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sábado, 11 de enero de 2020

Audrey, diamante de Tiffany


¿Conoce usted esos días en que se ve todo de color rojo?”.


El filme de Blake Edwards “Desayuno con diamantes” se estrenó el 5 de octubre de 1961. Estaba basado en una novela corta de Truman Capote, pero gracias a haberla adaptado muy libremente y a la presencia de Audrey Hepburn triunfó desde el mismo estreno mundial.
  
Un amanecer de verano en la Quinta Avenida de Nueva York; Manhattan despierta. En uno de los escaparates de la joyería Tiffany,s, conocida en todo el mundo, se refleja una figura femenina, delicada, casi frágil, el cabello recogido en un moño alto, los ojos ocultos detrás de unas grandes gafas de sol, un traje de noche que deja al descubierto los hombros, un vaso de café en una mano, una bolsa de papel con pastas en la otra: un desayuno con -o mejor aún, delante de- diamantes. Vemos a Holly Goligtly (Audrey Hepburn) mirando el lujo resplandeciente de las vitrinas; ella misma, con sus joyas, parece guarnecida como una pieza de exposición: un instante de cine mágico. Holly no forma parte de la jet set neoyorquina, de la clientela de la joyería, pero sus clientes sí, ya que la señorita Golightly (podría traducirse como “tómatelo con calma”), es una chica de compañía “de elegante delgadez”, como Truman Capote, el autor de la novela en que se basa la película, describe a la joven de dieciocho años con “un rostro que había salido de la infancia, pero no había llegado a ser de mujer”.


Escapando de un matrimonio prematuro con un veterinario bastante mayor, ha huido de provincias y ha llegado a Nueva York para buscar su felicidad y, sobre todo, una fuente de ingresos en el escenario de la bohemia, los playboys y los snobs, en el mundo de la propia escenificación, las máscaras, el fingimiento y la autocontemplación. En ocasiones, ese ambiente se le hace insoportable y la deprime; entonces sufre sus “mead reds” (el doblaje español habla de “días rojos” o resaca) y se la puede encontrar delante de Tifanny`s contemplándose. Vive sola con su gato en un edificio de apartamentos de Manhattan, y numerosos hombres maduros pagan por su compañía y por algo más. Por otro lado, cada semana va a visitar a Sally, un preso de Sing-Sing que la utiliza de correo de droga sin que ella se entere. Holly busca una relación sólida, a ser posible con un millonario que no pase de los cincuenta. Pero encuentra justo todo lo contrario: Paul Varjak (George Peppard), un escritor fracasado y sin recursos, que se ha convertido en su nuevo vecino. Holly tiene algo en común con Paul; él también se deja mantener para asegurar su precaria existencia; una mujer casada le sustenta como amante. La prostituta y el gigoló entablan conversación un día: a partir de ahí y poco a poco se desarrolla una relación con altibajos, durante la cual se van manifestando sus respectivas personalidades: momentos de revelaciones sinceras en el mundo de la superficialidad y la inconsciencia.


Desviándose de la novela, donde Holly pretende seguir a la caza de millones precisamente en África, las últimas imágenes de la cinta, que se cuentan entre los finales felices más célebres del cine, nos proponen un apasionado torbellino de emociones: Holly corre detrás de Paul, titubea y le abraza. Paul la besa y el gato, que se encuentra entre los amantes, completa la extravagante pareja. Llueve a cántaros, como si el tema musical "Moon River” que acompaña toda la película (oscars al compositor Henri Mancini y al letrista Johnny Mercer) se hubiera desbordado. Holly y Paul han conseguido la normalidad; se acabó el vacío existencial, el andar a ciegas, la huida y la vida “a la deriva” de dos personas. La película se anticipa así a los estudios sobre la búsqueda urbana de sentido y felicidad con la que Woody Allen tendría tanto éxito casi veinte años más tarde.


Este filme se caracteriza por dos peculiaridades que hacen que todavía merezca la pena verlo. Por un lado, apuesta por la moda: para el papel de Holly Golightly, la joven de dieciocho años, no se contrató a Marilyn Monroe, sino a Audrey Hepburn. Ésta, que ya había cumplido los treinta y dos, había sido modelo del modisto francés Hubert de Givenchy, quien con su musa acentuó un estilo de moda y un tipo de mujer cultivada, más bien discreta, delicada y juvenil, que relevó a las sex-symbols de grandes pechos de los años cincuenta. Audrey Hepburn llevó a la pantalla los rasgos típicos de la mujer elegante y de mundo de la década de los sesenta, que después Jacqueline Kennedy personificaría con tanta perfección.


Por otro lado, la película apuesta por los momentos, instantes cinematográficos intensos en el sentido más genuino de la palabra, cerrados en sí mismos y que van más allá de la narración. Holly Golightly sacando su zapato de un frutero, maniobrando con una boquilla de 40 cm. de largo entre los invitados de una fiesta, o cantando la canción “Moon river” a pelo en su ventana. Esas instantáneas quedan grabadas en la memoria. Pero la escena más hermosa es y seguirá siendo la que dá título a la película: Audrey Hepburn delante del escaparate de Tifanny. 


Edda Hepburn van Hemmstra nació en Bruselas en 1929, en el seno de una familia acomodada y distinguida: la madre era una baronesa holandesa y el padre un banquero británico. A los doce años, después de estudiar conforme a su posición social en un internado de Londres, se fue con su madre (que se había separado de su marido porque éste mantenía contactos con fascistas ingleses) a Amsterdam, donde ambas, madre e hija, colaboraron con el movimiento de resistencia contra la ocupación alemana.


Después de la guerra, desarrolló una carrera “de película”: en 1951, tuvo su primera actuación en el cine con un pequeñísimo papel, en "Risa en el paraiso" (dirigida por Mario Zampi) donde hace de cigarrera de un club nocturno y le dice a un señor mayor: "No soy una señora, soy una chica”. Después, la escritora francesa Colette la contrata para interpretar en Broadway el papel de Gigi en su obra de teatro homónima; 217 veces interpretó a la “casi” querida. A continuación, el director William Wyler se la llevó a Hollywood: en “Vacaciones en Roma” en 1953, Audrey Hepburn interpreta al lado de Gregory Peck el papel de niña-mujer que a pesar de toda su ingenuidad (o precisamente por ella) despierta deseos prohibidos. Delicada y frágil, con ojos castaños de cervatillo: un nuevo tipo de estrella releva a los mitos eróticos nacidos durante la guerra. Audrey recibió el oscar a la mejor actriz por su papel de princesa Ana en dicha película. 

Asímismo, gracias a su modisto Givenchy, se convirtió en una precursora de la moda que negaba los atractivos físicos propagados anteriormente: pelo cortado a lo chico o cola de caballo en vez de melena larga rubia, zapatos planos en vez de tacón de aguja, vestidos holgados anchos en lugar de jerséis ceñidos. 


A ésta le siguieron 26 películas más. Mis preferidas son: “Sabrina” (1954), de Billy Wilder; “My Fair Lady” (1964), de George Cukor y “Desayuno con diamantes” (1961) de Blake Edwards, claro. En “Para siempre” (1989),  de Steven Spielberg,  Audrey Hepburn hizo su última actuación en el cine cuatro años antes de su muerte, en el papel de ángel.   


                                                                                                     Virginia Rivas Rosa



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