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sábado, 21 de julio de 2018

Los estrenos en Sevilla de 20-07-2018


6 películas se estrenan el 20 de julio de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos son producciones británicas, una estadounidense, una francesa, una alemana y una mexicana. Esta semana no se produce ningún estreno español en la cartelera y se queda sin editar en Sevilla la comedia paquistaní “Teefa in trouble” (Ahsan Rahim, 2018).  Pasemos a nuestras recomendaciones para esta semana.


La revolución silenciosa. (Alemania, 2018). Dir. Lars Kraume.
Cuatro nominaciones en los Premios del Cine Alemán 2017.
Drama ambientado en los años 50 interpretado por Jonas Dassler, Judith Engel, Tom Gramenz, Michael Gwisdek y Max Hopp.
El director alemán Lars Kraume dirige y escribe «La revolución silenciosa» a partir de los hechos reales descritos en la novela autobiográfica del recientemente fallecido Dietrich Garstka, «The silent classroom», publicada en 2006.
Ambientada en la ciudad de Stalinstadt (actualmente Eisenhüttenstadt), en Brandenburgo, la película recrea magistralmente un episodio vivido en la Alemania del Este en la época de las revueltas húngaras contra el poder soviético en 1956. Un grupo de jóvenes a punto de graduarse decide guardar dos minutos de silencio en clase en protesta por la represión soviética en Budapest. El resultado es una investigación por parte de las autoridades académicas para destapar a los supuestos cabecillas de semejante acto contrarrevolucionario. La solidaridad entre los compañeros será interpretada como un gesto subversivo antisocialista, y ello tendrá consecuencias desastrosas para los chicos y sus familias.
La película tiene como base un guion de hierro que hila las diversas tramas con un magnífico pulso narrativo, un intenso sentido del suspense y una profunda hondura dramática. A la compleja reflexión política sobre la profunda irracionalidad del totalitarismo, se añaden conflictos morales interesantes relacionados con la culpabilidad, el compañerismo, las relaciones paternofiliales, el sentimiento religioso, el miedo a la verdad o las lealtades excluyentes. A pesar de lo dramático de las situaciones y del sufrimiento de los personajes, la película ofrece una salida esperanzada, no solo por la resolución de la historia, sino por la fe positiva que profesa en el ser humano y en su capacidad de nobleza.
La puesta en escena es muy eficaz, enmarcada en una brillante dirección de arte, y sostenida por un reparto coral excelente, en el que destacan el joven Jonas Dassler en el papel de Erik, Leonard Scheicher en el de Theo, o Lena Klenke en su homónimo papel. Estamos ante una de las mejores películas de la temporada, un excelente ejemplo de cine de revisión histórica del socialismo real, y un buen ejemplo de cine educativo. Para no perdérsela. Recomendada.


Happy End. (Francia, 2017). Dir. Michael Haneke.
Sección oficial del Festival de Cannes 2017.
Drama sobre la familia interpretado por Isabelle Huppert, Jean-Louis Trintignant, Mathieu Kassovitz, Fantine Harduin y Toby Jones.
En 'Happy end' el austriaco Haneke ataca la podredumbre moral de la clase burguesa, y para ello se va colando en las grietas que resquebrajan la fachada de una familia de ricos industriales del norte de Francia. El título es, obviamente, irónico: Haneke y los finales felices casan tanto como los cuadros y las rayas.
La película pasa la mayor parte de su metraje cociéndose a fuego lento y presentando a los diferentes miembros de la prole, y la sucesión de diferentes puntos de vista apenas deja espacio a las historias individuales. Como de costumbre, Haneke está más interesado en ir creando una atmósfera que invita a pensar en los estallidos de violencia como algo inminente.
También de forma previsible, el rigor formal del que el director hace gala para establecer ese clima resulta imponente; lo que sorprende es que, en esta ocasión, no haya rastro de ese foco y esa precisión a nivel temático y de estructura narrativa. 'Happy end' quizá nos quiera hablar de la indiferencia de Europa ante los refugiados, y de cómo esa actitud contamina a las nuevas generaciones. O quizá no. Haneke acumula líneas argumentales que no avanzan ni conectan de forma particular, y el resultado es una película que apuesta por la ambigüedad pero más bien se percibe incompleta. 
De hecho 'Happy end' no es tanto una película como un recopilatorio de Grandes Éxitos del cine previo del austriaco. Contiene la psicopatía infantil de 'La cinta blanca', la eutanasia de 'Amor', las alusiones a clases altas amenazadas de 'Caché', el miedo racial de 'Código desconocido' y las reflexiones sobre el peligro de la imagen filmada de 'El vídeo de Benny' -aquí matizadas con advertencias sobre cómo internet y las redes sociales pervierten las relaciones amorosas-. Es una obra indudablemente hanekiana, pero no parece obra de Haneke sino más bien de un imitador. No Recomendada.


