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viernes, 26 de junio de 2015

Phoenix, de Christian Petzold



Título original: Phoenix. Dirección: Christian Petzold. País: Alemania. Año: 2014. Duración: 98 min. Género: Drama. Guion: Christian Petzold, con la colaboración de Harun Farocki; basado en la novela “Regreso de las cenizas”, de Hubert Monteilhet. Producción: Florian Koerner von Gustorf y Michael Weber. Música: Stefan Will. Fotografía: Hans Fromm. Montaje: Bettina Böhler. Estreno en España: 4 Junio 2015.
Intérpretes: Nina Hoss (Nelly Lenz), Ronald Zherfeld (Johannes “Johnny”), Nina Kunzendorf (Lene Winter), Michael Maertens (Arzt), Imogen Kogge (Elizabeth), Eva Bay (Tanzerin).

Sinopsis:
Junio de 1945. Nelly, una superviviente de Auschwitz, regresa a su Berlín natal gravemente herida, con la cara destrozada, acompañada por Lene, de la Agencia Judía y amiga suya antes de la guerra. Poco tiempo después de pasar por una traumática operación de reconstrucción facial y a pesar de las advertencias de su amiga, Nelly se empeña en buscar a su marido Johnny, el amor de su vida.
 
Fotograma de Phoenix
Comentarios:
A principios de junio aterrizaba por la cartelera sevillana una producción alemana ganadora del Premio Fipresci en el Festival de San Sebastián 2014. Phoenix, un drama sobre el holocausto nazi, obtuvo también en los Premios del Cine Alemán un reconocimiento a la labor de Nina Kunzendorf como actriz secundaria en esta fascinante obra.
Christian Petzold, su director, nació en Hilden, Alemania y se graduó de la Academia Alemana de Cine y Televisión de Berlín. Sus películas incluyen The state I am in (2000), Yella (2007) Jerichow (2008) y Bárbara (2012). Phoenix es su más reciente película.
Recurramos a la opinión del excelente crítico Luis Martínez para descubrir lo que nos propone este director alemán: Christian Petzold: un juego, un juego desalmado. 'Phoenix', nos cuenta la historia de una mujer vacía, extraña de sí misma, sin identidad, sin alma. Desalmada pues. Su intención no es otra que mostrar la mayor de las crueldades. Y hacerlo desde la frialdad de un papel en blanco. La película, dígase ya, es tan profundamente bella como incómoda. Tan demoledora como tierna. Lúcida y brutal. Extraña en su desconcertante familiaridad. Eso, además de contar con uno de los más conmovedores finales que ha visto el cine reciente.  
Situémonos. Acaba la Segunda Guerra Mundial, y una mujer (judía, para más señas) vuelve de los campos de concentración con el rostro desfigurado. Un médico se lo reconstruirá hasta convertirla en otra persona. Su amiga y ángel de la guarda la invita a huir a Palestina o a Estados Unidos, a alejarse de esa Alemania brutal que la ha transformado en un ser extraño, sin cara y desalmado; un zombi en un paisaje desolado, en un paisaje de muertos en vida. Ella se resiste. Quiere saber por qué le pasó lo que pasó. Quiere reencontrar a su marido, a su familia... Quiere volver a ser ella. Quiere su alma.
De nuevo, Nina Hoss, la actriz más rubia, alta y con los ojos más abiertos que ha dado Alemania se pone en manos de Petzold (son ya seis veces) para narrar una historia de fantasmas, de seres ausentes. "Lo que me llama la atención es las pocas veces que los alemanes hemos pedido perdón por aquello. Si lees el informe que se redactó por Austwitz donde hay mil declaraciones de alemanes nunca lees que nadie diga un triste 'lo siento' o, en plural, 'lo sentimos'", dice el director para justificar el propósito de todo esto. Y añade: "Tengo la impresión que la historia reciente de Alemania es una historia de fantasmas".

Fotograma de Phoenix

De una forma u otra, la figura del fantasma, del personaje desposeído que vaga por un mundo ajeno, preside toda la filmografía del director más interesante de la llamada Escuela de Berlín. Y es ahora en 'Phoenix' cuando el camino que le ha llevado por retratos tan desolados de la identidad (y su pérdida) como 'Yella' o 'Barbara' cobra toda la profundidad y hasta el sentido.
La protagonista encuentra a su marido, pero éste no la reconoce. Es más, en un juego fundamentalmente cruel, el hombre, antes pianista y ahora un individuo sin empleo y desesperado, le pide a la recién llegada que interprete el papel de su mujer desaparecida. El objetivo es hacerse con su herencia. Sólo si demuestra que ella está aún viva podrá tener acceso al dinero. Y así, ésta se verá obligada a hacer de sí misma fingiendo ser otra. Si se lee dos veces se entiende. Todo ello por descubrir la verdadera naturaleza del que antes fuera su amante, de su familia, de su pueblo y, de paso, de la propia condición del ser humano; del ser humano con alma.
Si la película arranca como uno de los sueños que envenenan la filmografía de George Franju (recuérse 'Los ojos sin rostro') poco a poco se transforma en un ser mutante y tan colérico como cada gesto de Rainer W. Fassbinder. Eso o Douglas Sirk. Eso, o ya puestos, el propio Almodóvar.
Como si se tratara del melodrama que Camus no se atrevió a redactar, la mujer pasea su vacío deslumbrada por la misma navaja que cegó a Meursault. Y en su silencio forzoso, en su desalmado caminar por un paisaje que antes fue su casa, descubre la crueldad de todos los seres con alma. Dejó escrito Camus: "¡Quién necesita piedad sino aquellos que no tienen compasión de nadie”. Y en esas palabras selló el destino del siglo entero.
Échenle un vistazo a la cinta, no defraudará. 



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