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lunes, 7 de diciembre de 2015

Paulina, de Santiago Mitre



Título original: La patota. Dirección: Santiago MItre. País: Argentina. Año: 2015. Duración: 103 min. Género: Drama, Thriller. Guión: Mariano Llinás y Santiago Mitre, basado en una historia de Eduardo Borrás). Producción: Agustina Llambi-Campbell, Fernando Brom, Santiago Mitre, Lita Stantic, Axel Kuschevatzky y Walter Salles.  Música: Nicolás Varchausky. Sonido: Santiago Fumagalli, Federico Esquerro y Edson Secco. Dirección artística: Micaela Saiegh. Diseño de vestuario: Florencia Caliguri y Carolina Sosa Loyola. Fotografía: Gustavo Biazzi. Montaje: Delfina Castagnino, Leandro Aste y Joana Collier. Estreno en España: 27 noviembre 2015.
Intérpretes: Dolores Fonzi (Paulina), Oscar Martínez (Fernando), Esteban Lamothe (Alberto), Cristian Salguero (Ciro), Walter Casco (Mellizo), Verónica Llinás y Laura López Moyano.

Sinopsis:
Paulina, 28 años, decide dejar de lado una brillante carrera como abogada en Buenos Aires para dedicarse al activismo social en una zona situada entre Argentina, Paraguay y Brasil. Tras la segunda semana de trabajo, es interceptada y atacada por una patota.

Dolores Fonzi es "Paulina"

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Segunda película de Santiago Mitre tras “El Estudiante”, es un thriller social que explora a personajes conectados a un acto violento, tanto víctimas como autores, y examina la forma en que esta violencia hace nacer diferentes ideas de la justicia. A través de los ojos de un padre y su hija, juez-abogada, hombre-mujer, la película explora en las ideas de la justicia, la marginalidad, la violencia de género, la clase social y el perdón planteando preguntas como ¿hasta dónde pueden llegar las convicciones sociales?. Interpretada magistralmente por la actriz argentina Dolores Fonzi, es un personaje que cree con firmeza, reflexiona y sabe por qué hace lo que hace. Una película que en palabras de su director “nos obliga a completarla a la salida del cine” y reflexionar sobre cómo respetar las decisiones con las que no estamos de acuerdo.
“Paulina” participó en la Sección Horizontes Latinos del último Festival de San Sebastián donde alcanzó el premio Horizontes, el premio “Otra mirada” de TVE y el Premio de la Juventud, siendo de esta manera la película más premiada de todo el Festival. Estos galardones se suman a los ya obtenidos en Cannes donde cosechó el premio a la mejor película de la Semana de la Crítica y el premio al mejor filme de todas las secciones paralelas otorgado por la crítica internacional.
En 1960, el realizador Daniel Tinayre presentó una película llamada La patota, que también fue exhibida bajo el nombre de Ultraje. Más de 50 años después, Santiago Mitre vuelve a llevar a la gran pantalla el guion de Eduardo Borrás y, a pesar de ser también su título original La patota, se ha presentado al mundo como Paulina. Ese término (patota) que ambas películas han evitado fuera de Argentina, probablemente por miedo a no ser entendido por el público foráneo, sirve para designar a un grupo de personas, jóvenes por lo general, que “suele darse a provocaciones, desmanes y abusos en lugares públicos” (palabras de la RAE). En ambas películas es esta pandilla, alumnos de la protagonista en el instituto en el que ejerce de profesora, los que bajo su condición de secundarios provocan el punto de inflexión que condicionará toda la película.

