Si el francés
Méliès fue el primero en descubrir el potencial creativo del cine, dos compatriotas suyos iban a ser los primeros
en intuir las posibilidades comerciales del nuevo invento, dando lugar a los
primeros imperios cinematográficos. Ellos, Charles Pathé y Léon Gaumont, dotaron al cine de los medios
que necesitaba para transformarse en una industria.
El gallo de Pathé, tan
famoso entonces como luego lo sería el león de la Metro, se convirtió en el
símbolo comercial más reconocible de las primeras décadas del cine. La empresa
fabricaba y vendía aparatos a los feriantes y también se encargaba de
suministrarles las películas que debían exhibir. Para ello construyó estudios y
contrató a actores y directores que rodaban toda clase de filmes, desde
melodramas a historias moralizantes, pasando por temas fantásticos. Charles
Pathé encontró su hombre de confianza en Ferdinand Zecca, un antiguo cantante de café-concierto, que
empezó como «explicador» de las
películas de la casa en los cines, para convertirse más adelante en actor,
director y responsable principal de la producción de la firma, que entre 1896 y
1920 superó los siete mil títulos.
A la misma
velocidad que producía películas, el negocio de Pathé crecía ampliándose a nuevas ramas, como la fabricación de
celuloide o las salas de exhibición. En 1908 inauguró el Pathé-Journal,
equivalente a nuestro No-Do, y se lanzó a la venta de proyectores caseros para impulsar el cine
familiar. El canto del gallo se extendió por todo el mundo y pronto tuvo sucursales
hasta en los países más lejanos. Es fácil entender así el chiste de Marcel
Pagnol, que aseguraba que
«en chino cine se dice Pa-thé».
Léon Gaumont siguió
los pasos de su compatriota y también creó su imperio, compitiendo con
Pathé en todas
las ramas del negocio cinematográfico. Si este tuvo su brazo derecho en Zecca, Gaumont lo
encontró en Louis Feuillade, director de sainetes, adaptaciones de novelas y,
en especial, de las llamadas películas de episodios, como el famoso serial policíaco
de Fantomas (1914-17), que se seguía con pasión en los cines de la época.
Fuente:
“El cine contado con sencillez”,
Juan Zavala, Elio
Castro-Villacañas y Antonio C. Martínez.
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