9 películas se estrenan
el 12 de octubre de 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro películas
son de producción estadounidense, una británica, una chilena, una francesa, una
canadiense y una argentina. Nos queda sin editar en Sevilla la película
argentina “Abrir puertas y ventanas” (Milagros Mumenthaler, 2011), la ganadora
a Mejor Película en el Festival de Lorcarno 2011. Qué le vamos a hacer, cosas
de la exhibición en nuestra ciudad. Vamos a ver cómo queda la cosa.
Una mujer fantástica. (Chile, 2017). Dir. Sebastián Lelio.
El pulso entre el deseo y la ley define la
esencia del melodrama contemporáneo, cuyos personajes centrales encuentran en
la desobediencia el impulso para desencadenar el conflicto y, así, acceder al
gesto heroico. Ya lejos de las claves del melodrama ejemplarizante, al otro
lado del conflicto no aguarda necesariamente la tragedia, sino, en ocasiones,
la emancipación y la conquista de una identidad. No debe de ser casual que el
chileno Sebastián Lelio haya escogido el concepto de desobediencia para titular
su primera incursión en el cine de habla inglesa: “Disobedience”, presentada en
la última edición del festival de Toronto. Un título que le podía haber sentado
tan bien a “Gloria” (2013) –su cuarto largometraje y su gran revelación
internacional- como a esta “Una mujer fantástica” que, merecedora del premio al
mejor guion en la Berlinale, llega ahora a nuestras pantallas.
En los tres casos, una misma constante:
mujeres que desobedecen, que se rebelan contra el determinismo del rol social,
los lenguajes impuestos y la tradición. En “Gloria”, Lelio mostraba a su
protagonista en soledad, escuchando baladas románticas que esculpían la
subjetividad femenina en modo de perpetua espera. Lo que le interesaba era el
desajuste entre esos discursos sentimentales y la capacidad de su personaje
para conjurarlos: Gloria acababa contando la historia de una mujer que se
negaba a acomodarse al constructo social que dessexualiza y niega la gestión
del placer a toda mujer (sola) de mediana edad. En “Una mujer fantástica”,
Marina –una Daniela Vega que hace más que honor al título- es una transexual
que, tras la muerte de su amado, emprenderá una batalla insistente y solitaria
contra el entorno familiar de éste para reclamar su derecho al duelo.
Lelio aborda su relato como un problema de
lenguaje que se despliega en un doble nivel: por un lado, subraya que, para sus
antagonistas y según determina el prejuicio, Marina forma parte del campo
semántico de la marginalidad –nadie le hablará de afecto, pero la sospecha de,
entre otras cosas, el consumo tóxico no tardará en manifestarse-; por otro,
deja que la propia película se transexualice constantemente, oscilando entre el
melodrama y el thriller, el realismo y el desvío onírico o la extravagancia
musical, las arias y la música disco, Lavoe y Aretha Franklin. “Una mujer
fantástica” prolonga con coherencia el discurso de “Gloria”, pero también es
una película más imprevisible y desconcertante, aunque, sobre todo, libre y
felizmente abrumadora. Recomendada.
La suerte de los Logan. (USA, 2017). Dir. Steven
Soderbergh.
Cuatro
años después de haber anunciado su retirada del mundo del cine –una decisión
poco convincente en un verdadero militante del cine-, Steven Soderbergh ha
vuelto con un gesto que le engrandece: lejos de pretender un regreso triunfal
por la puerta grande de la obra ambiciosa o el experimento autoral –de ambos
extremos hay muestras en su filmografía-, el cineasta ha venido con un seductor
e inesperado ejercicio de ligereza bajo el brazo, del que se desprende algo muy
poco habitual en el moderno cine espectáculo –una contagiosa felicidad en la
ejecución- y en el que se despliegan un no menos inusual amor por los
personajes y un sostenido cuidado a la hora de imprimir un deje de vitalidad y
originalidad a cada escena. “La suerte de los Logan” es, pues, una magnífica
noticia: una película redonda que no va de película importante, casi la
respuesta redneck a su “Ocean’s Eleven” (2001), tal y como sugiere uno de los
muchos guiños de la película.
