domingo, 15 de octubre de 2017

Los estrenos en Sevilla de 12-10-2017



9 películas se estrenan el 12 de octubre de 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro películas son de producción estadounidense, una británica, una chilena, una francesa, una canadiense y una argentina. Nos queda sin editar en Sevilla la película argentina “Abrir puertas y ventanas” (Milagros Mumenthaler, 2011), la ganadora a Mejor Película en el Festival de Lorcarno 2011. Qué le vamos a hacer, cosas de la exhibición en nuestra ciudad. Vamos a ver cómo queda la cosa.   
 
Una mujer fantástica. (Chile, 2017). Dir. Sebastián Lelio.
El pulso entre el deseo y la ley define la esencia del melodrama contemporáneo, cuyos personajes centrales encuentran en la desobediencia el impulso para desencadenar el conflicto y, así, acceder al gesto heroico. Ya lejos de las claves del melodrama ejemplarizante, al otro lado del conflicto no aguarda necesariamente la tragedia, sino, en ocasiones, la emancipación y la conquista de una identidad. No debe de ser casual que el chileno Sebastián Lelio haya escogido el concepto de desobediencia para titular su primera incursión en el cine de habla inglesa: “Disobedience”, presentada en la última edición del festival de Toronto. Un título que le podía haber sentado tan bien a “Gloria” (2013) –su cuarto largometraje y su gran revelación internacional- como a esta “Una mujer fantástica” que, merecedora del premio al mejor guion en la Berlinale, llega ahora a nuestras pantallas.
En los tres casos, una misma constante: mujeres que desobedecen, que se rebelan contra el determinismo del rol social, los lenguajes impuestos y la tradición. En “Gloria”, Lelio mostraba a su protagonista en soledad, escuchando baladas románticas que esculpían la subjetividad femenina en modo de perpetua espera. Lo que le interesaba era el desajuste entre esos discursos sentimentales y la capacidad de su personaje para conjurarlos: Gloria acababa contando la historia de una mujer que se negaba a acomodarse al constructo social que dessexualiza y niega la gestión del placer a toda mujer (sola) de mediana edad. En “Una mujer fantástica”, Marina –una Daniela Vega que hace más que honor al título- es una transexual que, tras la muerte de su amado, emprenderá una batalla insistente y solitaria contra el entorno familiar de éste para reclamar su derecho al duelo.
Lelio aborda su relato como un problema de lenguaje que se despliega en un doble nivel: por un lado, subraya que, para sus antagonistas y según determina el prejuicio, Marina forma parte del campo semántico de la marginalidad –nadie le hablará de afecto, pero la sospecha de, entre otras cosas, el consumo tóxico no tardará en manifestarse-; por otro, deja que la propia película se transexualice constantemente, oscilando entre el melodrama y el thriller, el realismo y el desvío onírico o la extravagancia musical, las arias y la música disco, Lavoe y Aretha Franklin. “Una mujer fantástica” prolonga con coherencia el discurso de “Gloria”, pero también es una película más imprevisible y desconcertante, aunque, sobre todo, libre y felizmente abrumadora. Recomendada.

La suerte de los Logan. (USA, 2017). Dir. Steven Soderbergh.
Cuatro años después de haber anunciado su retirada del mundo del cine –una decisión poco convincente en un verdadero militante del cine-, Steven Soderbergh ha vuelto con un gesto que le engrandece: lejos de pretender un regreso triunfal por la puerta grande de la obra ambiciosa o el experimento autoral –de ambos extremos hay muestras en su filmografía-, el cineasta ha venido con un seductor e inesperado ejercicio de ligereza bajo el brazo, del que se desprende algo muy poco habitual en el moderno cine espectáculo –una contagiosa felicidad en la ejecución- y en el que se despliegan un no menos inusual amor por los personajes y un sostenido cuidado a la hora de imprimir un deje de vitalidad y originalidad a cada escena. “La suerte de los Logan” es, pues, una magnífica noticia: una película redonda que no va de película importante, casi la respuesta redneck a su “Ocean’s Eleven” (2001), tal y como sugiere uno de los muchos guiños de la película.
Channing Tatum y Adam Driver encarnan a dos hermanos empeñados en burlar una supuesta maldición familiar a través de un insensato plan de robo durante la celebración de una carrera automovilística en Carolina del Norte. El primero tiene una pierna lesionada que ha motivado su súbito despido laboral. El segundo volvió de Irak sin un brazo. “La suerte de los Logan” tiene muy claro que quiere ser una comedia: también tiene claro que la dignidad de sus personajes nunca será pisoteada para obtener una risa. La secuencia de presentación del personaje de Daniel Craig, teñido de rubio platino, recupera la capacidad del mejor cine clásico para fijar una presencia e incendiar de feliz intensidad un momento que otro cineasta menos imaginativo hubiese abordado únicamente en términos de funcionalidad narrativa.
La última de Soderbergh cuenta un robo accidentado con la seguridad en la conducción de un chófer de fugas en un atraco perfecto. La secuencia en la que Adam Driver mezcla un cóctel con un solo brazo para desafiar a unos matones posee la belleza de una irrebatible declaración de principios. Recomendada.

