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lunes, 4 de mayo de 2020

Una segunda madre (Anna Muylaert, 2015)


Título original: Que Horas Ela Volta? Dirección: Anna Muylaert. País: Brasil. Año: 2015. Duración: 108 min. Género: Drama.
Anna Muylaert (Guión). Fabio Trummer, Vitor Araújo (Música), Bárbara Alvarez (Fotografía), Miriam Biderman (Sonido), Africa Filmes. Globo Filmes. Gullane Filmes (Producción).
Premios Ariel 2016 a la Mejor película iberoamericana. Premio del Público en la Sección Panorama del Festival de Berlín 2015.
Estreno en España: 26 Junio 2015

Intérpretes: Regina Casé, Camila Márdila, Karine Teles, Lourenço Mutarelli, Michel Joelsas, Helena Albergaria.

Sinopsis:
Val es una asistenta interna que se toma su trabajo muy en serio. Sirve a un adinerado matrimonio de São Paulo día y noche, y cuida a su hijo adolescente, al que ha criado desde su infancia y con el que tiene una relación muy especial. El orden de este hogar parece inquebrantable, hasta que un día llega desde su ciudad de origen la inteligente y ambiciosa hija de Val, Jessica, a la que había dejado al cuidado de unos familiares en el norte de Brasil trece años atrás. La presencia de la joven pone en peligro el balance de poder en la casa. Esta nueva situación pondrá en tela de juicio las lealtades de Val y le obligará a valorar lo que está dispuesta a perder.


Comentarios: 

La película Que horas ela volta?, traducida al español como Una segunda madre fue realizada en 2015 por la cineasta brasileña Anna Muylaert (São Paulo, Brasil, 1964). Se trata de su  cuarto largometraje, los tres anteriores se titularon Durval Discos (2002), É Prohibido Fumar (2009) y Chamada a Cobrar (2012). En sus 4 películas la ciudad de São Paulo es el escenario principal y a través de sus protagonistas nos revela la contrastada sociedad paulista desde la clase trabajadora, pasando por la media, hasta llegar a las élites.

Una segunda madre (2015) plantea la realidad emigratoria de una población, originaria  del medio rural o de las regiones del interior, que, en este caso, procede del Noroeste de Brasil (zona amazónica), y busca una mejor vida en la gran capital de São Paulo, a unos 4000 kms de su lugar de origen, distancia casi continental. Se trata de un éxodo de mujeres solas, que se ven obligadas a dejar a sus hijos pequeños al cuidado de familiares o vecinos, para  emigrar y conseguir un empleo en el servicio doméstico, en las mansiones de la élite socio-política y económica del país, en las ciudades de São Paulo y/o Río de Janeiro. Estas mujeres, procedentes de las debilitadas y empobrecidas regiones del norte de Brasil, sobrevivientes a generaciones de injusticia, esclavitud, expolio de los recursos naturales, caciquismo y enfermedades endémicas (dengue, tuberculosis, malaria entre otras), solo aspiran a trabajar como servidoras de los “nuevos” y “modernos” caciques urbanos que ahora no usan látigo, porque no se lleva, pero sí poseen una actitud cínica, hipócrita, prepotente e impositiva, revestida de una cierta “tolerancia paternalista”, de un relativo  “modernismo”, ¿democrático o civilizado?, frente a los servidores domésticos, originarios de las “bárbaras” tierras del interior. Por ello una cuestión que plantea la película de Anna Muylaert es el estructural  desequilibrio regional del Brasil que se manifiesta en la secular emigración forzosa (desplazamiento forzoso) desde las áreas del interior a las megalópolis del centro del país que, pese a su pretendida modernidad y discurso futurista, continúan inmersas en rígidas y arcaicas estructuras sociales y mentales, heredadas de la época colonial, aunque maquilladas de una “pseudo-modernidad”. La cineasta así lo testimonia: “Esa estructura ya viene de todo el periodo colonial, del periodo de esclavitud, y nunca se ha cerrado. Así como en EE.UU. ha habido un racismo incluso mayor, también ha habido un contra-racismo muy fuerte que lo ha hecho visible y, por tanto, más fácil de combatir. Pero en Brasil el racismo, que está relacionado con todo el problema social porque la mayoría de la población es negra y pobre, siempre ha estado disfrazado y no se ha podido combatir. Ha sido mucho más difícil. Existen unas reglas más o menos educadas: la señora siempre da un beso [a la criada], le llama querida… parece que son casi iguales, pero están esas reglas invisibles que vienen de ese pasado.”



