8 películas se estrenan
el 6 de julio de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro son
producciones estadounidenses, dos francesas, una británica y una española. Esta
semana se queda sin editar en Sevilla la cinta española “Jean-François y el
sentido de la vida” (Sergi Portabella, 2018), una comedia irónica, al borde de
lo dramático y paradójicamente vitalista. Tampoco se estrena en nuestra ciudad la
española “Yo la busco” (Sara Gutiérrez Galve, 2018), una estupenda ópera prima.
Otra cinta que se queda sin estrenar en Sevilla es “Braguino” (Clément Cogitore,
2017), un mediometraje documental francés que consiguió el Premio Zabaltegui
Tabakalera en el Festival de San
Sebastián 2017. Como siempre, lamentamos tantas ausencias en la cartelera
sevillana y pasamos a nuestras recomendaciones para esta semana.
No te preocupes, no llegará lejos a
pie. (USA, 2018). Dir. Gus Van Sant.
Sección Oficial del Festival de Cine de Berlín 2018.
Drama ubicado en los años 70, basado en hechos reales.
Interpretado por Joaquin Phoenix, Rooney Mara, Jonah Hill, Jack Black y Mark
Webber.
El score lo compone Danny Elfman.
La filmografía de Gus Van Sant parece hecha por dos
primos que se desprecian, y la mitad de ella es petulante e insufrible
(pongamos «Last days») y la otra es despreocupada y afable (pongamos «El
indomable Will Hunting»). Esta película de largo título pertenece al primo
afable y trata de un peculiar y real personaje, John Callahan, un auténtico
«prenda», alcohólico, abandonado en la infancia, paralítico y caustico
dibujante de chistes que interpreta, con lo mejor de sí mismo, Joaquin Phoenix
a lomos de una silla de ruedas y de un sentido trágico del humor que soportan
por completo toda la película.
Nuestro Gus Van Sant, quizá en recuerdo de su primo, se
divierte con la mezcla de tonos y de tiempos, y relata la historia con un muy
legible desorden (ahora, luego, antes, después…) y mediante un montaje
divertido y empapado de dibujos e ideas. Es un biopic bienhumorado y que
mastica la desgracia que encierra con dientes de viñeta y que, sin ínfulas,
presenta personajes rotundos (el de Jonah Hill es magnífico) y una creíble pero
disparatada forma de lucha contra el alcoholismo y contra el amargor. No es éste
el primo favorito de los críticos admiradores de Gus Van Sant, pero es el que
ha conseguido que Joaquin Phoenix no sea ese tipo que llena con lo suyo los
personajes, sino su revés, el que se deja llenar por ellos. Recomendada.
Jefe. (España, 2018). Dir. Sergio
Barrejón.
Comedia negra española interpretada por Luis Callejo,
Juana Acosta, Carlo D’Ursi, Josean Bengoetxea y Bárbara Santa-Cruz.
En condiciones normales Sergio Barrejón debería llevar al
menos 10 años haciendo largometrajes. Y, sin embargo, ha tenido que esperar 17 desde
aquel formidable corto “El paraguas”, seguido de alguna que otra pieza
brillante, como “El encargado” (2008), de guiones para otros, y de la escritura
profesional de cientos de episodios para series como “Amar es para siempre”, “La
sonata del silencio” y “La catedral del mar”, para que llegara su debut en el
cine como director: “Jefe”, coescrita por otro habitual guionista de la
maquinaria televisiva, Natxo López. Una comedia sobre la corrupción en la que
los tintes negros son magníficos y en la que la parte más blanca baja un tanto
el nivel, pero en la que destaca sobremanera Luis Callejo con una
interpretación deslumbrante.
