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jueves, 6 de enero de 2022

Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas (Iván Ruiz Flores, 2020)

 

Título original: Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas. Dirección: Iván Ruiz Flores. País: España. Año: 2020. Duración: 85 min. Género: Drama.

Guión: Ana González Gutiérrez, Iván Ruiz Flores. Fotografía: Íñigo Hualde. Música: Jorge Granda. Montaje: Julia Juániz. Escenografía: Itziar Sagasti. Vestuario: Rocío Pérez Pla. Producción: Carlo D’Ursi.

Fecha del estreno: 19 Noviembre 2016 (España)

 

Reparto: Blanca Portillo (Julia), Carmen Esteban (Marina), Carlo D'Ursi (Miguel), Manuel Morón (Juan), Ana Wagener, Imanol Arias, David Blanka.

 

Sinopsis:

Julia ha esperado toda su vida para poner fin a su labor como profesora de escultura y empezar a dedicarse a su vida y obra. Hoy ya puede hacerlo. Se acaba de jubilar. Su madre, Marina, anciana nonagenaria, es una mujer golondrina. Vive un mes en casa de su hija Julia y el siguiente en la de su otro hijo, Juan. Así lleva ya casi tres años. Hastiada por la situación, y aprovechando la jubilación de Julia, Esther decide que no se quedará más en su casa. Julia se ve obligada entonces a dejar nuevamente sus anhelos en espera para quedarse al cuidado de su madre. Para ayudarle contratará a Miguel, un experto cuidador, que se convertirá además en su confidente y su único amigo. Pero la convivencia entre madre e hija adopta formas que Julia no es capaz de moldear. Atrapada en la nueva situación, Julia tratará de encontrar una salida.  

 

Comentarios:

La mujer a la que hace referencia el título de esta película es Julia. Se acaba de jubilar tras años dedicada a la docencia artística, para volcarse en su proyecto personal como escultora y cumplir así con una ilusión frustrada y atravesada por el lastre de la vida profesional y familiar incompleta. Es la forma que encuentra para recuperar su yo impulsivo, que le hace lo que le dicta el corazón. Frente a la Julia racional, que hace lo que le dice la cabeza para contentar a su madre. Y entre ellas se encuentra la mujer vacía y conformista, que ilumina la vida de otros. Y ahora concretamente la de su madre, a la que acoge en su casa.

Su existencia se reduce a un microcosmos en el que el tiempo parece detenido y en el que nada avanza, generando en ella una sensación de angustia y continuo desconcierto. La relación prácticamente inexistente con su hermano y su cuñada, que se desentienden de sus obligaciones hacia la madre; con el cuidador que ahora se encarga de ella, que es con el único que consigue comunicarse; y con su ex marido son sus únicas conexiones con el pulso de la vida, a la que ella parece aferrarse solo a través del arte. “Me da la sensación de que cree que no la quiero. Nunca se lo digo”, es la forma en la que resumen su relación con su madre, en la que ambas aparecen ‘desconectadas’ y anuladas emocionalmente.

El cineasta Iván Ruiz Flores, con una importante trayectoria en el mundo del cortometraje, dentro del que consiguió un gran éxito internacional con “Dulce” (2011), con más de cien premios, entre ellos uno en Venecia donde además se llevó los halagos de Francis Ford Coppola, debuta en el largometraje con este drama íntimo, construido sobre muy pocos elementos, a los que acierta sacar partido. En su ópera prima ahonda en las emociones a través de una propuesta que funciona dentro de su aparente sencillez, a pesar de recrearse en exceso en su demorado y riguroso tempo, y en la que destacan algunos hallazgos narrativos y propuestas formales que demuestran una decidida vocación de autoría.

La película está construida sobre una sucesión de encuadres milimétricos, con la cámara estática evitando cualquier tipo de movimiento. Mientras que la puesta en escena juega con la abstracción -aislando a los personajes en un entorno de inspiración teatral-, para situar de una forma figurativa la presencia de sus cuerpos en la pantalla, trabajando la relación de los actores con los distintos lugares (interiores) donde se desarrolla la acción.

A este nivel, el trabajo con la luz del director de fotografía Íñigo Hualde se basa en la creación de espacios físicos de una fuerte carga emocional gracias al uso de claroscuros. Jugando con los reflejos en los espejos, situando a sus personajes en el marco de las ventanas y de las puertas o evitando mostrar sus rostros en algunos planos, el director dispone soluciones formales para representar el aislamiento y la incomunicación en un dispositivo que propone una continua duplicidad entre los silencios y las conversaciones íntimas.

Y Julia cobra vida y cuerpo gracias al trabajo de Blanca Portillo, que muestra un rango interpretativo radicalmente opuesto a la energía, determinación y vitalidad que expone en “Maixabel” (2021), de Icíar Bollaín, película por la que es una apuesta firme al premio en los próximos Goya. Aquí se trata de un auténtico ejercicio de contención física, emocional y verbal que desarrolla con una economía gestual que muestra su versatilidad y la variedad de registros a los que nos tiene acostumbrados. Su trabajo se acompasa perfectamente con el tono del film cuando el drama se vuelve más inquietante y claustrofóbico, ahondando en su dimensión psicológica hasta conseguir concretar en imágenes ese retrato de una mujer que quiere dejar de ser el espectro en el que se ha convertido. (Fernando Bernal)

Recomendada.



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