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jueves, 11 de febrero de 2016

Las madres en el cine (I)


Repasando la infinidad de madres  a las que nos  ha permitido acceder el séptimo arte, nos damos cuenta de la riqueza y variedad de personalidades reflejadas. Cada una tiene sus matices, sus facetas, sus luces y sombras personales e intransferibles. Vamos a mostrar varios tipos de madres, aunque hay muchas más películas cuya principal protagonista es la madre aquí nos vamos a fijar en: la  madre tradicional, la madre terrible y la madre en tiempos de guerra.

  • La madre tradicional:


Para hablar del papel capital desempeñado por la madre se suele utilizar la metáfora del pegamento. Ella es la que haciendo mil y un equilibrios, consigue armonizar las piezas y no consiente las desuniones, actúa con más fuerza que la goma arábiga.


En Adivina quién viene esta noche Christina Drayton (Katherin Hapburn) ha conseguido conciliar los caracteres dispares de ella y Matt (Spencer Tracy), su marido, y de ambos y su hija Joey (Katharina Houghton), permitiendo que cada uno se sienta libre para exponer sus opiniones, para actuar por su cuenta, sin producirse encontronazos, logrando que cualquier perturbación quede diluida. Hasta que entran en juego los prejuicios y el inmovilismo, cuando todo equilibrio puede romperse. Y esto sucede cuando el doctor Jhon Prentice (Sidney Poitier), llega a la casa con Joey para anunciarles que se van a casar. El prometido de Joey es de raza negra.
  
El guionista William Rose es consciente de estar escribiendo la despedida de Tracy, ya muy enfermo y quiere rendir homenaje a una pareja que, al igual que los jóvenes de su guión, construyó su relación a pesar de las adversidades. Katherin Hepburn fue galardonada con un Oscar, el segundo de su carrera y declaró que consideraba el premio compartido con Spencer por no poder dárselo a él; murió pocos días después de finalizar el rodaje y en aquel tiempo la Academia no entregaba premios póstumos. La película es de 1967.

Con una forma muy nuestra de entender la maternidad Benito Zambrano nos la muestra con su espléndida opera prima Solas.



María Galiana es la madre (en un papel magníficamente interpretado), de la que, muy significativamente, sólo conoceremos su nombre -Rosa- casi al final de la película; el resto del tiempo es “madre”, “abuela”, “mujer”, alguien a quien se define por el rol que ocupa en el núcleo familiar.

Solas saca a la luz a una de tantas mujeres analfabetas por obligación, a las que no se permitía estudiar porque “no lo necesitaban”, que primero servían en casa  y luego hacían lo propio con sus maridos, malviviendo entre continuas humillaciones.


El guión es un prodigio de sensibilidad, buen gusto y contención, cuando las dos actrices protagonistas madre e hija (Ana Fernández) lo convierten en realidad. Sin perder la dignidad ni dar pie a equívocos, la mujer hace amistad con un vecino (Carlos Álvarez-Novoa) tan enfermo de soledad como ella. En una carta póstuma la hija le dice a la madre todas las palabras que no pudieron (o no supieron) decirse, todo lo que alguien cercenó, rebrota ahora.

  • La madre terrible:


En La Loba, una desabrida crónica familiar situada en el profundo Sur de 1900, escrita por Lillian Hellman, ha quedado para la galería de villanas inolvidables el personaje de Regina Giddens, rol que mitificó e inmortalizó a Bette Davis.

Su colaboración artística con Willian Wyler quedó interrumpida debido a sus irreconciliables diferencias artísticas a la hora de construir la oscura personalidad de semejante anti-heroína. La tiranía de Regina se despliega en el feudo familiar y su existencia está regida por una codicia extrema. Esta misma ansia  conducirá a la señora Giddens a dejar morir a su esposo sin prestarle ayuda cuando sufre un ataque al corazón.

                                             
Toda la disciplina henchida de totalitarismo que ejerce sobre su hija Alexandra para transformarla en un mero títere queda frustrada cuando la hija le comunica que se marcha tras la muerte de su padre al que estaba muy unida. La mirada feroz de La Loba, enmarcada perpetuamente en un rictus de teatro kabuki nos detalla a la perfección el averno infinito de la avaricia.

Ver juntas en La casa de Bernarda Alba a Irene Gutiérrez Caba y Florinda Chico es, sencillamente entrar en otra dimensión; poco más puede añadirse sobre la magnífica interpretación de la primera, la segunda deja clara su categoría para resaltar la humanidad de su personaje, Poncia, criada fiel de años y años, la única que se atreve a llevarle la contraria, la única voz disidente que Bernarda escucha aunque sea para menospreciarla y humillarla.


Mario Camus encierra a sus personales, los asfixia, sentimos el calor, el agobio, la atmósfera irrespirable, a lo que ayuda la ausencia de música (con la excepción de la voz de Bernarda de Utrera en los créditos) para que ese silencio que tanto reclama la matriarca sepulte los dolores, las contrariedades, las carencias, las traiciones, y de ese modo no sea capaz de prever el drama que atropella a todas las mujeres de la casa.


Bernarda impone su código de silencio, su criterio, sus órdenes, su autoridad.

  • La madre en tiempos de guerra:


No hay retina de un buen amante del cine que no haya grabado escenas o secuencias de La decisión de Sophie que son imposibles de olvidar. La agónica secuencia  en que un oficial nazi en el campo de concentración de Auschwitz fuerza a Sophie a elegir de entre sus dos hijos quién puede vivir y  quién debe ser conducido a la muerte ocupa en el recuerdo un sobrecogedor impacto.



El absorbente film de Pakula sigue fielmente la controvertida novela de Willian Styron, y al igual que ella, tiene en la trágica figura de Sophie Zawistowski (Meryl Streep), la católica de origen polaco que sufre sobre si muchos de los horrores del Holocausto y terminará sus días en el Brooklyn de finales de los años cuarenta, la columna vertebral de una historia intensa y devastadora. Meryl Streep realizó en La decisión de Sophie uno de esos trabajos que han entrado por derecho propio en la antología de las actuaciones míticas de la Historia del cine.

Esa desgraciada época de la guerra y la postguerra española  se escribe en pequeños capítulos y Benito Zambrano nos muestra en La voz dormida la historia de dos hermanas valientes. Está basada en la novela de Dulce Chacón, escritora extremeña, de Zafra, que murió a los 49 años sin ver la película.


Inma Cuesta es Hortensia y María León es Pepita. Tanto una como otra bordan sus personajes. Hortensia nos impresiona, nos impregna de ese espíritu de coraje que tiene toda madre que sufre por su hija recién nacida, manteniendo la dignidad y sus ideales.


Pepita es la encarnación de la dulzura, la inocencia, la pureza; lucha por su hermana, por su sobrina, su lucha es por amor. Algunos críticos la catalogaron de maniqueísmo, pero la interpretación de las dos actrices está por encima de todos los comentarios.

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Seguiremos más adelante con otros tipos de madres tratados en magníficas películas.



Ana Márquez



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