Estas emigrantes, criadas-niñeras, que sirven en las casas de las élites urbanas, entregan toda su capacidad de amor maternal, ¿frustrado?, a los hijos de sus nuevos amos, niños que son víctimas de padres triunfadores, siempre ocupados, sin tiempo, poco empáticos y, sobre todo, ausentes. Mujeres como la protagonista del film, Val (Regina Casé), se convierten en una madre de segunda categoría, en una “segunda madre” del hijo de los amos (Fabinho), y también (una segunda madre) de su propia hija biológica (Jéssica), a la que dejó a miles de kilómetros, al cuidado de familiares.

Esta migración de mujeres solas está llena de contradicciones, pues la mujer, que abandona su lugar de origen, lo hace con la finalidad, casi obsesiva, de criar a sus hijos biológicos en el bienestar material y con las oportunidades de las que ella careció en la infancia. En principio se trata de una emigración temporal ¿uno, dos, tres...años?,  pero la realidad es otra, pues el precario salario de la servidora doméstica apenas le permite “ahorrar” para retornar con la dignidad material que todos esperan de ella. Así el tiempo de ausencia se dilata y dilata indefinidamente, a pesar de la insistente pregunta sin respuesta que hace la hija, niña de 5 años, sobre su madre tras la despedida: Que horas ela volta? (A qué hora ella vuelve).


Lo referido, más arriba, da lugar a otra cuestión planteada por la cineasta, Anna Muylaert, acerca de los paradigmas familiares latinoamericanos según la clase social: en el grupo de los desfavorecidos abundan las madres luchadoras, que toman las riendas de la economía doméstica, dando el salto al vacío de la emigración sin fecha de retorno, ausentándose con gran dolor de las vidas de sus hijos, y siempre anhelantes del “reagrupamiento familiar” que ponga fin al involuntario auto-exilio. Por otro lado, hallamos la tipología familiar de la élite, donde los niños están satisfechos, casi “empachados”, de caprichos materiales pero carentes del más básico de los afectos, del calor humano de sus padres, y esa pobreza afectiva es cubierta, no sin paradoja, por una criada, pobre materialmente, pero que, desde las carencias de una maternidad biológica frustrada por el desgarro migratorio,  derrocha amor y es naturalmente empática hacia el niño rico, pobre de los más elementales afectos.



La cámara de Anna Muylaert, aséptica e impecable, adopta una posición fija y testimonial, con predominio de planos generales donde radiografía con gran precisión un mundo de contrastes: el de los de arriba y el de los de abajo. De forma recurrente y reiterada, la cineasta revela con su cámara fija un plano general de una escalera interior que accede a las habitaciones de los amos, al sancta sanctorun de la mansión, como metáfora de la escala social. Metáforas de esos espacios-frontera, clausurados a los criados, y solo exclusivos para el disfrute de los amos son, además de las estancias interiores (dormitorios y salón), la piscina y el jardín donde que transcurre gran parte del trabajo de los criados en el mantenimiento y limpieza. Curiosamente, los que mantienen su limpieza son tratados por los amos como seres “contaminantes” o “infectados”. La piscina es un espacio ambivalente: por un lado es símbolo de vanidad, de “cara a la galería”, pero también puede convertirse en un lugar de transgresión, casi de asalto, para los excluidos cuando nada tienen que perder. La propia cineasta manifiesta  que el tratamiento del espacio y parte del guion se inspiró en la idea que le dio su directora de fotografía (Bárbara Álvarez): “el cuento de La Casa Tomada de Julio Cortázar que sigue un poco esa misma estructura de ’invasión para luego expulsión’”.


Otro de los espacios-clausura, exclusivo y excluyente, es el salón, que la cineasta muestra de forma fragmentada, visto desde la cocina, a través planos subjetivos que son la mirada de los criados y, concretamente, la mirada y la escucha curiosas de la protagonista principal, Val (Regina Casé). En este sentido señala la realizadora lo importante que fue para ella empatizar con la mirada del otro: “Yo nací en el salón y conseguir el punto de vista de la cocina unos días antes [de rodar] me produjo una gran satisfacción: por primera desde la cocina veía el punto de vista de la empleada, lo patético de esa situación, y eso me produjo muchas emociones”.



