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sábado, 13 de febrero de 2021

Plenilunio (Imanol Uribe, 2000)

 

Título original: Plenilunio. Dirección: Imanol Uribe. País: España. Año: 2000. Duración: 111 min. Género: Thriller.

Guión: Elvira Lindo (basado en una novela de Antonio Muñoz Molina). Fotografía: Gonzalo F. Berridi. Música: Antonio Meliveo. Montaje: Teresa Font. Producción: Fernando Bovaira (Sogecine, Aiete-Ariane Films).

5 nominaciones a los Premios Goya 2000. Mejor Película Extranjera en el Festival de Cine de Nueva York 2000.

Estreno en España: 29 septiembre 2000.

 

Reparto:

Miguel Ángel Solá, Adriana Ozores, Juan Diego Botto, Fernando Fernán Gómez, Chete Lera, Charo López, María Galiana, Antonio Muñoz Molina.

 

Sinopsis:

Tras pasar varios años en Bilbao, un inspector de policía es destinado a una pequeña ciudad de provincias. Nada más llegar, debe enfrentarse a un difícil caso: una niña ha aparecido brutalmente asesinada...

 

Comentarios:

Los ojos del asesino. ¿Cómo pueden mirar unos ojos que sólo quieren matar, hacer daño, desahogar su rabia, aniquilar la inocencia? Tienen que ser ojos especiales, nítidos, con un tinte de furia y un cristalino salvaje. No. Son los ojos mediocres de un ser mediocre. Un tipo que no vale nada y que descarga su carga de mediocridad en el entorno que le rodea. No tiene ninguna empatía hacia nada, ni hacia nadie, ni siquiera hacia su familia. La luna le vuelve loco, como un hombre lobo que no se transforma. Realmente, sólo lo hace cuando pretende ser normal, porque él puede ser todo, menos un ser humano normal.

Los ojos de un policía. ¿Cómo pueden mirar los ojos de un hombre que ha pasado tanto miedo viendo a su propia esposa caminar hacia la locura? Tienen que ser ojos cansados, sinceros, hartos, sin color, sin demasiado calor aunque, es muy posible, que deseen algún lugar donde posarse. Son los ojos de vuelta de un ser que querría estar siempre de ida y se ha dado cuenta de que eso no es posible. Sufre con un nudo intragable en la garganta cuando se da cuenta de que el alma no habita en algunos asesinos. Sufre porque recuerda sus años de niñez débil al amparo de un sacerdote que se ha convertido en la voz razonable de su conciencia. Sufre porque sabe que el amor que puede dar será volátil y temporal, nunca permanente, nunca duradero. Está en permanente búsqueda…y cuando encuentra lo que quiere, sólo podrá renunciar.

Los ojos de una maestra. ¿Cómo pueden mirar los ojos de una mujer plena, que ha vivido y que ha perdido, que se encuentra en un limbo del que no sabe cómo salir? Tienen que ser ojos perdidos, pero con un punto de pasión. Tan fríos como acogedores, tan comprensivos como inteligentes. Son los ojos de ida de un ser que querría estar ya en destino. Más que nada porque el destino hizo una cuenta mal y suspendió y debe repetir, necesita repetir. Cree que dentro de los hombres siempre hay un atisbo de verdad y que, si ella ha sido capaz de enfrentarse con lo realidad, los demás deben de hacer lo mismo. Sin matices. Sin fisuras. Sólo con su enorme y apasionado corazón de mujer. Único. Grande. Salvador.

A veces, se sale de las letras de un gran escritor como es Antonio Muñoz Molina y se entra en el universo de un competente director como Imanol Uribe para darse cuenta de que es muy difícil encontrar la paz y el equilibrio interior y que, a menudo, se puede hallar en un hecho absolutamente inhumano, que hace que la vista vaya un poco más allá sin perder del todo la sensibilidad interior. Somos humanos. Somos conscientes. Y en los rostros de Miguel Ángel Solá, Adriana Ozores y Juan Diego Botto podemos asistir al viaje al mismo centro de la penumbra, allí donde muy pocos seres humanos desean estar y, ni siquiera, quieren ver. (César Bardés)

Recomendada.




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