Mal genio. (Francia, 2017). Dir. Michel Hazanavicius.  
Tercera película que se estrena en Sevilla de la sección oficial del Festival de Cannes 2017 (la dos anteriores son “La seducción”, de Coppola; y “El amante doble”, de Ozon).
Es más conocida la personalidad y la capacidad de provocación de Jean-Luc Godard que sus películas en general, y el director Michel Hazanavicius, también sobrado de personalidad y de voluntad provocadora, recoge al personaje para hacer un mixto de biografía y caricatura.
La adoración (como el rechazo) a Godard por parte de sus muchos admiradores lo convierten en una especie de divinidad, con lo que «Mal genio» es considerada una película maldita en esos círculos cinematográficos. Como no estamos dentro de un círculo, hay que admitir que Hazanavicius hace una película muy divertida e irrespetuosa con el santón, puntuando todas las contradicciones artísticas, ideológicas y sentimentales del director suizo, y ofrece sus dos caras: la más frágil física (gafas rotas) e intelectualmente y la más antipática, sectaria y de gran plasta (qué gran escena en la que Bertolucci le llama tonto).
Se basa Hazanavicius en la biografía de la actriz Anne Wiazemsky, su pareja durante «Un año ajetreado», y se ciñe a su época maoísta cuando rodó «La Chinoise» y se puso a convivir con ella. Los elementos que hacen burbujeante la película son una buena recreación de lugares y épocas, una buena reinterpretación del uso y mezcla de elementos visuales y materiales que propician un «paisaje godardiano» (cartelería, aroma documental, signos y formas), un ácido sentido del humor y una interpretación sorprendente de Luis Garrel, que le pone una perfecta vestimenta «gilí» al intocable Godard. Recomendada.

El muñeco de nieve. (Reino Unido, 2017). Dir. Tomas Alfredson.
Basada en el bestseller de Jo Nesbø, tiene mucho suspenso, buenas actuaciones y una resolución no muy satisfactoria. Michael Fassbender interpreta a un detective de la policía de Oslo, alcohólico y con una vida personal complicada, encargado de investigar a un asesino serial que deja como testigo de sus crímenes a muñecos de nieve. Lo acompaña una colega (Rebecca Ferguson) que tiene sus propios temas personales que resolver.
Tomas Alfredson (Criatura de la noche, El topo) es un director talentoso, capaz de construir un clima, ofrecer imágenes impactantes y sostener un suspenso intenso durante todo el film. Sin embargo, al depender tanto de la resolución de los crímenes termina decepcionando su conclusión por no estar a la altura de la complejidad con la que se había construido el misterio. No recomendada.


