como en lo temporal. Recomendada (con reservas).
Héroes del infierno. (USA, 2017). Dir. Joseph Kosinski.
Drama inspirado en la lucha del heroico cuerpo de bomberos Granite Mountain Hotshots contra un terrible incendio sucedido en Prescott, Arizona, en junio de 2013. Interpretado por Josh Brolin, Miles Teller, Jeff Bridges, James Badge Dale y Taylor Kitsch.
En Hollywood siempre han sabido honrar a sus héroes con un modelo de película intachable con lo que siempre se ha vendido como el modo de vida americano. Con relatos alrededor del férreo retrato de grupo en acción, (casi) siempre exclusivamente masculino, anclado en la energía de los valores tradicionales del colectivo, de la comunidad, esa palabra tan repetida en los diálogos de novelas y películas estadounidenses y tan extraña aquí. Obras en el corazón de términos tan controvertidos por otros lares como decencia, solidaridad, unión, honestidad, trabajo, integración, inspiración, heroísmo. Imágenes comunales, verdaderas o falaces, qué más da, que lo mismo servían para ganar una batalla clave de la II Guerra Mundial, para ennoblecer un oficio directamente relacionado con el peligro, o para salvar al mundo de un meteorito capaz de destruir la Tierra.
Directores contemporáneos como Michael Bay y, sobre todo, Peter Berg han forjado su carrera en este tipo de películas, y Joseph Kosinski se une a la familia, que de eso se trata, con “Héroes en el infierno”, homenaje a un grupo de extinción de incendios de una pequeña localidad estadounidense que pasó a la historia por motivos tan honorables como trágicos. Una película sobre la épica que, por extrañeza, posee puntuales diálogos cerca de lo cómico, pero que, repleta de carisma y poderío en sus interpretaciones, acaba interiorizándose casi en materia social y política.
Entre la camaradería del macho y un modelo de familia americana que no se antoja de ideal distinto del republicano, con esos tiempos muertos del héroe en los que uno igual se dedica a hacer flexiones mientras otro lee la Biblia, y esas barbacoas con esposas y niños felices (y anglosajones), donde el espectáculo lo pone un tipo que abre la chapa de una Budweiser con una motosierra, Héroes en el infierno se abre paso gracias a la fuerza de sus conflictos: el del protagonista, un ex adicto a las drogas que ahora lo es a la adrenalina del peligro, a la manera del desactivador de bombas de “En tierra hostil”; y el de su personaje espejo, en el que el legado y la memoria se unen para abrazar el orgullo de la redención.
De este modo, a pesar de la espectacularidad de unos efectos especiales de impresión, la película se recuerda por su estampa de tradición americana, como una versión country de los cuadros de Norman Rockwell, en la que suena una canción de Steve Earle mientras la comunidad baila al son de la concordia. Recomendada (con reservas).
Sin rodeos. (España, 2018). Dir. Santiago Segura.
Comedia remake española interpretada por Maribel Verdú, Candela Peña, Diego Martín, Rafael Spregelburd, Cristina Pedroche, Santiago Segura, Cristina Castaño, Bárbara Santa-Cruz, David Guapo, Toni Acosta, Olvido Gara "Alaska", Enrique San Francisco y Mario Vaquerizo.
A una comedia se le pueden perdonar muchas cosas, siempre y cuando cumpla con su cometido primordial, que no es otro que el de entretener y divertir. Pero cuando ni entretiene ni divierte... La sexta película como director de Santiago Segura, y la primera fuera de esa saga Torrente donde ha lidiado hasta el momento, peca exactamente de eso: es un quiero y no puedo de principio a fin, una sucesión de escenas supuestamente humorísticas que, bien por extremamente previsibles, bien por una puesta en escena desacertada, bien por unas interpretaciones más que discutibles (hay actores de solvencia más que contrastada que están muy por debajo de su nivel habitual y hay no-actores que provocan hasta sonrojo), bien por unos diálogos que no acaban de funcionar, no alcanzan su objetivo prácticamente en ningún momento.
Dividida en dos partes bien diferenciadas, son de agradecer sus buenas intenciones, su espíritu libertario y su inequívoco mensaje en pro de la liberación de la mujer. Pero como comedia, lo que se dice como comedia... No Recomendada.
Errementari. El herrero y el diablo. (España, 2017). Dir. Paul Urkijo Alijo.
Película de género fantástico ambientada en el siglo XIX e interpretada por Eneko Sagardoy, Itziar Ituño, Josean Bengoetxea y Gorka Aguinagalde.
La belleza fotográfica que realza la singularidad de la naturaleza del paisaje vasco, la pulcritud de los efectos especiales, la solidez formal de una cuidada realización y la credibilidad de una meticulosa ambientación de época invitan a esperar un relato fascinante en torno a la adaptación de un cuento sobre la búsqueda de un cargamento de oro desaparecido tras la Primera Guerra Carlista, el denominado "oro de Zumalacárregui", a mediados del siglo XIX, dialogada en un supuesto euskera extinto que se hablaba en Álava.
Un planteamiento como de fábula, con vana vocación de cuento de terror, centrado sobre la ambición de los habitantes de una aldea y el miedo irracional que suscita un herrero del que se dice que mantiene misteriosas relaciones con el mismísimo diablo. Una meritoria producción, seguramente más habilidosa que sobrada de medios, sobre la que no resulta fácil decidir si va en serio o no, dado que no consigue proyectar a este lado de la pantalla emociones convincentes en un sentido o en otro. No Recomendada.
El caso de Cristo. (USA, 2017). Dir. Jon Gunn.
Película basada en la historia real que relata la exhaustiva investigación que llevó a cabo Lee Strobel, ateo declarado, para intentar desacreditar las creencias del Cristianismo. Interpretada por Mike Vogel, Erika Christensen, Faye Dunaway, Robert Forster y Frankie Faison.
El protagonista aborda el «caso» con la misma tenacidad con que elaboraba sus reportajes para «The Chicago Tribune», pero con resultados más desconcertantes, al menos para él. A partir de un suceso familiar que hace que se tambaleen los cimientos del ateísmo de su mujer, Strobel (eficaz Mike Vogel), más impermeable a la fe, aplica sus métodos reporteriles con la intención de desacreditar el cristianismo y demostrar que las sagradas escrituras carecen de rigor científico.
Debido a su modestia, a la película le cuesta desprenderse de cierto aire de telefilme, mientras que la investigación del personaje central, que no llega a salir de Estados Unidos, se antoja insuficiente. El filme acusa también, visto por un espectador español, las diferencias religiosas con la evangélica, algo más «folclórica». Pese a la tozudez de Strobel, tampoco llega a existir verdadera intriga, pero como drama de conversión es eficaz en su clasicismo narrativo. No Recomendada.
El hijo de Bigfoot. (Bélgica, 2017). Dir. Ben Stassen y Jeremy Degruson.
Película de animación belga.
La adolescencia es complicada, y más, como le ocurre al protagonista de “El hijo de Bigfoot”, si eres introvertido, los compañeros de escuela se burlan de ti, los profesores no te comprenden y estás convencido de que tu padre falleció de forma heroica. De eso habla inicialmente este filme de animación belga que toma distancia respecto a “Bigfoot y los Henderson”, la película de 1987 sobre una suerte de yeti estadounidense. Luego se desarrolla por los terrenos de la mutación genética y los experimentos con el cuero cabelludo, con un nuevo Bigfoot, mitad humano mitad bestia, mezcla de aventura y fantasía familiar y un estilo de animación tan naíf como lo es la propia historia. No Recomendada.
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