Fotograma de "Paulina"

En palabras del propio Santiago Mitre durante la presentación de Paulina en el Festival de San Sebastián, la diferencia entre esta adaptación y su precedente es dónde se coloca el foco de importancia. Es decir, mientras en “La patota” (Ultraje, 1960) se habla de un suceso, en “La patota” (Paulina, 2015) se profundiza en su fémina protagonista. Es por eso que la película acaba y empieza con un largo e íntimo primer plano de Dolores Fonzi. Huelga decirlo, el suceso al que nos referíamos (la violación de la joven profesora por parte de uno de los chicos del pueblo) será un momento importantísimo en la adaptación de Mitre, que desde ese instante divagará entre las decisiones de una mujer con demasiados condicionantes ideológicos y sociales y la búsqueda de la verdadera justicia. Este drama argentino, elegante en forma e impactante en contenido, encuentra así su propia personalidad respecto a lo ya existente y construye un film que da para muchas discusiones.
Como afirma Mireia Mullor, hay una serie de elementos que definen a la perfección “Paulina”. El primero es la violencia. El segundo, y relacionado con el primero, es la posesión. En una de las escenas del film, durante una clase con sus alumnos, Paulina reparte una serie de artículos extraídos de la Carta de Derechos Humanos. Una de las chicas de la clase lee el que le ha tocado, que no es otro que el referente a la esclavitud y los tratos inhumanos. Aquí se vaticina lo que el film persigue: reflexionar sobre la violencia hacia las mujeres (nacida de la creencia de que son pertenencia de alguien) y la violencia hacia los pobres y los marginados sociales. En definitiva, la violencia del sistema respecto a sus participantes. Esta conclusión se prueba injusta durante esa misma escena, cuando la profesora afirma que las instituciones han de estar al servicio de los ciudadanos, y no al revés, algo que parece obvio pero que por momentos parecemos olvidar. Es en esta elocuente secuencia se despliegan las líneas políticas y sociales del film que poco a poco se irán desarrollando hasta crear un argumento complejo en el que las críticas a los prejuicios y el egoísmo están latentes.

Fotograma de "Paulina"

El último elemento, y de lejos el más importante, es la creación del personaje de Paulina, complejo a más no poder. Tanto sus decisiones como sus emociones contenidas, las expresiones de absoluta sobriedad de Fonzi ante el horror, son terriblemente fascinantes. Puedes enfadarte por no comprenderla, o pensar que está tomando las decisiones incorrectas, pero su determinación es admirable. Mitre, en su parte como director, ayuda a comprender al personaje lo más posible y, esto es lo importante, la acompaña en un via crucis hacia la búsqueda de la verdad. Y ya que hablamos en términos católicos, la bondad de Paulina y su intención de ayudar a los sectores más marginales sin pensar en las consecuencias recuerdan a aquella Viridiana (Luis Buñuel, 1961), de título también nombre de mujer, en que una consabida beata ve frustrada su solidaridad con los pobres cuando estos la asaltan y destrozan lo ofrecido. Ambas coinciden en el castigo a su protagonista por su demasiado bienintencionada solidaridad. Aun así, las razones que cada una de ellas tiene por bandera son radicalmente diferentes. Mientras que Viridiana caminaba bajo la guía de Dios, Paulina se mueve por sus convicciones políticas, más cercanas a la izquierda. Abogada de profesión en Buenos Aires y de vida bien estructurada, Paulina representa a la eterna rebelde acomodada que acepta dar clases de maestra en un entorno rural, mal pagado y por debajo de su capacidad profesional solo por demostrar a su entorno los muchos ideales que tiene. Solidaridad y compromiso, promulga ella. Estupidez, responde su padre. En este sentido, se aprecia en las decisiones de la protagonista, que no son pocas y polémicas, un deseo acérrimo de llevar la contraria a su padre. Este y otros factores componen un personaje digno de análisis, cuya ideología y entorno la mueven entre la incomprensión y la total falta de sensatez.
Paulina tiene esa capacidad para atraer, para enganchar, para provocar las más interesantes reflexiones sobre su forma y contenido. Santiago Mitre se sirve de las perspectivas diferentes para una misma escena, de los planos largos e hirientes, de la cercanía de su cámara a ese remolino de sensaciones que es la cara de Dolores Fonzi, que promete y mucho. 


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