El castillo de cristal. (USA, 2017). Dir. Destin Cretton.
En “Las vidas de Grace” (2013), Destin Daniel Cretton obtenía dos logros admirables: a) esquivar los peligros del lugar común y la sensiblería, pese a trabajar con materiales potencialmente abrasivos –las experiencias de unos educadores en un centro de acogida- y b) alcanzar una palpable verdad emocional trascendiendo un registro indie mumblecore al límite de lo gastado por el uso. Era una película en la cuerda floja: tanto podía anunciar a un autor empeñado en marcar la diferencia como a un candidato a comandar producciones oscarizables previo pago de un cierto porcentaje de singularidad. “El castillo de cristal”, su nueva película, basada en el libro autobiográfico de la periodista Jeannette Walls, indica que el cineasta ha tomado la segunda opción: un lenguaje visual más aseado, más al gusto académico, se apoya en tres interpretaciones –Larson, Harrelson, Watts- que gritan de tres formas distintas “¡Agárrame esa estatuilla!”.
“El castillo de cristal” entronca con lo que ya casi parece un subgénero plenamente establecido: el ajuste de cuentas íntimo de quienes pertenecen a la generación de los hijos de la Contracultura. El consabido reproche al padre (y a la madre) que se dejó intoxicar por los vientos del cambio (y también por algunos alcoholes y otras formas surtidas de toxicidad) formulado desde la tribuna moral del integrado, del retoño que (pese a todo) ha conseguido superar esa herencia y convertirse en agente productivo del mismo sistema que impugnaba una errante vida familiar. El conflicto de la película puede activar recuerdos algo lejanos (La costa de los mosquitos, 1986) o flamantemente cercanos (Captain Fantastic, 2016), pero su inflexión es mucho más carcamal y redunda en subrayar la ideologización como manía ridícula. El desenlace es un hito en el uso hipócrita y mecánico del final redentor. No recomendada.


Annabelle: Creation. (USA, 2017). Dir. David F. Sandberg.
El modo de estrujar las gallinas de los huevos de oro en cierto cine contemporáneo está llevando a un ensanchamiento del lenguaje pocas veces visto. Los éxitos se convierten pronto en franquicias, y de estas van surgiendo ramas en todas direcciones que, finalmente, hay que acabar explicando con una mezcla de nuevas palabras en español y términos ingleses aún sin traducción exacta. Como aquí: “Annabelle: Creation” es una precuela de “Annabelle” (2014), a su vez spin-off ―película secundaria, derivada de una principal u original― de “Expediente Warren: The Conjuring” (2013), sorprendente éxito de James Wan que, por otro lado, derivó en una secuela, “Expediente Warren: el caso Enfield” (2016), de la que pronto surgirá otro spin-off de la familia original, “The nun” (2018).
De lo que se trata en este complicado árbol genealógico, aparte del dinero, claro, es que entre tantos destilados haya un proyecto con un estilo común que beba del ideario de Wan, productor en todas ellas, y contente a sus seguidores. Y, en ese sentido, “Annabelle: Creation” cumple con las expectativas por un sencillo motivo: ni “Expediente Warren”, la película primigenia que dio sentido a todo, era tan buena como para tener tantos hijos directos e indirectos, ni sus sucesivos desgajamientos han bajado demasiado el listón. El resultado es una película que, como no podía ser de otro modo, huele a ya vista y oída, pero que se las ingenia bien para trasladar a la platea un universo inquietante, al menos en parte.
Como una especie de variante rural del gótico sureño, ambientada en una granja reconvertida en orfanato religioso para niñas y adolescentes, la película sabe crear un espacio físico con cierto poder para el desasosiego ―la belleza sombría de la casa y cada una de las habitaciones―, un espacio humano con posibilidades terroríficas ―un padre ultraconservador, una madre desgajada del fantasma de la ópera, una cría con secuelas de la polio― y un terrible trauma que sobrevuela toda la película, narrado con potencia narrativa en la primera secuencia del relato. No Recomendada.


Canción de Nueva Yoork. (USA, 2017). Dir. Marc Webb.
Los ricos, como les supongo informados, también lloran. Es más, son ellos los que jimplan. El resto aprieta los dientes. Qué remedio. Marc Webb insiste en “Canción de Nueva York” en su empeño de reinventar la comedia románica desde el lado de atrás, desde la masculinidad frágil, desde las dudas, desde el escorzo de las miradas reflejadas en el espejo. Tan intenso. Tan cursi. Y de fondo, una canción de Paul Simon sencillamente memorable: The Only Living Boy in New York. El problema de un director que funda un universo en su ópera prima, “(500) días juntos”, es que todo lo que sigue es cuesta arriba. Da pereza. Ni sus dos versiones de Spider-Man ni “Un don excepcional”, pese a su éxito, daban la talla.
Un joven (Callum Turner) descubre que su elegante padre (Pierce Brosnan) tiene una amante (Kate Beckinsale). Una ocasión única para, atentos, probar el amor en brazos de la mujer madura. De por medio, una suerte de ángel triste vestido con la voz siempre profunda de Jeff Bridges. Entre “El graduado” (el autor de la canción hace que la referencia sea obligada), Manhattan y una nueva entrega del más confundido de los superhéroes, Webb se las arregla para tejer una historia que habla de un universo (la parte alta de Nueva York) tan enfermo de sí mismo como poblado por unos personajes incapaces de ordenar el desmedido tamaño de sus posesiones. Y sus obsesiones. Y así, lo que quiere ser una reflexión sobre el ejercicio de crecer acaba enfangado en un drama sentimental incestuosamente ridículo. En efecto, es una tragedia ser pijo. No Recomendada.
  

