La película, desde los títulos de crédito del inicio sobre un fondo negro y
sin música, nos convierte en testigos de
una conversación entre Paulina (Dolores Fonzi) y su padre (Óscar Martínez), a
través del diálogo nos adentramos en la temática primordial del film: Paulina
es una joven abogada con una carrera por delante prometedora y orientada hacia
un rol directivo, según el proyecto y la ambición de su padre, juez de
profesión, que ejerce en la provincia de Misiones. A lo largo de dicho diálogo hay una utilización
de planos medios cortos que nos hacen penetrar en la psicología de los
personajes, alternando la cámara fija con el plano-secuencia. El padre (Óscar
Martínez) es un juez sexagenario, triunfador profesionalmente, que infravalora
profesiones como la del magisterio rural. El padre ha educado a su hija para
competir solo dentro de la “casta” jurídica, política, universitaria y
directiva del país, que se encuentra en la capital federal, en la ciudad de
Buenos Aires; pero un día Paulina retorna a su lugar de origen (provincia de
Misiones), y vuelve para quedarse e iniciar su carrera profesional desde abajo,
convirtiéndose en una maestra rural dentro de un proyecto o programa educativo
de “Formación Política” dirigido a los trabajadores rurales y de la periferia
urbana de Posadas (Misiones)
El espacio donde Paulina ejercerá su magisterio es la provincia de
Misiones, en el nordeste de la Argentina, en la frontera con Brasil y Paraguay.
Misiones es una de esas provincias del interior, habitada por “cabecitas
negras” (indígenas guaraníes y mestizos). De nuevo, el mundo de los olvidados y
de las geografías olvidadas o paisajes de “barbarie” hacen su aparición en el
cine latinoamericano y, en el caso que nos ocupa, en el cine argentino, lo que
enlaza con toda una tradición del Nuevo Cine de la década de los cincuenta y
sesenta, que fue retomada tras la última dictadura (1976-1983) por Miguel
Pereira en su película La deuda interna
(1987), y a lo largo de los noventa
consagrada por Adolfo Aristarain con sus películas Un lugar en el mundo (1992), Lugares
Comunes (2002).
Paulina (La Patota) pertenece a ese tipo de arte
comprometido en buscar la identidad del país, en su totalidad, aunando en un
diálogo constructivo a la “civilización”, representada por los blancos urbanos
universitarios y progresistas; y a la “barbarie”, representada por los autóctonos, indígenas y
mestizos, rurales y analfabetos que habitan también en las periferias de las
ciudades. Sendos mundos, civilización/barbarie, están irremediablemente
abocados a encontrarse partiendo primero del choque entre ambos, materializado
en la desconfianza de los “olvidados” y
en el fracaso del “paternalismo” blanco;
pero después esos dos mundos deben fusionarse, dejando atrás viejos prejuicios
y estigmas, para que renazca un mestizaje cultural, un mestizaje del futuro,
que rompa por fin con la violencia y las barreras multiculturales, lacras del
colonialismo y neocolonialismo. En este sentido, el valor del film de Santiago Mitre radica en su apuesta por la integración de los contrarios,
por el nacimiento del “hombre nuevo” en el nuevo ser que, engendrado por
Paulina, ponga fin a la dualidad escindida y a una doble vara de medir los
delitos, cuestionando así un sistema judicial, generador de víctimas, que
siempre criminaliza a los más débiles.
Paulina aborda también la temática de un viaje, iniciático, viaje al
interior de la geografía y al interior del ser, a la encarnación en la realidad
de los excluidos para de esa forma comprenderla mejor, lo que conduce irremediablemente a la transformación
personal, a una transformación que, basada en la autenticidad, permita a la
protagonista seguir siempre para adelante, caminar sin tregua en busca de la
utopía que, como la definiera Eduardo
Galeano, está en un horizonte que nos obliga a superar los escollos del andar
cotidiano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos
pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la
utopía? Para eso, sirve para caminar”.
En definitiva, el “somos andando” de Paulo Freire y la utopía como meta
forman parte del imaginario colectivo latinoamericano al que, probablemente, recurre
Santiago Mitre en los títulos de crédito del final, pues a través de un cuidado
plano secuencia, sin profundidad de campo, resalta a una Paulina que avanza en
una larga caminata: ¿hacia dónde, hacia un horizonte donde habita la utopía?
Ese seguir hacia adelante convierte a Paulina en un personaje coherente, de una
coherencia, no heroica, sino humana.
La película de Santiago Mitre no solo revela el mundo de los olvidados
(personas y paisajes) sino denuncia también la agresión al medio ambiente, la
destrucción y desforestación de la selva misionera, pues “según datos
oficiales, entre 1998 y 2007 en Misiones se deforestaron 144.153 hectáreas”. Esa
crítica al deterioro medioambiental, siempre al servicio de intereses foráneos,
recuerda otro film argentino, de hace más de 40 años, Quebracho, dirigido por Ricardo Wullicher; pero, desgraciadamente, la situación del
siglo XXI ha empeorado, pues hace un siglo los obreros de “la forestal” se
rebelaron contra los explotadores ingleses; hoy los trabajadores de “las
forestales” han involucionado, han perdido la conciencia, por lo que viven
sumidos en las lacras de la ignorancia, de la violencia, de la pobreza, y de la
exclusión social.
Otros temas que nos sugiere el film de Mitre es reflexionar sobre la
Justicia que siempre está al servicio del poder y de la clase y raza
hegemónicas, justicia cuyo lema es “sin piedad con los bárbaros porque son
brutos y violentos”. Y esto genera una ola de violencia y guerra imparables
que, desde el poder, convierte a los verdugos en víctimas y a las víctimas en
verdugos, en un eterno círculo vicioso, basado en la venganza, castigo y
violencia. El propio director declara que “él ha pretendido hacer una
anti-película de venganza, porque más que perdonar lo que ella busca es
comprender y cortar con el círculo de violencia".
Para finalizar, creemos convenientes resaltar las declaraciones del
realizador Santiago Mitre respecto a la técnica del film: “quería trabajar
mucho con el plano-secuencia, con la cámara en mano para liberar a los actores.
Preferí resignar cierta prolijidad formal para encontrar la esencia de los
personajes y conseguir la mayor credibilidad posible.” Esta declaración del director convierte el
film Paulina en heredero y
continuador de los planteamientos y de la estética realista del Nuevo Cine
Latinoamericano.
María Dolores Pérez
Murillo
Es estupendo como nos has documentado en el taller sobre el cine latinoamericano. Tus comentarios son siempre una lección magistral. Tus dossiers son todos magníficos. Un lujo tenerte de compañera.
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