Mamma Mia: Una y otra vez. (Reino Unido, 2018). Dir. Ol Parker. 
Comedia musical británica precuela de “¡Mamma Mia! La película” (2018). Interpretada por Amanda Seyfried, Lily James, Christine Baranski, Julie Walters, Pierce Brosnan, Colin Firth, Stellan Skarsgard, Dominic Cooper, Andy García, Cher, Meryl Streep.
Cuando hace justo 10 años llegó a las salas “Mamma Mia! La película”, versión cinematográfica del musical creado para las tablas, otra década atrás, por Catherine Johnson, Benny Anderson y Björn Ulvaeus, algunos vimos en ella una simple colección de canciones filmadas en un escenario paradisiaco más que un musical clásico; un festivo karaoke donde la inmensa mayoría ni cantaba ni danzaba demasiado bien, y en el que, como en una destartalada boda con barra libre, los intérpretes parecían dar todo el tiempo saltos de alegría en lugar de bailar, sin trabajo de puesta en escena, de coreografía ni de sentido de la armonía.
De modo que ante “Mamma Mia! Una y otra vez”, secuela tardía (en realidad, mitad precuela, mitad continuación), no era difícil superar un listón casi por los suelos en lo creativo, pero que había sido suficiente en lo comercial y popular gracias al incuestionable poder contagioso de las canciones de Abba y al carisma de Meryl Streep. Y, con los mismos responsables de guion y dirección, con el insustancial Ol Parker a la cabeza, lo han logrado incluso con la baja de Streep (salir sale, pero mejor pensar que no, para no llevarse un berrinche).
Con Lily James, graduada en el Guildhall School Music and Drama en 2010, como protagonista de los numerosos flashbacks, en el papel de Streep de joven y en fase de conocimiento de los tres padres de su hija, la película gana en sentido vocal. James sabe cantar y bailar y Parker, pese a su empeño en algún instante en necesitar cuatro planos en segundo y medio donde bien podía haber solo uno, se lo agradece con una puesta en escena más labrada y, al menos, con un par de números corales divertidos y artísticos, sobre todo el de “Waterloo”. Apenas unas gotas, pero gotas al fin, para los admiradores del musical clásico, el de la expresión de sentimientos a través de las canciones y el baile, sin excusas argumentales, necesitados de ejemplares que vayan manteniendo un género tan poco practicado que el número de estrenos anual se puede contar con los dedos de una mano, y quizá sobren.
A pesar de la ingente cantidad de canciones pegadizas creadas en su día por Abba, para que la película no se llene de singles tardíos y de caras B poco conocidas, los responsables repiten algunos temas que ya habían sonado en la primera entrega (“Mamma Mia”, por supuesto, además de “Dancing Queen” y “Super Trouper”), y la partitura musical de acompañamiento tira de melodías de otras cuantas. Como en las bodas, más vale no arriesgar con la selección, y ser sinceros.
Una franqueza que también practican con su evidente contenido hortera: plenamente conscientes de su dimensión kitsch, tanto en lo cinematográfico como en lo musical, cuando suenan temas de evidente sentido pegajoso y cursi, como el inenarrable “Fernando”, en lugar de suavizar su ridículo, se zambullen en él con meritoria autoconciencia paródica. No Recomendada.


Persecución al límite. (Reino Unido, 2016). Dir. Eran Creevy.
Nominada a peor actor secundario (Anthony Hopkins) en los Premios Razzie 2017.
Película de acción interpretada por Nicholas Hoult, Felicity Jones, Ben Kingsley, Anthony Hopkins y Clemens Schick.
Un dios hortera y otro altamente refinado libran su particular lucha de clases sobre una joven pareja a la que, insistentemente, le caen encima gratuitas comparaciones con Romeo y Julieta. Los dos dioses son, dentro del relato, capos criminales de dispar condición y parecen papeles hechos a medida para que dos monstruos sagrados –Ben Kingsley y Anthony Hopkins, respectivamente- se entreguen a sus particulares ejercicios de sobreactuación en el seno de un producto menor que ni merece, ni, probablemente, les exigía un más elaborado trabajo de composición. La serie B siempre ha sido un buen patio de juegos para el actor oscarizado sin ganas de dar otro do de pecho. El personaje de Kingsley, proxeneta con diversificación empresarial en el negocio de la equitación y en el sector servicios (especialidad narcotráfico), viste con chándales o batines que hieren los párpados, discursea al modo subtarantiniano sobre películas como “Perfect” (1985) de James Bridges o sobre las similitudes y las diferencias entre las putas y los caballos y tiene una irrefrenable tendencia al apodo pop: a sus ojos, Nicholas Hoult merece ser bautizado como Burt Reynolds (se supone que por su destreza al volante). El de Hopkins, por su parte, rico industrial con intereses bien compartimentados en el comercio de la droga, es todo dicción especialmente mimada para marcar distancias y, de paso, dejar claro que exigir un reparto equitativo del botín es una intolerable falta de etiqueta.
“Persecución al límite”, tercer largometraje de Eran Creevy tras “Shifty” (2008) y “Cruzando el límite” (2013), es una película donde todo es de segunda mano y, además, llega varias temporadas tarde. El pulso de excesos entre Kingsley y Hopkins aporta un ligerísimo toque de distinción a una trama manoseada, que reitera el esquema de la última misión delictiva del joven con necesidad de redención sentimental y doméstica. El recurso melodramático de la heroína necesitada de trasplante de hígado no incorpora ningún componente de emoción adicional, pero, sin duda, lo peor es el sentido del montaje, que funciona como una avalancha de bromuro para unas escenas de acción que la puesta en escena sabotea previamente. No Recomendada.


