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viernes, 23 de diciembre de 2022

Arthur Penn (1922-2010)

 


Director y productor estadounidense, nacido en Filadelfia, Pensilvania, el 27 de septiembre de 1922.

 

No es de extrañar que este director, de ascendencia ruso-judía, haya dado al cine tantos magníficos retratos de personajes memorables. El teatro interesó a Penn desde el Instituto, y llevaría su inclinación por la escena hasta Fort Jackson, donde estuvo destinado durante la Segunda Guerra Mundial. Más tarde se uniría a la compañía teatral de Joshua Logan y completaría sus estudios en Italia, en el Actor’s Studio, bajo las directrices de Michael Chekhov. Penn fue, primero y, ante todo, actor. Después pasaría a la televisión. Para la NBC trabajó como regidor en la Colgate Comedy Hour, y antes de dos años ya había empezado a escribir y dirigir dramas para Philco Playhouse, un espacio televisivo que adaptaba dramas, novelas, teatro, historias originales e incluso musicales de Broadway. Otros directores como Delbert Mann o Robert Mulligan también iniciaron allí sus carreras. En 1951 comenzó también a participar en la serie Goodyear Television Playhouse, considerada uno de los mejores shows de televisión, que duró más o menos hasta 1957. Pero el año decisivo para Penn fue 1958. Broadway le aplaudía: Two for the Seesaw sólo sería el primero de muchos éxitos teatrales. Además, ese mismo año dirigía su primera película.

 

Las leyendas americanas, o más exactamente, los personajes legendarios, han conocido un tratamiento privilegiado en el cine de Penn. La forma en cómo los forajidos se vuelven héroes a los ojos del público es la que le valió sus éxitos comerciales, pero también fue la causa de una polémica encendida por parte de los practicantes de la doble moral.

 

El zurdo (1958) y Bonnie y Clyde (1967), están separadas por más de diez años, pero ambas llevan impreso el mismo sello. La primera, que supuso el debut cinematográfico del director, se salta las reglas del western tradicional para desarrollar un estudio psicológico sobre el personaje de la novela de Gore Vidal, al que Paul Newman infiere una actitud provocativa con su mera presencia. La segunda también sigue una serie de pautas atípicas que involucran en el género del western a otros factores. Bonnie y Clyde no estaba destinada a Arthur Penn, sino a François Truffaut, escogido por los dos guionistas, Robert Benton y David Newman, que querían ver la historia trazada al estilo europeo. Pero Truffaut estaba dirigiendo Farenheit 451, y el proyecto pasó a Jean-Luc Godard, quien no congenió con los guionistas. Fue Warren Beatty, que se enamoró del personaje, quien decidió producir la película y contratar a Penn, con quien ya había trabajado en Acosado (1965), para dirigirla. Penn trata a la pareja de forajidos no sólo a través de sus actuaciones, sino también entre bambalinas, lo que le permite conectar con sus problemas más personales, asistir a su muerte recreándose en los más pequeños detalles y prepararlos como esos “héroes ilegales” con los que el espectador puede identificarse en ocasiones.

 


Ese tratamiento de los héroes, aunque de otra catadura, ya había tenido lugar en La jauría humana (1966), que se alza paradójicamente como una de las películas corales con los personajes más individualistas que ha dado el cine. La jauría humana es quizá el ejemplo de la historia que se crece ante las dificultades (muchos jefes y un productor asfixiante: Sam Spiegel), y cuyo rodaje tormentoso da lugar a un perfecto engranaje, a pesar también de la supuestamente difícil convivencia de tanta estrella.

 


No siempre la experimentación o la narrativa atípica le ha propiciado a Penn el mismo resultado. Acosado (1965) creó lazos entre Beatty y el director, pero el público no se identificó con ellos. Las incursiones surrealistas que Penn hace en un personaje paranoico a causa de la persecución de que se siente objeto, fue uno de los momentos más bajos del director. Quizá a causa de su excesiva involucración en la historia, dejaba de lado al espectador; la clave podía estar en las palabras del personaje: “soy culpable de no ser inocente”. Pero ni siquiera la excelente banda sonora de jazz ayudó.

