Páginas

domingo, 26 de septiembre de 2021

Dune (Denis Villeneuve, 2021)

 

Título original: Dune. Dirección: Denis Villeneuve. País: USA. Año: 2021. Duración: 155 min. Género: Ciencia-Ficción, Avnturas.

Guión: Eric Roth, Denis Villeneuve, Jon Spaihts (basado en una novela de Frank Herbert). Fotografía: Greig Fraser. Música: Hans Zimmer. Vestuario: Jacqueline West, Bob Morgan. Efectos especiales: Paul Lambert, Gerd Nefzer. Montaje: Joe Walker. Diseño de producción: Patrice Vermette. Producción: Denis Villeneuve, Mary Parent, Cale Boyter, Joe Caracciolo, Jr.

Sección Oficial (fuera de concurso) del Festival de Venecia 2021.

Fecha del estreno: 17 Septiembre 2021 (España)

 

Reparto: Timothée Chalamet (Paul Atreides), Rebecca Ferguson (Lady Jessica), Oscar Isaac (duque Leto Atreides), Charlotte Rampling (Gaius Helen Mohiam), Jason Momoa (Duncan Idaho), Josh Brolin (Gurney Halleck), Chang Chen (Dr. Wellington Yueh), Stephen Mckinley Henderson (Thufir Hawat), Zendaya (Chani), Javier Bardem (Stilgar), Sharon Duncan-Brewster (Dra. Liet-Kynes), Stellan Skarsgård (barón Vladimir Harkonnen), Dave Bautista (Glossu Rabban), David Dastmalchian (Piter De Vries), Babs Olusanmokun (Jamis), Benjamin Clementine (Heraldo del Cambio).

 

Sinopsis: Arrakis, el planeta del desierto, feudo de la familia Harkonnen desde hace generaciones, queda en manos de la Casa de los Atreides después de que el emperador ceda a ésta la explotación de las reservas de especia, una de las materias primas más valiosas de la galaxia y también una droga capaz de amplificar la conciencia y extender la vida. El duque Leto, la dama Jessica y el hijo de ambos, Paul Atreides, llegan al planeta con la esperanza de recuperar el renombre de su casa, pero pronto se verán envueltos en una trama de traiciones y engaños que les llevarán a cuestionar su confianza entre sus más allegados y a valorar a los lugareños, los Fremen, una estirpe de habitantes del desierto con una estrecha relación con la especia.

 

Comentarios:

Una de las claves del éxito de la trilogía original de Star Wars residió en algo tan elemental como el don de la oportunidad. Las películas de Lucas ilustraron, como sólo los grandes logros de la cultura popular han sido capaces, su instante preciso; ese extraño y crucial momento de transición entre el antiguo régimen de producción fordista y el nuevo lugar en el que ahora estamos dominado por una galaxia globalizada en la era de la información en red. La representación del ideal hipertecnológico se completaba con un sagaz juego de ocultación, contestación y consuelo donde la realidad cruel del muy higiénico modelo productivo era sustituida por versiones idealizadas de modelos de producción previos. Se presentaba el brillante futuro, pero desde la nostalgia y el confort de un pasado benévolo y sin conflicto regido por ideales románticos.

A su manera, Dune, de Frank Herbert, escenificó a mediados de los años 60 la misma contradicción escapista. Se hablaba de un universo en crisis en el que ya se preveía el mayor de los desastres ecológicos, se anunciaba el control mundial de los oligopolios energéticos, se intuía el poder mistificador de la mala información servida por evangelistas visionarios y aún daba tiempo para ilustrar las consecuencias del colonialismo explotador, deshumanizado y anti-ilustrado. Pero todo ello cobraba vida en un escenario mediavalizante de duelos a primera sangre, honor a salvo de los mercados de valores y tribus sostenidas por el único no-contrato social de la tribu. Era consolador saber que frente a la factura de los conglomerados energéticos, quedaban los Fremen.

Han pasado las décadas y, cosas de la ciencia-ficción, seguimos en el mismo punto. Los abismos que describiera Herbert siguen ahí y, como diría el filósofo, nos devuelven la mirada. Denis Villeneuve lo sabe. Y a todas las crisis precedentes e imperecederas, incorpora él la del propio cine. No sólo se desmorona el mundo, sino que de su mano se va al traste la única posibilidad decente que creó el siglo XX para la consolación y hasta la contestación tal vez. Las plataformas y su celebración entusiasta del entretenimiento bulímico de lo idéntico nos dejan sin esa 'melange' o 'especia' que durante tanto tiempo soportó la imaginación y el sueño.

La nueva versión de Dune consigue no sólo convertirse en la única homologable hasta la fecha acabando así con una maldición se diría que milenaria, también se alza en la pantalla como una provocación para el espectador. El director entiende que no se trata de contar una historia (aunque también) como de recrear un universo con aspecto de trampantojo tan fiel a la meticulosa irrealidad ideada por Herbert que se diría completamente real. No en balde, todos los lectores de Dune saben que hay que empezar por los apéndices, allí donde el autor detalla desde la biología que ampara a su planeta Arrakis a cada uno de los vericuetos de la religión mesiánica que anima a sus habitantes. Es decir, lo que importa es la capacidad del cine y la pantalla gigante de convertir la palabra no tanto en metáfora como en simple y dura realidad, y a un Shai-Hulud en el más espectacular de los gusanos gigantes. En definitiva, es real lo que percibimos como real.

El director se plantea la historia de la lucha por el poder entre la Casa Atreides y los Harkonen, con los habitantes del arenal en funciones de catalizadores del drama de explotación y libertad, como un mito contemporáneo narrado en trance. Todas las soluciones tanto narrativas como, digamos, técnicas son las correctas. El enrevesado argumento lanzado 'in media res' con su innumerable procesión de personajes obedece a la lógica de una historia que, en verdad, quiere ser cosmogonía. Y la puesta en escena, soportada por el ya ritual sonido catedralicio firmado por Hans Zimmer, se maneja con la misma claridad en la acción y en el sueño. No queda otra que rendirse a una maquinaria de entretenimiento madura y perfectamente consciente de sí que coloca el cine popular ante la evidencia de su transformación y crisis.

El resultado es una película que discurre por la pantalla con la certeza de una aventura que lo mismo cuestiona la realidad que invita a escaparse de ella. Es una película incómoda por lo que tiene de contestación a la evidencia. Ni se dispone en tres actos ni plantea una resolución a nada (habrá una segunda parte) ni, dado el caso, siquiera consuela. Es una aventura sin aventura. Es, en definitiva, una película en crisis perfecto reflejo de cada uno de los abismos que la habitan.... que, en efecto, son los nuestros. (Luis Martínez)

Recomendada.



No hay comentarios:

Publicar un comentario