sábado, 3 de octubre de 2020

Muchachas de uniforme (Leontine Sagan, 1931)

 

Título original: Mädchen in Uniform. Dirección: Leontine Sagan, Carl Froelich. País: Alemania. Año: 1931. Duración: 88 min. Género: Drama.

Guión: Christa Winsloe, Friedrich Dammann (basado en una obra de Christa Winsloe). Fotografía: Reimar Kuntze, Franz Weihmayr. Música: Hansom Milde-Meißner. Montaje: Oswald Hafenrichter. Producción: Deutsche Film-Gemeinschaft.

Presentada en el Festival de Venecia 1932 sin carácter competitivo.

Estreno en Alemania: 27 noviembre 1931.

 

Reparto:

Hertha Thiele, Dorothea Wieck, Emilia Unda, Hedwig Schlichter.

 

Sinopsis:

Manuela es una adolescente que es enviada a un rígido internado después de la muerte de su madre. La directora del establecimiento es una convencida de que el hambre y la disciplina afirman el carácter de las niñas, pero Manuela tiene problemas ajustándose a la rígida disciplina de la directora. Así la niña es cuidada por la maestra Elizabeth Von Bernburg, que es la profesora más joven del internado y por la que todas las niñas (incluida Manuela) suspiran enamoradas... Basada en una obra de Christa Winsloe, fue la primera película que claramente trataba el tema del lesbianismo, y obtuvo un considerable éxito tanto en Europa como en Estados Unidos.

 

Comentarios:

Imponentes estatuas y columnas de piedra, una arquitectura colosal que mantiene vivo el recuerdo de un pasado glorioso que sería derruido en el desastre de la Primera Guerra Mundial y que la norma y la tradición resucitan a cada instante a través de sus instituciones y sus representantes. La sobriedad y la fortaleza como emblemas del espíritu de un pueblo que oblitera sin embargo su humanidad. Estamos en Alemania, más en concreto en la Prusia de 1910, pero podría ser cualquier otro lugar del mundo, uno de esos lugares donde el concepto de patria olvida que una nación la conforman las mujeres y los hombres que viven en ella y no ideas abstractas ajenas a su naturaleza, inhóspitas para la vida y la libertad de sus gentes. La losa del pasado oscureciendo el presente y anegando de horror el futuro por venir, el de la oscuridad nazi. Unas jovencitas marchando en fila en procesión y ritmo marcial, una escuela para señoritas gobernada como si se tratara de un cuartel militar, un sitio donde forjar el carácter a golpe de martillo descargando su furia ciega sobre el corazón de una juventud que grita, ríe y se ensalza en lo más bello y elevado, pero también en lo más intrascendente y juguetón, lo normal a los quince años, cuando cualquier sentimiento y emoción cobra la importancia de ser una cuestión de vida o muerte. Y justo aquí la joven Manuela, catorce años y medio de edad, es donde será ingresada tras la muerte de sus padres debido al desinterés de su tía por seguir acogiéndola en su casa. Un internado será el mejor lugar donde domar su juvenil ímpetu.

 


“Muchachas de uniforme” (Mädchen in Uniform, 1931) se abre así de lo general a lo particular, mostrando el entorno donde se desarrollará la acción para dar a conocer enseguida a la que será una de las protagonistas, Manuela (interpretada por la bellísima Hertha Thiele, que superaba en casi un década la edad de su personaje), a sus compañeras de clase y a las estrictas directora y profesoras del centro. La directora Leontine Sagan, en el que sería su primer filme, muestra en estos minutos iniciales con gran agilidad y limpieza estilística todo ese microcosmos cerrado y asfixiante en el que las escaleras principales evocan los diseños imposibles de algunos cuadros de M. C. Escher, los pisos en los que se distribuyen las estudiantes y sus cuartos compartidos con filas de camas que nos hacen recordar las de los hospicios dickensianos o los más tristes cuarteles militares, ambiente el de estos que domina la estructura de orden y obediencia que imperan en el colegio. La joven Manuela entrega sus ropas de calle al entrar y recibe un uniforme usado que será lo que vestirá a partir de ese momento. Su pelo es recortado y se impone el uso obligatorio de horquillas para llevarlo siempre recogido. Sin tener plena consciencia de ello pareciera que ingresara en una cárcel, y tal es así pues cualquier sentimiento, cualquier sueño infantil intentará ser reprimido y eliminado como inconveniente e inapropiado para su educación. Un ambiente severo, unas normas de conducta rígidas que, como no puede ser de otra manera, invitarán a una constante rebelión. En su intimidad, las jóvenes leen a escondidas libros prohibidos, pegan en sus taquillas fotografías de actores y hombres semidesnudos tras inocentes carteles que las ocultan y hablan del amor, un deseo por descubrir y experimentar que parece no tener sexo determinado. Lo mismo suspiran arrobadas por ese deportista musculoso en calzonas que por una de sus maestras, la señorita von Bernburg (Dorothea Wieck), la única que se muestra humana y cariñosa con ellas. Una necesidad de afecto que no atiende al género y que no se mide por las restricciones sociales del exterior. Una de las primeras advertencias que recibe Manuela de sus compañeras es precisamente un admonitorio “No vayas a enamorarte” referido a esta profesora.

