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lunes, 8 de febrero de 2021

La vida de Brian (Terry Jones, 1979)

 

Título original: Monty Python's Life of Brian. Dirección: Terry Jones. País: Reino Unido. Año: 1979. Duración: 93 min. Género: Comedia.

Guión: Terry Gilliam, John Cleese, Michael Palin, Graham Chapman, Eric Idle, Terry Jones. Fotografía: Peter Biziou. Música: Geoffrey Burgon. Montaje: Julian Doyle. Producción: John Goldstone, George Harrison (HandMade Films).

Fecha del estreno: 10 noviembre 1980 (España).

 

Reparto: John Cleese, Michael Palin, Graham Chapman, Eric Idle, Terry Jones, Terry Gilliam, Sue Jones-Davies, Carol Cleveland, Terence Bayler, Andrew MacLachlan, Charles McKeown.

 

Sinopsis:

Brian nace en un pesebre de Belén el mismo día que Jesucristo. Un cúmulo de desgraciados y tronchantes equívocos le hará llevar una vida paralela a la del verdadero Hijo de Dios. Sus pocas luces y el ambiente de decadencia y caos absoluto en que se haya sumergida la Galilea de aquellos días, le harán vivir en manos de su madre, de una feminista revolucionaria y del mismísimo Poncio Pilatos, su propia versión del calvario.

 

Comentarios:

El fanatismo, esa tenacidad desmedida en defender creencias u opiniones, que no da cabida al diálogo y tiende a la coacción y las actitudes violentas, es un mal social secular. El tema fue de notable interés ya por el año 1697 para el filósofo francés Pierre Bayle, llamado también el apóstol de la tolerancia, y para el siglo dieciocho, los filósofos ilustrados le daban un amplio uso al vocablo, aunque en ambos casos vinculado profundamente a los conflictos religiosos. En la actualidad, con la diversificación y globalización de las religiones, el culto a los deportes, a las modas, la política, entre otros temas que generan apasionados intereses, el espectro temático del fanático ha alcanzado variados derroteros.

 

Desde las primeras obras de la comedia griega, dramaturgos como Aristófanes, se encargaron de utilizar el género como válvula de escape y crítica de la fragilidad de los entramados sociales, los apasionamientos irracionales y los códigos de su tiempo. De hecho, es por aquella época en que se articula la estructura y los contenidos básicos de la comedia, sobre la base de «chistes, bromas, juegos, espontaneidad, imprevistos, optimismo, ironía, indiscreción, doble sentido, obscenidad, groserías, insultos, violencia, incoherencias, vulgaridad, sexo, escarnio, etcétera» (Escobar, 2015).

 

En el siglo XVI, con Shakespeare, Lope de Vega o Molière, se actualiza esa farsa que se ríe de los males sociales y funciona de contrapeso a la cultura y sus distintos ámbitos. No obstante, es en el siglo XX, con el nacimiento del cine, que proliferan obras de ingenio que se burlan del fanatismo con agudeza y sutilidad. El cine se ha reído de la guerra, del nazismo, de las religiones, de la filantropía de revista, en fin, de todos los fanatismos en los que el género humano ha militado.

 

De los comediantes que mejor se han burlado del fanatismo, sobresalen los integrantes de Monty Python. Surgido en 1960 con un famoso programa de comedia llamado El circo volador, el grupo integrado por Graham Chapman, John Cleese, Terry Gilliam, Eric Idle, Terry Jones y Michael Palin concibió entre 1969 a 1974 un tipo original de comedia inteligente y profundamente irreverente que los dio a conocer en todo el mundo. El fenómeno inglés de Monty Python pronto superó los límites de la televisión, haciendo cuatro largometrajes juntos e innumerables producciones fílmicas, donde no aparecen todos como grupo, pero sí cuentan con la colaboración de algunos. Además, escribieron varias obras de teatro antes de entrar en televisión y después de haber alcanzado la fama.