Siberia. (USA, 2018). Dir. Matthew Ross. 
Thriller coproducido entre Estados Unidos, Canadá y Alemania, interpretado por Keanu Reeves, Molly Ringwald, Aleks Paunovic, Ana Ularu y Veronica Ferres.
Más que un lugar, que también, Siberia es un estado emocional. De aislamiento, de persecución, de purga. La Historia, con mayúscula, lo ha querido así, y cualquier historia, con minúscula, ambientada en sus tierras debería oler a frío y saber a represión.
Algo que intenta, aunque no consigue, el thriller estadounidense “Siberia”, incapaz de transmitir la desolación que pretende en un relato ambientado en parte en San Petersburgo, pero que tiene su núcleo central en una zona árida y rural cercana a la tundra. Con el más clásico de los mcguffins como excusa argumental, unos diamantes, su venta y su falsificación, la película renuncia a la fácil comercialidad del ritmo y del aparato de las secuencias de acción, que apenas tiene, para intentar abrazar el sello de los ejercicios de cine de autor.
“Siberia” juega incluso a ser conceptual, como lo era, por ejemplo, “El americano” (Anton Corbijn, 2010), en las antípodas climáticas pero con variadas semejanzas en su andamiaje narrativo y en su personalidad casi retro. Sin embargo, se queda en una vulgar sombra porque, aunque hay apuntes de estilo en sus primeros minutos, sobre todo por la utilización de su singular banda sonora, pronto se hunde en el tedio.
En su segundo largometraje, Matthew Ross, su director, pretende experimentar con el contraste entre el hielo y el fuego, entre la flema y el éxtasis, incluso en sus secuencias de sexo, cuatro polvos entre la misma pareja, con cuatro distintos modos de hacer el amor, o de fornicar, que seguramente no es lo mismo, entre la pasión y la decadencia. Pero el relato se estanca con el nulo dibujo de personajes, una cadencia que no es pautada sino morosa, y la gratuidad de ciertos diálogos presuntamente espectaculares, como un Tarantino de saldillo.
Que la secuencia climática pretenda ser un intercambio de parejas con felaciones al fondo ya da una idea de las intenciones de Ross: ir de frío y de abstracto para luego caer en el más fácil y ventajoso de los abismos. No Recomendada.


La leyenda del Chupacabras. (México, 2018). Dir. Alberto Rodriguez (II).
Nominada a mejor película de animación en los Premios Platino 2017.
Cuando el animador Ricardo Arnaiz estrenó “La leyenda de la Nahuala” (2007), mencionaba entre sus referentes una comedia popular mexicana como “Dos fantasmas y una muchacha” (1959), de Rogelio A. González, protagonizada por el gran Tin Tan, un cómico tan sobrecargado de carisma y de inflexiones personales que la cinefilia internacional agradecería descubrir. “La leyenda de la Nahuala” era tan solo el sexto largometraje animado producido en México: el año anterior, “Una película de huevos” (2006) de los hermanos Gabriel y Rodolfo Riva Palacio Alatriste se había convertido en un auténtico fenómeno popular planteando un modesto modelo de animación tradicional, con puntuales recursos a la imagen de síntesis, que podía enorgullecerse de no caer en ningún tipo de mimetismo con respecto a las formas dominantes de la animación norteamericana. También la película de Ricardo Arnaiz tocó una fibra colectiva, al recurrir a la mitología sobrenatural autóctona y crear un nutrido elenco de personajes –los niños calaca, los alebrijes, la pija Teodora- según una fórmula que se acabaría rentabilizando en otras cuatro películas. 
“La leyenda del Chupacabras”, de Alberto Rodríguez, es, así, el cuarto título de una serie que se ha prolongado con “La leyenda del Charro Negro” (2018) y su llegada a las salas españolas parece condenada a sembrar cierto desconcierto entre sus potenciales espectadores: la película presupone una familiaridad con los personajes que convierte en indescifrable a buena parte de la trama. Cuando la película se centra en el enfrentamiento de un grupo de insurgentes y soldados realistas con el Chupacabras del título, el cineasta logra que su animación artesanal y posibilista dialogue con eficacia con los estilemas y el tratamiento de los espacios propios del cine de terror. Lástima que parezca todo el capítulo perdido de un serial del que uno se ha perdido más de la mitad. No Recomendada.

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