 


Las alumnas, casi en su totalidad hijas de soldados, recibirán una educación que las preparará para ser madres de soldados. Mientras la directora se explaya en explicar las virtudes de una dieta frugal, de la fortaleza que impregna el espíritu cuando se pasa hambre, de cómo la pobreza y el orden honran a la mujer, las jóvenes, en un ágil y breve montaje en paralelo, no harán otra cosa sino hablar de comida. Sagan se muestra siempre elegante pero implacable a la hora de enfrentar la rigidez de una generación envejecida y aferrada a un pasado muerto con una juventud que lo que anhela no es otra cosa que vivir. Pasamos rápidamente a la rácana cocina, donde se cierra el discurso sobre qué es lo que de verdad comerán las muchachas: “con disciplina y hambre, hambre y disciplina, volveremos a ser grandes”, insistirá en afirmar incansable la directora. La realidad ahogando toda ilusión. Ambiente de reformatorio donde se ven forzadas a formar en rígidas filas y a realizar constantes rezos, cantos y momentos de meditación, donde impera el castigo más temido, el de ser negada la ocasional salida a la ciudad del domingo, y el régimen de cartas revisadas y censuradas. Asistimos a la rutina diaria de las jóvenes constreñidas en la laberíntica arquitectura interior que nos retrotrae a esas imágenes iniciales de las construcciones que dominaban el exterior, una rutina cuyo único momento de solaz resulta ser el beso de buenas noches que la señorita von Bernburg da en la frente a todas las chicas a su cuidado, beso que a Manuela le es ofrecido en los labios. Sagan apenas se detiene en ello, es un gesto natural y espontáneo, apoyado en su forma de huir de la monotonía visual a la hora de perfilar esa vida aburrida y repetitiva gracias a una planificación siempre imaginativa que lucha, como las jóvenes, por huir de la homogeneidad. Un universo cuadriculado en el que las cartas de amor de las internas será otra válvula de escape, donde los gestos y las miradas arrobadas de enamoramiento supondrán su pequeño acto de rebeldía y liberación en ese ambiente opresor.

 


De manera paulatina, el amor de Manuela por su profesora devendrá incontenible, el más mínimo detalle de humanidad interpretado como una declaración encubierta de ser correspondida. Y su pasión irrefrenable se desatará durante una representación teatral de la obra Don Carlos (Dom Karlos, Infant von Spanien, 1783-1787) de Friedrich Schiller, drama de amores imposibles que no puede ser más adecuado para que Manuela, en el papel del sufriente infante, declare en voz alta su pasión. Se ha preparado ponche para la fiesta posterior y entre la niebla de la borrachera que desata a las jóvenes en un breve instante de libertad, entre el descuido de las gobernantas y la propia ebriedad de las cocineras que también a su manera escapan de su aburrido quehacer, Manuela culmina su alegría provocada por las felicitaciones recibidas por su actuación y el exceso de bebida con un discurso en el que, de manera inocente pero arrebatada, confiesa su pasión ante la adhesión incondicional de todas sus compañeras. Esto provocará el escándalo y el posterior castigo de expulsión del internado de la joven. Manuela mantendrá en todo momento la belleza de sus palabras, la honestidad de las mismas y la firmeza en su creencia de lo que es correcto. Sentir amor no puede ser malo ni malvado, más cuando es puro y desinteresado. Su declaración de principios, que no es sino la de la propia película, se resume en la respuesta que da cuando es interpelada de manera brutal por la directora: “Hay que curarte con disciplina.” “¿Curarme? ¿De qué?”, responderá imbatible a la invectiva. Planteamiento que será refrendado en el enfrentamiento final entre la señorita von Bernburg y la siniestra directora en el que resultará diáfana la lucha entre el fantasma de la represión y la oscuridad retrógradas contra el afán liberador y natural de la juventud.

 


“Muchachas de uniforme”, basada en la novela de Christa Winsloe, la cual sería coautora del guion junto a Friedrich Dammann, intentó ser retirada de los cines tras su estreno debido a las connotaciones lésbicas de la trama, pero su incontenible éxito en toda Europa, e incluso en los Estados Unidos, donde recibió el encendido apoyo de Eleanor Roosevelt, lo impidió. Leontine Sagan contó en la dirección con el asesoramiento de un pionero del cine alemán, Carl Froelich, que pronto se convertiría en uno de los realizadores al servicio de la propaganda nazi. Sagan huiría de Alemania ante el inminente ascenso al poder de Hitler, y al año siguiente rodaría una película en Inglaterra junto al gran Zoltan Korda, “Men of Tomorrow” (1932). Pero su carrera se detendría por desgracia aquí, llegando solamente a rodar una tercera película en un ya lejano 1946 junto a George King, “Gaiety George”. La actriz Hertha Thiele, que debutaba en este filme, protagonizaría en 1932 la mítica película escrita por Bertold Brecht y Ernst Ottwald, bajo la dirección de Slatan Dudow, “Kuhle Wampe oder: Wem gehört die Welt?”, pero también acabaría exiliándose de la Alemania nazi abandonando su carrera solo para volver a ella en un tardío 1967. Compartiría protagonismo de nuevo junto a Dorothea Wieck en la excelente “¿Milagro?” (Anna und Elisabeth, 1933), del genial director Frank Wysbar (supervisor de producción además en esta “Mädchen in Uniform”), película donde también se intuía una fascinación lésbica, y que volvía a poner de manifiesto las excepcionales y modernísimas actuaciones de ambas actrices. En “Muchachas de uniforme”, Wieck brilla en su contenida interpretación de la comprensiva profesora y Thiele resulta arrolladora en su incandescente papel de la apasionada Manuela. Una película con casi un siglo a sus espaldas que transpira fuerza y vida en cada uno de sus planos, con un mensaje liberador en sus entrañas que hoy más que nunca necesita ser repetido ante la ola de conservadurismo necio que nos invade y aprisiona. (José Luis Forte)

Recomendada.




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