 


Entre los largometrajes del grupo, resalta una trilogía que podría resumirse, conceptualmente, con el nombre del último filme. Cuestionando, a través de la sátira y con toda la incorrección propia de su estilo humorístico, Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (Monty Python and the Holy Grail, 1975), La vida de Brian (Monty Python’s Life of Brian, 1979) y El sentido de la vida/Estamos todos locos (Monty Python’s The Meaning of Life, 1983) quedan registrados como clásicos de la desfachatez y la audacia burlona. Los Python cuestionan todo, y su comedia funciona a la perfección como esa válvula de escape ante la realidad aplastante del mundo. Su farsa despliega, con toda su crudeza, esa pulsión sadomasoquista que tiene como trasfondo el humor y la búsqueda de una risa que funciona como compensación, ante la frustración que genera el fracaso del orden social y los ideales de la cultura.

 

De los tres filmes antes mencionados, La vida de Brian constituyó el mayor éxito de taquilla del grupo y un verdadero escándalo moral, siendo la película británica más recaudadora en los Estados Unidos. A punto de fracasar el proyecto por lo sensible del tema que trata, fue el ex beatle George Harrison quien salvó el proyecto a costo de muchos sacrificios personales. Catalogada de sacrílega y obscena, su estreno se prohibió en varios países y forjó un sonado aquelarre que solo le dio mayor relevancia.

 


La vida de Brian recoge, al igual que los otros filmes de los Python, todo el compendio temático y el repertorio hilarante que por años fueron puliendo. Para este caso, debido a lo complejo del planteamiento inicial, el grupo busca burlarse de la sacralidad del mito, a través del simulacro. «Si trasponemos lo solemne al tono familiar se tiene la parodia» (Bergson, 2008, en Escobar, 2015). Establecido sobre la base del equívoco, el filme narra la vida de Brian Cohen, un niño que nace el mismo día que Jesús en una casa vecina. Se coloca en un contexto cotidiano una situación mítica, generando, a través del «desajuste fundamental de la realidad», una situación hilarante, girando convenientemente el interés hacia un vecino, ya que la burla directa a una figura capital en la historia de la humanidad hubiera sido una confrontación innecesaria. Con los fanatismos no vale ir de frente, ya que no hay racionalidad ni diálogo en la mente de un fanático,  es por ello que esta permuta hacia un hogar vecino coloca a los Python en un terreno sugerido, no perdiendo por ello la película su cualidad crítica y desacralizadora.

 

Desde un punto de vista sociológico, el reír está fuertemente vinculado con la transgresión, ya que como expresa Peter Berger «las realidades cómica, estética y sexual son subversivas, potencialmente al menos. Si se permite que emerjan con toda su fuerza, pueden llegar a contaminar con su lógica «extraña» las preocupaciones serias de la vida cotidiana». Y es, sin dudas, la religión una de esas preocupaciones profundamente serias que el filme pone en tela de juicio. A través de la historia de Brian, compuesta por una serie de sketches, el filme va desmontando el mito. Comenzando por el predicador que no se oye, el verdadero Jesús que reparte bendiciones desde un montículo, pero como no se escucha bien en la multitud va dando pie a libres interpretaciones. La madre de Brian se aburre y prefiere ir a ver un espectáculo más común, un apedreamiento. Es en esta primera escena donde Brian ve por primera vez a Judith, por la cual se verá envuelto en un sinnúmero de equívocos.

 


El cuestionamiento de las ideologías, la relativización de la sacralidad y la ridiculización de las supersticiones son constantes sobre las que se mueve un filme que, además, vuelve a ocuparse de temas ya transitados por los comediantes, como «la falibilidad de la ley, el absurdo de los protocolos y rituales de la cultura, el anacronismo de las células reaccionarias, las utopías y sus excesos o las fallas fundamentales de la lógica del sentido humano» (Escobar, 2015).