Channing
Tatum y Adam Driver encarnan a dos hermanos empeñados en burlar una supuesta
maldición familiar a través de un insensato plan de robo durante la celebración
de una carrera automovilística en Carolina del Norte. El primero tiene una
pierna lesionada que ha motivado su súbito despido laboral. El segundo volvió
de Irak sin un brazo. “La suerte de los Logan” tiene muy claro que quiere ser
una comedia: también tiene claro que la dignidad de sus personajes nunca será pisoteada
para obtener una risa. La secuencia de presentación del personaje de Daniel
Craig, teñido de rubio platino, recupera la capacidad del mejor cine clásico
para fijar una presencia e incendiar de feliz intensidad un momento que otro
cineasta menos imaginativo hubiese abordado únicamente en términos de
funcionalidad narrativa.
La
última de Soderbergh cuenta un robo accidentado con la seguridad en la
conducción de un chófer de fugas en un atraco perfecto. La secuencia en la que
Adam Driver mezcla un cóctel con un solo brazo para desafiar a unos matones
posee la belleza de una irrebatible declaración de principios. Recomendada.
Mal genio. (Francia, 2017). Dir. Michel Hazanavicius.
Tercera película que se estrena en Sevilla de la sección
oficial del Festival de Cannes 2017 (la dos anteriores son “La seducción”, de
Coppola; y “El amante doble”, de Ozon).
Es más conocida la personalidad y la capacidad de
provocación de Jean-Luc Godard que sus películas en general, y el director
Michel Hazanavicius, también sobrado de personalidad y de voluntad provocadora,
recoge al personaje para hacer un mixto de biografía y caricatura.
La adoración (como el rechazo) a Godard por parte de sus
muchos admiradores lo convierten en una especie de divinidad, con lo que «Mal
genio» es considerada una película maldita en esos círculos cinematográficos.
Como no estamos dentro de un círculo, hay que admitir que Hazanavicius hace una
película muy divertida e irrespetuosa con el santón, puntuando todas las
contradicciones artísticas, ideológicas y sentimentales del director suizo, y
ofrece sus dos caras: la más frágil física (gafas rotas) e intelectualmente y
la más antipática, sectaria y de gran plasta (qué gran escena en la que
Bertolucci le llama tonto).
Se basa Hazanavicius en la biografía de la actriz Anne
Wiazemsky, su pareja durante «Un año ajetreado», y se ciñe a su época maoísta
cuando rodó «La Chinoise» y se puso a convivir con ella. Los elementos que
hacen burbujeante la película son una buena recreación de lugares y épocas, una
buena reinterpretación del uso y mezcla de elementos visuales y materiales que
propician un «paisaje godardiano» (cartelería, aroma documental, signos y
formas), un ácido sentido del humor y una interpretación sorprendente de Luis
Garrel, que le pone una perfecta vestimenta «gilí» al intocable Godard. Recomendada.
El muñeco de nieve. (Reino Unido, 2017). Dir. Tomas
Alfredson.
Basada en el bestseller de Jo Nesbø, tiene mucho suspenso, buenas
actuaciones y una resolución no muy satisfactoria. Michael Fassbender
interpreta a un detective de la policía de Oslo, alcohólico y con una vida
personal complicada, encargado de investigar a un asesino serial que deja como
testigo de sus crímenes a muñecos de nieve. Lo acompaña una colega (Rebecca
Ferguson) que tiene sus propios temas personales que resolver.
Tomas Alfredson (Criatura de la noche, El topo) es un director talentoso,
capaz de construir un clima, ofrecer imágenes impactantes y sostener un
suspenso intenso durante todo el film. Sin embargo, al depender tanto de la
resolución de los crímenes termina decepcionando su conclusión por no estar a
la altura de la complejidad con la que se había construido el misterio. No recomendada.
El castillo de cristal. (USA, 2017). Dir. Destin Cretton.
En “Las vidas de Grace” (2013), Destin Daniel Cretton obtenía dos logros
admirables: a) esquivar los peligros del lugar común y la sensiblería, pese a
trabajar con materiales potencialmente abrasivos –las experiencias de unos
educadores en un centro de acogida- y b) alcanzar una palpable verdad emocional
trascendiendo un registro indie mumblecore al límite de lo gastado por el uso.
