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jueves, 7 de enero de 2021

La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968)

 

Título original: Rosemary's Baby. Dirección: Roman Polanski. País: USA. Año: 1968. Duración: 136 min. Género: Terror.

Guión: Roman Polanski (basado en una novela de Ira Levin). Fotografía: William A. Fraker. Montaje: Sam O'Steen, Bob Wyman. Música: Christopher Komeda. Vestuario: Anthea Sylbert. Dirección artística: Joel Schiller. Efectos especiales: Farciot Edouart. Sonido: Harold Lewis. Maquillaje: Allan Snyder. Diseño de producción: Richard Sylbert. Producción: William Castle Productions.

Oscar 1968 a la Mejor Actriz Secundaria (Ruth Gordon). Globo de Oro 1968 a la Mejor Actriz Secundaria (Ruth Gordon). Nominada a Mejor Actriz (Mia Farrow) en los Premios BAFTA 1968.

Estreno en España: 3 febrero 1969.

 

Reparto:

Mia Farrow (Rosemary Woodhouse), John Cassavetes (Guy Woodhouse), Ruth Gordon (Minnie Castevet), Sidney Blackmer (Roman Castevet), Maurice Evans (Edward 'Hutch' Hutchins), Ralph Bellamy (Dr. Abraham Sapirstein), Victoria Vetri (Theresa "Terri" Gionoffrio), Patsy Kelly (Laura-Louise), Elisha Cook, Jr. (Sr. Nicklas), Emmaline Henry (Elise Dunstan).

 

Sinopsis:

Los Woodhouse, un matrimonio neoyorquino, se mudan a un edificio situado frente a Central Park, sobre el cual, según un amigo, pesa una maldición. Una vez instalados, se hacen amigos de Minnie y Roman Castevet, unos vecinos que los colman de atenciones. Ante la perspectiva de un buen futuro, los Woodhouse deciden tener un hijo; pero, cuando Rosemary se queda embarazada, lo único que recuerda es haber hecho el amor con una extraña criatura que le ha dejado el cuerpo lleno de marcas. Con el paso del tiempo, Rosemary empieza a sospechar que su embarazo no es normal.

 

Comentarios:

Roman Polanski dirigió sólo dos películas enteramente norteamericanas, tanto por financiación como por estilo de producción y por lo que significaron dentro de los dos géneros que practicó: el negro y el suspense.

Ambos filmes, 'Chinatown' y 'Rosemary's Baby' (traducida aquí con el estúpido título de 'La semilla del diablo', que como todos sabemos destripa por completo la historia) son sendas obras maestras del cine, y se inscriben con letras de oro en sus respectivos géneros, aunque en realidad los trascienden y no se quedan en una mera muestra de lo mejor de ellos, sino que llegan mucho más lejos de lo que casi todos los cineastas previos o posteriores han logrado.

Pese a que la experiencia de Polanski en los Estados Unidos, con la magistral 'El baile de los vampiros', no había sido lo que se dice satisfactoria (el productor la mutiló para su distribución sin el consentimiento del director, lo que motivó su fracaso comercial en ese país), el cineasta de 34 años había sido capaz de firmar un excelente contrato con la Paramount que le garantizaba el corte final de su nuevo proyecto, la adaptación de la exitosa novela de Ira Levin 'El bebé de Rosemary', que él mismo escribiría en el único crédito en solitario como guionista de su carrera.

Dijo Polanski: "Yo no quiero que el espectador piense esto o aquello, quiero simplemente que no esté seguro de nada. Esto es lo más interesante: la incertidumbre". Y en efecto practica tal dogma estético hasta sus últimas consecuencias en una película que, muchos años después, conserva intacta su capacidad de sugerencia, su ambigüedad y su tremendo poder de convicción.

Polanski sabía que el horror es mejor que lo añada la mente del espectador, y que sus posibilidades más oscuras nacen de lo cotidiano, no de lo extraordinario. ¿Acaso no es más terrorífico imaginar que el diablo camina entre nosotros, en nuestros quehaceres diarios, que en una fantasía heroica o post-apocalíptica?

La música del genial (y tristemente fallecido poco antes de los 38 años) Krzysztof Komeda acompaña unos títulos de crédito en los que se impone la ironía y la doble lectura. A finales de los sesenta, las comedias románticas tipo Rock Hudson/Doris Day habían alcanzado su declive, pero su memoria seguía viva. Los créditos color rosa y de estilo cursi aparecen en 'La semilla del diablo', deformados, claro está, por esa nana siniestra y hermosa, que no preludia nada bueno.

Un chico bien moreno y una tímida chica rubia hacen acto de aparición. Están buscando una casa. Polanski hace trizas ese subgénero y propone una senda que nadie, nunca antes que él, había trazado. La pareja tiene la mala suerte de acabar en el edificio Bramford (en realidad, el edificio Dakota, donde también han ocurrido todo tipo de desgracias, algunas inexplicables), y allí alquilarán el apartamento anexo (y con una puerta secreta que los comunica) al de los Castevet, una pareja de edad bastante avanzada.

Desde un principio, ese otro matrimonio resulta cualquier cosa menos tranquilizadora, pero inauguraran una relación de consecuencias imprevisibles. Los grandes aciertos del filme son los siguientes:

Oponer la idea de una Satánica Concepción a la idea tradicional de Inmaculada Concepción, con lo que esto significa de perturbador para cualquier espectador que, aún no siendo católico practicante, esté educado en una cultura primordialmente católica.

Mantener, hasta la misma secuencia final, una logradísima ambigüedad basada en la paranoia y el sentido de aislamiento característicos de una mujer embarazada, de tal forma que, aunque en el fondo nos tememos lo peor, siempre podemos pensar en la opción de que todo esté en la mente de Rosemary.

Llevar a cabo una progresión lineal en la que al deterioro físico de Rosemary debido al embarazo (un deterioro escalofriante que nos provoca, literalmente, un malestar físico indescriptible) le sigue una mayor amenaza y soledad de Rosemary, una de las Mujeres-Polanski, abandonada a su suerte y utilizada por los hombres para sus fines.

 

 

En cuanto al estilo de Polanski, Richard Sylbert o el propio William A. Fraker, respectivamente diseñador de producción y operador jefe del filme, lo definieron muy bien: el realismo extremo y estilizado al mismo tiempo. Así, por ejemplo, cuando un personaje observa lo que hace otro en la habitación contigua, el punto de vista es respetado al máximo.

Una de las imágenes más recordadas en ese sentido, es el crucial momento en que Roman Castevet propone algo terrible a Guy, observado desde la cocina por Rosemary, que sólo observa un significativo humo de pipa asomarse al quicio de la puerta. Sin embargo, en los interiores Polanski se muestra sereno y contenido, mientras que en el exterior y en los sueños, el barroquismo y la intensidad hacen su aparición.

Fascinante en extremo, por cierto, el sueño de Rosemary en el que tiene lugar la cuestionada relación sexual, repleta de connotaciones católicas, freudianas y ocultistas, y en el que por un segundo vemos el rostro del Diablo, al contrario de lo que sucede al final, donde nunca vemos el rostro del bebé. ¿Para qué? No hace falta, ya lo configura nuestra perversa imaginación, en la que Polanski confía sobre todas las cosas.

Todos los actores están en estado de gracia, con la cámara de Polanski siempre encima de sus rostros. Pero hay que poner, obligatoriamente, en un escalón a parte a Ruth Gordon, que logró el Oscar con su impresionante interpretación de la abyecta y repugnante Minnie. Posiblemente el personaje más repulsivo de todos los que ha creado Polanski en su vida. (Adrián Massanet)

Recomendada.




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