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domingo, 31 de enero de 2016

La juventud, de Paolo Sorrentino



Título original: Youth. Dirección: Paolo Sorrentino. País: Italia, Francia, Suiza y Reino Unido. Año: 2015. Duración: 124 min. Género: Drama. Guión: Paolo Sorrentino. Producción: Nicola Giuliano, Francesca Cima y Carlotta Calori. Diseño de Producción: Ludovican Ferrario. Fotografía: Luca Bigazzi. Montaje: Cristiano Travaglioli. Música: David Lang. Vestuario: Carlo Poggioli. Estreno en España: 22 enero 2016.
Intérpretes: Michael Caine (Fred Ballinger), Harvey Keitel (Mick Boyle), Rachel Weisz (Lena), Paul Dano (Jimmy Tree), Jane Fonda (Brenda Morel), Tom Lipinski (Guionista enamorado), Poppy Corby-Tuech, Madalina Diana Ghenea, Emilia Jones, Mark Kozelek (Él mismo), Rebecca Calder, Anabel Kutay, Ian Keir Attard, Roly Serrano.

Sinopsis:
Fred Ballinger (Michael Caine), un gran director de orquesta, pasa unas vacaciones en un hotel de los Alpes con su hija Lena y su amigo Mick, un director de cine al que le cuesta acabar su última película. Fred hace tiempo que ha renunciado a su carrera musical, pero hay alguien que quiere que vuelva a trabajar; desde Londres llega un emisario de la reina Isabel, que debe convencerlo para dirigir un concierto en el Palacio de Buckingham, con motivo del cumpleaños del príncipe Felipe.

Michael Caine y Hervey Keitel

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Tras la avalancha de premios recibidos por su anterior trabajo “La gran belleza”, incluido el Óscar a la mejor película de habla no inglesa, Sorrentino nos presentó su séptima película en la sección oficial de Cannes 2015, que ahora se estrena en nuestra ciudad. En esta ocasión rueda en inglés, con un potente reparto internacional, la historia de un octogenario que trata de resolver sus conflictos internos, hospedado en un hotel-balneario de Los Alpes, porque ve que su tiempo se está agotando.
"La ligereza es una forma de perversión", se escucha en 'Youth' (Juventud) y, por obligación, la continuación natural (o artificial, qué más da) de 'La gran belleza'. De nuevo, la descripción pautada del instante que precede al precipicio se convierte en el único argumento. Y otra vez, el director se esfuerza en dibujar el hueco que queda cuando ya no queda nada. No es tanto tristeza, como dolor; no es melancolía, es fiebre.
Luis Martínez defiende la nueva cinta de Sorrentino diciendo que carece sin duda del malestar lúcido de su precedente, de su necesidad de vacío, de su cansancio, de la magnanimidad perezosa de ese gigante que fue Jep Gambardella, pero, con todo y con eso, la nueva propuesta del italiano acaba por ser, en su imperfección, en su grandilocuencia, en su profunda ridiculez... bellísima. Irritantemente bella, si se quiere. 'Youth' vuelve a ser una de esas películas que duelen, pero por dentro.
Michael Caine y Harvey Keitel son Fred y Mick, dos viejos que gastan uno de sus últimos veranos en una hotel alpino de Suiza. Estamos ante dos émulos de Settembrini y Naphta, los personajes que ordenan los rescoldos del siglo XX en 'La montaña mágica' de Thomas Mann. El primero es un músico retirado. Le avala una vida de éxito que ahora, por fin y al fin, descubre perfectamente inútil. Con la mujer que se sacrificó por él y por cada uno de sus logros perdida en una enfermedad insondable, contempla en soledad el pasado como una herida de cenizas y barro. Su mayor logró, por el que será recordado siempre, fue la composición 'Simple songs' y es en la ligera sencillez de su obra donde acaba por descubrir el vacío que le arrasa. "La ligereza es una forma de perversión", se repite.
A su lado, el personaje de Keitel es un hombre vitalista que se resiste a rendirse. Productor de cine, se ve capaz de volver a ser el que fue. Porque quiere, porque puede y, probablemente, porque no le queda más remedio. Atentos a la aparición de Jane Fonda como musa de otros tiempos. Digamos que en el imaginario común este último interpreta al sujeto de progreso que confía en el carácter de la vida, sin más, para imponerse al absurdo de todo esto. Settembrini fue el nombre que recibió en la novela de Mann. Frente a él, Naphta se deja arrastra por la certeza racional del absurdo de todo. Y así, hasta el más lúgubre y lúcido de los suicidios.

Michael Caine y Hervey Keitel

Y en el medio, que por eso el director es napolitano, la sospecha de que basta un instante de belleza para imaginar siquiera la posibilidad del sentido. ¿O era sólo placer? Dos viejos contemplando el cuerpo desnudo, joven y perfecto de una mujer resumen el mundo.
Paolo Sorrentino compone así una película de momentos. Lejos de la arquitectura perfecta, en su insultante barroquismo, de 'La gran belleza', el director se conforma con hacer que el espectador navegue por una pantalla que aspira a la textura de la carne. Fellini vive en la retina del director italiano transmutado en un icono pagano, en un santo sacrílego. Y Sorrentino se entrega a él con una fe que da en fanatismo.
Por supuesto, estamos delante de una película compuesta para irritar. Todo en ella es impostura, afectación y crisis. El mundo barroco es necesariamente así. El único discurso sensato y no vergonzante de la muerte consiste en morir. Por ello, cualquier intento de lo contrario lleva necesariamente al vicio de lo pomposo, de lo ridículo, de lo enfermo.
Sí, ¿y qué? El cine de Sorrentino molesta porque es perfectamente consciente del lugar que ocupa. Es machista, carnal, excesivo y tan irreflexivamente pueril que sólo admite a Maradona como digno de canonización. Y esto último no es una metáfora. Maradona posee su instante de gloria en 'Youth', porque, de alguna manera, toda la película habla de esa devoción, si se quiere malsana, por el misterio de lo inaprensible, por ese instante de lucidez, de gloria o de simple sexo que justifica casi todo. Gol. Hasta la más atrabiliaria de las existencias.
El resultado es, de nuevo, una película que a la vez es homenaje a la imposibilidad de hacer nada más que nada. Como el príncipe Don Fabrizio o Marcello Rubini, como 'El gatopardo' o el periodista de 'La dolce vita', Como Jep Gambardella, el cansancio no es una opción; es la única manera sensata de pisar la vida. Sólo el leve recuerdo de un instante de placer, de una simple canción, vale. No es la obra maestra que quería ser, pero la fiebre es la misma. 


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