Sólo se vive una vez. (Argentina, 2017). Dir. Federico Cueva.
“No es Arma letal”, rezaba el eslogan publicitario de “Tiempo de valientes” (2005), segundo largometraje del argentino Damián Szifron y uno de los muchos ejemplos de una memoria generacional –asociada al blockbuster de acción de los ochenta- que empezaba a manifestarse en forma de farsa/tributo o ajuste de cuentas. “Solo se vive una vez”, con sus citas a Kiss y la rotulación tan enfática como posibilista de sus títulos de crédito, prolonga de manera algo extemporánea esa misma tendencia: su principal problema radica en que su grado de originalidad y su potencial para el retorcimiento cómico están ya anticipados en su mismo título.
Especialista de secuencias de acción y técnico de efectos visuales, Federico Cueva debuta con una comedia de acción que parece llegar diez años tarde y que difícilmente dejará alguna imagen memorable en la cabeza del espectador: si acaso, el plano en que Hugo Silva, en la piel de un asesino rumano, ametralla a unas palomas en el pico más forzadamente incorrecto de la película. Honra a Cuevas que tenga a bien citar “Las locas aventuras de Rabbi Jacob” (1973), de Gérard Oury, como lejano referente de las peripecias de este chantajista que deberá disfrazarse de rabino para huir de un grupo de mafiosos. También acredita cierto bagaje cinéfilo que, en el clímax, evoque el cine de Harold Lloyd, pero, lamentablemente, no es suficiente y “Solo se vive una vez” no logra trascender en ningún momento su condición de funcional carta de presentación ante el gremio de directores. No Recomendada.

Operación Cacahuete 2. Misión: Salvar el parque. (Canadá, 2017). Dir. Cal Brunker.
La película canadiense “Operación cacahuete” demostró hace tres años de qué modo puede ejecutarse el proceso de domesticación de un creativo cortometrajista de animación en su ansiado salto al cine de grandes aspiraciones comerciales. Peter Lepeniotis, que en 2005 había creado el personaje protagonista de su película de debut en el corto “Surly Squirrel”, abrazó la versión en largometraje de su historia original rebajando las expectativas artísticas y narrativas en beneficio de un academicismo tan digno como ramplón.
Así que la llegada de “Operación cacahuete 2” viene acompañada de tres sorpresas. Primera, su mera existencia. Segunda, esta relativa, que Lepeniotis ya no forma parte de un proyecto que había nacido en su mirada propia. Y tercera, que esta segunda entrega es bastante mejor que la primera, al menos en cuanto a dibujo, diseño de personajes, trabajo de los fondos en el encuadre y animación en sí misma. Un apartado formal en el que brilla el exquisito tratamiento de la luz, tanto diurna como nocturna.
Eso sí, en torno al cine de aventuras animal, y con algún guiño de metalenguaje cinematográfico con cierta gracia ―ese impulso entrecortado por adentrarse en el musical disneyano―, la historia en sí misma la hemos visto ya decenas de veces. Con su dicotomía entre la naturaleza y la manufactura, entre el impulso y la vaguería, entre la lucha y el atajo; con su enésimo villano de corte político, un alcalde corrupto con tejemanejes inmobiliarios; con su elogio al ecologismo y la sostenibilidad. No aporta nada nuevo, pero al menos su nuevo director, Cal Brunker, parece moverse mejor que Lepeniotis en los terrenos del convencionalismo comercial de usar y tirar. No Recomendada.

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