Era una película en la cuerda floja: tanto podía anunciar a un autor empeñado
en marcar la diferencia como a un candidato a comandar producciones
oscarizables previo pago de un cierto porcentaje de singularidad. “El castillo
de cristal”, su nueva película, basada en el libro autobiográfico de la
periodista Jeannette Walls, indica que el cineasta ha tomado la segunda opción:
un lenguaje visual más aseado, más al gusto académico, se apoya en tres
interpretaciones –Larson, Harrelson, Watts- que gritan de tres formas distintas
“¡Agárrame esa estatuilla!”.
“El castillo de cristal” entronca con lo que ya casi parece un subgénero
plenamente establecido: el ajuste de cuentas íntimo de quienes pertenecen a la
generación de los hijos de la Contracultura. El consabido reproche al padre (y
a la madre) que se dejó intoxicar por los vientos del cambio (y también por
algunos alcoholes y otras formas surtidas de toxicidad) formulado desde la
tribuna moral del integrado, del retoño que (pese a todo) ha conseguido superar
esa herencia y convertirse en agente productivo del mismo sistema que impugnaba
una errante vida familiar. El conflicto de la película puede activar recuerdos
algo lejanos (La costa de los mosquitos, 1986) o flamantemente cercanos (Captain
Fantastic, 2016), pero su inflexión es mucho más carcamal y redunda en subrayar
la ideologización como manía ridícula. El desenlace es un hito en el uso
hipócrita y mecánico del final redentor. No recomendada.
El modo de estrujar las gallinas de los huevos de oro en cierto cine
contemporáneo está llevando a un ensanchamiento del lenguaje pocas veces visto.
Los éxitos se convierten pronto en franquicias, y de estas van surgiendo ramas
en todas direcciones que, finalmente, hay que acabar explicando con una mezcla
de nuevas palabras en español y términos ingleses aún sin traducción exacta.
Como aquí: “Annabelle: Creation” es una precuela de “Annabelle” (2014), a su
vez spin-off ―película secundaria, derivada de una principal u original― de “Expediente
Warren: The Conjuring” (2013), sorprendente éxito de James Wan que, por otro
lado, derivó en una secuela, “Expediente Warren: el caso Enfield” (2016), de la
que pronto surgirá otro spin-off de la familia original, “The nun” (2018).
De lo que se trata en este complicado árbol genealógico, aparte del dinero,
claro, es que entre tantos destilados haya un proyecto con un estilo común que
beba del ideario de Wan, productor en todas ellas, y contente a sus seguidores.
Y, en ese sentido, “Annabelle: Creation” cumple con las expectativas por un
sencillo motivo: ni “Expediente Warren”, la película primigenia que dio sentido
a todo, era tan buena como para tener tantos hijos directos e indirectos, ni
sus sucesivos desgajamientos han bajado demasiado el listón. El resultado es
una película que, como no podía ser de otro modo, huele a ya vista y oída, pero
que se las ingenia bien para trasladar a la platea un universo inquietante, al
menos en parte.
Como una especie de variante rural del gótico sureño, ambientada en una
granja reconvertida en orfanato religioso para niñas y adolescentes, la
película sabe crear un espacio físico con cierto poder para el desasosiego ―la
belleza sombría de la casa y cada una de las habitaciones―, un espacio humano
con posibilidades terroríficas ―un padre ultraconservador, una madre desgajada
del fantasma de la ópera, una cría con secuelas de la polio― y un terrible
trauma que sobrevuela toda la película, narrado con potencia narrativa en la
primera secuencia del relato. No Recomendada.
Canción de Nueva Yoork. (USA, 2017). Dir. Marc Webb.
Los ricos, como les supongo informados,
también lloran. Es más, son ellos los que jimplan. El resto aprieta los
dientes. Qué remedio. Marc Webb insiste en “Canción de Nueva York” en su empeño
de reinventar la comedia románica desde el lado de atrás, desde la masculinidad
frágil, desde las dudas, desde el escorzo de las miradas reflejadas en el
espejo. Tan intenso. Tan cursi. Y de fondo, una canción de Paul Simon
sencillamente memorable: The Only Living Boy in New York. El problema de un
director que funda un universo en su ópera prima, “(500) días juntos”, es que
todo lo que sigue es cuesta arriba. Da pereza. Ni sus dos versiones de
Spider-Man ni “Un don excepcional”, pese a su éxito, daban la talla.