Siguiendo con los espacios de la gran mansión elitista, siempre cimentada en los de abajo, descendemos al sótano-cárcel en el que habita la empleada interna, nunca mejor dicho “cuerpo de casa”, cimiento vigilante durante día y noche del bienestar de los amos. La cámara de Muylaert, según sus propias palabras, es una cámara política, de denuncia, de ese submundo de los excluidos, heredado y fundamentado en un orden social colonial, ya referido más arriba. El habitáculo de Val es caótico, es como una celda entre barrotes, sin apenas ventilación, insana, plagada de mosquitos, y sobre todo llena de objetos que forman el ajuar de Val, ese ajuar que espera  ¿el retorno o el re-encuentro? El espacio habitacional de Val es una especie de  “horror vacui”, provisional y expectante, pleno de incertidumbres como el alma “errante” de quienes experimentan el exilio migratorio: “cuanto más quería volver, menos podía hacerlo y así pasaron diez años”.

De los personajes de la película damos unas breves pinceladas:

Fabinho, hijo de los señores, al que Val cuida con el cariño de una madre, aunque su rol sea secundario y en la sombras, en el sótano de su habitáculo al que siempre Fabinho acude cuando se siente solo e incomprendido,  ¿transgrediendo? las normas impuestas por el “aislamiento” estamental y clasista al uso. Val siente por el hijo de sus amos admiración y así lo expresa “eres un chico guapo, de ojos azules, te pareces al príncipe de Inglaterra” lo que denota en la empleada su “desclasamiento”,  no exento de etnocentrismo y racismo, pues Val solo aprendió a mirar y mirarse a través del espejo de sus amos.



Otro personaje es “doña Bárbara”,  cuyo nombre no se corresponde con el  mundo “civilizado” al que pertenece, es una mujer arribista, frívola y superficial, aunque pretenda dar una imagen o un estilo “auténtico”, mostrando cierta actitud abierta y tolerante hacia los criados, pero la vaciedad de su discurso es expresión de un corazón, materialista y egocéntrico, incapaz de amar y sentir empatía por sus congéneres.


El dueño de la casa es “don Carlos”, de cara al exterior o “José Carlos” en la intimidad, un rico heredero, con apariencia de “pobre hombre” que puede dedicarse al ocio creador de la pintura. Él es el motor económico de su familia, pero no es valorado ni por su esposa ni por su hijo, lo que lleva a buscar fuera los afectos, adoptando un comportamiento, algo excéntrico para su status social, una actitud, medio bohemia, acompañada de un discurso “pseudo-intelectual” y de cierta pose entre paternal y seductora para adolescentes como Jéssica.


Jéssica es la hija de Val que ha volado hasta São Paulo para presentarse a la selectividad en la FAU (Facultad de Arquitectura y Urbanismo). Jéssica representa a las nuevas generaciones, a un nuevo Brasil que, solo a través del trabajo y del estudio, puede liberarse de la esclavitud y sumisión en la que han vivido generaciones anteriores. Así lo expresa la cineasta: “Esta película me ha provocado una lucha muy larga para poder encontrar el final y la historia que yo quería contar, y eso no trata tanto de técnica como de locura. Antes de empezar a filmar, seis meses antes, [el personaje de] Jéssica iba a llegar a  la ciudad para cumplir un destino cliché: quería ser peluquera, llegaba a Sao Paulo, se hacía niñera… pero quería sacarla de ese destino fatal. Me encerré en casa durante unas semanas porque tenía la necesidad de decir algo diferente, de tener la oportunidad de decirlo con una actriz excepcional además. Se me ocurrió esa idea de que Jéssica fuera a estudiar arquitectura, con ese sentimiento de ciudadanía, y que fuera un poco a romper esas reglas invisibles que se hacen visibles”.



Para concluir solo cabe señalar que la película de Anna Muylaert es una propuesta, un granito de arena, una esperanza de que la lucha de clases es posible, que hay que transgredir los límites del “orden social”, impuesto en la época colonial y basado en un apartheid racista y estamental, que en América Latina lleva implantado más de 500 años. Y esa liberación es una toma de conciencia, una valoración de la propia imagen, un dejar de mirarse en el espejo de los amos, tomando conciencia de ciudadanía que haga realidad un nuevo orden, utópico ¿por qué no? Así nos lo testimonia la propia cineasta: “Brasil siempre ha estado gobernado por ricos desde que llegaron los portugueses. Los presidentes siempre han pertenecido a la clase alta aunque fueran de izquierdas, como en el caso de Fernando Henrique Cardoso -que era rico-, hasta la llegada de Lula, que fue la primera vez que alguien de la clase baja llegaba al poder. Lula llevó a cabo muchos cambios, otros se quedaron porque no dio tiempo y no se pueden hacer milagros, pero uno de los cambios importantes fue el cambio de la “autoimagen”, la mejora de cómo se veían los brasileños [...]. Pero podría decirse que Jéssica también va más allá. Sería un poco la utopía”. (María Dolores Pérez Murillo)
Recomendada.


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