 

El restaurante de Alicia (1969) también corría el riesgo de patinar, pero disfrutó de una suerte distinta, proporcionándole a Penn una nominación al Oscar como mejor director. El hecho de que fuese una comedia musical era un arma de doble filo en Hollywood, aunque Penn, al igual que la canción de Arlo Guthrie que da título a la película, conectó con el espíritu de los sesenta, algo que volvería a hacer con Georgia (1981), a través de un grupo de estudiantes universitarios.

 

Un año después de El restaurante de Alicia, Penn asumió otro riesgo: Pequeño Gran Hombre (1970) fue quizá una de las primeras películas en retratar al pueblo indio como algo más que eternos y sanguinarios enemigos. Los esfuerzos de Dustin Hoffman -de quien se dice que gritó durante más de una hora para conseguir la voz de un hombre de más de cien años- también contribuyeron al éxito. Aún así fue otro, Chief Dan George, quien se llevó sendas nominaciones (al Oscar y a los Globos de Oro) al mejor actor secundario. Era la forma que tenía la Academia de decir que también respetaba al pueblo indio.

 


Penn no sólo demuestra el dominio del oficio en la mezcla de géneros, sino en formatos clásicos. Missouri (1976) es un western en donde vuelve a dirigir a Brando, el indómito sheriff de La jauría humana. El milagro de Anna Sullivan (1962) adapta un drama de William Gibson superando a la versión anterior, Deliverance (1919), y sentando las bases para una posterior versión televisiva en 1979. Penn elige el blanco y negro para quedarse a solas con sus dos personajes femeninos y hacerles a ambas, Anne Bancroft y Patty Duke, ganar sendos Oscars. Y aún tendrá lugar en su filmografía una comedia: Penn & Teller Get Killed (1989), otro de sus fracasos comerciales, que además hizo levantar la ceja de los críticos.

 


Pero es quizá el thriller el género al que recurre con más soltura. En 1975 dirige La noche se mueve, con Gene Hackman, una historia pesimista que evalúa la América posterior al escándalo Watergate. Diez años después repite género y actor. Agente doble en Berlín (1985) es comercial y sin pretensiones, un trabajo de paso donde sin embargo el director muestra el dominio que ya ha conseguido, a través de los años, de la acción. En 1987 Muerte en el invierno vuelve a tentar el recurso del “remake”, esta vez de My Name is Julia Ross, que en 1945 había dirigido Joseph H. Lewis y protagonizado Nina Foch. Muerte en el invierno cuenta con Mary Steenburgen para interpretar a una actriz que aparentemente es contratada para protagonizar una película, pero que en realidad ha de suplir a una mujer secuestrada y asesinada. Penn se sirve en esta ocasión del decorado para dotar de un fondo inquietante a la historia. Con una intención expresionista, la arquitectura de la casa, sus espejos, sus escaleras, se convierte en el mejor apoyo de una historia claustrofóbica.

 


En sus últimos trabajos, Penn recurre de nuevo a autores literarios. The Portrait (1993), un trabajo para televisión basado en la obra de teatro de Tina Howe, recupera nostálgicamente a Gregory Peck y Lauren Bacall, asumiendo el riesgo, no sólo de resucitar a viejas glorias, sino de sumergirse en un relato profundo, alejado de los cánones comerciales, que le devuelve a una de sus actividades favoritas: el estudio de personajes. Su último trabajo, un esfuerzo notable por adaptarse a los tiempos e involucrarse políticamente, le sitúa frente a las experiencias que Bima Stagg recoge en su novela sobre la historia de un oficial que bajo el merco del Apartheid tortura a un prisionero político Sudafricano, para verse, diez años después, en el lugar del prisionero.

 

Falleció en Nueva York, el 28 de septiembre de 2010, a los 88 años, un año más tarde que su hermano mayor, el fotógrafo Irving Penn. En los últimos tiempos viajó recibiendo homenajes en festivales como el de San Sebastián, donde se le dedicó un ciclo en 1998.




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