Un joven (Callum Turner) descubre que su
elegante padre (Pierce Brosnan) tiene una amante (Kate Beckinsale). Una ocasión
única para, atentos, probar el amor en brazos de la mujer madura. De por medio,
una suerte de ángel triste vestido con la voz siempre profunda de Jeff Bridges.
Entre “El graduado” (el autor de la canción hace que la referencia sea
obligada), Manhattan y una nueva entrega del más confundido de los superhéroes,
Webb se las arregla para tejer una historia que habla de un universo (la parte
alta de Nueva York) tan enfermo de sí mismo como poblado por unos personajes
incapaces de ordenar el desmedido tamaño de sus posesiones. Y sus obsesiones. Y
así, lo que quiere ser una reflexión sobre el ejercicio de crecer acaba
enfangado en un drama sentimental incestuosamente ridículo. En efecto, es una
tragedia ser pijo. No Recomendada.
Sólo se vive una vez. (Argentina, 2017). Dir. Federico
Cueva.
“No
es Arma letal”, rezaba el eslogan publicitario de “Tiempo de valientes” (2005),
segundo largometraje del argentino Damián Szifron y uno de los muchos ejemplos
de una memoria generacional –asociada al blockbuster de acción de los ochenta-
que empezaba a manifestarse en forma de farsa/tributo o ajuste de cuentas. “Solo
se vive una vez”, con sus citas a Kiss y la rotulación tan enfática como
posibilista de sus títulos de crédito, prolonga de manera algo extemporánea esa
misma tendencia: su principal problema radica en que su grado de originalidad y
su potencial para el retorcimiento cómico están ya anticipados en su mismo
título.
Especialista
de secuencias de acción y técnico de efectos visuales, Federico Cueva debuta
con una comedia de acción que parece llegar diez años tarde y que difícilmente
dejará alguna imagen memorable en la cabeza del espectador: si acaso, el plano
en que Hugo Silva, en la piel de un asesino rumano, ametralla a unas palomas en
el pico más forzadamente incorrecto de la película. Honra a Cuevas que tenga a
bien citar “Las locas aventuras de Rabbi Jacob” (1973), de Gérard Oury, como
lejano referente de las peripecias de este chantajista que deberá disfrazarse
de rabino para huir de un grupo de mafiosos. También acredita cierto bagaje
cinéfilo que, en el clímax, evoque el cine de Harold Lloyd, pero,
lamentablemente, no es suficiente y “Solo se vive una vez” no logra trascender
en ningún momento su condición de funcional carta de presentación ante el
gremio de directores. No Recomendada.
Operación Cacahuete 2. Misión: Salvar el parque. (Canadá,
2017). Dir. Cal Brunker.
La
película canadiense “Operación cacahuete” demostró hace tres años de qué modo
puede ejecutarse el proceso de domesticación de un creativo cortometrajista de
animación en su ansiado salto al cine de grandes aspiraciones comerciales.
Peter Lepeniotis, que en 2005 había creado el personaje protagonista de su
película de debut en el corto “Surly Squirrel”, abrazó la versión en
largometraje de su historia original rebajando las expectativas artísticas y
narrativas en beneficio de un academicismo tan digno como ramplón.
Así
que la llegada de “Operación cacahuete 2” viene acompañada de tres sorpresas.
Primera, su mera existencia. Segunda, esta relativa, que Lepeniotis ya no forma
parte de un proyecto que había nacido en su mirada propia. Y tercera, que esta
segunda entrega es bastante mejor que la primera, al menos en cuanto a dibujo,
diseño de personajes, trabajo de los fondos en el encuadre y animación en sí
misma. Un apartado formal en el que brilla el exquisito tratamiento de la luz,
tanto diurna como nocturna.
Eso
sí, en torno al cine de aventuras animal, y con algún guiño de metalenguaje
cinematográfico con cierta gracia ―ese impulso entrecortado por adentrarse en
el musical disneyano―, la historia en sí misma la hemos visto ya decenas de
veces. Con su dicotomía entre la naturaleza y la manufactura, entre el impulso
y la vaguería, entre la lucha y el atajo; con su enésimo villano de corte
político, un alcalde corrupto con tejemanejes inmobiliarios; con su elogio al
ecologismo y la sostenibilidad. No aporta nada nuevo, pero al menos su nuevo
director, Cal Brunker, parece moverse mejor que Lepeniotis en los terrenos del
convencionalismo comercial de usar y tirar. No Recomendada.
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