Callejo, otro profesional de largo recorrido, bregado en
decenas de cortos, que había empezado precisamente con Barrejón en las piezas
rodadas en vídeo “Tres tristes traumas”, desternillantes monólogos de
(aparente) aficionado, en los que ya aunaba una maravillosa y espontánea vis
cómica y una perfecta dicción, ofrece un recital en “Jefe”. Con infinitos
registros, desde la desvergüenza hasta la ternura, y con perfectas modulaciones
e inflexiones del tono en apenas un segundo, el actor logra pasar del patetismo
a la comedia física, de lo insultante a la tragedia personal, de la comedia
gruesa a la sutileza, como solo los grandes cómicos pueden hacer. Un personaje
repugnante al que, vivan las contradicciones, se le acaba cogiendo cariño, muy
bien escrito por López y Marta Piedade, y filmado con gusto por Barrejón (gran
travelling de presentación en el coche, en el primer minuto). Un bocachancla
convertido en el jefe de todo esto, que muta de villano a héroe al estilo
español: entre contabilidades B, prostíbulos de carretera y conflictos
familiares.
Es una pena que la relación amorosa con la empleada de la
limpieza de la empresa no acabe de desarrollarse con convicción, sobre todo
porque hay cambios de tono hacia lo romántico que no acaban de ensamblar con la
parte más negra, la que lleva a un personaje patético hacia la dignidad sin
necesidad de dejar de ser repulsivo. Pero parece incuestionable que estamos
ante un debut más que prometedor. Recomendada
(con reservas).
Ant-Man y la Avispa. (USA, 2018).
Dir. Peyton Reed.
Otra película del Universo Marvel. Ahora se trata de la
secuela de “Ant-Man” (2015).
En el reparto: Paul Rudd, Evangeline Lilly, Michael
Douglas, Michael Peña, Michelle Pfeiffer y Laurence Fishburne.
El score compuesto por Christophe Beck.
Concebida hace tres años como un autoconsciente retazo de
singular modestia dentro del universo cinematográfico de Marvel, sin la ambición
ni la aparatosidad de buena parte de sus hermanas mayores, “Ant-Man” supuso un
relativo soplo de aire fresco para todos los públicos, amparado en la esencia
de la miniaturización del personaje principal, y en los ecos cinéfilos y de
tono que desprendía su aventura, inoculados desde “El increíble hombre
menguante”, serie B de Jack Arnold de los años cincuenta, y desde “El chip
prodigioso”, efervescente odisea familiar de ciencia ficción, articulada por
los vigorizantes registros cómicos de los años ochenta.
Una ausencia de grandes pretensiones que continúa como
dominadora en esta segunda entrega, “Ant-Man y la avispa”, de nuevo dirigida
por Peyton Reed, donde, junto a ecos de otro clásico de la ciencia ficción
artesanal, “La humanidad en peligro”, de Gordon Douglas, se ha acentuado su
espíritu familiar, con dos niñas como posibles objetos de identificación, y
recuperando un trauma infantil de la producción original (la muerte de una
madre, la ausencia, el recuerdo y la necesidad de amparo), para acabar así resucitando,
literalmente, al personaje que interpreta Michelle Pfeiffer.
Sin embargo, su bulliciosa modulación de registro cómico,
donde algunos de los personajes secundarios tienen una especial importancia, se
rompe en una de las tramas de la segunda mitad del relato, cuando otra historia
con complejo infantil, más áspera, angustiosa y grave, al menos en su
tratamiento, quiebra el tono general de la película. Y no solo porque no encaje
bien, sino porque se acaban acumulando demasiadas cuestiones, más perpendiculares
que paralelas, haciendo la crónica más farragosa, con su hacinamiento de
villanos y de objetivos en el amplio marco de personajes.
Aun así, su agudeza en la mayoría de los diálogos, la
simpatía que desprende siempre Paul Rudd, y, de nuevo, su sensata percepción de
ser un producto menor, convierten a “Ant-Man y la avispa” en una más que
aceptable propuesta de efímero placer. Recomendada (con reservas).
La número uno. (Francia, 2017). Dir.
Tonie Marshall.
Nominada a Mejor Actriz (Emmanuelle Devos) en los Premios
César 2017.