 

Brian va pasando por un sinnúmero de situaciones hilarantes de fuerte basamento crítico, hasta llegar a colocarse en una situación límite, cuando es confundido con el Mesías. En la escena del apedreamiento se pone de manifiesto la facilidad con que se rompen los códigos y la voracidad comercial que encuentra forma de lucrar con todo. Las mujeres tienen prohibido ir a los apedreamientos, sin embargo, son mayoría en un público que encuentra una forma simplona y aceptada socialmente de quebrantar la ley, poniéndose barba postiza. Desde su posición, supuestamente oculta, revierten las leyes y terminan apedreando con una enorme roca a quien debía imponer una pena absurda, por un equívoco aún más absurdo. A esta escena le sigue el sketch del no leproso, un hombre que ha perdido sus medios de trabajo, porque Jesús hizo un milagro con él, curándolo de la lepra y transformándolo de un leproso que se ganaba honestamente su comida mendigando, a un hombre fuerte y sano que continua mendigando bajo el supuesto de que perdió sus medios de trabajo. La mendicidad como oficio y las enfermedades como negocio del que lucran enfermos y no enfermos puesta a la luz, a través de un desajuste fundamental de lo que debería ser la lógica.

 


La vida de Brian, joven romano a medias, estaba destinada a ser como la de cualquier otro, sin embargo, la situación de su nacimiento cambia todo. «Lo que sugiere desde la conciencia es que cualquier persona pudo haberse convertido en el Mesías, dado que la cualidad no se encuentra en el sujeto, sino en una coyuntura contingente, determinada por la cualidad delirante del yo, que encuentra sentido en todo aquello donde no lo hay. El accidente y el azar como determinantes de un mito tan importante ponen en jaque a la razón, al sentido y al ser humano de fe, de ahí que, ante el absurdo y el horror de que eso sea posible, nos cause risa como desfogue y distensión, ante la angustia que representa percatarse de que es posible que la cultura judeocristiana se haya cimentando en un accidente» (Escobar, 2015).

 

Aunque en el filme se lleva un importante papel la religión como objetivo de controversia, se incluyen temas como la incoherencia de los grupos reaccionarios y sus luchas basadas en utopías, en muchos casos excesivas. Brian, intentado estar cerca de Judith, entra sin mucha convicción en el Frente Popular de Judea, grupo combativo totalmente anacrónico que lucha por ideas que no están del todo claras. Quieren liberarse de los romanos que, además de traer numerosos avances tecnológicos y sociales a la ciudad, no han hecho nada por ellos; pelean por los derechos de uno de sus miembros a tener descendencia, a pesar de que es un hombre que quiere ser llamado Loretta, y combaten contra otro grupo de nombre y características similares y que al igual que ellos tiene como rasgo distintivo fundamental la incapacidad para el diálogo y la coherencia.

 


Brian es, en resumidas cuentas, atormentado por todos, su madre, el Frente Popular de Judea y al final por la multitud de fanáticos que adoran sus sandalias y toman equivocadamente todo lo que dice, por muy lúcido que sea. Unos minutos en el podio de los predicantes, en el cual cayó por azar, le bastaron para conseguir una turba de fanáticos que lo persiguen, buscando que guíe sus vidas vacías de sentido. Brian predica, desde su ventana, que son libres, que deben pensar por sí mismos y como individuos, pero ellos entienden lo que les parece.

 

La vida de Brian, al igual que otros filmes de los Python e incluso piezas posteriores de Terry Gillian, es una sátira solapada de los constructos sociales, que con más o menos diferencias mantienen los rasgos paradójicamente humanos en todos los rincones del globo. La lucidez de la parodia, su riqueza erudita y conocimiento de las causas que se ponen en tela de juicio, y la visión pasiva que deja como reflexión final -siempre hay que mirar el lado bueno de la vida, aunque estés esperando ser crucificado- es parte de una ideología grupal que está bien alejada de cualquier fanatismo. La risa como medio de expresión y crítica social es la fortaleza de un grupo, que encuentra en ese acto supremo de libertad los medios para subvertir y revalorizar las prioridades de una sociedad global. (Gretel Herrera)

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