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domingo, 7 de abril de 2019

La sombra del pasado (Florian Henckel von Donnersmarck, 2018)


Título original: Werk ohne Autor. Dirección: Florian Henckel von Donnersmarck. País: Alemania. Año: 2018. Duración: 188 min. Género: Drama.  
Patricia Rommel (Montaje), Caleb Deschanel, Caleb Deschanel, Caleb Deschanel (Fotografía), Florian Henckel V. Donnersmarck (Guión), Max Richter (Música), Florian Henckel V.Donnersmarck, Jan Mojto, Quirin Berg, Max Wiedemann, Christiane H. Donnersmarck (Producción), Silke Buhr (Vestuario).
Dos nominaciones a los Oscar 2018: Mejor Película de habla no inglesa y Mejor Fotografía. Nominada al Globo de Oro a la Mejor Película de habla no inglesa. Presentada en la sección oficial del Festival de Venecia 2018 y el Festival de Cine Europeo de Sevilla 2018.
Estreno en Sevilla: 05 Abril 2019.

Reparto:
Tom Schilling (Kurt Barnert), Sebastian Koch (Profesor Carl Seeband), Paula Beer (Ellie Seeband), Saskia Rosendahl (Elisabeth May), Oliver Masucci (Profesor Antonious van Verten).

Sinopsis:
Kurt es un joven estudiante de arte en la Alemania del Este. Está enamorado de su compañera de clase, Ellie. El padre de ella, el Professor Seeband, un famoso médico, no aprueba la relación de su hija y está decidido a destruirla. Lo que ninguno de ellos sabe es que sus vidas están conectadas por un terrible crimen cometido hace décadas.

Fotograma de "La sombra del pasado"

Comentarios:
Entre la exposición de Arte Degenerado, organizada por los nazis en Múnich, y que luego viajó a otras 12 ciudades a lo largo de cuatro años, entre 1937 y 1941, y la imposición del realismo socialista, al servicio de la causa, en el arte de la Alemania comunista, años después, apenas hay distancia moral. Es el totalitarismo. Es la represión, sin más, de cualquier sello, la que acaba con las ideas, con la libertad. Y así nos lo cuenta en “La sombra del pasado” Florian Henckel von Donnersmarck, director de la formidable “La vida de los otros” (2006) y de la infame “The tourist” (2010), en una de esas películas-río más grandes que la vida. A la antigua, a contracorriente, con el sello del melodrama, tan poco acostumbrado hoy, y a través de los ojos, las dudas, las caídas y el impulso de un joven que acudió siendo un crío a la muestra de arte moderno denigrado por Hitler y, más tarde, se convirtió en un artista fundamental de la República Democrática Alemana.
“La sombra del pasado” tiene tanto de tradición alemana como, irónicamente, de influencia estadounidense, sobre todo en el tono, y de italiana, en la estructura. Relato sobre dos sagas familiares que intentan resistir los envites de los distintos poderes dominantes a través de los tiempos, y ahí es inevitable pensar en “Los Buddenbrook” de Thomas Mann, la película pretende jugar las cartas del melodrama sin freno (intensidad musical, romanticismo exacerbado, lirismo dramático), a veces grandilocuente, otras un tanto meloso, pero, en general, emocionante. Y en ese territorio, el político, el social, el sentimental y el artístico, podría haber paralelismos tanto con el maestro del género Douglas Sirk, en “Tiempo de amar, tiempo de morir”, como con esas grandes películas italianas de corte histórico que culminarían con su último gran ejemplar, la monumental “La mejor juventud” (Marco Tullio Giordana, 2003).
Y aunque Von Donnersmarck no alcance la categoría de aquellas, parecen desmesurados los varapalos de la mayoría de especialistas españoles tras su estreno en el festival de Venecia, y se sitúa más en la línea de su recibimiento en EE UU, donde llegó a aspirar a dos Oscars (fotografía y película de habla no inglesa).
Ambiciosa y profunda en algunos aspectos (la búsqueda de la verdad del arte, la imposibilidad de ser objetivo), y un tanto superficial en otros (el continuo disfraz del impoluto personaje que se mueve por las cimas del poder según convenga), “La sombra del pasado” tiene algunos resbalones obvios de tono (esas performances cómicas por las escaleras de la Academia de Arte de Dusseldorf), y no todo en sus tres horas largas de duración tiene semejante interés. Pero no es fácil partir de Hitler y llegar a la moderna Alemania Federal de 1966, pasando por el bombardeo de Dresde, y ligarlo todo con la búsqueda de una identidad y de una mirada, la de un artista y la de la propia Alemania, con un sentido del arte, y con una triple reflexión sobre la locura: la demencia de un personaje básico con el que empieza y termina la historia, la del arte degenerado, y la de su propio país a lo largo de buena parte del siglo XX. (Javier Ocaña)
Recomendada (con reservas).

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