Comedia dramática francesa feminista, interpretada por Emmanuelle
Devos, Suzanne Clément, Richard Berry, Sami Frey y Benjamin Biolay.
Una película feminista, coescrita y dirigida por una
mujer, lejos del panfleto y del sectarismo, con planteamientos reales,
desarrollo turbio, contradicciones en su mensaje y en su línea ideológica,
demostrativa de la gama de grises de la vida real, de la complejidad del poder
y de sus ramificaciones de género, pero sin olvidarse jamás de que vivimos en
una sociedad dominada por los hombres, aún más en las altas esferas, y que eso
hay que cambiarlo de alguna manera. Es el triunfo de Tonie Marshall con “La número
uno”, la historia de una reputada ingeniera que puede convertirse en la primera
mujer en ser presidenta de una empresa del CAC 40, el índice bursátil francés.
Así están las cosas también en el país vecino donde, con
un retrato sutil y desasosegante, Marshall presenta un panorama de las alturas
económicas gangrenado por el machismo: en cada mirada, gesto y frase. La
condescendencia, la intransigencia, el asalto. El asco. Y, a pesar de todo, con
un personaje protagonista definido en una sentencia propia: “No tengo un
especial sentido solidario de género”. Así se hacen las películas, con
conflictos.
Fascinante en su retrato del poder, donde lo público y lo
privado se entremezclan a través de las famosas puertas giratorias y del pago
de favores, “La número uno” se desarrolla entre grupos de presión, incluidos
los lobbies feministas, que algo tienen que hacer para modificar los
engranajes, aunque sea entrando en la misma dinámica de los hombres, y con una
clave que todo lo domina: el valor de la información privilegiada sobre la vida
de la gente que aspira a un puesto de mando, incluyendo la esfera privada. Para
evitar nombramientos, para derrocar reinados, para intercambiar cargos, para
provocar dimisiones. Lo vemos cada día en España, nos suena familiar.
Para Marshall, en su mejor película desde “Venus, salón
de belleza” (1999), nadie escapa a una rendija de imperfección. Y eso es bueno.
Eso sí, unas grietas son mucho más marcadas que otras, y la de su protagonista,
la excelente Emmanuelle Devos, parece un triste paradigma de los tiempos: se
dice de ella que “es frágil”.
De modo que, salvo los innecesarios flases del pasado de
la madre de la protagonista, y más si se utilizan unas cinéfilas imágenes de “La
noche del cazador”, de Charles Laughton, que no vienen a colación y que poca
gente reconocerá, la película se mueve por una encomiable línea de calidad,
trascendencia y perspicacia. Cine adulto para gente adulta, a la que le gusta
reflexionar y que huye de que le lancen un discurso mascado acerca de lo que ya
pensaba sobre un determinado tema para sentirse bien con su propio ombligo. Recomendada (con reservas).
Ocean´s 8. (USA, 2018). Dir. Gary
Ross.
Continua la saga “Ocean's”, ahora con mujeres como
protagonistas. Sandra Bullock,
Cate Blanchett, Anne Hathaway, Helena Bonham Carter, Mindy Kaling, Rihanna,
Awkwafina, Sarah Paulson y Dakota Fanning.
El score es de Daniel Pemberton.
Cuando Steven Soderbergh abrió lo que acabaría siendo una
trilogía con la celebrada “Ocean’s Eleven” (2001), estaba claro a qué tradición
apelaba: la película era un virtuoso recital de ligereza, distinguido por un
palpable placer en la ejecución –a fin de cuentas, el propio director se
desdoblada como operador de cámara-, que intentaba desempolvar ese inasible concepto
de una masculinidad cool que, en su día, encarnó el grupo de estrellas conocido
como el Rat Pack. Más que un remake de “La cuadrilla de los once” (1960), de
Lewis Milestone, la película funcionaba casi como un ritual de traspaso de
poderes, que intentaba reivindicar un espacio para la pura evasión sofisticada
e inteligente en el seno de un Hollywood un tanto despreocupado del buen gusto,
sirviéndose del carisma del pelotón de estrellas capitaneado por George Clooney
y Brad Pitt.
