Durante la etapa silente, que comenzó
en 1895 y duraría más de tres décadas, es importante resaltar 3 elementos que
nos ayudarán a comprender el fenómeno cinematográfico en su perfecta dimensión.
1)
El
Nickel-odeon.
En el argot americano un nickel era
una moneda de cinco centavos y un nickel-odeón un teatro donde, por ese precio,
se podía asistir a las sesiones de cine. Al principio las proyecciones del
cinematógrafo se ofrecían en ferias ambulantes o se integraban en los
espectáculos de variedades de los teatros.
Pero pronto se abrieron las primeras salas consagradas
únicamente a la exhibición cinematográfica. Solo en Nueva York se inauguraron
cerca de 400 nickelodeones en apenas tres años.
En Europa la locura por el cine
también crecía. Aunque no sin algún contratiempo, como el incendio del Bazar de la Caridad en
París, en el que perecieron más de
ciento treinta personas en un siniestro provocado por un proyeccionista
poco experimentado. Muchas voces se alzaron entonces pidiendo la prohibición
del cinematógrafo, pero el espectáculo siguió adelante. Hacia 1909 se calcula
que en Estados Unidos existían ya 10.000 nickelodeones y catorce millones de
espectadores los visitaban cada semana.
2)
El
Pianista.
La presencia del pianista era
imprescindible en aquellas primeras proyecciones.
Para acallar el infernal ruido producido por las máquinas de
proyección y también para amenizar a la audiencia, algunos propietarios
contrataron a pianistas, sin que su labor importase demasiado a nadie. Una
excelente muestra sobre el ambiente en las salas de aquella época la ofrece Harpo
Marx, quien a principios de siglo se ganaba la vida de esa forma junto a su
hermano Chico:
“Conseguí un empleo como pianista en un cine de barrio. Había
aprendido un montón de imaginativas variaciones sobre mis dos piezas,
suficientes para acompañar cualquier tipo de películas sin que la gente se
diera cuenta de que me repetía. El local estaba mal ventilado y apestaba. La
gente hablaba, comía y roncaba durante las películas. Los niños gritaban y se
perseguían por los pasillos. Por alguna razón, las madres que daban el pecho
preferían sentarse delante, cerca del piano. Tal vez pensaban que la música
era un buen acompañamiento tranquilizador para los bebes que mamaban. De
cualquier manera me divertía con ellas. En medio de una escena apacible
tocaba un acorde con todas mis fuerzas, sólo para ver los pezones saltar de
la boca de los bebés.
Una tarde, en medio de la película, mi madre bajo por el pasillo de
la sala hasta el piano. Me ordenó que dejara de tocar inmediatamente y fuera
con ella. Sin preguntar nada, me levanté del taburete y la seguí fuera del
cine. No creo que el público se diera cuenta de que la música se había
detenido. Siguieron hablando, comiendo, roncando y dando el pecho a los
bebés”.
Harpo Marx.
Chico Marx al piano y Harpo Marx con su inseparable arpa
|
Los pianistas hacían uso de ritmos
rápidos para las persecuciones, de sonidos graves para los momentos
misteriosos… de modo que la música se convirtió en un elemento indispensable.
Este trabajo evolucionó: de presentarse sin saber con precisión qué es lo que
se iba a tocar (la mayoría de las veces el pianista no había visto previamente
el filme), se pasó al uso de partituras que, en ocasiones, eran enviadas
directamente junto con las copias de las películas, con instrucciones de lo que
debía tocarse y cuándo hacerlo.
3)
El
explicador.
Y antes de que aparecieran los rótulos o cartones se hizo muy popular la
figura del «explicador», un individuo que, con voz potente y mucha imaginación,
iba contando a los espectadores lo que ocurría en la pantalla. Algunos de estos
explicadores eran muy populares y atraían por ellos mismos al público a las
salas. El actor español José Isbert recordaba en sus memorias una anécdota
sobre uno de aquellos explicadores estrella. Durante una proyección, la sala se quedó a oscuras por un
corte de electricidad. Entonces, sin inmutarse, el hombre informó a la gente:
«Batalla de negros en un túnel.»
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