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jueves, 21 de octubre de 2021

Recordando “Encadenados” (Notorious, 1946) de Alfred Hitchcock



- Nuestro amor es bastante extraño

- ¿Por qué?

Porque a lo mejor tú no me quieres


El gran amor en mayúsculas se expresa a través de la renuncia. Así fue en “Casablanca” (1942) entre Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, y así sería cuatro años después en “Encadenados”, un thriller psicológico con el sello de Hitchcock, que convirtió a Ingrid Bergman en un icono indiscutible.

También en esta ocasión, la guerra actúa de trasfondo de una relación a tres bandas con tintes trágicos. La estrella sueca interpreta a Alicia Huberman, una estadounidense hija de un espía nazi alemán que, por amor a un agente secreto de su país, Devlin (Cary Grant), decide casarse con otro.

Alicia debe dejar atrás su pasado de chica despreocupada para descubrir lo que sucede en la casa del nazi Alexander Sebastian (Claude Rains), que ha huido a Sudamérica. Cuando Alicia sigue la pista de una enorme cantidad de uranio de contrabando, la casa se convertirá en una trampa para ella, puesto que su desengañado marido la irá envenenando poco a poco con arsénico. En el último minuto, Devlin llegará para salvarla. 


“Encadenados” es un impresionante ejemplo de la teoría de Hitchcock sobre el “MacGuffin” (elemento que motiva la historia pero que resulta perfectamente prescindible). El hecho de que el detonante de la trama sea el uranio, necesario para la construcción de armas atómicas, es absolutamente secundario para esta atemporal  historia de amor. De hecho, al visionario director se le ocurrió la idea por casualidad en 1944, un año antes del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima.


Un factor determinante en esta cinta es la economía dramática de Hitchcock, que aprovecha las coincidencias estructurales de las películas de espías y las románticas. En ambos casos, la tensión se deriva de la lucha por la confianza, acechan la traición y la deslealtad, y es necesario guardar ciertos secretos, que se revelarán en el momento adecuado. Así, el director permite a los espectadores intuir que Devlin está enamorado de Alicia, mientras que ella, por el contrario, sufre a causa de dos hombres: por un lado, debe acostarse con Sebastian, que la abruma con su confianza sin límites; por el otro, debe soportar la frialdad con que la trata Devlin, el cual reacciona ante el servicio patriótico que ella se ha impuesto con manifiesto sarcasmo.


Estamos ante el clásico conflicto entre el amor y la obligación, en el cual Ingrid Bergman reviste la inclinación al sacrificio de Alicia, que sólo parece debilidad visto desde fuera, de un fervor estremecedor. Devlin, el personaje de Cary Grant, se presenta casi como un MacGuffin erótico. Sebastian, el nazi, ama realmente a Alicia y, por tanto, vive la traición como una experiencia trágica que nos lo hace incluso simpático. Se trata de un extraordinario ejemplar de bribón complejo a lo Hitchcock, que solía tratar a este tipo de personajes con una gran compasión. Al igual que le sucedió a Bogart en “Casablanca”, el actor Claude Rains, más bien bajito, tuvo que subirse a unas tablas de madera para poder aparecer en pantalla junto a la altísima sueca.

La complejidad de la trama contrasta con la transparencia del estilo narrativo. Algunos de los recursos utilizados han pasado a la historia del cine. Destaca, por ejemplo, el sugestivo simbolismo de los líquidos aplicado a Alicia: ese elemento aparece siempre en relación directa con el sufrimiento del personaje, desde su autoinfringida intoxicación etílica al intento de asesinato con arsénico. La resaca que experimenta tras la noche que ha pasado bebiendo con Devlin se expresa mediante un giro de 180 grados sobre el eje de la imagen. Así, el espectador sabe que Alicia está ebria y que Devlin es un personaje turbio. Más adelante, Hitchcock llama nuestra atención una y otra vez sobre la llave de la bodega en la que está escondido el uranio. Y no podemos olvidar “el beso cinematográfico más largo de la historia” entre Grant y Bergman: tres minutos en total. A pesar de todo, el director Alfred Hitchcock tuvo que interrumpir la secuencia continuamente en el montaje final, puesto que el “Production Code” (la censura más absurda en el cine de esos años) sólo autorizaba tres segundos seguidos.


“Encadenados” es probablemente el filme más romántico del director británico. Sin embargo, la tensión sexual subyacente permite anticipar algunos de los rasgos estilísticos que desarrollaría en el futuro, presentes por ejemplo en el inusual y sin embargo lógico final, en el que Alicia y Devlin logran escapar. El pobre Sebastian emprende un camino opuesto: la muerte.



Ingrid Bergman rodó tres películas con Alfred Hitchcock: “Recuerda” (1945), “Encadenados” (1946) y “Atormentada” (1949). Fue la primera de las grandes actrices del equipo habitual del director, “cargo” que también ostentarían Grace Kelly y Tippy Hedren. A pesar de que el cineasta se sintió enormemente defraudado cuando Bergman decidió dar por terminada su colaboración, ambos mantuvieron una estrecha amistad hasta la muerte del británico.



Hitchcock no era el único: la excepcional artista, nacida en Estocolmo en 1915, tenía el mundo a sus pies. Era la quintaesencia de la belleza natural, a la que cabía sumar una presencia de enorme nobleza y una profesionalidad sin par. El productor David O. Selznick descubrió a la estrella sueca en 1938. Poco tiempo después de llegar a Hollywood ya podía permitirse rodar sólo una película por año. Así, uno tras otro, fueron apareciendo clásicos como “Casablanca” (1942) de Michael Curtiz, “Por quién doblan las campanas” (1943) de Sam Wood y “Luz que agoniza” (1944) de George Cukor, por la que ganó su primer Óscar. Sin embargo, su reputación intachable se tornó pronto en un aura de perdición, puesto que, durante la filmación de “Strómboli” (1949) se enamoró del director Roberto Rossellini y abandonó a su marido e hija. La actriz sería anatemizada por la opinión pública hasta que, años más tarde, su papel en “Anastasia” (1956) de Anatole Litvak le valió su segundo Óscar.



En los años siguientes Ingrid Bergman participó tanto en proyectos europeos como estadounidenses: con la coproducción “Asesinato en el Orient Express” (1974) de Sidney Lumet,  ganó el Óscar como actriz secundaria; disfrutó de triunfos tardíos gracias a “Sonata de otoño” (1978) de Ingmar Bergman, y a su interpretación de la primera ministra israelí Golda Meir en el telefilme “Una mujer llamada Golda” (1982) de Alan Gibson.

Ingrid Bergman falleció en Londres en 1982 a la edad de 67 años por cáncer. De su matrimonio con Rossellini nació la también actriz Isabella Rossellini.



Encadenados” de Alfred Hitchcock, es la expresión más elegante del estilo visual del maestro, del mismo modo que “Entre los muertos” (Vértigo) constituye la expresión más perfecta de sus obsesiones. La película presenta algunas de las tomas más efectivas de su obra… y todas ellas conducen a los grandiosos pasajes finales, en los que dos hombres descubren hasta qué punto estaban equivocados” (Chicago Sun-Times). 

No se recuerda una escena de amor más sobresaliente...que el derroche de besuqueos y carantoñas que intercambian los protagonistas de esta cinta. Con todo, Ingrid Bergman expresa una emoción real y llena de matices. La integridad de su carácter es el puntal que sustenta la película” (The New York Times).

                                   

Virginia Rivas Rosa


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