Con “Ocean’s 8”, Gary Ross, que tuvo a Soderbergh como
director de segunda unidad en “Los juegos del hambre” (2012), hereda la fórmula
para adaptarla a la contemporánea ola de visibilidad femenina sin perder las
esencias del modelo, incorporando tanto el lejano recuerdo de “La cuadrilla de
los once” como el más reciente de la trilogía Ocean en su constante juego
referencial, pero, también, ampliando el marco para sembrar algunas pistas
dirigidas al más obsesivo cazador de detalles: una pieza de joyería que ni
siquiera es el objetivo principal del robo que centra la trama recuerda que
todo esto de la delincuencia de guante blanco ya lo inventó Maurice Leblanc de
la mano de Arsenio Lupin (y ese mítico collar de María Antonieta que reaparece
aquí en un cameo para iniciados).
“Ocean’s 8” es una de esas películas cuyo encanto y poder
de seducción son tan efímeros como los de una burbuja de champán, rasgo que no
es especialmente reprobable en una era donde buena parte de los blockbusters
tienen más alma de indigestión. La trama, como ocurría con la trilogía
precedente, tiene menos importancia que la complicidad entre las componentes
del elenco, su look y el modo, casi coreográfico, con que despliegan sus juegos
de manos en sincronía con el incesante cruce de réplicas y contrarréplicas. Es
una propuesta que, en el fondo, está mucho más cerca de un musical sin música
que de un thriller de atracos perfectos y, quizá por eso, algunas puntuales
piruetas de posproducción afean el conjunto. Atención a Awkwafina, la gran
actriz revelación de la banda. No Recomendada.
La primera purga: La noche de las
bestias. (USA, 2018). Dir. Gerard McMurray.
Película de acción y terror en un thriller futurista y
distópico.
Precuela de la saga “La Purga”. Interpretada por Y'lan
Noel, Lex Scott Davis, Joivan Wade, Lauren Vélez y Marisa Tomei.
A James DeMonaco, padre de esta saga, se le ha aparecido
la Virgen. Y, por raro que parezca, dicha virgen se llama Donald Trump: nacida
cuando el auge de la ultraderecha en EE. UU. empezaba a ser una amenaza
patente, “La noche de las bestias” ha ido volviéndose más explícita con cada
entrega, desde sus comienzos home invasion en “The Purge” al panfleto pro Hillary
Clinton de “Election”. Ahora, con el magnate inmobiliario propagando vergüenza
ajena desde la Casa Blanca, el serial aprovecha una ocasión de oro para cargar
las tintas en su ‘mensaje’, acercándose así a un contexto más similar al
nuestro que la distopía mostrada por sus predecesoras. Lo cual debería de estar
muy bien, salvo por un detalle: “La primera purga” es la peor entrega de la
franquicia.
Según explica, DeMonaco le ha cedido el puesto de
director a Gerard McMurray (Burning Sands) debido a que, siendo afroamericanos
la mayoría de los personajes de su guion, la película necesitaba un director de
dicha etnia. Sean cuales sean sus intenciones, esta decisión ha creado dos
problemas. El primero, que la puesta en escena de McMurray es aún más tosca que
la de su predecesor (el cual, a su vez, mostraba en las entregas anteriores la
sutileza de un diplodocus con kilos de más). El segundo: que el libreto no está
a la altura de las circunstancias, llenando de topicazos las voces de unos
personajes que se pretenden tomados de “The Wire”, pero que acaban evocando con
muy poca gracia arquetipos del cine blaxploitation.
