Título
original: Costa Brava, Lebanon. Dirección: Mounia
Akl. País: Libano. Año: 2021. Duración: 106 min. Género:
Drama.
Guión: Mounia Akl, Clara Roquet.
Fotografía: Joe Saade. Música: Nathan Larson. Producción: Abbout Productions, Cinéma
Defacto, Fox in the Snow Films, Lastor Media, Participant Media, Snowglobe
Films, Barentsfilm AS, Boo Pictures, Ginger Beirut Production.
Premio Especial del Jurado
en el Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF 2021)..
Fecha del estreno: 27 Mayo 2022
(España)
Reparto: Nadine Labaki, Yumna
Marwan, Saleh Bakri, Nadia Chancel, Liliane Chacar Khoury, Ceana Restom, Geana
Restom, Nadia Charbel, François Nour.
Sinopsis:
Los Badri han escapado de
Beirut para construir su utopía particular lejos de la polución y la
conflictividad de la gran urbe. Pero este oasis de resistencia al capitalismo
global se ve amenazado por los avances de un vertedero cercano y las grietas
internas dentro de la familia.
Comentarios:
La búsqueda del perfecto
lugar en el mundo, del ideal de conquista vital y moral, familiar e incluso
político, suele tener resquicios peligrosamente afilados. Al menos el cine así
nos lo ha descrito unas cuantas veces. Alumbrada por la dignidad a
machamartillo, la resistencia al capitalismo que, tan anclada en sus principios
como superada por las circunstancias, se acaba transfigurando en fracaso
personal tiene ejemplos señeros en películas como La costa de los mosquitos (Peter Weir, 1986) y Captain Fantastic (Matt Ross, 2016). Un modelo al que se apunta
también la coproducción Costa Brava,
Líbano, dirigida por la novel libanesa Mounia Akl y con participación
económica y artística española, ganadora del Premio Especial del Jurado en el
Festival de Sevilla.
Durante los primeros
minutos, excavadoras e invasión de por medio, familia en territorio idílico, y
amenaza de derrumbe de lo conquistado durante años por la obra y las malas
artes de los poderosos elementos exteriores, resulta inevitable pensar en Alcarràs, cambiando los paneles solares
por la gestión de residuos. Eso sí, los sueños de grandeza, desplegados en algo
tan aparentemente nimio pero tan encomiable como un proyecto de convivencia
familiar autosuficiente, son los que acaban dominando aquí un relato que, como
siempre, tiene en el patriarca de la familia a su dios todopoderoso que todo lo
sabe, o que al menos pretende saberlo. Fuera de su pequeña finca, de su huerto,
de su casa y de su piscina, está el horror. En Beirut, directamente el
infierno. Y para huir de ello, así se ha aplicado en los ocho años de feliz
pero discutible estancia junto a su madre enferma; su mujer, antigua estrella
de la canción, retirada en pos de esa quimera; una hija adolescente que empieza
a descubrir el despertar sexual, pero que no tiene con quien desarrollarla
porque no ve a nadie; y de una hija pequeña acosada por el desorden mental de
la aritmomanía, o la necesidad de estar siempre contando números.
La falacia de la gestión
de residuos (que se lo digan a los Soprano y a los mafiosos de Gomorra), y la mentira de ciertas
administraciones con las alternativas ecológicas, sobre todo en tiempos de
elecciones, lleva a la película a un interesante territorio en el que, además
del desarrollo de las desavenencias y los cariños familiares, se apunta también
una alegoría del estercolero que a veces es la política. Ahora bien, el único
matiz que puede dejar a Costa Brava,
Líbano sin alcanzar cotas más altas es que acaba pareciéndose a otras
muchas películas de cine social de la última década y media. Así, vienen a la
cabeza obras notables como la israelí Los
limoneros (Eran Riklis, 2008), por no hablar de la mucho más redonda y
compleja Alcarràs. Historias de renuncia
y de resistencia siempre loables, a las que poco o nada se les puede reprochar,
salvo la repetición de esquemas entre unas y otras.
Es Costa Brava, Líbano un más que apreciable debut de una joven
directora de 33 años que, en la labor de escritura, se ha apoyado en el trabajo
de la española Clara Roquet: otra mujer de su generación con una película, Libertad, que desarrolla parecidos
conflictos familiares y morales. Viendo los debuts de ambas, tan cercanos
incluso en la mirada desesperanzada, no parece difícil que se hayan entendido a
la hora de desarrollar un proyecto en el que destaca otro nombre español,
Carlos Marqués-Marcet, director de 10.000
km y Los días que vendrán, aquí
en labores de montaje. Un delicado relato de vivencias al margen, decentes,
graves y quiméricas, pues siempre acabamos dependiendo de los demás, que quizá
se resuma en esta frase de la más sabia del lugar, la que tiene más experiencia
en esto de existir: “Deja de tomarte la vida tan en serio”. (Javier Ocaña)
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