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viernes, 28 de enero de 2022

Nido de víboras (Kim Yonghoon, 2020)

 

Título original: Beasts That Cling to the Straw. Dirección: Kim Yonghoon. País: Corea del Sur. Año: 2020. Duración: 108 min. Género: Thriller.  

Guión: Kim Yonghoon (basado en una novela de Keisuke Sone). Fotografía: Kim Tae-Soo. Música: Kang Nene. Montaje: Han Mee-Yeon.  Producción: Won-Seok Jang (Megabox Plus M.).

Premio Especial del Jurado del Festival de Rotterdam 2020.

Fecha del estreno: 3 Diciembre 2021 (España)

 

Reparto: Jeon Do-yeon, Jeong Woo-seong, Bae Seong-woo, Shin Hyun-Bin, Youn Yuh-jung, Jung-Man Seok, Shin Hyon-bin, Jeong Man-shik, Jin Kyung, Jung Ga-ram.

 

Sinopsis:

El destino de un mediocre grupo de desgraciados comienza a converger lentamente mientras se desmorona. Joong Man va tirando a duras penas trabajando en una sauna y cuidando de su madre enferma, hasta que encuentra en el vestuario una bolsa llena de dinero. Tae Young se ha metido en un lío porque su novia se ha dado a la fuga con el dinero que él le había robado a un prestamista. Además, aparece misteriosamente un cadáver. Mi Ran, acorralada entre su marido maltratador y su vulgar trabajo de camarera, empieza una relación con su joven amante, Jin Tae, quien se ofrece a matar a su pareja… Así empieza este juego en el que solo puede sobrevivir el más fuerte.

 

Comentarios:

Nido de Víboras no es el thriller que aparenta. O quizás no es el drama sobre la avaricia que apunta. Puede que en realidad sea un híbrido genérico, pero lo verdaderamente importante es que da exactamente en la tecla en todo aquello que pretende. Eso sí, aviso para navegantes, estamos muy lejos de los excesos violentos habituales del cine coreano sin que ello sea un factor negativo. De hecho, la opción de la crudeza seca argumental, junto a una tendencia a la negrura despiadada en la construcción de personajes, resulta suficientemente contundente sin necesidad de explicitar más allá de lo necesario.

El film debut de Kim Yonghoon no es solo un catálogo de miserias del comportamiento humano ni tan siquiera un ataque despiadado hacia la avaricia y las consecuencias de la misma. Hay, de alguna manera peculiar, una cierta ternura, una cierta mirada de comprensión hacia todo lo que sucede, y es por ello que el film se toma su tiempo en construir las diversas tramas que, inevitablemente, acabarán por converger. Por decirlo de alguna manera, estamos más cerca del territorio Coen que de lo que podría haber filmado el Guy Ritchie de Snatch o Lock & Stock.

Cierto es que esta opción por la pausa puede desconcertar al seguidor del cine coreano más acostumbrado a ritmos frenéticos y a imágenes de impacto. No obstante, Nido de Víboras ofrece, a través de la paciencia, una trama sólida que prescinde de giros improbables y que funciona más como ‹fatum› determinista donde la acción-reacción no solo es necesaria sino inevitable. Por el contrario, sí que quizás el amplio espectro de personajes acaba por desdibujar alguno de ellos, dejando algunas subtramas algo cojas en cuanto a resolución cuando parecía que podían ir un paso más allá.

Hay dos aspectos, más allá del empaque de la propuesta, que llaman poderosamente la atención. En primer lugar, el hecho de que, y más siendo su ópera prima, Kim Yonghoon parece contravenir a posta el concepto de velocidad, de hiperconsumo, de ‹hype› y recompensa inmediata apostando por un producto de apariencia comercial pero que indudablemente apuesta por un sello personal que se acerca a lo que podríamos considerar como un primer peldaño hacia una carrera más de autor, por así decirlo. Y si el primer aspecto diferencial se centra en lo formal, el segundo pivota más entorno al fondo argumental del asunto. No se trata ya tan solo de realizar un retrato pesimista sino más bien, y gracias a su particular estructura circular, convertir el relato en una pequeña anécdota dentro de un mundo que parece gobernado por la negrura. O, dicho de otra manera, consigue que el círculo se convierta en bucle infinito, lo que da una mayor dimensión pesimista al conjunto.

Así pues, puede que Nido de Víboras no sea el producto que esperábamos, pero por el contrario resulta el que de alguna manera necesitábamos. Una vuelta hacia un cine de construcción y pausa muy preocupado por el qué y el cómo sin autoalimentarse de ínfulas de trascendencia moral ni de exhibicionismo formal. Una narración, si se quiere, contemporánea pero con un gusto impecable por lo clásico, entendido esto como ir al meollo del asunto y dejar espacio para la reflexión posterior. (Alex P. Lascort)

Recomendada.




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