El recurso a los topicazos del gueto acaba metiendo a “La
primera purga” en jardines de los cuales apenas sabe escabullirse: la evolución
del narcotraficante encarnado por Y’lan Noel resulta poco creíble, en el mejor
de los casos, y una idealización peligrosa, en el peor. Pero estos detalles
resultan marginales comparados con la mayor pérdida que esta película
representa para la saga. Como puede verse en “Anarchy”, su segundo y mejor
capítulo, el mayor talento de DeMonaco no estaba en sus verdades del barquero,
en su sátira destrozona o en sus arrebatos de sociólogo de todo a 100, sino en
mostrar cómo su saturnal anarcocapitalista convertía cualquier ciudad en
muestrario de terrores de clase media. Una virtud que se ha perdido casi del
todo en el filme que nos ocupa. No Recomendada.
Sácame de dudas. (Francia, 2017).
Dir. Carine Tardieu.
Comedia dramática francesa interpretada por François
Damiens, Cécile De France, André Wilms y Alice de Lencquesaing.
Equívocos ignorados y enquistados en una comedia
romántica que ofrece la novedad muy apreciable de estar protagonizada por un
hombre y una mujer que superan los 40 años. Él descubre que su padre -su papá,
porque le quiere de esa manera- no lo es del todo, sino que tiene un padre
biológico y se empeña en buscarle, en conocerle. Por suerte o puede que al
contrario, el probable progenitor vive cerca de su pueblo.
¿En qué consiste ser padre o ser hijo? Esta cuestión
sostiene lo que no se sabe si es drama o comedia, con únicamente un personaje
sabedor de lo que ocurre pero sin incurrir nunca en el vodevil: al contrario,
se trata de ocultar lo sospechado cuando surgen afectos profundos. Obviamente,
se trata de una galería de personajes en busca de unos guionistas y éstos les
crean haciéndoles simpáticos, metidos en un lío que enreda a todos y a todos
complace. El paisaje del noroeste francés es el menos apetecible para la
creíble historia de amor. No Recomendada.
Whitney. (Reino Unido, 2018). Dir. Kevin
Macdonald.
Documental biográfico sobre la cantante Whitney Houston.
Cuando este exhaustivo documental de Kevin Macdonald
aborda el relato de la decadencia de la estrella, el montaje bombardea al
espectador con imágenes de informativos y programas de humor que parecen
extraer una perturbadora complacencia al hacer leña del árbol caído. Entre
ellas, una secuencia de la serie de animación “Padre de familia” donde la
aireada drogadicción de Whitney Houston da pie a un gag cuya potencia ofensiva
encuentra inmediato eco en los rostros y testimonios de los familiares y
allegados convocados por el cineasta. Tercera producción reciente en abordar la
figura de la estrella tras el biopic televisivo dirigido por Angela Bassett en
2015 y el documental dirigido por Nick Broomfield y Rudi Dolezal –Whitney: Can
I Be Me (2017)-, Whitney, de Kevin Macdonald, contextualiza a su objeto de
estudio en los diversos marcos sociopolíticos y culturales que contemplaron su
ascensión y caída y, sí, Whitney Houston, además de ser un icono de una cierta
desnaturalización de la cultura afroamericana para consumo del público blanco y
un emblema de esa épica materialista del triunfo de los años ochenta y noventa,
también fue un icono de esa era donde la ferocidad mediática se ensañó con
aquellos brillos estelares que empezaban a parpadear. La película no puede
librarse de ese determinista patrón narrativo que define a tanto biopic musical
con final trágico, pero a Macdonald parece moverle un cierto anhelo de
justicia, la voluntad de reconstruir una identidad en toda su complejidad más
allá del sensacionalismo mediático.
La revelación de que la artista sufrió abusos sexuales en
la infancia por parte de su prima Dee Dee Warwick es la noticia bomba que
estalla en un punto estratégico del relato, pero, junto a valiosos matices
sobre los años de formación –la relación adúltera entre su madre y el
predicador, la súbita ascensión social de la familia-, el abundante material de
archivo permite apreciar la letra pequeña en sus respectivas relaciones con su
amiga y acaso amante Robyn Crawford y con su marido Bobby Brown. Mediante sus
constantes vaivenes entre lo público y lo privado, Whitney rasga el icono y
revela un alma. No Recomendada.
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